Viggo

Viggo


Capítulo cuatro

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Capítulo cuatro

Estaban sentados en torno a la mesa, comiendo lo que parecía ser un risotto, Igor, Ziu, Nix, Zane, Ariana y los dos preparadores físicos que formaban parte del equipo —Tao, que era de origen chino, y Kanu, que había nacido en Hawái, ambos expertos en variadas disciplinas de lucha libre y artes marciales.

Todos vivían en esa enorme y lujosa mansión, al estilo de las villas italianas, ubicada en el pueblo de Atherton, en el corazón de Silicon Valley; sitio donde, al parecer, los ultrarricos habían decidido establecerse desde hacía ya algún tiempo.

Sin duda, el estado dorado, como se llama al estado de California en Estados Unidos, es el elegido para que los millonarios establezcan sus vidas, así que ése era el lugar ideal para instaurar sus peleas de underground, ya que sus exclusivos habitantes continuamente buscaban diversiones excéntricas en las que ocupar su tiempo.

—¿Cuándo vuelve Agatha? —preguntó Igor, rompiendo el silencio reinante.

—Hago lo que puedo con la comida —acotó la mujer de Zane, consciente de que era la peor cocinera de la historia.

—Lo sé, Ariana, pero esto sabe terrible; creo que ni un perro se lo comería — comentó, mostrando el pegote que era el arroz.

—Me dijisteis que estabais hartos de las ensaladas; fuisteis vosotros los que quisisteis arriesgaros a que preparara una comida más elaborada, así que ahora no os quejéis; soy fisioterapeuta, no cocinera.

—Somos luchadores... —intervino Ziu—, necesitamos alimentarnos y con tus ensaladas nos morimos de hambre.

—Nuestra dieta juega un rol importantísimo debido al alto gasto calórico que realizamos en las sesiones de entrenamiento y lucha. Hay que solucionar esto — insistió Nix—. Sabemos que Ariana hace lo que puede, pero estamos perdiendo mucho peso.

—Lo sé. Mañana contrataré a una cocinera para que cubra el puesto hasta que Agatha esté repuesta —les aseguró Zane—. No creí que su enfermedad se alargara tanto.

—Esta tarde me he encargado de preparar batidos —recordó Igor—, todos debemos colaborar.

—Gracias por comprender la situación de Agatha y por cooperar en lo que podáis; os doy mi palabra de que mañana lo solucionaré. Contrataré a una cocinera para que nos mantenga bien alimentados a todos.

—Dejad de quejaros —declaró Viggo entrando con una gran fuente repleta de pasta, que dejó sobre la mesa—. Ahí tenéis hidratos de carbono, comed. Yo también quiero colaborar hasta que regrese Agatha. Ariana no puede con todo: es la encargada de organizarnos la agenda e incluso a veces ejerce de nuestra publicista, además de ser, por supuesto, quien se ocupa de tratar nuestras lesiones deportivas... y, como si eso no fuera suficiente, hace dos semanas que cocina para nosotros.

—Vaya, esto sí que es sorprendente. El gran Viggo teniendo consideraciones conmigo.

—Ariana —ladeó la cabeza y se quedó mirándola—, sé que no soy expresivo, que tengo un carácter difícil...

—¿Sólo difícil? —lo interrumpió.

—Bien, tengo un carácter terrible, lo asumo, pero sabes que te aprecio y te respeto; lamento lo que le hice al rostro de tu hombre.

—Eres el ogro del bosque, Viggo, pero a pesar de todo te quiero —respondió ella. Se hubiese levantado a abrazarlo, pero sabía que él no era adepto a las demostraciones de cariño. Esa barrera, Viggo, por alguna extraña razón, sólo la rompía con Agatha, la cocinera, y muy de vez en cuando con ella.

—Fabuloso. Estoy aquí sentado oyendo declaraciones mutuas de amor de mi mujer para con el ermitaño. Esto es increíble.

—Lo increíble es que, al parecer, Viggo no se ha mirado al espejo, porque su ojo tiene una buena marca de tu puño, cariño. No te pongas celoso, tú lo eres todo para mí, sólo que me molesta que siempre arregléis las cosas de esa manera.

—Somos luchadores de la vida, nena; para nosotros no hay otra forma de combatir nuestros demonios si no es dentro de la jaula.

Viggo se unió a la mesa en un intento por demostrar que no era el ermitaño que todos creían y comió en silencio; por supuesto era raro verlo en esa parte de la casa, ya que solía aislarse, pero esa noche necesitaba distracción para no seguir pensando.

Así que, cuando comenzó a hablar, fue más extraño aún.

—He estado viendo algunos vídeos de Ukrainian Phantom —manifestó Viggo, refiriéndose al luchador al que Ziu debía enfrentarse en su próximo combate—. Su debilidad está en las piernas, así que creo que debes atacarlo ahí si quieres tener alguna posibilidad. Debes entrar y salir rápido de su periferia para no quedar a su merced. Creo que deberás trabajar mucho en tu velocidad y en alguna combinación de patadas y puños.

—Voy a ganarle, no te preocupes.

—Me preocupo, por supuesto; todos deberíamos preocuparnos. El hijo de puta ha ingresado recientemente en nuestro circuito y está consiguiendo posicionarse muy bien en las apuestas, pero sabemos que no es bueno estar rodeado por esa gente. Ellos no sólo se ocupan del negocio de las peleas ilegales, la bratva es sinónimo de drogas, armas, trata de personas, tráfico de órganos...

hay que apartarlo de nosotros.

—Viggo tiene razón —intervino Zane—. El cabrón no sólo es un luchador del underground, sino que es sabido que participaba en el circuito de peleas en Boston, donde es de público conocimiento que los combates son a muerte. Es el luchador consentido de la bratva, pero debemos encontrar el modo de que entienda que este underground es nuestro santo grial y que no hay sitio para su organización en él.

»El bastardo está dejando fuera de combate a muchos contrincantes. Si bien aquí sólo puede valerse de su cuerpo, pues no está permitido que use ninguna arma, todos sabemos que es un asesino y que ahora se deleita rompiendo extremidades.

»Ziu —el nombre vibró en su voz con tono enérgico—, creo que Viggo tiene razón: necesitas una estrategia para esta pelea. Ya sabes, si limpias tu jardín de maleza, sólo te quedarás con la tierra, y eso es lo que ellos quieren hacer, limpiarnos a todos y ganar poder en el estado donde la facción opera; quieren manejar este circuito también.

—Aún falta... y ganaré como siempre, no se preocupéis; al ucraniano se le acabará la buena racha conmigo.

En ese momento entró el chófer, que acababa de regresar.

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