Viggo

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Capítulo cinco

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Capítulo cinco

No había conseguido dormirse, a pesar de lo tarde que era, después de que el guardia la trajera de regreso del consultorio de Alexandr.

Cuando llegó por la noche, se sentía devastada, pero era sumamente consciente de que nada podía hacer para cambiar el rumbo de su destino.

Tras oír el gozne de la puerta y el ruido característico del pestillo de la cerradura que le indicaba que su celda estaba cerrada a cal y canto, ansió en vano tener una ducha para meterse bajo el agua y así poder borrar todas las huellas que los dedos del doctor Pávlov habían dejado sobre su piel; debería conformarse con coger una toalla del precario baño donde sólo había un retrete y un diminuto lavamanos, humedecerla y enjabonarse en éste; inmediatamente, se desnudó y se frotó con ira el cuerpo hasta que su piel casi sangró.

En aquel momento sus pulmones lucharon por obtener más aire mientras intentaba quitarse la sensación espantosa que le había dejado el manoseo del médico. Se sintió impotente y asqueada.

No obstante, por simple supervivencia sabía que debía permitir que las cosas sucedieran, porque ella no veía ninguna forma de evitar lo que en esa prisión hacían con todas ellas.

«Tal vez debería ser menos cobarde y acabar finalmente con mi vida; eso resolvería todos mis problemas, ya que jamás me acostumbraré a aceptar lo que pasa aquí dentro.» Se tocó la frente y se masajeó el pecho, sentía un dolor muy agobiante.

El pensamiento invadió su mente y no era la primera vez que comprendía que jamás acabaría de tocar fondo porque siempre existiría una nueva manera para humillarla o someterla; se sentía agotada y sin fuerzas, y no estaba segura de poder soportar pasar por esa situación de nuevo, aunque tampoco estaba segura de cómo conseguir terminar con todo, ya que siempre estaba muy vigilada por los guardias; a pesar de ello, se le ocurrió que podía intentarlo cuando estuviera en la cocina, ya que allí había cuchillos muy afilados que podían servir para tal fin.

Lloró hasta que el cansancio y la angustia tomaron su conciencia en sus manos; desvalida, se hizo un ovillo sobre la cama, encogiéndose lo máximo que pudo, como si de ese modo tratara de desaparecer de la faz de la tierra, y se durmió.

***

Un hilito de sol rabioso derramaba su luz a lo largo de las paredes de cemento, introduciéndose por la alta claraboya, que era la única muestra de que fuera había vida, ya que en la celda todo lucía gris y melancólico.

Adormilada, abrió los ojos tras el calor de una mano sobre su muslo.

—Hola, nena; ya ha amanecido.

Su instinto provocó que quisiera sentarse y cogerse de las piernas como protección, pero sabía muy bien que eso no era lo que se esperara que hiciera.

—Ya sabes cómo es esto —dijo Alexandr Pávlov, que la miraba como si ella fuera la octava maravilla del mundo—. Relájate y abre las piernas para que pueda tomarte la temperatura.

Los ojos de Kaysa lo miraron suplicantes, intentando en vano que éste se detuviera, pues la humillación que sentía devastaba su alma.

—Shh, relájate, pequeña. No te haré daño, eso es lo último que quiero; tú eres como un gran tesoro para mí.

Sasha levantó una mano y pasó los nudillos por su rostro, acariciándola.

Estaba siendo muy amable y le hablaba pausadamente, pero ella sabía muy bien que sólo era un lobo disfrazado de cordero.

—No me he puesto guantes para que nuestro contacto no sea tan frío —le explicó como si eso fuera menos doloroso; por el contrario, era mucho peor sentir que su tacto era más carnal todavía.

—Abre las piernas, Kaysa. Sé que quieres hacerlo, pero estás preocupada por lo que pueda pensar; no tienes que temerme y mucho menos avergonzarte ante mí.

La muchacha sabía muy bien lo que se esperaba de ella, las reglas en el gulag estaban para acatarlas, así que lo hizo vacilante, y Alexandr, entonces, apartó su ropa interior hacia un lado y la observó antes de introducir el termómetro en su vagina; parecía obnubilado mirando esa zona tan íntima de ella, incluso se relamió los labios mientras la observaba, y le dijo: —No te imaginas lo mucho que te deseo. Eres tan bella... me vuelves loco, Kaysa. Voy a convertirte en una reina, te aseguro que a mi lado eso es lo que serás. Voy a hacer que tu vida cambie tanto que no podrás creerlo.

—Yo...

—Shh, no digas nada. Sé que lo deseas tanto como yo, serás la mujer del futuro pakhan.

Después de que el termómetro digital pitara avisando de que ya había capturado la temperatura, el médico lo retiró de su interior y sustituyó éste por sus dedos. Había querido contenerse, pero tenerla así frente a él con las piernas abiertas, y tan expuesta ante su vista, lo hizo flaquear.

Pasó los dedos por su hendidura y ella tembló; afortunadamente, Sasha parecía no darse cuenta de que los temblores que Kaysa experimentaba no eran a causa del deseo, sino porque lo rechazaba de plano. Aquel hombre estaba tan obsesionado con hacerla suya que no advertía la repugnancia que a la chica le provocaba su tacto.

—Mírame, no cierres los ojos —le ordenó con la voz muy oscura y cargada de necesidad.

Kaysa obedeció, ya que no tenía otra opción.

Abrió los ojos lentamente y fijó su vista en esos sombríos espejos azules que contenían las peores intenciones para con ella.

—Muy bien, así es como te quiero, mi buena niña; me encanta que seas disciplinada y que hagas lo que te pido. Quiero que notes lo mucho que te deseo, cariño. Voy a complacerte y, a cambio, sé que tú harás lo mismo.

—¿Por qué yo?

La pregunta salió de su boca sin que Kaysa se diera cuenta; fue como un pensamiento en voz alta, en realidad.

La frase hizo que él retirara los dedos de su interior y la mirara sin entender por qué planteaba esa pregunta; incluso parecía cabreado de que fuera tan reiterativa, pues la noche anterior también había lanzado el mismo cuestionamiento.

Alexandr se abalanzó sobre ella y la cogió con fuerza por el mentón.

—Porque te elegí —le dijo muy cerca de sus labios y de manera enervada. Su aliento moteó su piel, haciéndola sacudirse—. Te lo dije anoche; lo que decidí para ti debería hacerte sentir sumamente halagada, cualquiera en tu lugar lo estaría, no entiendo que no comprendas lo muy afortunada que eres, mi pequeña.

Inclinándose más sobre ella, le mordió los labios y luego los lamió. Kaysa los mantenía cerrados.

—Eres hermosa. Tienes una belleza angelical y eres mía, toda mía. Bésame, dulce Kaysa.

Ella cerró los ojos.

—¡No!, te he dicho que no los cerraras. Quiero que me mires en todo momento.

Las comisuras de sus labios se levantaron en una sonrisa oscura, y luego se volvió a acercar lo suficiente como para que sus labios hicieran contacto con ella nuevamente.

La joven suspiró y se esforzó por controlar su agitada respiración y los temblores que experimentaba en cada célula de su cuerpo. Por supuesto que no quería que sucediera lo que estaba pasando, pero no se le ocurría mejor opción que colaborar; temía por su integridad física, ya que allí todo se arreglaba con castigos muy brutales. Por tanto, comprendió que era mejor no hacer enojar a Sasha; además, sus pensamientos se tornaban confusos por momentos, ya que convino que era necesario ser justa, pues él la estaba tratando bien.

Tomó algo de tiempo para que conectaran de nuevo, pero Sasha finalmente lo hizo. Besó sus labios despacio y luego se abrió paso en ellos, hundiendo la lengua en su boca.

La muchacha lo dejó conducir la situación, y tímidamente intentó imitar el movimiento. Al colisionar sus lenguas, Alexandr dejó escapar un sonido gutural y se frotó contra su muslo, enseñándole lo duro que lo ponía.

—Kaysa... —dijo él, separándose al fin—. Tenemos que esperar, cariño; no será aquí donde te haga mía, ni te imaginas lo que te tengo preparado.

Ella lo miró confundida.

—Créeme cuando te digo que te convertiré en mi reina.

Kaysa asintió, tal vez por el alivio que significaba que él se hubiera detenido.

Luego levantó su mano y le preguntó: —¿Puedo?

—Cariño, soy todo tuyo, por supuesto que puedes; no sabes lo feliz que me estás haciendo.

Kaysa acercó su mano temblorosa y acarició su cuadrada mandíbula. Aunque no podía desearlo, debía reconocer que él olía bien. Quería encontrar algo bueno en ese hombre, algo que la tranquilizara, ya que no tenía escapatoria.

—Vístete. —Su voz sonó firme—. En algunos minutos un guardia vendrá a por ti.

Sasha parecía cambiar abruptamente de humor. De pronto estaba frío y distante, demostrándole que tenía todo el poder y toda la autoridad para lo que decidiera, y de repente era sólo dulzura y promesas.

Frente al cambio súbito de humor que acababa de experimentar, la chica retiró su mano, como si caminara sobre arenas movedizas.

—¿Para qué? —preguntó tímidamente.

—No te he autorizado a preguntar; deberemos trabajar tus cuestionamientos.

Tú sólo haz lo que te ordeno.

Finalmente se marchó de allí, dejándola sola y confusa.

Tras varios minutos, que le parecieron eternos, las sirenas anunciaron que era la hora del desayuno y que muy pronto las celdas serían abiertas para que las internas fueran al comedor.

Eso la puso frenética y sólo hizo que comprobara lo que ya presentía desde hacía un largo rato, pues se había dado cuenta de que era tarde y de que no la habían ido a buscar para que fuera a la cocina como cada mañana.

No es que la joven tuviera a su disposición un reloj para mirar la hora, eso no estaba permitido, como así tampoco nada que le indicara qué día y qué mes de qué año era, por lo que tenía que valerse de lo que estaba a mano para tener una simple noción del tiempo, que por supuesto no siempre aseguraba que fuera el correcto, así que ella, al igual que sus compañeras, se guiaban por cómo el reflejo del sol entraba por las ventanas y eso lo asociaba a las actividades del recinto.

Estaba asustada. Alexandr Pávlov le había dicho que la vendrían a buscar y ella asumió que era para cumplir con sus tareas habituales, pero nada estaba transcurriendo igual que siempre.

Mientras esperaba, se hizo la cama, se aseó y peinó, se lavó los dientes y, de forma obsesiva, se cepilló la lengua.

La incertidumbre la estaba inquietando.

Por suerte no pasó mucho tiempo más hasta que comenzó a percibirse el chasquido de las puertas de las celdas cuando los guardias pasaron, abriéndolas; sin embargo, los minutos transcurrieron en vano y la suya jamás se abrió.

El silencio se extendió de pronto en el ambiente y fue un infierno en sí mismo, que la llevó a moverse para alcanzar la puerta y golpearla con los puños cerrados, tan fuerte como sus fuerzas se lo permitieron. Kaysa la aporreó con dureza una y otra vez, hasta que las manos comenzaron a dolerle.

—Estoy aquí, abran la maldita puerta —gritó hasta lastimarse la garganta—.

Tengo que ir a la cocina. Se han olvidado de mííí, abraaaan.

Chilló y chilló repetidas veces de forma inútil, hasta que se dio cuenta de que nadie le contestaría. Finalmente se sentó en la cama y se hizo un ovillo, sosteniéndose las piernas con las manos y apoyando el mentón en éstas. Ansió poder ver a Nataliya, anheló que su única amiga allí dentro estuviera cerca de ella para tranquilizarla. Ellas, a menudo, buscaban apoyo la una en la otra, y ésa era la manera que hallaron para sobrevivir al encierro al que eran sometidas; tanto ella como Nataliya podían encontrar en el rostro de la otra las emociones por las que pasaban y eso sucedía con sólo una mirada.

De pronto se oyó el ruido de la cerradura y Kaysa se puso en alerta, esperando que le dijeran que se dirigiera a la cocina. Aún guardaba un mínimo de esperanza, pero eso no sucedió. Por el contrario, Mijaíl, el mismo guardia que había venido a por ella durante la cena la noche anterior, apareció tras la puerta tan pronto como ésta se abrió. Kaysa saltó de la cama al verlo y apoyó su espalda contra la pared en el rincón más lejano, como si eso pudiera detener a aquel hombre; por alguna razón, ese tipo le causaba más temor que el resto de los guardianes.

—Vaya, vaya, sí que eres una zorrita con suerte...

El guardia se rio socarronamente después de soltar esa frase y se acercó más a ella.

Kaysa no creía tener ninguna suerte, más bien opinaba que su mala fortuna empeoraba con cada minuto que pasaba.

—Ponte esto en la cabeza.

—¿Por qué?

Malditas preguntas que salían de su boca sin que se lo propusiera.

—Sólo hazlo; no me des trabajo, no quiero tener que sedarte, ya que tengo órdenes de no ser rudo contigo. —Se rio—. A la zorra hay que tratarla entre algodones —se mofó sacudiendo la cabeza, y demostrando que no estaba muy de acuerdo con lo que le habían ordenado—, así que haz las cosas fáciles para ambos. Coopera y lo pasarás mejor.

Luego sacudió la mano, en la que sostenía una capucha de tela negra.

—Coge esto y tápate la cabeza; vamos, no me hagas perder el tiempo.

Kaysa, temblorosa, tendió una mano; nunca había prestado demasiada atención a ese guardia, pues no se le había permitido levantar la vista en presencia de ninguno, así que, cuando levantó la mirada para enfrentarlo y coger la funda, un escalofrío la recorrió de punta a punta, atravesándola como un rayo y provocando que ésta cerrara los párpados.

«No grites», oyó una voz interior que le susurraba en su cerebro; una voz que la atizaba y la empujaba a calmarse.

Abrió los ojos lentamente, consciente de que no podía permanecer así durante mucho tiempo, e intentó centrarse, pero su vista volvió a fijarse en los tatuajes de la mano del guardia. Inducida por una especie de hechizo al verlos, Kaysa se tambaleó al comprobar que ésa era la mano que a menudo aparecía en sus sueños empuñando un arma, la pesadilla recurrente que tanto la atemorizaba por las noches y que acababa cada vez que el disparo detonaba. Era una pesadilla que no tenía sentido en su confusa mente, pero que la aterraba y la hacía despertar sobresaltada cada vez que invadía su descanso.

Al ver que la joven no reaccionaba, Mijaíl se movió, demostrándole que su paciencia se había acabado, así que, cogiendo el toro por los cuernos, le puso bruscamente la funda sobre la cabeza. La tela era lo suficientemente fina como para que pudiera continuar respirando, pero lo suficientemente gruesa como para apagar su visión. Intentó resistirse cuando éste agarró sus manos tras su cuerpo para maniatarla con una brida.

—Maldición, zorra, no pelees contra mí, que no quiero una reprimenda por tu culpa. Dime si esta mierda te aprieta demasiado.

A pesar de esa petición, el silencio permaneció, pues ella no le contestó; estaba enmudecida y no podía dejar de temblar.

—¿Eres estúpida? Habla y dime si la brida te está lastimando.

—No-no... —Su voz salió entrecortada.

—Bien, camina entonces. Yo te guiaré.

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