Viggo

Viggo


Portadilla

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—Bueno, entonces estaré doctorado en la especialidad de médico obstetra y ginecólogo.

—¿Ya eres médico?

—Sí, hace dos años que soy médico general y estoy haciendo la residencia en el Ronald Reagan UCLA Medical Center; estuve cuatro años en Connecticut para sacarme mi licenciatura en la Universidad Wesleyan, pero, aunque la ciudad me dio una gran acogida, a decir verdad, no veía la hora de regresar a California.

Por ese motivo hice aquí la especialidad. Amo las playas de Los Ángeles, crecí en ellas; adoro surfear, la vida al aire libre, la naturaleza...

—¡Daniel! ¿Vamos?

Riley había entrado a buscar al joven médico, y a éste no se le escapó la forma en la que London la miró de pies a cabeza y luego cómo fijó su vista en la mano con la que la chica tocaba su brazo.

—Ya te alcanzo, Ri.

—¿Tu novia? —preguntó London, sin poder contenerse.

—No, es la novia de mi mejor amigo —la informó cuando Riley se fue.

—Lamento haber sido tan odiosa contigo todo este tiempo; debo reconocer que me hubiera gustado conocerte mejor.

—Aún estamos a tiempo... Ambos vivimos aquí; cambias de trabajo, no de ciudad.

***

Después de esa primera cita, jamás volvieron a separarse. Un año después, Daniel la invitó a que fueran a uno de los conciertos de verano en el Hollywood Bowl y se encargó de todo..., llevó comida y vino, lo tenía todo planeado.

London no era una chica de grandes lujos; era muy sencilla y, como tal, apreciaba más las cosas simples que las muy elaboradas, así que, mientras esperaban a que comenzara el espectáculo, el doctor Daniel Carter se declaró y, por supuesto, London aceptó. Dos meses después se casaron, y desde entonces ella pasó a ser la señora London Carter.

Por esos días estaban en la dulce espera del nacimiento de su bebé. London cargaba con un abultado vientre de treinta y cinco semanas, y muy pronto serían bendecidos con la llegada de su primer hijo.

Por suerte todo marchaba estupendamente. Daniel estaba más que listo y ansioso por recibirlo entre sus manos; había asistido a cientos de partos desde que se doctoró como médico obstetra, pero siempre anheló el momento de asistir el alumbramiento de su propio hijo, y por fortuna eso estaba cercano a ocurrir y, por tal motivo, se sentía un gran privilegiado.

Con sólo mirarlos uno podía darse cuenta de que la vida de la pareja era perfecta, tal y como siempre la soñaron desde que iniciaron su relación.

Quienes los conocían podían afirmar con vehemencia que no había en el mundo dos individuos que se amasen tan incondicionalmente como lo hacían ellos.

El amor que London y Daniel se profesaban era épico, y también de novela, y esa noche, además de estar felices por lo maravillosa que era su vida, festejaban el amor y la unión de sus mejores amigos, Riley y Weston, quienes finalmente habían dado el gran paso en su relación y se acababan de casar.

—¿De qué te ríes?

—Recordaba lo difícil que fue que me concedieras la primera cita.

—Es que eras un arrogante; tú pensabas que todas las mujeres debían caer a tus pies sólo por sonreírles y elevar una ceja.

—Adoras mi ceja, siempre me besas la cicatriz en ella.

—Adoro todo de ti, que es diferente, doctor Carter.

Daniel la besó y luego hundió el rostro en su cuello. Amaba a esa mujer como el primer día, y estaba seguro de que así sería siempre.

El amor que ellos compartían era intenso, puro, leal, del tipo que dura toda la vida. Lo tenían todo para ser felices y sólo vivían para serlo.

Capítulo uno

Época actual...

¿Es posible perder todos los recuerdos?

¿Es posible olvidarte de quién fuiste?

Seguramente te estarás contestando esas preguntas en tu cabeza y estarás diciendo con total rotundidad que no, que eso sólo puede ocurrir si tienes algún tipo de amnesia o algún daño cerebral, o quizá si han empleado contigo técnicas con fármacos o algún tipo de terapia psiquiátrica o bien porque tal vez has sufrido algún tipo de traumatismo.

Sin embargo, ninguno de ésos era el caso de Kaysa.

¿No?

¿En serio?

A decir verdad, a veces ella estaba ciento por ciento segura de que no, y otras, no tanto, porque sus recuerdos eran sombras descontroladas en su cabeza.

Por las noches, al quedarse sola en su dormitorio, intentaba con ahínco recordar algo más que no fuera la vida que llevaba allí, en ese momento, pero, cuanto más lo ambicionaba, más se frustraba al no poder conseguirlo. Su mente estaba en blanco, todos sus recuerdos se habían esfumado, borrado, como si su cerebro fuera un disco duro que se hubiese reseteado.

Lamentablemente, en aquel lugar no había nadie que hubiera llegado en la misma tanda que ella, así que hilar hechos de su pasado parecía imposible.

Gracias a que se manejaba muy bien entre fogones, la tuvieron en cuenta para dirigir la cocina después de que la anterior cocinera se fuera; en ese momento, Kaysa, nombre de identificación que le habían asignado allí, ya que no recordaba el suyo propio, era la encargada de organizar la alimentación de todos en la finca.

Desde que lo empezó a hacer, encontró un nuevo rumbo en su vida y a diario se sentía agradecida de poseer los conocimientos culinarios que tenía, puesto que se trataba de una actividad de la que disfrutaba plenamente. Sin embargo, siempre representaba una gran incertidumbre no poder recordar cómo había aprendido aquella tarea, pues no resultaba nada agradable no tener una historia que contar. Intentar convivir con sus lagunas mentales, y en cierta forma aceptarlas, era una labor ardua que día a día debía vencer.

Desde que Kaysa tomó el control en la cocina, Nataliya, otra de las internas del recinto, una hermosa y ensoñadora chica de veintitantos años, pasó a ocupar el puesto de primer ayudante.

A diferencia de ella, su compañera sí tenía recuerdos de su vida pasada. Era de nacionalidad rusa y, después de graduarse en la universidad, y ante el ciclo de pobreza que se vivía en su país y la falta de empleo, hacía poco más de tres años que había dejado su pueblo natal, en la región occidental de Rusia, con la promesa de que se iba a América a trabajar como camarera. Incluso le prometieron que, después de establecerse, sus posibilidades laborales se multiplicarían con el tiempo. Asimismo le explicaron que, con celeridad, conseguiría un visado de trabajo en la tierra de las oportunidades, ya que ella, al igual que otras chicas, había entrado de forma ilegal en el país. Sin embargo, al pisar el suelo de Estados Unidos no tardó en comprobar que todo había sido un gran engaño, pues la hicieron prisionera, al igual que a ella, y allí estaban, padeciendo un encierro y llevando una vida que nada tenía que ver con sus sueños.

Kaysa y Nataliya se habían vuelto cercanas, pero cuidando de no demostrar esa proximidad frente a los guardias, ya que no querían que las separasen.

Decidían a diario el menú y lo llevaban a la práctica, contando, claro está, con la ayuda de otras muchachas, que eran las encargadas de trocear y echar una mano en la preparación de los ingredientes que componían cada plato.

En la finca había reglas muy establecidas, y horarios que jamás se pasaban por alto: ésa era la forma para que todo funciona de manera muy cronometrada.

A los primeros que cada día alimentaban era a los guardianes; éstos, todos hombres fortachones encargados de la seguridad del recinto, se turnaban en tres turnos para comer. Después de eso, las celdas se abrían para que las reclusas pudieran ir a los grandes comedores, donde eran alimentadas todas a la vez.

Durante la comida no se les estaba permitido hablar unas con otras; las reglas eran explícitas y todas las conocían. Cumplirlas era lo mejor que podían hacer para no tener que lamentar recibir ningún castigo.

Entre otras cosas, ésa era una de las razones por la que Kaysa amaba su trabajo en la cocina; allí se les permitía hablar entre ellas y eso era realmente muy liberador, aunque debían cuidar de lo que hablaban, ya que, si los guardias que merodeaban por allí consideraban que habían estado confabulando contra ellos o conversando sobre algo que no tuviera nada que ver con la actividad que llevaban a cabo, podían decidir que merecían castigos que realmente no querían ni saber en qué consistían.

—Tú, ven conmigo —le ordenó el guardián, mirándola fijamente a los ojos y sujetándola por el codo para que se pusiera de pie. Se encontraban en el comedor, a punto de cenar.

—¿Yo?

—Sí; tú eres Kaysa, la encargada de la cocina, así que ven conmigo. Camina por delante con la cabeza mirando al suelo y las manos tras la espalda; ya sabes las reglas, así que no sé por qué te las estoy explicando.

Nataliya, que estaba sentada a su lado, la miró sin que el vigilante lo advirtiera. Cerró los ojos levemente para infundirle ánimos; hubiese querido abrazarla y confortarla, decirle que no pensara y que sólo dejara que las cosas sucedieran, porque era imposible hacer nada para que no fuera así.

Kaysa se puso de pie, haciendo lo que se le acababa de indicar, y comenzó a alejarse del comedor, avanzando por uno de los pasillos de la comuna.

Cuando empezó a hacerlo, guiada por el guardián, de inmediato supo hacia dónde se dirigían, y en pocos segundos sintió que sus piernas no eran del todo seguras para sostenerla; advirtió, además, que su corazón se ponía a latir con fuerza sin que pudiera detenerlo. Con prontitud, un nudo se le atascó en la garganta y la boca se le secó.

Por mucho que hubiera olvidado, estaba segura de que nadie en su sano juicio podía aceptar el destino que ellos daban a sus vidas.

Estaba convencida, al mismo tiempo, de que sus recuerdos se habían esfumado como forma de protección por lo que le tocaba vivir allí en el gulag, porque eso era ese sitio... aunque ellos lo quisieran disfrazar con otros nombres, no era más que una cárcel a la que todas habían llegado sin haber cometido delito alguno.

Un tiempo atrás ya le había tocado pasar por la situación a la que estaba segura que se estaba encaminando de nuevo; sin embargo, ilusamente, Kaysa había creído que, al ser necesaria para alimentarlos, no la volverían a someter otra vez a eso.

Se sintió muy tonta mientras continuaba caminando, ya que comprendió que ella, al igual que todas las mujeres que habitaban ese campo de trabajo forzado, no eran más que seres sin importancia para ellos; sólo les servían para la actividad a la que se dedicaban, traficar con personas.

Sintió el instinto de tocarse el pecho, para apaciguar el dolor que sentía dentro de éste, pero mantuvo sus manos tras la espalda, consciente de que era lo más seguro. Hasta ese momento había preferido pensar que era alguien significativo, y eso muchas veces obró positivamente para continuar adelante en su día a día; no obstante, la mera verdad era que podía ser reemplazada fácilmente por cualquiera de sus compañeras... Nadie estaba seguro ahí dentro, porque ellos eran los únicos dueños de sus vidas.

« Pomogi mne, Bozhe! » 1

La puerta se abrió y se quedó estática en la entrada.

—Pasa —le exigió el guardián con autoridad, haciéndola avanzar de un empujón—. Aquí la tiene, doctor Pávlov.

—Está bien, Mijaíl, puedes marcharte, no necesito nada más. Kaysa —el nombre que le habían puesto en el gulag vibró en la profunda voz del médico, haciendo que ella se estremeciera— sabe muy bien las reglas, no intentará nada estúpido, descuida.

—Estaré fuera como siempre, por si me necesita.

El doctor Alexandr Pávlov, comúnmente llamado Sasha por sus pares de la bratva, permaneció de espaldas, ordenando la mesa que contenía el instrumental quirúrgico, ignorándola y transformando el silencio en algo ensordecedor que lastimaba sus oídos, aunque pareciera una broma decirlo.

Finalmente, y aunque ella se mantuvo con la cabeza dirigida hacia el suelo, advirtió que él se movía del sitio en el que se encontraba, ya que sus sentidos estaban en alerta constante.

De inmediato el calor corporal debido a su cercanía invadió el cuerpo de Kaysa. Ésta cerró los ojos y sintió cómo posaba una de sus manos, enfundadas en guantes quirúrgicos, en su mentón. A continuación, Sasha —como generalmente se apoda a los Alexandr en Rusia— le levantó la cara, obligándola a enfrentarlo.

—Bienvenida. Mírame. —Kaysa abrió los ojos lentamente y se encontró con unos ojos de un color azul intenso y penetrante que la observaban. Nunca lo había visto tan de cerca, pero, aunque el color era vivo, la mirada era gélida, por lo que supo al instante que esos ojos habían visto mucho más de lo que cualquier persona era apta para ver a lo largo de toda una vida. Alexandr la contemplaba incluso de un modo extraño, como si ella fuera una criatura de otra especie; su mirada la paralizaba—. Supongo que ya te imaginas para lo que estás aquí. —Su voz le hizo sobresaltarse, y entonces Sasha subió una mano y le acarició un hombro, calmándola—. No temas, no te haré daño... Sólo ve y quítate la ropa; luego ponte la bata que encontrarás allí y, cuando regreses, recuéstate en la camilla.

Él acababa de afirmar que no le haría daño; sin embargo, le ofrecía un destino nefasto a su vida.

—¿Por qué?

—¿Cómo has dicho?

—He preguntado... por qué... —volvió a decir, sabiendo que no tenía derecho a ningún cuestionamiento por su parte, pero era tanta la impotencia que experimentaba que no podía controlar lo que decía.

El doctor Pávlov entrecerró los ojos y agitó la cabeza de un lado a otro, en señal de desaprobación.

Él siempre trataba a Kaysa amablemente cuando ésta le servía su almuerzo y su cena; era verdad que varias veces su mirada se convertía en una un tanto intimidante, pero no de la forma en que solían intimidarla los guardias. Alexandr utilizaba con ella una mirada hambrienta, que en ocasiones parecía traspasar su ropa.

Por lo general, él no se privaba de hacerlo siempre que tenía la oportunidad de verla, y a menudo era fácil sospechar que incluso inventaba situaciones para que eso ocurriera. Cuando se cruzaban, premeditadamente o no, Sasha siempre la observaba con fijeza durante extensos segundos, hasta que al final le indicaba que podía marcharse.

Se trataba de un hombre joven y apuesto a su manera —a diferencia del anterior médico del programa, que era mayor—, y en una de las tantas veces que tocó que Kaysa lo sirviera, se enteró de que no sólo era el nuevo doctor del recinto, sino que, además, era el príncipe heredero que sucedería al pakhan de la bratva. Su padre, Symon Pávlov, era el actual jefe de la organización, pero, como al parecer estaba muy enfermo, muy pronto el legado de la jerarquía pasaría a sus manos. A menudo, cuando ese imperio criminal organizaba sus reuniones, daba grandes banquetes que se llevaban a cabo en esa finca, y Kaysa siempre era la elegida para atenderlos.

—Sabes que gozas de beneficios que otras no tienen, porque... digamos que me caes bien —explicó él pausadamente, pasándose luego la lengua por sus mullidos labios—, así que no tires de la cuerda, porque puede romperse.

—Me necesitan en la cocina —explicó con la voz temblorosa—; con el correr de los meses ya no seré tan útil y no quiero dejar de hacer mis tareas de cocinera.

—Nadie es irreemplazable aquí, y lo sabes muy bien, así que no... no tengo por qué recordarte que tú sólo debes acatar las órdenes que se te dan.

—¡Por favor...!

—Ekaterina... sabes que no hay opción.

—¿Qué ha dicho?

—Nada —pareció arrepentido, pero pronto recuperó su postura magna—, no he dicho nada. Dejemos de perder el tiempo: desvístete y recuéstate, no me hagas llamar a los guardias, ni emplear la fuerza para que acates lo que se te está ordenando; deja de hablar, sabes que no es algo que se te permita, y mucho menos hacer estos cuestionamientos... y mira que en verdad estoy siendo muy condescendiente contigo, sé que lo sabes.

Kaysa asintió y luego, sumisamente, bajó la cabeza; mirarlo a los ojos, salvo que él se lo indicara, estaba prohibido, pero a menudo ella lo hacía y a él parecía gustarle.

La chica caminó hacia donde se le había indicado y, sin poder dejar de titubear en sus acciones, se desvistió despacio con la única intención de dilatar el momento, momento que era inevitable. Reuniendo un coraje que no estaba segura de poseer, realizó una profunda respiración con el fin de cobrar valor. Se puso la bata que colgaba del gancho y salió. Caminó despacio bajo la atenta mirada de Sasha, y éste se acercó a ella, tendiéndole la mano para que se subiera a la camilla.

—Pon los pies en los estribos.

«Esto es humillante», pensó la joven.

Nunca había experimentado un pánico tan intenso, ni siquiera la primera vez que había pasado por esa situación.

Kaysa estaba convencida de que jamás había estado con un hombre; aunque sus recuerdos se habían esfumado por alguna razón, estaba ciento por ciento segura de que nunca había estado íntimamente con nadie; sin embargo, debía permitir que un desconocido viera sus partes íntimas, sin poder negarse a hacerlo.

«¿Habré estado enamorada alguna vez...?» —Relájate —la voz de Alexandr la devolvió a la realidad—, sólo te haré pruebas de rutina y, a partir de mañana, al despertar, empezaremos a tomar tu temperatura basal para determinar el mejor momento en que tu cuerpo estará preparado para recibir el implante.

Dicho de esa forma, todo parecía muy normal en su voz, pero para Kaysa no lo era y muy pronto las lágrimas comenzaron a derramarse por el rabillo de sus ojos sin que ésta pudiera detenerlas.

—Cálmate. Esto sólo es para constatar que estás sana.

—¿Por qué yo?

—Muchas veces no hay que preguntarse por qué, sino para qué; lo que debes pensar es que esto ayudará a una de nuestras familias a cumplir sus sueños.

«¿Y qué hay de los míos?», se dijo mentalmente... pero se abstuvo de hablar, ya que comprendía muy bien que ella era sólo un nombre sin ningún significado para nadie. En ese sitio, sólo era una persona a la que no se le permitía tener sentimientos, y mucho menos anhelos.

Por supuesto que no era justo, pero nada en su vida lo era... Ni siquiera podía recordar quién había sido antes de llegar allí, de dónde procedía, quiénes eran sus padres, porque toda persona tiene raíces y era obvio que ella también las tenía; incluso a veces fantaseaba con que tenía hermanos...

—Sería bueno que te sintieras feliz por ser útil para que otras personas también lo sean. —Las palabras del médico interrumpieron una vez más los pensamientos de Kaysa—. Aquí te cuidamos, te damos un techo y comida, y hacemos tu vida mucho más fácil de lo que es en el exterior; tú no estás expuesta a los peligros que enfrentan el resto de los mortales, porque, aquí, nosotros velamos por tu bienestar.

»La finca fue creada para eso; sólo estás devolviéndonos de alguna forma todo lo que hacemos por ti.

—Como si tuviera elección.

Él se la quedó mirando durante un buen rato... Luego, tomándola por sorpresa, le dijo: —¿Quieres elegir? ¿Eso es lo que quieres? —Sasha se tumbó ligeramente sobre ella y contuvo la respiración, al tiempo que le acariciaba el brazo—. Es complicado, sabes quién soy, sabes que soy el hijo del pakhan y que muy pronto seré el que dirija todos los clanes que integran esta familia, así que... Kaysa, yo tal vez pueda hacer tus sueños realidad. Si yo quisiera, todo podría volverse posible... Eso significa, además, que puedo protegerte más que cualquiera. —Se inclinó para hablarle al oído—. Sin embargo, no debes olvidar que también podría obligarte a cualquier cosa, si lo deseara... pero eso no es lo que quiero...

tú... puedes hacer que las cosas sean más fáciles y yo también puedo hacer que lo sean para ti. No es mi intención emplear la fuerza; te estoy dando la posibilidad de elegir, deberías saber que nadie aquí la tiene.

La proximidad de Sasha hizo que todo el vello del cuerpo de Kaysa se le pusiera como escarpias al sentir su aliento rozar contra su piel. Miro por el rabillo del ojo, instándose a dejar de temblar, y noto cómo su polla empujaba contra la parte frontal del pantalón de su uniforme de médico. Hacía tiempo que la muchacha presentía que él tenía una obsesión con ella, y en ese momento estaba comprobándolo; su propuesta había sido tácita y, aunque no tenía experiencia con hombres, sabía muy bien a lo que se refería con sus palabras.

—Mi dulce y pequeña Kaysa, tengo el poder suficiente como para que tu vida sea mejor a mi lado. Soy el heredero, y sólo tengo que coger lo que deseo, y tú eres mía, yo te elegí, sólo que me encantaría que te entregaras sin tener que forzarte.

Alexandr pasó su lengua por la mejilla de la muchacha, y ésta debió ser fuerte para contener una arcada, temiendo que notara la repugnancia que le causaba, pues Kaysa sabía muy bien que no era conveniente ofenderlo ni enojarlo, ya que temía por lo que pudiera pasarle si eso ocurría.

Su mano, que había recorrido el brazo de la chica con suavidad, bajó lentamente hasta sus muslos. Ella intentó apretarlos en vano, y lloró en silencio, consciente de que no tenía ninguna posibilidad de detenerlo. Él simplemente tomaría de ella lo que deseara, aunque su discurso fuera otro. Acababa de decirlo él mismo, tenía el poder; además, fuera estaba el guardia, que se encargaría de sostenerla para él de ser necesario.

Kaysa lo sabía muy bien, a menudo llegaban a sus oídos historias de sometimientos forzados; historias que, aunque no podía comprobar, sabía fehacientemente que eran ciertas. Hasta ese momento ella se había mantenido a resguardo, pero al parecer esos días de gracia estaban llegando a su fin.

Los dedos de Alexandr empezaron a deslizarse por su vagina; estaban enguantados, pero el látex dejaba pasar el calor de sus yemas. Kaysa apretó los dientes y tembló sin cesar.

—Relájate, pequeña.

Fue entonces cuando la puerta del consultorio se abrió de golpe, provocando que él se apartara de su cuerpo.

—No puede entrar, señora; el doctor está ocupado.

—Fuera de mi camino —ordenó una voz femenina, que parecía furiosa.

—¡¿Qué haces aquí, Tatiana?!

—Señor, lo siento... —se disculpó el guardia, y no pasó inadvertido para Kaysa el cambio en la mirada de Alexandr, que se transformó rápidamente y sin esfuerzo en una muy oscura y brusca cuando la fijó en éste.

El verdadero mal existe en todos nosotros, sólo que algunos tienen posibilidad de desarrollarlo y otros no. Alexandr Pávlov podía parecer, a simple vista, que habitaba en la luz, mostrando siempre una sonrisa en sus labios para intentar parecer un ángel, pero todos en el gulag sabían muy bien que él residía en la oscuridad.

Sasha se movió presuroso, apartándose más del lado de Kaysa, y avanzó hasta alcanzar a la pelirroja que acababa de entrar; luego la cogió por el brazo, sacándola fuera casi a rastras.

El ruido de la puerta cerrándose pesadamente hizo que la chica se sobresaltara, mientras permanecía tendida en la camilla, con los pies apoyados en los estribos ginecológicos. Los gritos del exterior no le pasaron inadvertidos, pues, aunque las puertas y los muros fueran muy gruesos, el enojo en la voz de Alexandr era audible, aunque no se pudiera discernir con claridad lo que decía.

Capítulo dos

—Sabes que tienes terminantemente prohibido venir aquí.

—Soy tu esposa, y fui educada acorde a las normas de la organización a la que tu padre y el mío representan, pero cuando te casaste conmigo sabías perfectamente que no estaba dispuesta a dejarme pisotear sólo por el hecho de ser mujer.

—Cuando me casé contigo sabía muchas cosas —la agarró por el mentón y sus dedos se enterraron allí, haciendo presión en su rostro—, pero no que eras una perra infértil que jamás me daría descendencia. Tú y tu familia os encargasteis de mantener el secreto muy bien guardado.

—¿Crees que a mí no me afecta no poder ser madre? ¿Crees que es algo que me hace feliz? ¿Crees que para mí es fácil criar al bastardo que trajiste a casa y fingir que lo quiero como si fuera mío?

—No hables así de mi hijo. Deberías estar agradecida de que te haya dado la oportunidad de sentirte madre.

—¿Agradecida porque me obligaras a criar al hijo de una de tus putas?

»Esa que tienes ahí dentro, ¿es tu nueva zorra?

—Vete ahora mismo, Tatiana. Ivann —se refirió al guardaespaldas de su mujer—, ¿qué mierda hace ella aquí? Tienes instrucciones, y sabes que no acepto fallos; luego hablaremos de esto.

—Señor, ella eludió la seguridad; vine tras ella apenas la localizamos.

—Maldita seas, ¿crees que puedes hacer lo que te dé la real gana? —La cogió del brazo de mala manera y decidió obligarla a entrar en una habitación que también se usaba de consultorio en esa parte del recinto. La empujó con fuerza y, cuando la metió dentro, le gritó a todo pulmón.

—¿Quién mierda te crees que eres para desobedecer una de mis órdenes? Soy el futuro pakhan y no voy a tolerar que nadie, ni siquiera tú, lo haga.

—Sasha, por favor, estoy desesperada, no sé qué más hacer para llamar tu atención, no soporto más que me ignores. Te amo, Alexandr, es lo único que he hecho desde pequeña, soñar contigo, con ser tu esposa, pero yo parezco no existir para ti. Hace semanas que no pasas por casa.

—¿Y crees que de esta manera, poniéndome en ridículo ante la gente que dirijo, lograrás algo?

Su polla aún permanecía dura, pero no porque deseara a su esposa. Tatiana advirtió su bragueta abultada y se abalanzó sobre él, pasando su mano por encima de su hinchado miembro.

—Yo puedo darte eso que necesitas.

—Déjame...

—No me rechaces, Sasha. Sé lo que necesitas y cómo lo necesitas.

Se había vuelto loco cuando había tenido a Kaysa a su merced, con los pies en los estribos, con su vagina rosada expuesta ante él... Esa chica le parecía una cosita irresistible y sólo deseaba que Ekaterina fuera suya. No había podido resistirse a tocarla, y si Tatiana no los hubiera interrumpido, quizá en ese instante estaría enterrado en ella, desflorando su virginal coñito.

Miró a su esposa y se dio cuenta de que estaba demasiado caliente como para volver en ese estado con Kaysa; se dijo que quizá podría follarse a su mujer y así calmarse un poco, ya que, cuando tuviera a Ekaterina para él, no quería no poder contenerse... así que tomó de Tatiana lo que necesitaba: rudo y rápido, la puso de espaldas contra la pared, levantó su falda, apartó su ropa interior y se enterró rápidamente en ella.

—¿Esto es lo que querías?

—Te amo, Sasha.

Alexandr no necesitaba oír esas cursilerías, sólo conseguir alivio, así que, como Tatiana no paraba de hablar, le cubrió la boca, apoyó su frente tras su nuca y empezó a moverse con embestidas más rápidas y más profundas, esperando que todo terminara cuando antes.

Cuando consiguió el alivio, buscó unas toallas de papel y se limpió, acomodó su ropa y le dijo: —Que ésta sea la última vez que vienes aquí, la próxima no conseguirás un polvo. Hoy has tenido suerte de encontrarme cachondo.

Tatiana se abalanzó, furiosa, contra él ante el cinismo de su marido. Sasha estaba reconociendo en su cara que su calentura era debida a la joven con quien lo había pillado en su consultorio, y no se preocupaba en disimular.

—Eres un malnacido.

—No finjas decoro. Ambos hemos obtenido lo que queríamos, y tú te has ofrecido voluntaria para que me quitara las ganas; cuando has notado mi erección sabías muy bien que no era gracias a ti que estaba empalmado.

Ella lo golpeó en el pecho y él le cruzó el rostro de una bofetada que la hizo tambalear.

—Estás haciendo que me arrepienta de haberte follado.

Tatiana en ese momento lloraba y Sasha se sentía hastiado de oír su gimoteo, así que abrió la puerta y enfrentó a Ivann.

—Llévatela ya mismo de aquí.

***

Kaysa bajó las piernas y permaneció sentada en la camilla. El guardián estaba dentro, atento a sus movimientos, ya que en el lugar había muchos elementos punzantes y era obvio que no iba a dejarla sola ni por un instante.

Después de extensos minutos, Sasha regresó.

—Fuera —le indicó a Mijaíl—. Luego hablaremos de lo que acaba de suceder, sabes que aquí nadie puede interrumpirme.

La pesada puerta del consultorio se cerró haciendo un agudo chasquido, y él respiró sonoramente y le indicó a Kaysa que lo mirase.

—Tan inocente y pura.

Su mano, ya desnuda, acarició su rostro.

—No temas, nadie puede hacerte nada mientras yo esté a tu lado.

Kaysa se estremeció. No tenía ni idea de a qué se refería al decir esas palabras, ¿quién podía hacerle daño, además de él?

Alexandr cerró los ojos con fuerza, oprimiendo las imágenes en su cabeza, y rechinó los dientes. Le hervía la sangre de rabia.

—Te vendrás conmigo.

—¿Qué...?, ¿a dónde? No me quiero ir de aquí; éste es mi hogar, yo soy la encargada de la cocina.

—Cállate —ordenó con voz autoritaria, al tiempo que se aproximaba a ella—.

Tú sólo harás lo que se te diga que hagas.

La cogió por la nuca y reclamó su boca; la besó con ansias, desesperación y derecho. Su lengua no pidió permiso, simplemente se introdujo en su cavidad, buscando ávidamente la suya. Hacía unos instantes que se había derramado en su esposa, pero eso no había acallado las ganas que sentía por ella. Más bien al contrario, se había follado a Tatiana pensando en Kaysa.

—Tú eres mía, ¿lo entiendes?, y sólo yo sé lo que es conveniente para ti. Me necesitas tanto como yo te necesito. Mira cómo me pones; he llegado a este punto porque, cuando se trata de ti, todo es una puta locura que ya no quiero evitar. Necesito... enfriar algunos de los calientes deseos que me provocas.

»¡Eres una gran provocadora! Sé que lo sabes.

—Yo no hago nada.

—Oh, sí, cariño, haces mucho... No tienes idea de cuánto haces cada vez que me miras, estoy más allá del enloquecimiento cuando de ti se trata.

Kaysa negó con la cabeza; estaba realmente asustada, no sabía dónde quería llevarla y, por otra parte, la forma en la que estaba hablándole la asustaba.

Sasha volvió a apoderarse de sus labios.

—Tú, y sólo tú, despiertas esta bestia dentro de mí. Nunca he necesitado a ninguna mujer como te necesito a ti, y ya no quiero evitarlo, Kaysa, tú serás mía, porque así lo he decidido. Desde el primer día que te vi, la idea de estar con cualquier otra mujer que no fueras tú me molestó; deberías sentirte halagada de que el príncipe de la bratva te prefiera por encima de cualquier otra.

Ella asintió sin saber qué contestar; temía que no había escapatoria ante sus declaraciones.

—No me tengas miedo. Dime, por favor, que no me temes. ¡Dímelo! —le exigió, y ella asintió de nuevo, obligada ante su tono de voz autoritario.

Luego le realizó las pruebas que debía practicarle; tuvo que hacer un gran esfuerzo por concentrarse y comportarse de forma profesional.

De pronto, el doctor Pávlov se alejó de ella y caminó hacia la puerta, abriéndola con furia.

—Mijaíl, espera a que Kaysa se vista, llévala a su celda y quédate toda la noche en su puerta, cuidando de que nadie entre.

—Cómo usted ordene, señor.

Kaysa realmente no entendía nada de lo que estaba pasando. Él había hablado de llevársela de allí, pero de pronto estaba mandando que la devolvieran a su dormitorio. Todo era muy confuso... incluso le había indicado al guardia que la protegiera. ¿Por qué?, ¿qué peligro corría?

Él había cambiado su actitud después de que apareciera esa mujer. Tatiana, la había llamado él; señora, había dicho Mijaíl...

Capítulo tres

Viggo odiaba el mes de septiembre.

Si en sus manos estuviera el poder de eliminarlo del calendario, con seguridad que lo haría... aunque, en verdad, cualquier día de su vida, desde aquel tan fatídico, era como vivir en el infierno; simplemente respirar, para él, resultaba su puto castigo diario.

A menudo buscaba en vano la manera de agobiarse para no pensar, pero nada de lo que hacía parecía ser suficiente para conseguir adormecer su cerebro; hiciera lo que hiciese, sólo se trataba de una tarea perdida, una partida que jamás ganaba.

Dejó escapar un suspiro de frustración, y su compañera en la cama lo miró asombrada.

Su mirada no era de disgusto, pues se la veía muy satisfecha. Él sabía muy bien lo que ella anhelaba, por eso se la había follado hasta que se había corrido tantas veces que sus piernas se habían adormecido. Sin embargo, y a pesar de la forma en la que su polla pareció activarse mientras le hacía todo tipo de fascinantes cosas cuando se la tiró, él no se sentía igual; para Viggo nada funcionaba.

Minutos atrás había necesitado un polvo salvaje, caliente, exigente, tal y como era su vida, y Savannah se lo había dado tal y como lo necesitaba, sin poner ninguna objeción a cuanto se le ocurriera hacerle a su cuerpo. No obstante, en ese momento en el que ya se había corrido, sabía que lo vivido no alcanzaba ni alcanzaría nunca para que su cerebro tomara nota y se involucrase tanto como lo estaba su compañera de cama, y no es que fuera por ella, pues Savannah era una mujer sumamente hermosa y muy atractiva, con el cabello castaño oscuro y los ojos grises; era una latina muy caliente. El problema era que él estaba vacío por dentro.

Viggo permaneció tumbado de espalda mientras se fumaba su cigarro, y persistió, con los ojos cerrados, mientras Savannah trazaba un camino con la punta de los dedos sobre sus tatuajes.

Su toque era cálido, pero lo sentía como cuchillas afiladas, y estaba a punto de apartarla bruscamente cuando ella se detuvo y lo cuestionó.

—¿Por qué no me hablas?, ¿por qué es tan difícil llegar aquí?

Tocó su pecho y posó su mano sobre su corazón, y él reaccionó inducido por el remanente de adrenalina de la lucha de esa noche, que aún corría por sus venas.

—Porque no tengo corazón, ya deberías saberlo.

—No, no te levantes.

—Sabes que conmigo no va lo de acurrucarse, no nos conocemos de ahora.

Apagó el cigarrillo, cogió el whisky que estaba sobre la mesita de noche y sorbió directo del morro de la botella caminando hacia el baño. Viggo contaba con un amplio espacio para él; ocupaba la casa de huéspedes que estaba junto a la piscina y en la que a menudo nadie entraba.

Cuando entró a formar parte del equipo, ésa fue una de sus condiciones, pues su privacidad y su soledad eran uno de sus bienes más preciados, a los que no estaba dispuesto a renunciar. Si bien de vez en cuando compartía ratos con el resto de los luchadores del equipo de Zane, prefería estar solo, rodeado de su oscuridad.

De camino arrojó el condón en la basura y luego se metió en la ducha. Su cabeza era una coctelera y ni el alcohol lograba adormecer sus pensamientos.

Cuando estaba a punto de cerrar la puerta acristalada, Savannah cogió la manija y la abrió.

—No quiero ser grosero... Hemos pasado un buen momento, pero ya se ha acabado. Sabes que no soy de los que comparten nada más que sexo. —Su voz sonó grave, como una advertencia letal.

—Siempre me dejas ducharme.

—Hoy no.

Ella quiso acariciarle el rostro, pero los reflejos de Viggo funcionaban a la perfección, así que cogió su mano por la muñeca, deteniéndola antes de que consiguiera tocarlo. Gruñó de forma gutural, como si pensar en el contacto de su mano le produjera repugnancia, la miró a los ojos, volvió a beber del morro de la botella y luego le dijo: —Vete, nena, no me fastidies.

Estaba jodidamente tenso.

Viggo la apartó ligeramente para que le permitiera cerrar la puerta tras meterse de nuevo en la ducha y abrió de inmediato los grifos; el rumor del agua cayendo sobre su musculoso y tatuado cuerpo silenció parcialmente los insultos de Savannah.

—Maldito desconsiderado. Te arrepentirás, necesitarás descargar tu polla y no te permitiré que lo hagas en mí.

—Blablablá... No es la primera vez que dices eso. Además —añadió sólo para escucharse a sí mismo—, como si tu coño hiciera alguna diferencia.

—Cobarde, habla fuerte para que te oiga.

Él limpió el cristal de la mampara, que estaba empañado, y tras volver a beber otro sorbo de whisky, le soltó: —Descuida. —Después añadió, claro y en un tono de voz lo suficientemente elevado—: Meterla en tu coño es lo mismo que usar mi mano.

Savannah abrió de nuevo la puerta y quiso pegarle una bofetada.

—Te he dicho que no quería ser grosero, ¿por qué no te has ido cuando debías hacerlo? Si me hubieras hecho caso, te habrías ahorrado este maltrato por mi parte. Mira lo que me haces hacer.

»Lárgate de una vez: tú viniste a meterte en mi cama, yo no te llamé.

La furiosa mujer se marchó dando grandes zancadas y haciendo berrinches; sin embargo, no era la primera vez que lo hacía humillada de esa manera. Al parecer, por mucho que Viggo intentara alejarla, Savannah no se daba por vencida y siempre regresaba con la esperanza de penetrar en su corazón.

Lo que ella no quería entender era que hacía demasiado tiempo que en su pecho sólo había un gran agujero, y que su corazón sólo latía porque ése era su castigo.

Viggo terminó de ducharse y salió chorreando agua; sin detenerse en el camino, cogió una toalla del estante y la envolvió a sus caderas; su físico, a sus casi treinta y un años, intimidaba. Medía un metro noventa y tres, y su cuerpo era una aglomeración de músculos debido al entrenamiento intenso que a diario le daba; pesaba cerca de los cien kilos y su piel, en su mayor parte, estaba cubierta por mucha tinta. Su melena y larga barba ayudaban a darle ese aspecto rudo y atemorizante que destacaba cada vez que subía al ring.

Pasó directo hacia la barra donde había más bebidas, ya que había acabado el contenido de la botella de whisky.

A lo lejos podía oírse música. A menudo, después de las luchas, las fans eran invitadas a la mansión, así que no resultaba extraño que estuvieran de fiesta en la casa principal. Tener a alguna mujer a mano tras un combate ayudaba a bajar los niveles de testosterona y de adrenalina.

De repente el aire zumbó con la descarga de un relámpago ante la presencia de una tormenta inminente, y accedió al interior de la casa de la piscina, colándose a través de los grandes ventanales.

Cogió otra botella de Johnnie Walker, el whisky escocés que él acostumbraba a beber cuando ansiaba adormecer sus pensamientos, y, haciendo girar el tapón con los dientes, lo quitó para continuar bebiendo del morro de la botella. El bourbon ya había conseguido anestesiar su garganta, así que el líquido ambarino pasaba del tirón. A continuación se internó en el vestidor, donde se vistió con ropas holgadas, un pantalón de lino de color blanco y una camiseta sin mangas marrón; recogió su larga cabellera enmarañada en un moño descuidado y se calzó unas chanclas. Volviendo a coger la botella por el cuello, se preparó para salir de allí al tiempo que cogía las llaves de su motocicleta.

—¿A dónde crees que vas? —A sus espaldas se oyó una voz ronca y autoritaria que preguntó desde la entrada. No necesitaba darse la vuelta para saber de quién se trataba; sin embargo, se giró para enfrentarlo.

—Zane, salgo por ahí simplemente, necesito despejarme. Creía que tú también estabas en la fiesta.

—Ariana no tenía ganas.

Se trataba de su mánager, entrenador y amigo, y el único que sabía los verdaderos motivos por los cuales Viggo se metía en la jaula a pelear cada vez; los demás lo intuían... no es que no supieran lo que le había pasado, pero ninguno tenía detalles suficientes de su calvario. Ariana, la mujer de Zane Mallic, quizá era la otra persona que sabía un poco más.

—Has bebido, así no saldrás.

—No me jodas, no será la primera vez que monte mi moto con una botella de whisky en mi interior.

»Además, ¿cuál es la diferencia entre morir a golpes en un ring y morir bajo las ruedas de un coche en la carretera?

—La diferencia es que me tocará ir a reconocer tu cuerpo a mí, y tendré que verte con los sesos explotados.

—No creo que sea peor que lo que viste y viviste en Afganistán.

Zane puso los ojos en blanco, y se apostó en la entrada para no dejarlo pasar.

—Deja de comportarte como mi maldita niñera.

—Pues yo creo que no me he equivocado al pensar que necesitabas una cuando he visto salir llorando a Savannah.

—Uff... esa niña, ¡Dios! Se mete en mi cama y luego no quiere aceptar mis reglas.

—Esa niña... hace tiempo que es una mujer, y tú lo sabes mejor que nadie, porque, desde que te has dado cuenta de ello, la has dejado entrar en tu cama.

Está enamorada de ti —afirmó.

—Sabes perfectamente que he sacado esa palabra de mi vocabulario. No me interesa ese sentimiento. El amor es una puta mierda que te deja destrozado.

—Mírate, tus demonios están desencajados hoy. ¿Hasta cuándo, Daniel?

—No me llames así, soy Viggo. Daniel Carter hace tiempo que no existe.

—Pues yo creo que sí existe, porque, si fuera de otro modo, no estarías tan desquiciado sólo por el hecho de que entramos en el mes de septiembre.

—¿Crees acaso que no quiero dejar de sentirme tal como me siento?

—No lo parece... Hace cuatro años que te conozco, y una vez resurgiste de tus cenizas para convertirte en Viggo, el guerrero; ahora sólo tienes que dejar ir el pasado y vivir. Fíjate en mí, ¿qué mierda debería haber hecho yo? ¿Empuñar mi pistola reglamentaria y acabar con mi vida, sólo porque perdí una pierna en combate y me dieron la baja?

»Soy mucho más que una pierna; ya ves, seguí adelante, me reinventé, y soy feliz de otro modo.

—Tenías el apoyo de Ariana, no estabas solo.

—No siempre lo tuve.

—Lo tuviste en el momento oportuno.

—Deja de victimizarte; tú tampoco estabas solo, pero decidiste alejar a todos los que quisieron acompañarte.

»Todos, alguna vez, hemos tenido que perder una parte de nosotros mismos para luego resurgir; es el precio que hay que pagar ante la adversidad.

—Sal de mi camino, Zane, sabes que me iré de todos modos.

—Deja de culparte por lo que pasó.

—Jamás dejaré de hacerlo... Apártate, no deseo continuar con esta estúpida conversación.

—Vayamos a entrenar, eso te calmará.

—Crees saberlo todo, ¿verdad? ¡Maldición! Nadie tiene una putísima idea de cómo me siento —soltó mientras se cogía la cabeza con ambas manos.

Zane dio un paso firme y se aproximó a él. Quien no lo conocía jamás podría imaginar que bajo los pantalones llevaba puesta una pierna ortopédica. Como él solía decir, él era quien llevaba la prótesis, no al revés. Permitir eso sería dejarse vencer por la fatalidad.

Zane golpeó levemente su bíceps, animándolo.

—Me vendrá bien hacer un poco de lucha... o es que... ¿acaso temes que te vuelva a vencer? En el combate de hoy ni siquiera te has cansado; tu oponente te duró sólo unos pocos segundos, así que no tienes excusa.

—Las últimas tres veces te he ganado yo, bastardo arrogante; no volverás a ganarme, el alumno superó al maestro hace tiempo y lo sabes muy bien.

Picarlo siempre funcionaba, pues Viggo era invariablemente una llama ardiendo y no podía resistirse a ningún desafío sobre el ring que se le propusiera; allí era el único lugar en el que se abstraía y se convertía en una máquina de tirar golpes.

—Veremos si no pierdes y, por tanto, dejas de estar invicto. Me siento en forma para recuperar mi marca.

—Estoy en mi mejor momento, eso no ocurrirá.

—Vayamos al gimnasio entonces, y midámonos.

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