Veronica

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Veronica » 1

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Cuando yo era pequeña, mi madre me leyó un cuento sobre una niña malvada. Me lo leyó a mí y a mis dos hermanas. Nosotras nos sentamos acurrucadas junto a ella en el sofá y ella leyó del libro que tenía en el regazo. La lámpara brillaba sobre nosotras y estábamos tapadas con una manta. La niña del cuento era hermosa y cruel. Como su madre era pobre, mandó a la niña a trabajar con una gente rica, que la malcrió y la mimó. La gente rica le decía que tenía que visitar a su madre. Pero la niña se creía demasiado buena y solamente iba para pavonearse. Un día, la gente rica la mandó a casa con una hogaza de pan para su madre. Pero cuando la niña llegó a una ciénaga, en lugar de estropearse los zapatos prefirió tirar la hogaza al suelo para pisar sobre ella. La hogaza se hundió en la ciénaga y la niña se hundió con ella. Se hundió en un mundo de demonios y criaturas deformes. Debido a su belleza, la reina de los demonios la convirtió en una estatua para regalársela a su bisnieto. La niña se vio cubierta por serpientes y limo y rodeada del odio de todas las criaturas que estaban atrapadas como ella. Se moría de hambre, pero no podía comerse el pan que todavía llevaba pegado a los pies. Podía oír lo que la gente decía de ella. Un muchacho que pasaba por allí vio lo que le había ocurrido y se lo contó a todo el mundo, y todos dijeron que se lo merecía. Hasta su madre dijo que se lo merecía. La niña no se podía mover, pero si hubiese podido se habría retorcido de rabia.

—¡No es justo! —gemía mi madre con una voz que simulaba la de la malvada niña.

Como yo estaba sentada pegada a mi madre mientras ella me contaba esta historia, no solamente la oí en forma de palabras. La sentí en su cuerpo. Sentí a una niña que quería ser demasiado hermosa. Sentí a una madre que quería amarla. Sentí a un demonio que la quería torturar. Las sentí a todas juntas de una forma que no me permitió distinguirlas. El cuento me asustó y me hizo llorar. Mi madre me rodeó con sus brazos.

—Espera —me dijo—. Todavía no se ha acabado. La van a salvar las lágrimas de una niña inocente. Como tú.

Mi madre me besó en la coronilla y terminó el cuento. Y yo lo olvidé durante mucho tiempo.

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