Viggo

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Capítulo uno

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Capítulo uno

Época actual...

¿Es posible perder todos los recuerdos?

¿Es posible olvidarte de quién fuiste?

Seguramente te estarás contestando esas preguntas en tu cabeza y estarás diciendo con total rotundidad que no, que eso sólo puede ocurrir si tienes algún tipo de amnesia o algún daño cerebral, o quizá si han empleado contigo técnicas con fármacos o algún tipo de terapia psiquiátrica o bien porque tal vez has sufrido algún tipo de traumatismo.

Sin embargo, ninguno de ésos era el caso de Kaysa.

¿No?

¿En serio?

A decir verdad, a veces ella estaba ciento por ciento segura de que no, y otras, no tanto, porque sus recuerdos eran sombras descontroladas en su cabeza.

Por las noches, al quedarse sola en su dormitorio, intentaba con ahínco recordar algo más que no fuera la vida que llevaba allí, en ese momento, pero, cuanto más lo ambicionaba, más se frustraba al no poder conseguirlo. Su mente estaba en blanco, todos sus recuerdos se habían esfumado, borrado, como si su cerebro fuera un disco duro que se hubiese reseteado.

Lamentablemente, en aquel lugar no había nadie que hubiera llegado en la misma tanda que ella, así que hilar hechos de su pasado parecía imposible.

Gracias a que se manejaba muy bien entre fogones, la tuvieron en cuenta para dirigir la cocina después de que la anterior cocinera se fuera; en ese momento, Kaysa, nombre de identificación que le habían asignado allí, ya que no recordaba el suyo propio, era la encargada de organizar la alimentación de todos en la finca.

Desde que lo empezó a hacer, encontró un nuevo rumbo en su vida y a diario se sentía agradecida de poseer los conocimientos culinarios que tenía, puesto que se trataba de una actividad de la que disfrutaba plenamente. Sin embargo, siempre representaba una gran incertidumbre no poder recordar cómo había aprendido aquella tarea, pues no resultaba nada agradable no tener una historia que contar. Intentar convivir con sus lagunas mentales, y en cierta forma aceptarlas, era una labor ardua que día a día debía vencer.

Desde que Kaysa tomó el control en la cocina, Nataliya, otra de las internas del recinto, una hermosa y ensoñadora chica de veintitantos años, pasó a ocupar el puesto de primer ayudante.

A diferencia de ella, su compañera sí tenía recuerdos de su vida pasada. Era de nacionalidad rusa y, después de graduarse en la universidad, y ante el ciclo de pobreza que se vivía en su país y la falta de empleo, hacía poco más de tres años que había dejado su pueblo natal, en la región occidental de Rusia, con la promesa de que se iba a América a trabajar como camarera. Incluso le prometieron que, después de establecerse, sus posibilidades laborales se multiplicarían con el tiempo. Asimismo le explicaron que, con celeridad, conseguiría un visado de trabajo en la tierra de las oportunidades, ya que ella, al igual que otras chicas, había entrado de forma ilegal en el país. Sin embargo, al pisar el suelo de Estados Unidos no tardó en comprobar que todo había sido un gran engaño, pues la hicieron prisionera, al igual que a ella, y allí estaban, padeciendo un encierro y llevando una vida que nada tenía que ver con sus sueños.

Kaysa y Nataliya se habían vuelto cercanas, pero cuidando de no demostrar esa proximidad frente a los guardias, ya que no querían que las separasen.

Decidían a diario el menú y lo llevaban a la práctica, contando, claro está, con la ayuda de otras muchachas, que eran las encargadas de trocear y echar una mano en la preparación de los ingredientes que componían cada plato.

En la finca había reglas muy establecidas, y horarios que jamás se pasaban por alto: ésa era la forma para que todo funciona de manera muy cronometrada.

A los primeros que cada día alimentaban era a los guardianes; éstos, todos hombres fortachones encargados de la seguridad del recinto, se turnaban en tres turnos para comer. Después de eso, las celdas se abrían para que las reclusas pudieran ir a los grandes comedores, donde eran alimentadas todas a la vez.

Durante la comida no se les estaba permitido hablar unas con otras; las reglas eran explícitas y todas las conocían. Cumplirlas era lo mejor que podían hacer para no tener que lamentar recibir ningún castigo.

Entre otras cosas, ésa era una de las razones por la que Kaysa amaba su trabajo en la cocina; allí se les permitía hablar entre ellas y eso era realmente muy liberador, aunque debían cuidar de lo que hablaban, ya que, si los guardias que merodeaban por allí consideraban que habían estado confabulando contra ellos o conversando sobre algo que no tuviera nada que ver con la actividad que llevaban a cabo, podían decidir que merecían castigos que realmente no querían ni saber en qué consistían.

—Tú, ven conmigo —le ordenó el guardián, mirándola fijamente a los ojos y sujetándola por el codo para que se pusiera de pie. Se encontraban en el comedor, a punto de cenar.

—¿Yo?

—Sí; tú eres Kaysa, la encargada de la cocina, así que ven conmigo. Camina por delante con la cabeza mirando al suelo y las manos tras la espalda; ya sabes las reglas, así que no sé por qué te las estoy explicando.

Nataliya, que estaba sentada a su lado, la miró sin que el vigilante lo advirtiera. Cerró los ojos levemente para infundirle ánimos; hubiese querido abrazarla y confortarla, decirle que no pensara y que sólo dejara que las cosas sucedieran, porque era imposible hacer nada para que no fuera así.

Kaysa se puso de pie, haciendo lo que se le acababa de indicar, y comenzó a alejarse del comedor, avanzando por uno de los pasillos de la comuna.

Cuando empezó a hacerlo, guiada por el guardián, de inmediato supo hacia dónde se dirigían, y en pocos segundos sintió que sus piernas no eran del todo seguras para sostenerla; advirtió, además, que su corazón se ponía a latir con fuerza sin que pudiera detenerlo. Con prontitud, un nudo se le atascó en la garganta y la boca se le secó.

Por mucho que hubiera olvidado, estaba segura de que nadie en su sano juicio podía aceptar el destino que ellos daban a sus vidas.

Estaba convencida, al mismo tiempo, de que sus recuerdos se habían esfumado como forma de protección por lo que le tocaba vivir allí en el gulag, porque eso era ese sitio... aunque ellos lo quisieran disfrazar con otros nombres, no era más que una cárcel a la que todas habían llegado sin haber cometido delito alguno.

Un tiempo atrás ya le había tocado pasar por la situación a la que estaba segura que se estaba encaminando de nuevo; sin embargo, ilusamente, Kaysa había creído que, al ser necesaria para alimentarlos, no la volverían a someter otra vez a eso.

Se sintió muy tonta mientras continuaba caminando, ya que comprendió que ella, al igual que todas las mujeres que habitaban ese campo de trabajo forzado, no eran más que seres sin importancia para ellos; sólo les servían para la actividad a la que se dedicaban, traficar con personas.

Sintió el instinto de tocarse el pecho, para apaciguar el dolor que sentía dentro de éste, pero mantuvo sus manos tras la espalda, consciente de que era lo más seguro. Hasta ese momento había preferido pensar que era alguien significativo, y eso muchas veces obró positivamente para continuar adelante en su día a día; no obstante, la mera verdad era que podía ser reemplazada fácilmente por cualquiera de sus compañeras... Nadie estaba seguro ahí dentro, porque ellos eran los únicos dueños de sus vidas.

« Pomogi mne, Bozhe! » 1

La puerta se abrió y se quedó estática en la entrada.

—Pasa —le exigió el guardián con autoridad, haciéndola avanzar de un empujón—. Aquí la tiene, doctor Pávlov.

—Está bien, Mijaíl, puedes marcharte, no necesito nada más. Kaysa —el nombre que le habían puesto en el gulag vibró en la profunda voz del médico, haciendo que ella se estremeciera— sabe muy bien las reglas, no intentará nada estúpido, descuida.

—Estaré fuera como siempre, por si me necesita.

El doctor Alexandr Pávlov, comúnmente llamado Sasha por sus pares de la bratva, permaneció de espaldas, ordenando la mesa que contenía el instrumental quirúrgico, ignorándola y transformando el silencio en algo ensordecedor que lastimaba sus oídos, aunque pareciera una broma decirlo.

Finalmente, y aunque ella se mantuvo con la cabeza dirigida hacia el suelo, advirtió que él se movía del sitio en el que se encontraba, ya que sus sentidos estaban en alerta constante.

De inmediato el calor corporal debido a su cercanía invadió el cuerpo de Kaysa. Ésta cerró los ojos y sintió cómo posaba una de sus manos, enfundadas en guantes quirúrgicos, en su mentón. A continuación, Sasha —como generalmente se apoda a los Alexandr en Rusia— le levantó la cara, obligándola a enfrentarlo.

—Bienvenida. Mírame. —Kaysa abrió los ojos lentamente y se encontró con unos ojos de un color azul intenso y penetrante que la observaban. Nunca lo había visto tan de cerca, pero, aunque el color era vivo, la mirada era gélida, por lo que supo al instante que esos ojos habían visto mucho más de lo que cualquier persona era apta para ver a lo largo de toda una vida. Alexandr la contemplaba incluso de un modo extraño, como si ella fuera una criatura de otra especie; su mirada la paralizaba—. Supongo que ya te imaginas para lo que estás aquí. —Su voz le hizo sobresaltarse, y entonces Sasha subió una mano y le acarició un hombro, calmándola—. No temas, no te haré daño... Sólo ve y quítate la ropa; luego ponte la bata que encontrarás allí y, cuando regreses, recuéstate en la camilla.

Él acababa de afirmar que no le haría daño; sin embargo, le ofrecía un destino nefasto a su vida.

—¿Por qué?

—¿Cómo has dicho?

—He preguntado... por qué... —volvió a decir, sabiendo que no tenía derecho a ningún cuestionamiento por su parte, pero era tanta la impotencia que experimentaba que no podía controlar lo que decía.

El doctor Pávlov entrecerró los ojos y agitó la cabeza de un lado a otro, en señal de desaprobación.

Él siempre trataba a Kaysa amablemente cuando ésta le servía su almuerzo y su cena; era verdad que varias veces su mirada se convertía en una un tanto intimidante, pero no de la forma en que solían intimidarla los guardias. Alexandr utilizaba con ella una mirada hambrienta, que en ocasiones parecía traspasar su ropa.

Por lo general, él no se privaba de hacerlo siempre que tenía la oportunidad de verla, y a menudo era fácil sospechar que incluso inventaba situaciones para que eso ocurriera. Cuando se cruzaban, premeditadamente o no, Sasha siempre la observaba con fijeza durante extensos segundos, hasta que al final le indicaba que podía marcharse.

Se trataba de un hombre joven y apuesto a su manera —a diferencia del anterior médico del programa, que era mayor—, y en una de las tantas veces que tocó que Kaysa lo sirviera, se enteró de que no sólo era el nuevo doctor del recinto, sino que, además, era el príncipe heredero que sucedería al pakhan de la bratva. Su padre, Symon Pávlov, era el actual jefe de la organización, pero, como al parecer estaba muy enfermo, muy pronto el legado de la jerarquía pasaría a sus manos. A menudo, cuando ese imperio criminal organizaba sus reuniones, daba grandes banquetes que se llevaban a cabo en esa finca, y Kaysa siempre era la elegida para atenderlos.

—Sabes que gozas de beneficios que otras no tienen, porque... digamos que me caes bien —explicó él pausadamente, pasándose luego la lengua por sus mullidos labios—, así que no tires de la cuerda, porque puede romperse.

—Me necesitan en la cocina —explicó con la voz temblorosa—; con el correr de los meses ya no seré tan útil y no quiero dejar de hacer mis tareas de cocinera.

—Nadie es irreemplazable aquí, y lo sabes muy bien, así que no... no tengo por qué recordarte que tú sólo debes acatar las órdenes que se te dan.

—¡Por favor...!

—Ekaterina... sabes que no hay opción.

—¿Qué ha dicho?

—Nada —pareció arrepentido, pero pronto recuperó su postura magna—, no he dicho nada. Dejemos de perder el tiempo: desvístete y recuéstate, no me hagas llamar a los guardias, ni emplear la fuerza para que acates lo que se te está ordenando; deja de hablar, sabes que no es algo que se te permita, y mucho menos hacer estos cuestionamientos... y mira que en verdad estoy siendo muy condescendiente contigo, sé que lo sabes.

Kaysa asintió y luego, sumisamente, bajó la cabeza; mirarlo a los ojos, salvo que él se lo indicara, estaba prohibido, pero a menudo ella lo hacía y a él parecía gustarle.

La chica caminó hacia donde se le había indicado y, sin poder dejar de titubear en sus acciones, se desvistió despacio con la única intención de dilatar el momento, momento que era inevitable. Reuniendo un coraje que no estaba segura de poseer, realizó una profunda respiración con el fin de cobrar valor. Se puso la bata que colgaba del gancho y salió. Caminó despacio bajo la atenta mirada de Sasha, y éste se acercó a ella, tendiéndole la mano para que se subiera a la camilla.

—Pon los pies en los estribos.

«Esto es humillante», pensó la joven.

Nunca había experimentado un pánico tan intenso, ni siquiera la primera vez que había pasado por esa situación.

Kaysa estaba convencida de que jamás había estado con un hombre; aunque sus recuerdos se habían esfumado por alguna razón, estaba ciento por ciento segura de que nunca había estado íntimamente con nadie; sin embargo, debía permitir que un desconocido viera sus partes íntimas, sin poder negarse a hacerlo.

«¿Habré estado enamorada alguna vez...?» —Relájate —la voz de Alexandr la devolvió a la realidad—, sólo te haré pruebas de rutina y, a partir de mañana, al despertar, empezaremos a tomar tu temperatura basal para determinar el mejor momento en que tu cuerpo estará preparado para recibir el implante.

Dicho de esa forma, todo parecía muy normal en su voz, pero para Kaysa no lo era y muy pronto las lágrimas comenzaron a derramarse por el rabillo de sus ojos sin que ésta pudiera detenerlas.

—Cálmate. Esto sólo es para constatar que estás sana.

—¿Por qué yo?

—Muchas veces no hay que preguntarse por qué, sino para qué; lo que debes pensar es que esto ayudará a una de nuestras familias a cumplir sus sueños.

«¿Y qué hay de los míos?», se dijo mentalmente... pero se abstuvo de hablar, ya que comprendía muy bien que ella era sólo un nombre sin ningún significado para nadie. En ese sitio, sólo era una persona a la que no se le permitía tener sentimientos, y mucho menos anhelos.

Por supuesto que no era justo, pero nada en su vida lo era... Ni siquiera podía recordar quién había sido antes de llegar allí, de dónde procedía, quiénes eran sus padres, porque toda persona tiene raíces y era obvio que ella también las tenía; incluso a veces fantaseaba con que tenía hermanos...

—Sería bueno que te sintieras feliz por ser útil para que otras personas también lo sean. —Las palabras del médico interrumpieron una vez más los pensamientos de Kaysa—. Aquí te cuidamos, te damos un techo y comida, y hacemos tu vida mucho más fácil de lo que es en el exterior; tú no estás expuesta a los peligros que enfrentan el resto de los mortales, porque, aquí, nosotros velamos por tu bienestar.

»La finca fue creada para eso; sólo estás devolviéndonos de alguna forma todo lo que hacemos por ti.

—Como si tuviera elección.

Él se la quedó mirando durante un buen rato... Luego, tomándola por sorpresa, le dijo: —¿Quieres elegir? ¿Eso es lo que quieres? —Sasha se tumbó ligeramente sobre ella y contuvo la respiración, al tiempo que le acariciaba el brazo—. Es complicado, sabes quién soy, sabes que soy el hijo del pakhan y que muy pronto seré el que dirija todos los clanes que integran esta familia, así que... Kaysa, yo tal vez pueda hacer tus sueños realidad. Si yo quisiera, todo podría volverse posible... Eso significa, además, que puedo protegerte más que cualquiera. —Se inclinó para hablarle al oído—. Sin embargo, no debes olvidar que también podría obligarte a cualquier cosa, si lo deseara... pero eso no es lo que quiero...

tú... puedes hacer que las cosas sean más fáciles y yo también puedo hacer que lo sean para ti. No es mi intención emplear la fuerza; te estoy dando la posibilidad de elegir, deberías saber que nadie aquí la tiene.

La proximidad de Sasha hizo que todo el vello del cuerpo de Kaysa se le pusiera como escarpias al sentir su aliento rozar contra su piel. Miro por el rabillo del ojo, instándose a dejar de temblar, y noto cómo su polla empujaba contra la parte frontal del pantalón de su uniforme de médico. Hacía tiempo que la muchacha presentía que él tenía una obsesión con ella, y en ese momento estaba comprobándolo; su propuesta había sido tácita y, aunque no tenía experiencia con hombres, sabía muy bien a lo que se refería con sus palabras.

—Mi dulce y pequeña Kaysa, tengo el poder suficiente como para que tu vida sea mejor a mi lado. Soy el heredero, y sólo tengo que coger lo que deseo, y tú eres mía, yo te elegí, sólo que me encantaría que te entregaras sin tener que forzarte.

Alexandr pasó su lengua por la mejilla de la muchacha, y ésta debió ser fuerte para contener una arcada, temiendo que notara la repugnancia que le causaba, pues Kaysa sabía muy bien que no era conveniente ofenderlo ni enojarlo, ya que temía por lo que pudiera pasarle si eso ocurría.

Su mano, que había recorrido el brazo de la chica con suavidad, bajó lentamente hasta sus muslos. Ella intentó apretarlos en vano, y lloró en silencio, consciente de que no tenía ninguna posibilidad de detenerlo. Él simplemente tomaría de ella lo que deseara, aunque su discurso fuera otro. Acababa de decirlo él mismo, tenía el poder; además, fuera estaba el guardia, que se encargaría de sostenerla para él de ser necesario.

Kaysa lo sabía muy bien, a menudo llegaban a sus oídos historias de sometimientos forzados; historias que, aunque no podía comprobar, sabía fehacientemente que eran ciertas. Hasta ese momento ella se había mantenido a resguardo, pero al parecer esos días de gracia estaban llegando a su fin.

Los dedos de Alexandr empezaron a deslizarse por su vagina; estaban enguantados, pero el látex dejaba pasar el calor de sus yemas. Kaysa apretó los dientes y tembló sin cesar.

—Relájate, pequeña.

Fue entonces cuando la puerta del consultorio se abrió de golpe, provocando que él se apartara de su cuerpo.

—No puede entrar, señora; el doctor está ocupado.

—Fuera de mi camino —ordenó una voz femenina, que parecía furiosa.

—¡¿Qué haces aquí, Tatiana?!

—Señor, lo siento... —se disculpó el guardia, y no pasó inadvertido para Kaysa el cambio en la mirada de Alexandr, que se transformó rápidamente y sin esfuerzo en una muy oscura y brusca cuando la fijó en éste.

El verdadero mal existe en todos nosotros, sólo que algunos tienen posibilidad de desarrollarlo y otros no. Alexandr Pávlov podía parecer, a simple vista, que habitaba en la luz, mostrando siempre una sonrisa en sus labios para intentar parecer un ángel, pero todos en el gulag sabían muy bien que él residía en la oscuridad.

Sasha se movió presuroso, apartándose más del lado de Kaysa, y avanzó hasta alcanzar a la pelirroja que acababa de entrar; luego la cogió por el brazo, sacándola fuera casi a rastras.

El ruido de la puerta cerrándose pesadamente hizo que la chica se sobresaltara, mientras permanecía tendida en la camilla, con los pies apoyados en los estribos ginecológicos. Los gritos del exterior no le pasaron inadvertidos, pues, aunque las puertas y los muros fueran muy gruesos, el enojo en la voz de Alexandr era audible, aunque no se pudiera discernir con claridad lo que decía.

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