Viggo

Viggo


Capítulo diecisiete

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Capítulo diecisiete

Habían transcurrido varias horas desde que había terminado de operarla y extraerle la bala, pero la chica seguía inconsciente, aunque sus signos vitales eran casi normales.

En ese momento descansaba en su cama. En cuanto amaneció, envió a Nix a que comprara ciertos medicamentos con los que no contaba y que podían hacerle falta. Viggo no se había movido del lado de la joven, esperando a que ésta despertara.

Una vez había leído que los ángeles caídos pueden preferir arrepentirse para encontrar el perdón; quizá haberla encontrado justo ese día era una señal y el día de su juicio final había llegado. Tal vez esa mujer se había cruzado en su camino precisamente en esa fecha para que él limpiara de alguna forma su culpa y por eso Dios le había permitido que pudiera salvarla. Agitó la cabeza, sólo estaba divagando e imaginando algo muy místico; él no tenía perdón por el pasado.

Fue hacia el baño y se dio una ducha rápida con la puerta abierta para poder vigilarla mientras lo hacía.

Viggo salió con una toalla envuelta en las caderas y se acercó para poder echarle un vistazo de cerca; seguía durmiendo. Estaba seguro de que eso se debía al efecto de los calmantes y no por alguna cuestión médica, pues, como no había podido anestesiarla de forma correcta, la había drogado bastante con los analgésicos paliativos que tenía a su alcance.

Después de vestirse, pensó que era preciso cambiarla de cama, ya que la suya estaba muy manchada con sangre y secreciones de las heridas; eso era un foco de infección latente para alguien en su estado.

Sin embargo, para hacerlo necesitaba la ayuda de Agatha, así como la de algunos de los hombres para que cambiaran el colchón y trajeran otro de las habitaciones que estaban vacías en la casa principal. Llamó a Nix, pues no quería alejarse de ella, y éste le contestó de inmediato. Le explicó rápidamente lo que había que hacer y su compañero le dijo que enseguida iba con un colchón limpio. Agatha no tardó en aparecer con sábanas, ya que Nix, de camino, le comentó el plan.

Entre Viggo y Nix sacaron a la chica del colchón en el que estaba y la depositaron, por unos pocos instantes, en el suelo; luego pusieron el que no estaba manchado y Agatha y Viggo hicieron rápidamente la cama con sábanas limpias.

Bajo el cuerpo de la chica pusieron una cortina de baño como protección y luego colocaron encima otra sábana, para que el colchón no volviera a mancharse con nada. Cuando Viggo se quedó solo con la muchacha, la lavó. Se tomó su tiempo para mirar con detenimiento una vieja cicatriz, hecha a la altura de donde se practica la incisión para realizar una cesárea. Pasó su mano por ésta y notó que una parte había cerrado formando un queloide. Cuando hizo la incisión en su abdomen mientras buscaba la bala, notó marcas en su útero también, que se correspondían con la externa; él era obstetra y ginecólogo y las conocía muy bien. Cuando se hace una cesárea, se cortan cinco capas: piel, grasa, aponeurosis muscular y peritoneo parietal; los músculos del abdomen no se seccionan, pero se hacen a un lado y, por último, se separa la capa que recubre al útero y lo une a la vejiga. Hay cicatrices que un médico no puede dejar de reconocer, y todavía más uno que se ha dedicado a traer bebés al mundo.

La cubrió con la sábana, y no pudo apartar sus ojos de ella. La chica era delgada pero con formas. Consideró que se veía pulcra, y también tuvo en cuenta que la ropa que llevaba puesta cuando la encontró era cara, de diseñador.

—¿En qué estabas metida para que quisieran matarte?

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