Viggo

Viggo


Capítulo diecinueve

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Capítulo diecinueve

Viggo estaba en el gimnasio, entrenando. Necesitaba despejar un poco su mente, pues se había pasado todo el día haciendo de enfermero de esa chica, pero ella en ese momento dormía. Le suministró algunos calmantes que la ayudaron a que se relajara, ya que la joven parecía haber entrado en shock presa del miedo; la verdad es que no resultaría fácil para nadie un ataque como el que ella había padecido.

Agatha se ofreció a quedarse un rato con ella, así que él aprovechó para volver un poco a su rutina.

Por la mañana, cuando envió a Nix a comprar medicamentos, también le pidió que fuera hasta el parque estatal Castle Rock para devolverle la llave al guardabosques. No quería que su camioneta fuera vista por allí, ni tampoco él, por si alguna cámara de seguridad había captado algo. Cuando éste regresó, le dijo que no se rumoreaba nada y que todo estaba tranquilo, como si la chica jamás hubiera estado ahí.

Una vez que terminó de entrenar, se dio una ducha en el baño del gimnasio y, tras asearse, fue hacia la casa de huéspedes; la muchacha seguía descansando, y eso estaba bien.

—Gracias, Agatha. Vete tranquila, yo me quedaré a pasar la noche a su lado; ve a acostarte para que tu espalda descanse como es debido.

—De acuerdo. Ahí te he dejado la cena, en el calientaplatos.

—Gracias.

Hablaban bajito, para que Kaysa no se despertara.

Viggo se sentó a la mesa para comer, pero antes se llevó consigo el portátil para buscar noticias de muchachas desaparecidas que estuvieran siendo buscadas en las últimas veinticuatro horas; le intrigaba que nadie hubiese reclamado a Kaysa.

«¿Dónde está su familia?, ¿es que nadie se preocupa por ella al ver que no aparece? Además, es una joven de corta edad, alguien debería estar buscándola.» Barrió todas las páginas de noticia del derecho y del revés, pero nadie estaba siquiera preocupado porque una chica de las características de Kaysa no apareciera. Todo era muy raro, pensó. Cuando él la encontró, no parecía ser una chica que viviera en la calle, una sintecho, ni por sus vestimentas ni tampoco por el cuidado de su piel; estaba aseada, no aparentaba de ninguna manera ser una indigente ni nadie que estuviera pasando necesidades.

Cerró el ordenador y se pasó la mano por la frente; luego se puso de pie y fue a la nevera, de donde cogió un botellín de cerveza. Sorbió del morro y se acercó a la joven que dormía en su cama. Suspiró, cansado de tanto darle vueltas al asunto, y asumió que le tocaría otra noche de dormir incómodo en el sillón.

***

—Cof... cof... cof...

El sonido de una tos lo despertó en mitad de la noche. Se había quedado dormido con la cabeza apoyada en el colchón. Rápidamente se incorporó y estiró su espalda. Miró a Kaysa, que parecía estar ahogada; le levantó la cabeza alzándola por la nuca con una mano y le ofreció un poco de agua para que bebiera.

—Lamento haberte despertado, me estaba ahogando con la saliva.

—No hay problema, normalmente duermo muy poco. ¿Necesitas algo más?

—Ir...

—... al baño —concluyó él por ella—. Yo te ayudaré. Espera, te quitaré el suero, pues ya no lo necesitas. Así será más fácil.

La llevó al baño y la sentó en el retrete. Su camiseta de Nirvana le quedaba tan grande que casi le llegaba hasta las rodillas, como si fuera un camisón.

—Toma papel, para que no tengas que estirarte; estaré fuera, llámame cuando acabes.

—Gracias, de verdad; es usted muy amable y ha sido muy considerado conmigo —le dijo cuando volvió a dejarla sobre la cama.

—Puedes tutearme; me haces sentir como si fuera un anciano, y no me siento nada viejo.

—No quiero hacer ni decir nada que pueda enojarlo.

—¿Enojarme? ¿A qué te refieres cuando dices enojarme? No te entiendo.

Ella se encogió de hombros.

—Olvídalo. ¿Tienes hambre, Kaysa?

—Un poco.

—Ya han pasado casi veinticuatro horas desde la cirugía y has tolerado bien el agua, así que iré a prepararte una sopa y te la traeré. Es preciso que sigas, durante unos días, una dieta líquida, ya que tuve que operarte el intestino; la bala que te extirpé estaba alojada ahí.

Ella asintió y bajó la cabeza, esquivando su mirada. Viggo extendió el brazo y abrió la mano y, como acto reflejo, Kaysa se protegió con las suyas; el brusco movimiento provocó que se quejara.

—Tranquila, sólo iba a tocar tu mentón para que no te escondieras de mí; no quiero hacerte daño, pero, si te molesta que te toque, no lo haré.

—Lo lamento.

—Te dejaré sola un rato, ¿está bien?

—Como usted disponga.

—Puedes llamarme Daniel, o Viggo, como más te guste y, por favor, tutéame.

—Viggo se rio cuando se lo pidió nuevamente, ladeó la cabeza y se puso un mechón de pelo tras la oreja—. Me haces sentir un viejo, de verdad lo digo.

—De acuerdo, Daniel.

—Bien; ahora vuelvo, no tardaré.

Viggo caminó a grandes zancadas con el fin de llegar con celeridad a la casa principal. Todos dormían, así que entró intentando no hacer demasiado ruido. Se dirigió a la cocina y buscó en la nevera lo necesario para hacer una sopa.

Al cabo de un rato volvió con un consomé de pollo; todo estaba dispuesto sobre una bandeja.

—Aquí estoy, espero no haber tardado demasiado. Por suerte Agatha siempre tiene la despensa llena, así que te he preparado un caldo de pollo y verduras.

Apoyó la bandeja sobre la mesilla de noche y después la ayudó a sentarse en la cama, rodeándola de almohadas.

—Bien, ¿puedes sola o necesitas ayuda?

—No quiero abusar, pero soy zurda.

—Y justo es el hombro que tienes lastimado. Déjame a mí, creo que puedo hacerlo. Tú sólo abre la boca y te haré un avioncito si es necesario para que te lo comas todo —apuntó con ánimo bromista, y ambos rieron.

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