Viggo

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Capítulo siete

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Capítulo siete

El viaje parecía interminable, pero quizá era sólo porque Kaysa no lograba dominar su incertidumbre.

Deseaba llegar de una vez por todas al sitio donde la estaban llevando, para saber qué era lo que el destino le tenía preparado en esa ocasión.

Lidiar con lo desconocido hacía sonar todas sus alarmas internas, haciendo que la intensidad del momento absorbiera toda la energía de su cuerpo, y es que estaba convencida de que nada que viniera de parte de Alexandr Pávlov podía ser bueno para ella.

Después de casi más de una hora, el vehículo en el que era transportada se detuvo. Kaysa permaneció atenta a los ruidos, en silencio, demostrando que era una persona de palabra, ya que se había comprometido a que se mantendría tranquila y callada, con el fin de evitar que le metieran cualquier mierda en las venas para sedarla.

De todas maneras, se sentía como en una nube, pues la adrenalina que circulaba por su cuerpo lo hacía a niveles anormales, provocando que estuviera incluso mareada.

Rápidamente distinguió la voz de Mijaíl, que conversaba con alguien, y por una fracción de segundos le pareció haber vivido esa escena en algún otro momento, ella atada de pies y manos dentro de una furgoneta o camión, siendo trasladada; lo experimentó como un momento ya pasado, pero no le dio mayor importancia, pues decidió que sólo se trataba de un déjà vu.

—¿El jefe ya ha llegado?

—No, todavía no lo ha hecho, pero llamó para indicar que le diésemos toda la privacidad dentro de la casa.

De pronto el vehículo reanudó la marcha, pero lo hizo por un breve espacio de tiempo, pues no tardó en volver a detenerse.

—Hemos llegado —le anunció la voz de Mijaíl, después de que oyera cómo se abría la puerta de la furgoneta en la que había sido transportada hasta allí.

El guardia la ayudó a bajar, y de inmediato tiró de la capucha que le cubría la cabeza; la luz del día dañó sus retinas, cegándola y provocándole dolor.

—Toma, colócate estas gafas oscuras; te ayudarán hasta que te acostumbres a la luz natural.

Incapaz de diluir los pensamientos de las profundidades de su mente, Kaysa no lograba dejar de temblar. Hacía tanto tiempo que no veía el sol que no podía creer la forma en la que las hojas de los árboles brillaban, al igual que todo a su alrededor. Escaneó el entorno rápidamente y se sorprendió de la apariencia de todo cuanto observó.

—No compliques las cosas... Se nos ha indicado que te demos libertad de movimiento, pero hay ciertos perímetros que no puedes traspasar. Para tu información, te diré que la casa está fuertemente vigilada, lo que significa que tienes la protección que se nos ha exigido que te demos, pero el jefe es quien decide lo que puedes y lo que no puedes hacer, así que... aquí también hay reglas, tal como las había en la finca. No las desobedezcas si no quieres tener problemas.

Kaysa asintió con la cabeza.

—Camina, vayamos dentro.

Cuando la joven quiso dar un paso, se sintió mareada; evidentemente el escenario afectaba a su estado, pues hacía demasiado tiempo que no estaba en un espacio abierto y eso provocaba que se sintiera débil.

El guardián la sostuvo de un brazo y comenzaron a caminar.

Kaysa podía sentir su corazón a través de la camiseta y el fino suéter que se le permitió ponerse; el clima estaba fresco, aunque no era un frío extremo que no se pudiera soportar.

—¿Que hacemos aquí?

—Pronto descubrirás por ti misma para qué te han traído aquí. Camina —le ladró éste de malos modos.

Mijaíl la guio, rodeando la furgoneta, para descubrir que se encontraban frente a una mansión de estilo contemporáneo. El ruido del romper de las olas se percibía muy cercano. Continuaron andando. Se fijó en que la edificación estaba hecha de hormigón blanco pulido, acero y cristal y, cuando entraron, Kaysa no pudo creer el lujo de esa propiedad... Las extensas paredes de cristal le permitían sumergirse en las impresionantes vistas que ofrecía el acantilado donde estaba construida la casa, frente al océano, en Sea Cliff, en San Francisco.

—¿Dónde estamos?

—Haces demasiadas preguntas; no estoy autorizado a darte ninguna información.

Cogiéndola casi por sorpresa, el guardia se inclinó y levantó una de sus piernas, enfundadas en su pantalón de lino, y le colocó una tobillera de rastreo; inmediatamente se cercioró de que quedara bien sujeta.

—Ven aquí —ordenó, y la arrastró bruscamente hacia uno de los grandes ventanales—, mira hacia fuera —le espetó de manera intimidante—. Como ya te he dicho, hay guardias apostados en el exterior, vigilándote; si violas el perímetro, es decir, si intentas salir de esta propiedad, esta tobillera enviará una señal por radiofrecuencia... y saldrán a cazarte, y tú no quieres eso, ¿no es cierto? Porque sabes muy bien lo que les pasa a los que no acatan las reglas, y te prometo que, si en ese momento el jefe no está aquí, me encantará darte tu buen merecido.

Kaysa asintió con la cabeza.

—Confírmame que lo has entendido bien; quiero oírtelo decir fuerte y claro.

—Lo he entendido.

—Bien, entonces me voy.

—Espera... ¿qué se supone que debo hacer aquí?

El guardia puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

—Qué mierda sé yo de lo que tienes que hacer, descúbrelo tú misma.

Además, deja de hacerte la tonta, pues, para haber llegado hasta aquí, debes de ser una gran zorra.

Tras decir eso, Mijaíl se marchó, dejándola sola.

No sabía qué hacer. Primero se sentó en el suelo e inspeccionó el dispositivo que el guardia le acababa de colocar en el tobillo; luego, acercándose a uno de los enormes ventanales que daban al océano, miró hacia el infinito. Suspiró con fuerza, eso era como una gran jaula de cristal; podía ver el exterior, pero no podía disponer a dónde ir, lo que indicaba que continuaba estando prisionera, aunque de una manera elegante.

Se alejó de allí y se tocó la frente. No sabía muy bien cómo actuar, ni siquiera sabía si en la vivienda había más gente aparte de ella y los vigilantes que se veían fuera, custodiando el perímetro de la casa.

Miró a su alrededor y a continuación empezó a recorrer la mansión con pasos vacilantes; no tardó en darse cuenta de que, en varios lugares estratégicos, había instaladas cámaras que seguían sus movimientos.

Recorrió la cocina y se asombró de lo bien equipada que ésta estaba; se imaginó preparando algún plato en ella; para una cocinera, ese sitio era una maravilla y se sintió emocionada. Todos los electrodomésticos, al parecer, eran de última generación y se veían muy lujosos, como toda la casa. Sobre la isla de la cocina había dos platos dispuestos, y dos copas para ser llenadas por un vino que descansaba dentro de un decantador sobre la encimera.

Lo observó todo, pero no tocó nada.

Pasó por el horno y le llamó la atención un papel que estaba adherido a éste; estaba en inglés, idioma que había aprendido en el gulag.

Ésta es tu cocina, prepara algo rico para que podamos compartir; más tarde iré a verte.

La nota estaba escrita de puño y letra, en una caligrafía apurada, desigual y bastante desordenada; no había ninguna firma, pero ella sabía muy bien quién la había dejado ahí.

Un escalofrío invadió su cuerpo, haciendo que tuviera que frotarse los brazos para proveerse de un poco de calor, pero, sin darle mayor importancia, continuó con su escrutinio, pues sabía que necesitaba calmarse. Abrió uno a uno los armarios y descubrió que estaban llenos de suministros, igual que la enorme nevera, que estaba rebosante. Allí había provisiones para sustentar a un batallón.

Dudó, ya que sobre la isla sólo había dos platos para ser llenados con la comida que se suponía que debía preparar; no obstante, calculó que tal vez se esperaba que siguiera cocinando, en ese caso para todos los guardias que estaban custodiando la casa.

Realizó una fuerte respiración y continuó recorriendo la vivienda; nada en aquel lugar desentonaba, todo estaba pensado en función de la edificación y de cada ambiente. Lujo, confort y estilo sobresalían a raudales.

Había varios dormitorios, todos enormes y con vistas al mar, pero sólo en uno encontró un outfit completo sobre la cama, compuesto por un vestido negro de un género que parecía ser adherente, medias negras de seda con una fina costura en la parte posterior, ropa interior de encaje y unos stilettos negros con un tacón de no menos de quince centímetros. Acarició las prendas con la palma de la mano; se notaba a simple vista que la calidad de éstas era ostentosa. En sus fantasías, siempre había soñado vestirse de manera normal, y no con la camiseta holgada de color negro y el pantalón de lino tipo pijama que le hacían usar en el gulag; a menudo, cuando se metían en la despensa con Nataliya, aprovechaban para hablar del mundo exterior, y ella le contaba su corta experiencia en el modelaje; le describía un ambiente de glamour y fantasía con el que ambas soñaban.

Miró a su alrededor, dándose cuenta de que allí tenía todo eso al alcance de su mano, sólo que, para poseerlo, debía aceptar ser la golfa de Alexandr Pávlov.

De todos modos, no tenía otra opción; las cosas eran blancas o negras. Que estuviera ahí no significaba que tuviera elección..., o hacía lo que se esperaba que hiciese, o simplemente se atenía a las consecuencias que su desobediencia le acarrearía.

Él era su dueño, y ella simplemente debía aceptarlo.

***

Se despertó sobresaltada cuando una mano le apartó el pelo del rostro.

—Lo siento, lo siento, no debí quedarme dormida —dijo ella, asustada al ver que él había llegado y Kaysa no había hecho nada de lo que se le había indicado.

—Shh, tranquilízate; estabas cansada, anoche casi ni dormiste.

La chica miró extrañada a Sasha, que estaba sentado junto a ella en la enorme cama, y el desconcierto la invadió; no sabía cómo era posible que él estuviera al tanto de que ella no había tenido un buen descanso.

—Yo lo sé todo de ti, cariño —contestó él, dejándola más desconcertada aún, y hasta dudó acerca de si, en vez de pensarlo, lo había expresado en voz alta.

Miró la ropa que estaba a su lado. La joven se había recostado admirando la textura de las prendas y, sin poder concretar el momento, se había quedado dormida.

—¿Te han gustado?

—Todo es muy bonito.

—Pensaba que te encontraría vestida con esto, para eso lo dejé aquí. Kaysa, debemos ponernos de acuerdo —la sujetó por el mentón—: cuando te solicito algo, simplemente espero que lo hagas.

—Lo lamento, de verdad. —Hizo un gran esfuerzo para articular las palabras, pues Alexandr la asustaba mucho. Intentó ponerse de pie, pero él evitó que lo hiciera.

—Comprendo que todo esto es nuevo para ti, y por tal motivo hoy voy a disculparte, pero que no se vuelva a repetir. Tú estás aquí para complacerme, solamente para eso.

Ella asintió con la cabeza, sin levantar la vista, evitando enfrentarlo.

—Iré a preparar la cena —anunció de forma sumisa.

—No es necesario; sabía que estabas durmiendo, así que he pedido que nos traigan la cena hecha. Ven conmigo, quiero enseñarte algo.

Esperó hasta que ésta se levantara y, cuando Kaysa lo hizo, se acercó, le besó el cuello y soltó su pelo.

—Eres asombrosamente hermosa. Quiero que lleves siempre el pelo suelto cuando estás conmigo.

La cogió de la mano y la guio hasta un amplio vestidor del que colgaban prendas de todos los estilos, ordenadas por colores; también había estanterías atestadas de zapatos de todos los modelos.

La muchacha abrió los ojos como platos.

—¿Te gusta? Todo esto —hizo un movimiento con su mano, abarcando por completo el vestidor— es para ti. Quiero que te vistas para mí, Kaysa. Voy a poner el mundo a tus pies; sólo debes obedecerme y complacerme, y verás lo bien que lo pesaremos juntos. Comprobarás que no te mentí cuando te dije que te trataría como a una reina.

»Sé que estás un poco abrumada, pero te daré tiempo para que asimiles todo esto. Voy a hacerte mía en todos los sentidos.

«Sé que tarde o temprano tendré que ceder, porque no hay otra opción, porque él sólo tomará lo que ya está decretando que es suyo, o sea, yo, pero siento que no estoy preparada. Sus mensajes son contradictorios: me dice que me tratará como a una reina, que pondrá el mundo a mis pies, pero también sé que eso sólo será bajo sus condiciones.» —¿Qué piensas?

—Nada, sólo que no puedo creer todo lo que me estás diciendo; es decir, estaba acostumbrada a los horarios y a las normas del recinto, y ahora no sé cómo actuar..., no sé qué puedo decir o qué no; no quiero molestarte, ni ofenderte, simplemente no sé cómo lidiar con esto. No sé qué está bien que haga y qué no. Entiendo lo que esperas de mí, y...

—Sólo quiero enseñártelo todo... Quiero que todas las sensaciones que tu cuerpo experimente de ahora en adelante sean generadas por mí, quiero que cada sensación la aprendas a sentir porque yo te la enseñe.

—Gracias.

Su teléfono sonó y Alexandr se alejó a regañadientes. Miró el visor de su móvil y frunció el ceño, poniendo en evidencia que no le gustaba el nombre que acababa de leer en la pantalla.

—Ve a darte una ducha, puedes disponer de todo lo que está en esta habitación; tengo que atender esta llamada. Luego vístete con la ropa que elegí para ti y baja. Si no quieres molestarme, lo que tienes que hacer es complacerme, ésas son las reglas; no violes el perímetro que tu pulsera te permite usar, que es toda la casa, y luego sólo hazme feliz complaciéndome en todo lo que yo te pida que hagas.

Kaysa asintió con la cabeza y él salió de la habitación, dejándola sola.

Finalmente, después de atender esa comunicación, Alexandr Pávlov tuvo que irse. Ni siquiera se despidió de Kaysa; ella simplemente vio desde el piso superior que se marchaba; a través de las paredes de cristal, lo vio caminar apresuradamente y subirse a un SUV negro con cristales tintados.

Se sentía extraña vestida de esa forma, por supuesto que no estaba acostumbrada. El reflejo que el espejo le proyectaba no se parecía a ella; incluso, cuando se subió a los tacones, pensó que no podría dar ni un solo paso, pero increíblemente, cuando lo hizo, notó que no eran tan difíciles de usar como había imaginado que sería.

La ropa le quedaba perfecta, como si hubiese sido hecha a su medida.

Resultaba evidente que Sasha había pasado demasiadas horas observando su físico, ya que le había comprado todas las prendas de la talla exacta que necesitaba.

En el tocador encontró una gran variedad de maquillajes, pero prefirió no tocarlos, pues se sentía más cómoda con la cara lavada. Por alguna razón, era como si supiera que nunca le había gustado usarlos; sin embargo, era consciente de que, si Alexandr prefería verla maquillada, tendría que aprender cómo hacerlo sin que se viera exagerado.

De todos modos, en ese momento su preocupación estaba en otro aspecto.

Desconocía si debía aguardar a que él regresara; no quería fallar nuevamente en cuanto a lo que se esperaba que ella hiciera, pero tampoco sabía de qué forma podía averiguarlo. Bajó la escalera y se dirigió a la cocina; sobre la encimera había una fuente con pelmeni, un tipo de pasta rellena de carne que suele acompañarse con smetana, una crema agria; era un plato tradicional de la cocina rusa.

Sentada en una de las banquetas altas en la barra de la cocina, esperó y esperó, hasta que se dio cuenta de que la espera era inútil; era obvio que Pávlov no regresaría, al menos no para cenar junto a ella. Su estómago rugió, estaba hambrienta; sin embargo, los nervios que formaban un nudo en su garganta no la dejaban sentirse cómoda como para comer. Finalmente, el paso del tiempo la doblegó, así que, cuando estuvo realmente segura de que él no volvería, calentó su plato y cenó. Todo estaba exquisito.

Cuando terminó de comer, se quitó los tacones y puso orden en la cocina.

Luego subió vacilante al dormitorio que se suponía debía ocupar y, deshaciéndose de la elegante ropa que llevaba puesta, buscó en el vestidor prendas adecuadas para meterse en la cama y se acostó.

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