Viggo

Viggo


Capítulo treinta y cuatro

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Capítulo treinta y cuatro

Viggo se levantaba siempre muy temprano. Para estar en forma resultaba indispensable no apartarse de la rutina física y alimenticia que seguía a rajatabla, ya que la excelencia sólo se consigue con disciplina y esfuerzo. A pesar de que tenía por delante tres meses de descanso antes de regresar a las luchas, debía continuar manteniendo su buen estado para hacerlo de manera óptima cuando los combates arrancaran nuevamente. Sin embargo, esa mañana se permitió remolonear.

No quería abandonar el cuerpo de Kaysa, no quería apartarse de allí; necesitaba continuar percibiendo su olor para no caer en arrepentimientos.

Ella dormía de costado a su lado, y él la tenía abrazada por detrás. Su cuerpo se amoldaba perfectamente al suyo y el calor que su piel irradiaba era todo lo que precisaba para saber que todo iba a estar bien.

Se sentía insaciable, pero no podía seguir follándosela, debía darle un descanso, aunque era lo único que ansiaba: enterrarse en ella, terminar y volver a hacerlo.

Consciente de que, realmente, lo lógico era conseguir un poco de normalidad, se deslizó a regañadientes, apartándose de ella.

Se sentó en la cama con la idea de meter los pies en la prenda y enfundarse el bóxer, cuando captó que el colchón se movía. Su pequeña mano inmediatamente rodeó su cintura, y su voz adormilada lo golpeó.

—¿Te vas? —preguntó Kaysa, ansiosa por saber cómo estaban las cosas entre ellos entonces, cuando la luz del día se había abierto paso. Quizá la noche se había llevado la atracción y él ya no quería continuar teniendo nada con ella.

—Iba a ir a buscar el desayuno. He desistido del entrenamiento de la mañana —le explicó mientras se giraba para apartarle el pelo y besarle el rostro—, pero debemos alimentarnos. ¿No tienes hambre?

—Un poco.

Él se giró de nuevo y continuó poniéndose los calzoncillos.

—Viggo, ¿es normal que quiera que lo hagamos otra vez?, ¿o sólo se trata de que algo está mal en mí, debido a que todo lo he conocido de forma perversa?

Viggo se puso de pie subiéndose del todo los bóxer, y luego se sentó junto a ella al oír sus preguntas.

—Tú no eres una enferma; el sadismo no es algo que se contagia. Además, yo también tengo ganas otra vez, y sólo se trata de que nos atraemos demasiado...

¿o acaso antes tenías deseos?

—No. Él me daba mucho asco, no quería que se me acercara.

—Ves... Yo también tengo ganas de acostarme otra vez contigo, pero creía que quizá estabas un poco dolorida. —Él tocó su pelvis—. ¿No te duele aquí?

—Tal vez un poco.

—Entonces iré a buscar el desayuno. Luego nos daremos una ducha y haremos otras cosas, y así tendrás tiempo para sentirte mejor. Desearse es bueno; además, cuando un hombre y una mujer se acaban de conocer y empiezan a intimar, es lo más común que no quieran despegarse; la necesidad por descubrirse hace que sea de esa manera.

—Eso me dijo Nataliya, que el día que encontrara al adecuado iba a querer hacerlo con mucha frecuencia... pero luego pensé que me había mentido.

—¿Quién es Nataliya? La has nombrado varias veces desde que llegaste aquí.

—Mi amiga, mi única amiga, sólo que tuvimos que separarnos. Espero que esté bien.

—¿Por qué no va a estarlo?

Kaysa se encogió de hombros y no contestó.

—¿Y a ti no te duele nada?

—No, cariño; soy yo quien se mete dentro de ti.

—Pero tu pene se hincha mucho —se cubrió la cara antes de preguntarle—, ¿no te duele?

Viggo sonrió y se contuvo de no soltar la carcajada, y se preguntó dónde había vivido esa chica para ser tan inocente; no quedaban mujeres de diecinueve años con la ingenuidad de Kaysa.

«Comentó que trabajaba en un internado, quizá era una de las internas. ¿Se habrá escapado de ahí? Pero, en ese caso, sería menor de edad. ¡Joder! Deja de alucinar, Viggo... En los internados las tienen hasta los dieciocho, y además no viven en una burbuja, como a ratos da la sensación que ella haya vivido. Incluso hay internados mixtos y, en los que no lo son, el alumnado tiene acceso a toda la información, que hoy en día está al alcance de la mano de cualquiera gracias a Internet. No voy a preguntarle nada porque, simplemente, se cerrará en banda, como hace siempre, pero necesito comprender el misterio que la rodea y que la hace ser como es», caviló para sí, y luego respondió a su pregunta.

—No te escondas de mí. —Apartó sus manos de su rostro y, cuando logró que lo mirara, la besó y le contestó—: Cuando estoy muy excitado, sí, duele un poco, pero ese dolor es porque necesito aliviarme; después de correrme, el alivio es inmediato, y además siento saciedad... pero contigo eso no me pasa, porque siempre quiero más.

—¿Te parezco muy tonta por preguntar todo esto? Lo que sucede es que no tengo experiencia. Par mí tú eres el primero.

—Lo sé, y me gusta que lo sientas así.

»¿Te gustaría que nos montásemos en mi camioneta y nos fuéramos a acampar? Podríamos pasar unos días en alguna cabaña, cubrirnos por la noche con algunas mantas y, si el clima y la temperatura nos lo permiten, hacerte el amor bajo las estrellas, aun a riesgo de que se me congele el culo. —Ambos rieron a carcajadas—. ¿Qué te parece si vamos al parque nacional de Kings Canyon? ¿Lo conoces?

Ella agitó su cabeza, negando.

—Después podríamos cruzar a Yosemite; no creo que pueda escalar en roca, en estas fechas —se aventuró a suponer él y continuó explicándole—; soy amante de los deportes de riesgo, pero en invierno todo está nevado y hay muchas zonas cerradas.

Ella estaba muy callada.

—¿Qué te preocupa?

—¿Es un lugar muy concurrido, ese al que quieres ir?

—No, es solitario. Allí podremos estar en contacto con la naturaleza y disfrutar al aire libre... y disfrutarnos sin interrupciones. Te gustará, y además nos alejaremos de la casa. Ya sabes, todos querrán saber lo que ocurre entre nosotros y de esa forma podremos estar solos —le explicó tentándola con un beso.

Kaysa parecía pensarlo.

—Todo tu plan suena muy atractivo y podría ser una gran experiencia. Eso...

¿queda lejos de donde me encontraste?

—Muy lejos. —Le colocó un mechón de pelo tras la oreja—. Tenemos que cruzar la bahía de San Francisco a través del puente Dumbarton. ¿Quieres que nos quedemos aquí? Has ido a las luchas y nada te ha pasado; lo de San José fue un hecho circunstancial, nadie está exento de ser víctima de un robo... Tal vez ese ratero te estuvo observando y vio la oportunidad. Estás a salvo conmigo, Kaysa; sabes que no dejaré que nada te pase.

—Lo sé. Está bien, vayamos donde dices, ¡aventurémonos!

—Si fuera verano podríamos ir en mi motocicleta, pero hace frío, así que mejor será llevarnos la camioneta. Levántate o se nos hará tarde; debemos llegar antes de que el parque cierre o no nos dejarán entrar. Le pediremos a Ariana que te preste ropa de abrigo, la mía te quedaría gigante. Necesitaremos llevar agua y alimentos de emergencia para el caso de que nos tengamos que quedar más días, todo dependerá del clima; ya sabes, si nos pilla alguna nevada y no podemos salir del parque, no tendremos que preocuparnos por morir de inanición si vamos preparados.

—Eso no suena divertido.

Él se carcajeó.

Avanzaron contra el aire gélido del jardín que los separaba de la casa principal y entraron en la cocina. Agatha estaba sirviendo el desayuno.

—Te ayudaré, Agatha —dijo Kaysa con las mejillas arreboladas ante los interrogantes en las miradas de todos los presentes.

—¿Qué pasa? —soltó con cara de pocos amigos Viggo, al notar la incomodidad de la muchacha—. Hemos dormido juntos, si eso es lo que os estáis preguntando. Somos adultos y no creemos que tengamos que darle explicaciones a nadie. ¿Alguien tiene algún problema?

Ariana extendió un puño al aire y festejó la confirmación.

—¡¡¡Sííííííííííííííííííí!!!

—Ari, por favor —rogó Kaysa mientras recogía los platos y los colocaba sobre la barra del desayuno.

***

Cerca de media mañana, partieron. Viggo se encargó de reservar una cabaña en Grant Grove, así que fueron directos a ese punto de Kings Canyon. Tan pronto como llegaron, él encendió la estufa de leña; hacía mucho frío. Luego se ocupó de entrar la comida de la camioneta, ya que los osos siempre andaban merodeando para encontrar alimento. Habían sido advertidos de su presencia por el guardabosques cuando entraron en el parque, y Kaysa se había quedado sin respiración al oír eso.

—¿Estás seguro de que sabes a dónde nos has traído?

—Tranquila, nena, no estamos en medio de la nada; a media milla de aquí está el centro de visitantes: hay un pequeño supermercado, un restaurante, una tienda de regalos y la oficina de correos. Todo eso, rodeado de un fabuloso bosque de secuoyas; cuando lo veas, no podrás creer lo magníficas que son las vistas, te encantará.

—¿Tenemos las cadenas para los neumáticos como te preguntó el guarda?

—Todo está en la caja de la camioneta. No es la primera vez que vengo, Kaysa, confía en mí. Pasaremos unos días únicos rodeados de naturaleza; saldremos a hacer caminatas y otras actividades. ¿Sabes esquiar?

Ella negó con la cabeza.

—Tendré que enseñarte. Cuando crucemos a Yosemite, habrá muchas actividades para hacer en la nieve. Serán unos días inolvidables, ya verás.

Después de instalarse, la noche empezó a caer, así que Kaysa comenzó a preparar la cena mientras él leía un libro.

La muchacha le había pedido a Agatha que, además de las provisiones que Viggo quería llevarse, también pusiera ingredientes para preparar solyanka, una sopa tradicional de Rusia y Ucrania, y también hizo que agregara algunas otras cosas más.

—Mmm, esto estaba exquisito. ¿Dónde aprendiste a cocinar tan bien? ¿Te enseñó tu madre o estudiaste cocina? —inquirió Viggo mientras rebañaba el plato con un trozo de pan.

«No lo sé», estuvo a punto de confesarle, pero se quedó pensando rápidamente en las implicancias de contarle la verdad y desistió.

—Aprendí de mi madre, era una gran cocinera.

Intentó sonar convincente, para no tener que dar demasiadas explicaciones.

Resultaba difícil explicar su amnesia sin relatar el resto de la historia que no quería explicarle, así que decidió que se apegaría a la versión de que era ucraniana y su familia estaba allí; no quería mezclarlo con la bratva; mantenerlo al margen de eso era lo mejor y lo más seguro.

—¿Era?, ¿murió? Lo lamento.

—¿He dicho era? Es que a menudo hablo en pasado, porque se me hace tan difícil pensar en viajar para verla... Hablemos de otra cosa, me entristece recordar lo lejos que están.

Se quedó mirándolo; no le gustaba mentir, se sentía incómoda al hacerlo. Tal vez estaba equivocada y en realidad lo mejor sería hacer todo lo contrario, hablar para que supiera a qué atenerse.

«¿Y si me rechaza? ¿Y si me aparta de su lado porque se da cuenta de que soy un gran problema?» —Te ayudaré a lavar los platos —propuso él, y de inmediato se pusieron a recogerlo todo.

Viggo se empecinó en lavarlos; ya que ella había hecho la cena, alegó que era lo justo.

—Ven aquí —le dijo cuando terminaron de secar el último cacharro.

Le quitó la servilleta de la mano y luego la arrojó sobre la pequeña encimera.

—Mmm, espero que ya no estés tan dolorida, porque tengo muchas ganas de hacerte el amor.

—Si estoy dolorida no planeo decírtelo, porque también tengo muchas ganas de que me hagas el amor.

Viggo la subió a sus caderas y Kaysa enredó sus piernas a su alrededor. Tan pronto como empezó a besarla, sus respiraciones se tornaron dificultosas. A menudo, desde que habían llegado, se había detenido a pensar en lo fácil que se le hacía compartir tiempo con ella, y se sintió asombrado.

La dejó en el borde de la cama y le hizo levantar los brazos para quitarle el suéter. Después la despojó de la camiseta y admiró sus senos, rebosantes bajo el sujetador.

La inclinó en la cama y le quitó las botas, los calcetines y los vaqueros, y volvió a admirarla. Kaysa era bellísima y su piel, tersa y lozana; era la antítesis total a él, que tenía un aspecto rudo, tosco, y cuya piel estaba llena de cicatrices.

Empezó a desvestirse con prisa, despojándose de toda su ropa bajo la atenta mirada de la muchacha, que en ese momento no parecía para nada asustada. Las horas pasadas juntos sin duda habían obrado positivamente en su confianza.

Viggo, de inmediato, se recostó junto a ella; los dos sólo llevaban puesta la ropa interior.

Empezó a besarla lentamente, tan despacio y tan profundo que a ambos, por momentos, les faltaba el aire. Pasaron largo rato así, y sólo se apartaron para que uno y otro pudieran obtener oxígeno, pero luego volvieron a empezar... Rozó su lengua una y otra vez de manera incansable con la de Kaysa, chupó sus labios, los lamió, los mordió y después volvió a introducir su lengua en su boca.

—Estoy enamorado de tus labios —le dijo sin dejar de chuparlos, y recomenzó con otra sesión de besos.

—Viggo... —alcanzó a decir ella cuando le dejó tomar aire.

—¿Qué sucede?

—Los besos están comenzando a doler.

—Lo sé. Quiero hacer que te corras besándote, quiero que sepas que la penetración no es la única forma en que dos personas que se atraen pueden llegar al orgasmo. Quiero enseñártelo todo, Kaysa. Quiero que conozcas el placer a mi lado.

Continuaron besándose hasta que ella empezó a agitar sus caderas, cruzó una pierna sobre la de él y, sin pensarlo, empezó a frotarse; necesitaba con urgencia algo que aliviara el dolor y la punzada que sus besos le provocaban en la entrepierna. Viggo intensificó los besos, y muy pronto sus gemidos fueron como un concierto en la cabaña que lo inundó todo, hasta que de pronto ella se quedó sin aliento y él supo que había llegado.

—Ven aquí —le dijo alejándose de ella. La subió más a la cama y la desprendió del sostén, liberando sus pechos. Se sintió borracho mirándolos, eran perfectos.

Le quitó las bragas; estaban empapadas y tuvo la necesidad de olerlas, de lamerlas, y no se abstuvo.

—Kaysa, eres lo más hermoso que puede existir sobre la tierra.

Se quitó rápidamente el bóxer y su erección saltó.

—¿Todo eso estuvo dentro de mí? —preguntó alarmada al ver su tamaño. Era la primera vez que se atrevía a mirar su miembro, pero además él estaba muy cerca. Su erección se presentaba ante ella de manera persistente; su polla estaba hinchada y las venas que la surcaban estaban abultadas, como si estuvieran a punto de explotar. Según su dictamen, lo que él tenía entre las piernas era gigante.

—Y te gustó mucho, nena, y hoy te gustará más, y me pedirás que no pare.

Su punta estaba desenvainada, y se veía brillante y violeta. Se frotaron tanto uno contra otro mientras se besaban que su glande quedó al descubierto. Viggo cogió su erección con su bronceada y enorme mano y desparramó la gota de líquido preseminal que se derramaba de su polla; se estiró para coger de su billetera un condón y, después de colocárselo, se ajustó de inmediato entre sus piernas para posicionarse en su entrada.

Kaysa sentía palpitar su sexo y no podía calmarse; lo necesitaba dentro de ella para que la aliviara. Necesitaba sentirlo frotando sus paredes internas y bombeando hasta que la dejara exhausta de placer.

Viggo en esa ocasión no se enterró tan lentamente como había hecho las otras veces, tal vez porque ambos estaban bastante descontrolados. Cuando lo hizo, un sonido áspero y voraz partió de su garganta, asemejándose a un quejido, como si estuviera herido. La miró a los ojos y su mirada rebosante de deseo le indicó todo lo que estaba sintiendo.

La respiración de Kaysa se aceleró sin control cuando lo sintió irrumpir en su interior; sus pechos subieron y bajaron debido a su agitada respiración, y notó que sus pezones palpitaban y dolían mucho. Tuvo la necesidad de tocárselos para darles alivio e, inconscientemente, lo hizo: de pronto se encontró con sus manos retorciendo sus puntas y se sintió feliz de no sentir vergüenza, comprendiendo de inmediato que él lo había conseguido.

Aún dentro de ella pero sin mover sus caderas, rápidamente cogió su rostro con sus callosas manos y la besó; pasó su lengua por sus labios, dándole un beso que la dejó sin respiración mientras aún seguía sumergido en ella, haciendo presión pero quieto, y finalmente le dijo: —No me abandones; he esperado tanto para darme permiso a sentir que no podría soportar otro abandono.

—No lo haré, no quiero hacerlo; estoy exactamente donde quiero estar, nunca querré otra cosa.

—Kaysa, cariño, no sé si voy a poder ser tan suave hoy, pero no voy a lastimarte; sólo quiero que ambos nos soltemos y dejemos de contenernos.

—Sé que jamás me harías daño; a partir de ahora ya no tienes que avisarme de cualquier cosa que quieras hacer, sólo hazla. Sé que lo que hagas lo disfrutaremos los dos.

La expresión de Viggo fue dura, excitada, vehemente, mientras salía de ella y volvía a enterrarse más profundamente aún. Tenía la mente nublada por el placer, por la lujuria y por la necesidad por esa mujer que no dejaba de verlo como si él fuera su dios. Sus caderas se convirtieron en un implacable látigo y sus respiraciones agitadas comenzaron a confundirse. Kaysa también movió las caderas, para mostrarle que su ritmo le gustaba, provocando que él cogiera más vigor y volviera a enterrarse más hondo todavía.

—Kaysa... ¿Notas lo perfecto que encajamos?

—Sí, lo noto.

Viggo cogió más empuje y se enterró sin descanso, entrando y saliendo, hasta que ella gritó su nombre en el momento exacto en el que llegó. Viggo se percató de ello porque su cuerpo estaba sonrosado y estremecido, y eso lo enloqueció más... y supo que ya no podría aguantar. Entonces sus manos se aferraron con fuerza a su cadera, mientras salía y volvía a enterrarse una vez más, hasta que su cuerpo se colapsó, entregándose, comenzando a convulsionar cuando el calor de su violenta eyaculación se abrió paso, subyugándolo. Su polla tembló hasta expulsar el último chorro de placer. Kaysa sintió de pronto que las extremidades le pesaban, pero se aferró de su fuerte cuerpo y volvió a estallar; cerró los ojos tan fuerte que le pareció ver estrellas, y al instante se sintió sin fuerza y extenuada.

Sin embargo, Viggo aún tenía planeado mucho más para ellos esa noche.

Quería quitarle todos los miedos, así que hizo un movimiento rápido, saliendo de ella, y la puso boca abajo. Notó cómo se tensaba, pero entonces la besó en la espalda, para que se relajara.

—¿Te ha gustado? —Su voz aún estaba cargada de lujuria, aunque ambos habían alcanzado el orgasmo.

—Sí, mucho.

Le acarició la cintura y percibió cómo lentamente se desarmaba con su contacto. Entonces decidió penetrarla desde atrás; él aún continuaba muy duro, así que la metió en su vagina. Todavía no pensaba tomar su culo, pero necesitaba darle confianza y que ella supiera que el misionero no era la única postura existente para hacer el amor.

Viggo la reclamó nuevamente y ella gritó. Cuando se dio cuenta de que no entraba por donde había temido que lo hiciera, se relajó al instante y empezó a recibir el placer que él tenía planeado darle; gimió y chilló, aceptándolo, se movió para encontrarlo y se sintió insaciable. Viggo empezó a bombearla desde atrás, mientras respiraba en su oído y le mordía la espalda, y la castigó con su polla una y otra vez, hasta que ambos empezaron a ponerse rígidos, preparándose para un nuevo orgasmo. Viggo mantuvo un ritmo agónico, y gruñó cuando estaba a punto de llegar; entonces se enterró más fuerte, dejándose ir cuando oyó que ella rezaba su nombre una y otra vez.

—Daniel... Daniel... Daniel...

El placer se extendió por toda su piel. Kaysa giró la cabeza para mirarlo; estaba tan excitada que sólo ansiaba tener la fuerza suficiente como para pedirle que no parase; finalmente lo hizo, sin saber cómo pudo poner a andar su voz.

—Más, Viggo, más...

—¿Quieres más? Mmm, mi hermosa e insaciable Kaysa quiere más; me encanta que me pidas eso.

Kaysa se percató, mientras jadeaba, de que él hizo que ella levantara su trasero y que sus rodillas estuvieran apoyadas contra el colchón; la tenía a cuatro patas y él bombeaba salvaje y rudo desde atrás. Su coño parecía no cansarse recibiéndolo, incluso se sintió morbosa cuando notó cómo sus pechos rebotaban una y otra vez, pareciéndole magnífica la forma en la que se bamboleaban, porque eso daba muestra del poder de sus estocadas. Viggo también lo notó, así que estiró una mano, cogió uno de sus pezones y se lo retorció; sus ojos brillaban mientras su cadera se estrellaba sin descanso contra su trasero, mientras miraba cómo su polla se perdía dentro de su coño. No pudieron contener los feroces sonidos que salieron de sus gargantas, comprendiendo que la excitación había llegado en ambos al máximo. Él se enterró una vez más y juntos alcanzaron un nuevo clímax. De inmediato, cayeron en la cama, enredados, sin lograr dejar de tocarse, sintiéndose extenuados e inmensamente saciados.

Después de un rato en el que permanecieron acariciándose, Viggo se quitó el condón, fue hasta el baño, regresó con una toalla húmeda y le limpió entre las piernas; luego hizo lo propio con él. A continuación se alejó, pero sólo para echar leña en la chimenea, así el fuego duraría toda la noche, y cuando volvió la única luz en la cabaña era la que proporcionaban las llamas, y ella se maravilló al ver cómo iluminaba su cuerpo, haciéndolo resplandecer. Kaysa se sentía cansada, pero también sumamente feliz; no podía apartar sus ojos de su magnífico físico mientras él deambulaba por allí. Se asombró incluso de su energía, pues parecía estar aún muy entero; era un hombre muy viril y con mucha fuerza.

Viggo la acomodó en la cama y la cubrió con las mantas; luego se colocó a su lado, haciendo que se apoyara contra su pecho, levantó su rostro para que lo mirase y la besó lentamente.

—¿Te ha gustado?

—Mucho, ¿y a ti?

—Mucho también. El ambiente huele a nosotros, tu piel huele a mí, y eso me encanta, aunque también me encanta cómo hueles tú, pero la mezcla es narcotizante.

Noto cómo temblaba entre sus brazos.

—¿Qué pasa?

—Nada, no quiero arruinar este momento.

—No hay nada que pueda quitarnos lo que vivimos y lo que sentimos estando juntos. Puedes decirme lo que sea.

—Se trata de lo que acabas de decir.

—¿Qué he dicho?

—Que huelo a ti. Cuando me forzó la primera vez, no veía el momento de que todo acabara; sin embargo, aunque yo estaba sangrando, no le importó hacerlo dos veces más. Me dolía todo, no había sido suave, nada suave... No le importó en absoluto que yo gritara... No había opción a que me resistiera, pues sabía que tomaría como fuera lo que quería y, si peleaba contra él para intentar evitarlo, sin duda terminaría mucho peor. —Kaysa estaba llorando y sus lágrimas caían sobre el pecho de Viggo—. Finalmente, después de correrse tres veces, se durmió. Me sentía muy sucia, me sentía... nauseabunda. Su aroma me daba asco y me resultaba repugnante, así que me levanté lentamente y fui al baño, y lloré por lo que me había pasado, por lo indigna que me sentía, y por todo lo que me había robado, y luego me lavé; quería borrar su huella de mi cuerpo. Sólo pensaba en eso, aunque sabía que el asco que él me causaba jamás desaparecería de mi piel, que la sensación de tenerlo sobre mí siempre me perseguiría. Al día siguiente, por la mañana, se dio cuenta de que no olía a él y fue cuando se enfadó y, después de golpearme mucho porque me había duchado, me tomó por detrás. Dijo que era el castigo que merecía por haberme atrevido a lavarme sin su consentimiento; me dolió más que por delante, dolió mucho, muchísimo, y me lastimó tremendamente; pasé días sin poder moverme y sin poder caminar.

»Lo odio, lo odio porque a veces creo que esas sensaciones nunca se irán de mi cuerpo... como acaba de suceder ahora, que una palabra que tú has dicho, que debería haber sido seductora, ha despertado todas estas sensaciones en mí, trayendo todos estos recuerdos que ansío olvidar.

—Quiero encontrarlo y hacerle pagar todo lo que te hizo. Necesito que me digas su nombre... Kaysa, sólo tienes que darme su nombre y yo me encargaré de todo.

—No lo haré.

—¡¿Por qué mierda lo proteges?! —gritó ofuscado, y la apartó de su lado.

«Estoy protegiéndote a ti; no es por él, él me importa un carajo, le deseo la muerte», pensó mientras lloraba, pero permaneció callada.

Viggo se había sentado en la cama, y su espalda estaba en tensión.

—Entiendo que le temas —dijo sin mirarla—, pero, por lo que te hizo, no puede quedar impune. ¿Fue ese malnacido quien intentó matarte? —Se dio media vuelta y la enfrentó; su gesto era duro—. Cuéntamelo, Kaysa, no te cierres. Me estás volviendo loco... Quiero golpearlo, quiero destrozarlo a puñetazos, quiero hacer justicia por ti, ¿es que no lo entiendes?

—No, no fue él quien me disparó. Me tuvo encerrada en una casa y su esposa se enteró... y fue quien me sacó de allí para matarme —le escupió mientras lloraba desconsoladamente—. Si ella no me hubiera sacado de ese infierno, aún estaría violándome.

—Ven aquí, no llores más.

Viggo la cobijó contra su pecho.

No quería que ella advirtiera la pena que estaba sintiendo, porque además tampoco quería sentirse así, pero ese malnacido la había dañado tanto que ella se sentía agradecida con la hija de puta de la mujer por haberla sacado de allí para asesinarla.

—Sólo quiero dejar todo eso atrás; me encontraste y me salvaste, sólo quiero olvidar. Quisiera poder borrar todos mis recuerdos.

Viggo no había renunciado a averiguar quién era el bastardo que la había sometido; sabía que tarde o temprano ella se lo acabaría confesando y, entonces, sin importar el tiempo que hubiese transcurrido, le haría pagar por todo.

Finalmente, aunque a ambos les había costado dormirse, lo consiguieron.

A mitad de la noche, ella, entre sueños, oyó que alguien lloraba... era un llanto desgarrador. Cuando fue consciente de ello, de que no soñaba, se dio cuenta de que quien lloraba era Daniel, a su lado. Parecía muy angustiado, y no sabía si despertarlo o no. Se revolvía en la cama y se quejaba, luchaba además contra algo. Cuando se decidió a despertarlo, tocó su hombro y él le tiró un manotazo que le dio de lleno en la boca; de inmediato Viggo abrió los ojos y se sentó. Peleó con las sábanas, que las tenía enredadas en su cuerpo, y las apartó, al igual que hizo con las mantas. Después se levantó trastabillando, mirando a su alrededor e intentando ubicarse, saber dónde estaba.

—Estamos en la cabaña, Viggo. Ya has despertado, tenías una pesadilla.

Él la miró, vio que su labio sangraba y se sintió terriblemente mal.

—Kaysa, cariño, te he lastimado.

—No es nada. Sólo me he mordido el labio.

Estaba sudado; la sensación de estar salpicado de sangre era desesperante.

Quería revisar a Kaysa, pero necesitaba, cuanto antes, quitarse la sensación que sentía en el cuerpo.

Kaysa sabía muy bien lo que se sentía, así que no le costó nada comprenderlo cuando vio la desesperación con la que se metía bajo la ducha.

Era inaudito verlo tan frágil; él era un hombre enorme, que medía un metro noventa y tres... Empezó a oírlo sollozar dentro del cuarto de baño, y no sabía qué hacer, pero, aunque corría el riesgo de que la echara, se movió de todas formas para ir a su encuentro. Entró en la ducha y lo abrazó por detrás; él primero quiso apartarla.

—No quiero que me veas así, Kaysa. No pretendo ser grosero contigo, pero vete.

—No lo haré. Tú no me dejaste cuando yo estaba aterrada, así que, aunque seas muy grosero, no me alejaré de ti. Quiero que sepas que puedes apoyarte en mí de la misma manera en la que tú me dejas hacerlo en ti. La pesadilla tiene que ver con tu mujer, ¿no es cierto?

—Sueño con el día de su muerte. Veo cómo agoniza desangrada y no puedo hacer nada por evitarlo..., reproduzco el momento en el que murió.

Viggo la hizo a un lado, cogió una toalla y salió de la ducha.

—No te metas, Kaysa, son mis recuerdos. Ya te he dicho que no quiero ser grosero contigo... e incluso te he hecho daño en el labio. Mira cómo te he dejado.

Por eso siempre duermo solo, por eso ocupo la casa de huéspedes, para que nadie sea testigo de mis miserias.

—No vas a lograr que me aleje de ti, Viggo. Estabas dormido y no me has golpeado, me he mordido yo sola.

—Tal vez lo hagas cuando sepas que mi mujer y mi hija fallecieron por mi culpa, yo las maté.

Viggo salió del baño dando grandes zancadas y a continuación empezó a deshacer la cama y a recogerlo todo.

—¿Qué haces? —preguntó ella cuando salió.

—Nos iremos apenas amanezca.

Forcejeó con él, quitándole las cosas de las manos, y lo abrazó.

—No creo lo que me has dicho; no te creo, eres demasiado bueno como para que eso sea verdad.

—Pero lo es. Siempre me sentiré culpable, siempre será así. No tendría que haber sentido que tenía derecho a redimirme junto a ti, porque no tengo perdón.

Se sentó en el suelo y continuó llorando. Kaysa se arrodilló frente a él y cogió su rostro para que la mirase. Él se resistió un poco, pero luego lo hizo; ella también lloraba.

—Cuéntame cómo pasó —le pidió.

Viggo negó con la cabeza.

—Cuéntamelo —le exigió entonces—; déjame compartir tu dolor, de la misma forma que tú te ofreciste a compartir el mío. Yo me sentí más aliviada cuando te lo conté; dame ese privilegio, permíteme hacer algo por ti o, al menos, inténtalo.

Viggo se rascó una ceja, luego cerró los ojos y se los apretó con los dedos.

—Estábamos en una fiesta. Nuestros mejores amigos se habían casado; ambos son médicos como yo. En realidad yo los conocí primero y, cuando empecé a salir con London, se los presenté y los cuatro nos hicimos inseparables.

»Sonó mi teléfono, era por una paciente que estaba a punto de dar a luz; su marido me llamó para explicarme que su esposa tenía una hemorragia; el embarazo de esa joven ya estaba a término, así que, como mi padre también estaba en la fiesta, que además ya estaba a punto de terminar porque faltaba poco para que Riley y Weston se marcharan a su luna de miel, dejé a London con mi padre y su esposa y me fui a atender a mi paciente. Era un embarazo de alto riesgo el de esa chica, pues había perdido los tres bebés anteriores a ése.

Cuando salí, al dirigirme al coche, me crucé en el aparcamiento con unos chicos que salían de otra fiesta; lo deduje por sus ropas. En Los Ángeles es muy normal amanecer en las fiestas, así que no le di importancia... Ellos salieron disparados, yo me subí a mi vehículo y decidí seguir mi trayecto. Sus coches eran dos deportivos descapotables; cuando los rebasé en un semáforo, miré por el retrovisor y me di cuenta de que estaban detenidos allí porque se estaban picando e iniciando una carrera. Vi el humo que provocaron cuando quemaron los neumáticos contra el pavimento al acelerar y sólo atiné a hacerme a un lado, porque a ellos no les importaba quién estaba delante; me dije que lo más probable era que estuvieran bebidos, cosa que después se comprobó que era así.

Cuando me adelantaron en la bocacalle, no frenaron... y un coche que venía por la calle perpendicular a la nuestra chocó con ellos. Uno de los descapotables se incendió, el otro volcó y el tercer vehículo, accidentado por la imprudencia de esos jóvenes, terminó incrustado en la playa.

Bajé del coche y los ayudé. Era médico, así que los atendí, dándoles atención primaria. Ya había llamado al 911, así que tan pronto como la asistencia médica llegó, me fui de allí y seguí mi camino hacia el hospital, donde me esperaba mi paciente. Cuando llegué, el médico de guardia me comentó que todo se había complicado, que la habían llevado a quirófano y que no habían podido salvar ni a la niña ni a la madre. El marido, cuando me vio llegar vestido de esmoquin, se ensañó conmigo. Me culpó, echándome en cara que me había quedado en la fiesta y que por eso no había llegado a tiempo para salvar a su mujer y a su hija.

No me dejó explicarle lo que había sucedido, sólo me golpeó. La seguridad del hospital tuvo que intervenir; yo no quería golpearlo, pues estaba destrozado... así que lo sedaron. El pobre hombre sólo quería una explicación a su desgracia, y lo más fácil era hacerme responsable a mí.

—Hiciste lo correcto, no podías dejar a esa gente malherida ahí. Tu paciente estaba en un hospital, donde había otros médicos; no es lo mismo que si la hubieses dejado sin atención.

—Yo también creí eso, pero no fue así.

»London estaba de treinta y cinco semanas de gestación, así que faltaba muy poco para que mi hija naciera. Poco después, volvía de mi turno en el hospital y no lograba comunicarme con ella, por lo que empecé a preocuparme.

Cuando llegué a casa, la encontré en la cocina, atada a una silla, pero se la veía bien, así que supuse que habían entrado ladrones y ya se habían marchado, dejándola amordazada. Me incliné para quitarle la cinta que tenía en la boca y ella gritó «cuidado», pero fue demasiado tarde: sentí un fuerte golpe en la cabeza y perdí la consciencia. Cuando desperté, yo también estaba atado de pies y manos, pero en el suelo. Además, tenía la boca precintada para que no pudiera gritar. London lloraba, así que me quise acercar a ella y cuando lo hice... lo que vi fue cómo la hoja de un cuchillo se hundía en su vientre.

Viggo empezó a llorar desconsoladamente, envolvió sus propios brazos alrededor de su cuerpo y Kaysa se acercó y le ofreció su hombro para que llorara en él.

—Lo lamento, tuvo que ser horrible para ti. ¿Detuvieron a los ladrones?

—No eran ladrones... Cuando levanté la vista, vi el rostro del marido de la mujer que yo no había podido salvar. Él mató a mi London de veinte puñaladas, la mató a ella y a mi bebé, porque la hoja también llegó a perforar su cuerpecito dentro del vientre.

»Ahora sientes lo mismo que siento yo, porque tú no quisiste salvar a mi mujer —me dijo—. Ahora sentirás lo mismo que yo, porque no tendrás oportunidad de salvarlas tampoco.

»Después de eso sacó un arma y se pegó un tiro en la sien frente a mí; murió instantáneamente, dijeron más tarde los peritos.

»Yo estaba bañado en sangre, la sangre de mi mujer y de mi hija. Quería desatarme para ayudarlas, pero, cuando lo logré, era demasiado tarde, ya estaban muertas... se habían desangrado. Salí a la calle y comencé a deambular bañado en sangre; había perdido la razón, me sentía muerto en vida.

»Después supe que los vecinos oyeron el disparo y llamaron a la policía, y ellos me encontraron vagando por ahí y me llevaron de regreso.

»Yo las maté; ese tipo se ensañó con ellas por mi culpa.

—No fue culpa tuya, Daniel; ese hombre enloqueció.

—Es muy difícil no sentirse culpable. El tipo llegó a London a través de mí.

¿Ahora entiendes por qué me costó tanto seguir adelante? —Levantó una mano y acarició su labio—. Se está hinchando.

—No me duele, te lo prometo.

—Quizá no sea tan bueno para ti... ¿Te das cuenta de la oscuridad que guardo en mi interior?

Ella se acercó y lo besó.

—Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Eres lo único bueno que he tenido desde que tengo recuerdos.

Él no sabía lo ciertas que eran esas palabras, no tenía ni idea.

A regañadientes, accedió a quedarse. Tenía miedo de volver a soñar y volver a golpearla, pero rara vez las pesadillas se repetían en una misma noche. Además, por alguna razón, se sentía un poco más aliviado después de contárselo todo a Kaysa.

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