Viggo

Viggo


Capítulo veinte

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Capítulo veinte

Por la mañana abrió los ojos antes que él. Había dormido muy mal durante toda la noche, pero no había querido despertarlo porque lo que le sucedía no era nada relacionado con su salud. En plena madrugada, las pesadillas habían interrumpido su sueño en varias ocasiones; los monstruos que siempre la acechaban aparecieron nuevamente, una bestia hostil a la que le temía mucho... y desde que había descubierto los tatuajes de Mijaíl, eso le ocurría todavía con más frecuencia, hecho que la desconcertaba. Ella sabía que esa mano tatuada que aparecía en sus sueños tenía algún tipo de conexión con el pasado que había preferido olvidar a modo de defensa.

Alejando esos pensamientos, intentó moverse en la cama para poder espiarlo mientras él aún dormía, pero las heridas le tiraban considerablemente. Se sintió mal porque Viggo hubiera tenido que echarse en el suelo, sobre los almohadones del sofá, pero éste no quiso dejarla sola y se negó a irse a dormir a una habitación de la casa principal.

Por alguna razón, sentía que realmente la cuidaba.

Quien yacía ahí en el suelo era el doctor Carter, no el luchador. Esos días había dado paso a sus conocimientos, volviendo a ser, a ratos, el profesional que una vez fue.

Saliendo de su letargo, se refregó los ojos y estiró su enorme cuerpo. De inmediato apoyó una de sus manazas en la cama y asomó la cabeza para mirarla; se encontró con unos enormes y apabullantes ojos azules que lo observaban, supuso que con... agradecimiento.

—Buenos días.

—Buenos días.

—¿Cómo te sientes?

—Mucho mejor.

—Me alegra oír eso. Me daré una ducha y luego curaré tus heridas. ¿Deseas ir al baño primero?

—Puedo esperar a que te hayas duchado.

—No lo haremos, porque te levantarás y caminaremos hasta allí.

Ella abrió sus ojos como platos.

—Será molesto —continuó diciendo, con talante de sabelotodo— sin duda — se atrevió a afirmar—, pero, cuanto antes te pongas en pie y empieces a caminar, más pronta será tu recuperación.

La cogió por debajo de las axilas y la ayudó a que se pusiera de pie. Ese hombre, en sólo unas pocas horas, había hecho más por ella de lo que podía recordar que alguien hubiese hecho jamás. Se quedó contemplándolo, estudiando sus facciones con disimulo; era atractivo, no había duda al respecto... Su recia mandíbula enmarcada por una tupida barba y su melena despeinada lo hacían verse sexy.

Ajeno a su escrutinio, Viggo la cobijó bajo su brazo y caminó lentamente a su lado, dando un paso tras otro a la vez que ella. Tardaron una eternidad en llegar, pero él parecía muy paciente.

Luego la devolvió a la cama y, al instante, se alejó para perderse dentro del baño.

Kaysa notaba que se estaba recuperando rápido de sus heridas y la idea la apabullaba, pues ¿qué sería de ella cuando estuviera bien? Cada minuto que pasaba se convencía más de que allí no la tenían prisionera, así que le afectó pensar que, cuando estuviera repuesta, debería marcharse. Eso la inquietaba sobremanera; no quería volver a caer en las garras de esos traficantes de personas que dirigían su vida desde hacía tanto.

Unos minutos más tarde, cuando consiguió restablecer su armonía, decidió desechar esos pensamientos, ya que consideró que no era bueno adelantarse a los acontecimientos, que era mejor serenarse y aprovechar esos días de gracia que estaba viviendo en esa casa.

Viggo no tardó en abandonar el baño; salió con tan sólo una toalla enrollada a la cintura.

—Te pido disculpas, estoy acostumbrado a vivir solo y no me he llevado ropa.

Kaysa sintió que sus mejillas ardían y sólo atinó a asentir sin decir nada.

Su majestuoso físico combinado con su estilo, una mezcla entre lo desaliñado y lo sexy, por alguna razón le llamaba la atención. Estaba segura de que esa larga y ondulada cabellera, los ojos verdes y esa sonrisa tan auténtica podían enloquecer a cualquiera, y eso sin mencionar sus atributos traseros, pues tenía un culo de campeonato.

Cuando se giró, quedó obnubilada por su ancha y musculosa espalda, que estaba tatuada en su totalidad. Le intrigó el diseño, pero no quería ser pillada mirándolo; además, no era el único, ya que tenía otros tatuajes en el brazo y algunas perforaciones también.

Quizá lo que lo hacía más atractivo a sus ojos era sólo su melena despeinada, su espesa barba o los tatuajes y perforaciones —ella nunca había visto a un hombre de esas características antes—, o tal vez sólo se debía a que la trataba bien.

Fuera cual fuese la razón, era descabellado estar teniendo esos pensamientos.

«Pero ¿qué mierda me pasa?» Viggo pasó de nuevo al baño, y ella se quedó enganchada en sus reflexiones, sin poder dejar de considerar su físico.

«¿Era el dibujo de un ángel?» —¡Basta! —se dijo a sí misma, bajito, reprendiéndose por ser tan indiscreta y por considerar que había perdido la cabeza.

—¿Has dicho algo?

—Eeeeh, no.

—Me lo ha parecido, entonces. Iré a ver qué nos ha preparado Agatha para desayunar, y luego le pediré a Ariana que te ayude a ducharte; así luego curo tus heridas.

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