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—¿Haciendo qué? —preguntó Jack.

—El tonto, supongo. Connie no me dijo lo que hacía. Creo que no lo sabía.

—¿Bebía ella mucho?

—No. Si te refieres al alcohol.

Los batidos eran otra historia.

—¿Y drogas?

—No tomaba drogas —dijo Flash—. Nunca las había tomado.

—¿En qué parte de Brooklyn vivía? —preguntó Jack.

—En el 15 de Ocean View Lane —dijo Flash.

—¿Dónde cae eso?

—En Brighton Beach —contestó Flash—. Vivía en una zona que no estaba mal, con unos cuantos chalets de madera. En verano podía ir andando a la playa y darse un baño. Estaba bastante bien.

—Hum —comentó Jack. Se preguntaba qué aspecto tendría el lugar. No podía imaginarse chalets en Nueva York.

Aparcar en los alrededores del hospital Kings County era una pesadilla hecha realidad, pero Warren no se desanimó. En el maletero tenía un viejo cubo de basura sin fondo. Se limitó a buscar un sitio delante de una boca de riego, aparcar y cubrir la boca con el cubo. Jack se maravilló de las adaptaciones necesarias para vivir en aquella ciudad.

Delante de la oficina del forense, Warren y Flash se detuvieron.

—Quizá deberíamos esperar aquí —dijo Warren. Flash asintió.

—Por mí, de acuerdo —dijo Jack—. Trataré de darme prisa.

Entró en el edificio. Mostró rápidamente su identificación a la recepcionista, que nunca le había visto. Debidamente impresionada, ella le dejó entrar.

Fue directamente a la oficina del depósito, junto a la sala de autopsias. Un funcionario estaba sentado tras el escritorio.

—Hola. Soy el doctor Stapleton, de la oficina de Manhattan —dijo Jack con rapidez. Mostró su identificación como había hecho con la recepcionista.

—Soy Doug Smithers. ¿En qué puedo ayudarle? —El hombre parecía sorprendido. El intercambio de visitas no era habitual.

—En un par de cosas —dijo Jack—. Primero, como cortesía, ¿podría localizar al doctor Randolph Sanders? Pregúntele si no le importaría venir.

—Muy bien —dijo Doug con un atisbo de incertidumbre. Decirles a los forenses lo que tenían que hacer no era parte de la tarea de los funcionarios del depósito. Cogió el teléfono. Cuando tuvo al doctor en la línea, le transmitió la petición de Jack.

—¡Perfecto! —dijo Jack—. Ahora me gustaría que me buscase un cuerpo y lo llevase a algún lugar donde pudiera echarle un vistazo.

—¿Quiere que se lo ponga en una mesa de la sala de autopsias?

—No —dijo Jack—. No será necesario. Sólo quiero echarle un vistazo al cuerpo y tomar unas muestras de fluidos corporales. Así que llévelo sólo a un sitio donde haya luz.

Doug Smithers se puso de pie.

—¿Cuál es el número de entrada?

—No lo sé —dijo Jack—. El nombre es Connie Davydov. Llegó aquí, creo, esta mañana.

—Ese cuerpo no está aquí —dijo Doug.

—Bromea.

—No, no. Salió no hace mucho; una media hora.

—¡Maldita sea! —gritó Jack sacudiendo la cabeza. Colocó de golpe su cartera sobre el escritorio. Su cara enrojeció.

—Lo siento —dijo Doug. Se encogió como si esperase que Jack fuese a pegarle.

—No es culpa suya —dijo Jack—. ¿Adónde fue el cuerpo?

Doug se inclinó cautelosamente sobre el libro mayor. Utilizó su dedo índice para buscar en la columna.

—A la funeraria Strickland.

—¿Dónde coño está eso?

—Creo que en la avenida Caton, cerca del cementerio de Greenwood.

—¡Mierda! —murmuró Jack. Empezó a caminar de un lado a otro mientras trataba de pensar qué hacer a continuación.

—El doctor Stapleton, supongo —dijo una voz condescendiente—. ¿No está usted un poco lejos de casa?

Jack levantó la mirada hacia la puerta. En el umbral estaba el doctor Randolph Sanders. Era un poco mayor que Jack, con el pelo casi gris peinado hacia atrás y cara estrecha.

Llevaba gafas de gruesa montura negra que le daban aspecto de búho. En la jerarquía de la oficina forense estaba muy por encima de Jack, con casi veinte años de experiencia.

—Pensé en pasar por aquí y proporcionarle una ayuda que necesita mucho —repuso Jack.

—¡Oh, por favor! —dijo Randolph despreciativamente.

—¿Por qué coño ha dejado salir el cuerpo de Davydov cuando sabía que yo venía para aquí?

—Recibí un misterioso mensaje acerca de que nos iba a hacer una visita, pero no se pedía que retuviese el cuerpo.

—Supongo que no debería sorprenderme, ya que hace falta un coeficiente de inteligencia de al menos cincuenta para haberlo supuesto.

—No tengo por qué escuchar sus insultos infantiles —dijo Randolph—. Tenga buen viaje de vuelta a Manhattan. —Giró sobre los talones y desapareció.

Jack salió al pasillo y lo llamó.

—Déjeme decirle algo. Connie Davydov no tenía ni asma ni alergia. Era una mujer sana que experimentó de pronto un fallo respiratorio sin tener un ataque de corazón ni un derrame. ¡Si eso no merece que se haga una autopsia, no sé qué lo merece!

Randolph se detuvo ante los ascensores.

—¿Cómo sabe que no tenía asma ni alergias?

—Por su hermano.

—Bueno, déjeme que le diga una cosa —dijo Randolph desdeñosamente—. Resulta que mi fuente de información es el investigador forense más experimentado de esta oficina. Puede usted creer a quien quiera. Yo me fío de un profesional.

Randolph se volvió y apretó el botón del ascensor. Miró brevemente a Jack con una sonrisa condescendiente.

Jack estaba a punto de contestar furioso cuando de pronto se dio cuenta de lo inútil que era estar allí discutiendo con aquel cabeza cuadrada. Además, un enfrentamiento con el forense no le ayudaría a avanzar en la investigación del caso de Connie Davydov. Negando con la cabeza, Jack volvió a la oficina del depósito y recogió su cartera. Doug le miró con curiosidad, pero no dijo nada.

Aún furioso, Jack salió del edificio y caminó por la acera hacia el coche de Warren. Éste y Flash estaban apoyados en el guardabarros del Cadillac. Miraron expectantes a Jack a medida que se acercaba, pero Jack no dijo ni una palabra. Subió al asiento trasero.

Warren y Flash se miraron y se encogieron de hombros antes de entrar también en el coche. Los dos se giraron en sus asientos y miraron a Jack, que tenía los labios apretados.

—Pareces jodido —observó Warren.

—Lo estoy —admitió Jack.

—¿Qué pasó? —preguntó Flash.

—Han mandado el cuerpo a una funeraria.

—¿Y eso? —preguntó Warren—. Sabían que venías para acá.

—Tiene algo que ver con lo competitivos que son los médicos entre ellos. Es difícil de explicar y vosotros seguramente no os lo creeríais.

—Te creemos —dijo Warren—. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—No sé. Estoy pensando.

—Yo sé lo que voy a hacer —dijo Flash—. Me voy a Brighton Beach.

—Calla, tío —dijo Warren—. Esto es sólo un contratiempo.

—¿Un contratiempo? —dijo Flash—. Si hubiera sido blanca nada de esto hubiera sucedido.

—Flash, ése no es el problema —dijo Jack—. Hay mucho racismo en esta ciudad, lo admito, pero no es el problema aquí, créeme.

—¿Por qué no puedes decirle a los de la funeraria que vuelvan a traer el cuerpo? —sugirió Warren.

—Ojalá fuese tan fácil. El problema es que es un caso de Brooklyn y yo soy de la oficina de Manhattan, lo que significa que hay mucha política por medio. Tendría que conseguir que lo hiciera el superjefe, lo que pondría al jefe de Brooklyn a la defensiva porque supondría que es una crítica a su trabajo. Se convertiría en una especie de guerra burocrática. Además llevaría siglos y mientras tanto la funeraria podría haber embalsamado el cuerpo o, peor aún, incinerado.

—Mierda —dijo Warren.

—Decidido —dijo Flash—. Me voy a Brighton Beach.

—No; vamos a la funeraria. Puede provocar algún revuelo, pero, quizá tengamos suerte. Está en la avenida Caton, cerca del cementerio Greenwood. ¿Tenéis un plano?

Warren asintió. Le dijo a Flash que rebuscase en la guantera. Jack trató de imaginar lo que se iban a encontrar en la funeraria. Suponía que el encargado no iba a ser especialmente cooperador.

—Cuando entremos en la funeraria, vamos a tener que hacerlo avasallando —dijo Jack.

Warren levantó la vista.

—¿Qué quieres decir?

—Tendremos que hacerlo antes de que les dé tiempo a reparar en ello.

—Pero tú eres forense —dijo Warren—. Eres funcionario municipal.

—Sí, pero esto es bastante irregular. Al encargado de la funeraria no le va a gustar. Sabes, el modo en que funciona el sistema consiste en que el cuerpo es técnicamente entregado al pariente más cercano, que en este caso es el marido, aunque sea la funeraria la que recoge el cuerpo. Se supone que no tiene que suceder nada al cuerpo a menos que el marido lo diga. Obviamente no queremos que llamen al marido, porque si es culpable de lo que sospecha Flash, pondrá el grito en el cielo.

—¿Por qué no dices simplemente que eres de la oficina de Brooklyn y que había un par de cosas que olvidaste?

—El encargado llamaría a la oficina de Brooklyn —dijo Jack—. Se preguntarían por qué no han recibido una llamada para devolver el cuerpo. Recuerda que trabajan con ellos continuamente y conocen a los forenses. El que yo aparezca de repente les parecerá muy extraño. Creedme.

—Entonces ¿qué propones? —preguntó Warren.

—Estoy pensando. ¿Habéis encontrado el plano?

—Eso creo —dijo Flash.

—Vamos allá.

Después de avanzar unas manzanas Jack tuvo una idea. Sacando su móvil, llamó a la oficina de Bingham. Como esperaba, le contestó Cheryl Sandford, con su voz melosa. Jack preguntó si el jefe podía oírla.

—Difícilmente —dijo ella—. Está en la oficina de la comisionada de Sanidad en una reunión improvisada.

—Mejor todavía. Escucha, tengo un problema y necesito tu ayuda.

—¿Me va a meter en un lío? —dijo Cheryl. Conocía demasiado bien a Jack dado el número de veces que había estado en la oficina de Bingham para recibir un rapapolvo.

—Es posible —admitió él—. Si es así, asumo toda la responsabilidad. Pero es por una buena causa.

Jack le explicó la pérdida de Flash, el dilema acerca del cuerpo de Connie y las discrepancias acerca del historial médico que sugería juego sucio. La generosa naturaleza de Cheryl y su sentido de la justicia ganaron. Accedió a escuchar lo que había pensado Jack, que se aclaró la garganta.

—Si recibes una llamada de la funeraria Strickland durante la próxima media hora para el jefe, dile que está con la comisionada, lo cual es cierto. Pero luego añade que el doctor Jack Stapleton ha sido autorizado a tomar muestras de los fluidos corporales de Connie Davydov.

—¿Eso es todo? —preguntó Cheryl.

—Eso es todo. Si quieres, puedes decir que habías pensado llamar antes, pero que se te pasó a causa de la necesidad repentina del jefe de ver a la comisionada.

—Es usted un sinvergüenza —observó Cheryl—. Pero es una buena causa, sobre todo si hay un homicidio por medio. En cualquier caso, lo haré.

—Me gustaría pensar que soy ingenioso, no sinvergüenza —bromeó Jack. Dio las gracias a Cheryl tanto de su parte como de la de Flash, se despidió y colgó.

—Parece que lo has arreglado —dijo Warren.

—Ya veremos —dijo Jack. No las tenía todas consigo. Por experiencia sabía que los encargados de funerarias tendían a ser muy puntillosos. Había muchos posibles inconvenientes. Si había mucho personal, Jack se imaginaba que incluso podrían retenerle físicamente.

La funeraria Strickland era un edificio de estuco de dos pisos que en otro tiempo había sido la mansión de algún rico vecino de Brooklyn. Estaba pintada de blanco en un intento de hacerla parecer alegre. Incluso así seguía siendo una pesada estructura de estilo indeterminado. Todas sus ventanas estaban cerradas con pesados cortinajes. Desde el aparcamiento se veía una parte del cementerio de Greenwood erizado de lápidas.

Warren puso el freno de mano y apagó el motor.

—Parece un poco amenazador, ¿no? —comentó Jack.

—¿Qué hacen ahí dentro? —dijo Warren—. Siempre me lo he preguntado.

—¡No preguntes! Seguro que no lo querrías saber —respondió Jack—. Acabemos con esto antes de que me arrepienta.

—Te esperamos aquí —dijo Warren. Echó una mirada a Flash, que asintió.

—¡Oh, no! Esta vez no. Cuando antes dije nosotros, lo decía en serio. Esto va a ser como una miniinvasión y necesito vuestra ayuda, chicos. Además, Flash, tú eres de la familia, lo que nos concede cierta legitimidad.

—¿Lo dices en serio, tío? —dijo Warren.

—Desde luego. ¡Vamos! Esto no se discute.

Jack se dirigió resueltamente a la puerta llevando la cartera en la mano. Oía los pasos de Warren y Flash detrás de él. Sabía que venían de mala gana y no les culpaba. También sabía que no estaban preparados emocionalmente para lo que iban a ver.

El interior de la funeraria era bastante corriente. Había mucha madera oscura, cortinajes de terciopelo, luces suaves e himnos a bajo volumen sonando de fondo, dando una impresión general de serenidad. En el vestíbulo había un libro de visitas abierto sobre una consola. Junto a él se encontraba una mujer de aspecto austero con un traje negro. En el centro de la habitación a la derecha había un ataúd abierto sobre un catafalco a la altura de la cintura con unas cuantas filas de sillas plegables colocadas delante. El interior de la tapa estaba tapizado de satén blanco. Jack entrevió el perfil del ocupante del ataúd.

—¿Puedo ayudarles? —dijo la mujer con una voz apenas más fuerte que un susurro.

—Sí —dijo Jack—. ¿Dónde está el encargado?

—En su despacho. ¿Quieren que le llame?

—Por favor —contestó Jack—. Y rápido, si no le importa. Esto es una emergencia.

Jack miró por encima del hombro a Warren y Flash, que estaban pegados a él.

—¡Mierda, tío! —susurró Warren—. ¿Estás seguro de que nos necesitas?

—Sin duda —susurró—. Tranquilos

El encargado sólo tardó unos minutos en aparecer por una puerta lateral acompañado por un par de tipos musculosos que podían haber sido guardaespaldas. El encargado parecía de guardarropía con su inmaculado traje negro, la inmaculada camisa blanca y el pelo engominado y perfectamente peinado. Lo único fuera de lugar era su tez. Estaba moreno como si acabase de volver de unas vacaciones en Florida.

—Mi nombre es Gordon Strickland —dijo con tono ceremonioso—. Entiendo que hay una emergencia. ¿En qué podemos servirles?

—Soy el doctor Jack Stapleton —dijo con toda la autoridad de que pudo revestirse—. Soy un representante de la oficina del forense de Manhattan, el doctor Harold Bingham.

—He oído el nombre. ¿Cómo nos afecta todo eso aquí en Brooklyn?

—Me han enviado a examinar el cuerpo de Connie Davydov. Así como a obtener algunas muestras de fluidos corporales. Imagino que le habrán llamado a tal efecto.

—No, no nos han llamado —dijo Gordon. Su labio superior empezó a crisparse.

—Entonces me disculpo por la sorpresa —dijo Jack—. Pero tenemos que ver el cuerpo. —Dio un paso al frente en dirección a un par de puertas dobles que conducían al centro del edificio.

—¡Un momento! —dijo Gordon, alzando la mano—. ¿Quiénes son estos otros señores?

—Éste es Warren Wilson —dijo Jack mientras lo señalaba con la cabeza—. Es mi ayudante. El otro es Frank Thomas, hermano de la fallecida. —Jack no pudo evitar preguntarse si eso colaría, ya que sus amigos iban vestidos con un estilo hip-hop modificado. Warren no parecía en absoluto un profesional por muchos esfuerzos que hiciera uno.

—No comprendo —dijo Gordon—. El cuerpo fue enviado por un tal señor Davydov. Tampoco él ha contactado con nosotros con referencia a este tema.

—Estamos investigando un posible homicidio —dijo Jack—. Han aparecido nuevos datos.

—¿Homicidio? —repitió Gordon. La crispación de su labio aumentó.

—Pues sí —dijo Jack. Empezó a andar de nuevo, obligando a Gordon a retroceder—. Ahora, por favor, si puede conducirnos al refrigerador o a donde guarden los cuerpos recién llegados, haremos nuestra tarea y nos iremos.

—El cuerpo está en la sala de embalsamar —dijo Gordon—. Hemos estado esperando las instrucciones del señor Davydov. Se suponía que iba a llamar una vez llegase el cuerpo aquí.

—Entonces veremos el cuerpo en la sala de embalsamar —repuso Jack—. A nosotros nos da lo mismo.

Anonadado, Gordon se volvió y empujó las puertas dobles. Jack, Warren y Flash le siguieron. Los silenciosos ayudantes de Gordon iban los últimos.

—Esto es bastante irregular —dijo Gordon a nadie en particular mientras caminaban por el pasillo—. No nos han dicho nada de la oficina del forense de Brooklyn tampoco. Quizá debería llamarles.

—Le ahorraría tiempo llamar al doctor Bingham directamente —dijo Jack—. Naturalmente, sabrá usted que la oficina de Brooklyn está a las órdenes de la oficina de Manhattan.

—No lo sabía —dijo Gordon. Jack sacó su teléfono móvil, marcó el número de marcación abreviada del jefe y tendió el teléfono a Gordon, que se lo llevó al oído. Jack oyó a Cheryl Sandford contestar con su frase habitual:

—Oficina del doctor Harold Bingham, forense jefe. ¿En qué puedo ayudarle?

El grupo se detuvo ante otro par de puertas mientras Gordon hablaba con Cheryl. Jack oía sólo fragmentos de lo que Cheryl decía. Gordon asentía diciendo: «Sí», «Ya veo» y «Comprendo». Finalmente dijo:

—Gracias, señora Sandford. Lo entiendo perfectamente y no necesita usted disculparse. Haré lo que pueda para ayudar al doctor Stapleton.

Gordon devolvió el teléfono a Jack, que se dio cuenta de que el labio de Gordon temblaba. El hombre no se sentía del todo cómodo con la situación pero de momento se había aplacado.

—Aquí —dijo Gordon señalando las puertas dobles.

El grupo entró en la sala de embalsamar, que olía a un ambientador perfumado. El lugar era más grande de lo que había esperado Jack, más o menos del tamaño de la sala de autopsias donde él trabajaba la mayoría de los días. Pero en lugar de las ocho mesas de la sala de autopsias, allí había sólo cuatro, dos de las cuales estaban ocupadas. La más alejada albergaba a un hombre en proceso de ser embalsamado. La más cercana, a una mujer obesa.

—La señora Davydov está aquí —dijo Gordon señalando al cadáver más cercano.

—¡Muy bien! —dijo Jack. Colocó la cartera sobre una mesita con ruedas y la acercó. Tras abrir la cartera miró a sus dos amigos. Estaban inmóviles junto a la puerta. Warren estaba paralizado ante el proceso de embalsamamiento que tenía lugar al otro lado de la habitación; Flash contemplaba a su hermana. Las caras de ambos estaban pálidas. Jack se imaginaba lo que debían estar sintiendo.

Jack dio una palmada para que la situación no se deteriorase más. El sonido fue como un disparo en la habitación alicatada y todos se sobresaltaron. Hasta las personas que realizaban el embalsamamiento levantaron la vista de su espantosa tarea.

—¡De acuerdo! —dijo Jack animadamente, como si le encantara lo que estaba a punto de hacer—. Vamos a poner esto en marcha para que estos caballeros puedan seguir con su trabajo. Frank Thomas, ¿puede identificar a esta mujer?

Flash asintió.

—Es mi hermana, Connie Thomas Davydov.

—¿Está absolutamente seguro? —preguntó Jack mientras miraba el rostro de la fallecida por primera vez. Se quedó sorprendido al ver la evidencia de un traumatismo. El ojo izquierdo estaba púrpura y casi cerrado de la hinchazón. La piel sobre el pómulo estaba arañada.

—Segurísimo —dijo Flash. Se acercó un paso más y señaló el ojo hinchado—. Y el muy bastardo le había pegado como hizo otras veces.

—No saquemos conclusiones —replicó Jack rápidamente—. ¡Recuerde! Los enfermeros la encontraron en el baño, donde se había desmayado. Un cuarto de baño es un lugar peligroso para desmayarse, entre el lavabo, la bañera y el retrete, por no hablar de los toalleros y los grifos.

—Hace un mes fui a comer con ella y tenía el ojo igual —dijo Flash, ignorando a Jack—. Me dijo que le había pegado. La única razón por la que no fui a romperle la cara fue porque ella me pidió que no lo hiciera.

—¡Bueno, cálmese! —dijo Jack. Ahora que estaba a punto de conseguir sus muestras, no quería que Flash lo echase todo a perder.

A tal fin le sugirió que quizá sería mejor para él esperar fuera. Flash no discutió; se dio la vuelta, y se marchó. Tras una señal de la cabeza del encargado, los dos forzudos salieron detrás de él.

—Es muy difícil para él —explicó Jack—. Así que es mejor que hagamos nuestro trabajo y le saquemos de aquí.

Gordon se acercó a la mesa mientras Jack se ponía los guantes de látex.

—Espero que no vaya a estropear el cadáver de manera visible —advirtió el encargado—. No sabemos si el señor Davydov tiene previsto un ataúd abierto o no.

—Lo único que vamos a hacer es tomar muestras de fluidos corporales —dijo Jack.

Indicó a Warren que se acercara y le tendió varios frascos para muestras. Tuvo que hacer como si Warren fuera realmente su ayudante para justificar su intimidante presencia. Jack quería que estuviera allí porque planeaba hacer lo que Gordon acababa de advertirle que no hiciera, es decir, tomar una muestra de la piel arañada del rostro. Naturalmente, también le hubiera gustado tomar muestras del cerebro, del hígado, los riñones, los pulmones y la grasa, si se le hubiera ocurrido algún modo de hacerlo.

Lo primero que hizo fue sacar su cámara. Antes de que Gordon pudiera protestar, hizo una serie de fotografías del cuerpo con especial atención al trauma facial. Jack recolocó la cabeza para que tuviese la máxima exposición. En el proceso también buscó alguna señal sutil de estrangulamiento o asfixia.

No había ninguna.

Tras apartar la cámara terminó su rápido pero completo examen externo. Mientras trabajaba, iba haciendo una descripción verbal destinada a Warren. Mencionó que no había señales de inyecciones más que las iatrogénicas, ningún trauma más que el del ojo y la mejilla y ninguna señal de enfermedad infecciosa.

A continuación Jack sacó su colección de jeringuillas y empezó a extraer muestras de fluidos corporales. Sacó sangre del corazón, orina de la vejiga, humor vítreo del cristalino y fluido cerebroespinal del sistema nervioso central. Luego sacó el tubo nasogástrico y recogió parte del contenido del estómago. Trabajaba deprisa por miedo de ser interrumpido antes de que hubiera acabado. Warren trató de mantener los ojos cerrados a lo largo de todo el proceso.

El encargado había retrocedido hacia la pared. Estaba vigilante con los brazos cruzados sobre el pecho. Su expresión y su labio crispado evidenciaban que no estaba encantado con los esfuerzos de Jack, pero permanecía en silencio. Al menos hasta que el escalpelo de Jack brilló bajo la luz fluorescente.

—¡Espere! —exclamó cuando entrevió el cuchillo, y se adelantó rápidamente—. ¿Qué va a hacer?

—Está hecho —dijo Jack. Se enderezó y metió un trozo de tejido facial y párpado en un frasco. Había tomado la muestra con rapidez cegadora.

—Pero usted prometió que no lo haría —balbució Gordon. Con desconsuelo miró el corte en la cara de Connie.

—Es verdad. Pero me he dado cuenta de que estamos obligados a asegurarnos de que este ojo hinchado no es el resultado de un proceso infeccioso. Y con mi usual precisión quirúrgica, he tomado sólo una diminuta muestra. Tengo plena confianza en que usted pueda hacerla desaparecer con su habilidad cosmética.

—¡Esto es ofensivo! —se quejó Gordon. Se inclinó para estudiar el defecto y se quedó desolado. Según él, no era diminuto en absoluto. Connie tenía un aspecto horrible e irrevocablemente alterado.

Tan rápido como pudo, Jack metió todos los frascos, el material usado e incluso sus guantes de goma al revés en la cartera y la cerró. En aquel momento se sentía como un ladrón de bancos al que acabasen de entregar todo el dinero y tuviera que huir. Agarrando a Warren por la manga de su sudadera de capucha, tiró de él hacia la puerta.

—Vámonos rápido pero ordenadamente —le susurró.

Salieron por la doble puerta, oyendo aún a Gordon maldiciendo al fondo. Tras cruzar la segunda puerta, se pusieron a buscar a Flash. No se le veía por ninguna parte. Al salir del edificio lo encontraron paseando por la acera.

—¡Vámonos! —ordenó Jack. Los tres se acercaron rápidamente al coche. A Jack no le preocupaba que le persiguieran, pero quería marcharse lo antes posible. Sabía que había puesto a Gordon muy nervioso con la maniobra de la muestra de piel. Para el encargado de una funeraria, desfigurar un rostro era el peor pecado.

Se metieron en el coche y se dirigieron de vuelta hacia Prospect Park, conduciendo en silencio. Fue Flash el que finalmente habló:

—Bueno, chicos, ¿vais a decir algo? ¿Qué habéis descubierto?

—Yo he descubierto que no volveré a una funeraria hasta que me lleven a la fuerza —dijo Warren—. Por Dios, ¿qué estaba haciendo aquel tipo en la otra mesa? ¿Sacándole los entresijos con una aspiradora? Casi me desmayo, os lo juro. Tíos, ha sido la peor experiencia de mi vida.

—En otras palabras —dijo Flash enfadado—, no os habéis enterado de una mierda con respecto a Connie.

—Recogimos las muestras que necesitábamos —dijo Jack—. Ahora has de tener paciencia. Como dije antes, no sabremos nada definitivo hasta que esas muestras sean procesadas.

—Vi que la había golpeado en la cara —dijo Flash—. Eso me basta.

Warren miró a Jack por el retrovisor.

—¿Ves lo que me pasa con este tío? Es como hablar con una pared, ya sabes.

—Escucha, Flash —dijo Jack enfáticamente—. Me he metido en un lío por ti. ¿Lo entiendes?

—Supongo —admitió Flash de mala gana.

—Podría tener serios problemas si Strickland o la oficina de Brooklyn arman jaleo con esto, sobre todo si las muestras resultan negativas. Ahora, lo menos que puedo esperar de ti es que prometas que no vas a ir a casa de tu cuñado.

—¿Y lo del ojo negro? —preguntó Flash.

—Por última vez, no sabemos cómo ocurrió. Tomé una muestra de piel y veremos lo que dice. Puede haber sido por un puñetazo, pero también puede que no. He visto caídas en el cuarto de baño mucho peores. De hecho he visto casos en que la caída fue lo que mató a la víctima, no lo que hubiera ocurrido antes.

—Prométeselo —dijo Warren—. O me vas a joder a mí también. Oye, que hay muchas cosas que hubiera hecho hoy mejor que estar de pie en una funeraria revolviéndome las tripas, ¿sabes lo que digo?

—Vale, lo prometo —dijo Flash—. ¿Ya estáis contentos?

—Aliviados, diría yo —repuso Jack. Miró por la ventanilla el tráfico de hora punta y se preguntó qué precio tendría que pagar por sus manejos.

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