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Jueves 21 de octubre. 12.45 h.

 

Stan Thornton no estaba exagerando cuando dijo que llegaría en unos minutos. Jack, Laurie, Warren y Flash apenas habían tenido tiempo para sentarse en la sala de Yuri cuando bomberos locales con trajes protectores aparecieron fuera para acordonar la zona y evacuar las casas vecinas. Les pareció irreal contemplar toda aquella actividad porque ninguno de los bomberos se acercó a la casa de Yuri.

Un poco más tarde el sonido de helicópteros llenó el aire antes de que aterrizaran en un paseo cercano. Media hora después apareció un grupo de hombres con trajes protectores de aspecto más serio llevando instrumentos para tomar muestras. El grupo se separó y la mitad fue hacia el garaje y la otra mitad a la casa. Varios de los que entraron en el garaje eran artilleros que se asegurarían de que no hubiese un dispositivo que pudiese explotar en la camioneta de control de plagas.

Los que habían entrado en la casa se presentaron brevemente antes de dispersarse por las habitaciones y bajar al laboratorio del sótano. Ignoraron el cuerpo de Yuri. Diez minutos más tarde el que mandaba el grupo de la casa se reunió en la cocina con su compañero del garaje. Conferenciaron un momento antes de que el jefe del grupo de la casa usase una radio para comunicar con un lejano puesto de mando, presumiblemente en Manhattan.

—Hemos encontrado dos zonas calientes —dijo el hombre—. El agente de la camioneta de control de plagas es ántrax letal. El laboratorio contiene dos fermentadores activos con cultivos de ántrax. Hay un pulverizador provisional contaminado con polvo de ántrax. También hay una campana igualmente contaminada. Hay un sistema de ventilación de presión negativa con filtros de alta potencia. No hay contaminación en el resto de la casa. Cambio.

Jack y los demás no pudieron oír la respuesta porque el hombre sostenía la radio junto a su oreja. Le vieron asentir varias veces y luego dijo «sí» antes de acabar con «cambio y fuera».

El hombre se acercó a ellos. Su rostro quedaba casi oculto por el brillo de la máscara.

—Tienen que salir de la casa —dijo—. En la acera, giren a la izquierda. Pasen por debajo de la cinta de precaución que divide la zona caliente de la templada que está más allá. Donde la calle se une a Ocean View Avenue, verán una tienda de descontaminación. Es roja; no pueden dejar de verla. Les estarán esperando.

Todos se pusieron en pie y se dirigieron hacia la puerta.

—Gracias —le dijo Laurie al hombre, pero él no respondió. Ya se estaba dirigiendo hacia el sótano por la cocina.

—Tío, van en serio —dijo Warren mientras salían por el camino delantero de la casa.

—Tienen buenas razones —dijo Jack—. Esto es auténtico. Nueva York puede estar teniendo ahora decenas de miles de víctimas.

—Mierda, tío —se quejó Flash—. Os dije que Yuri era un hijoputa. Deberíais haber dejado que me ocupara de él.

—Tenía una pistola —dijo Jack—. Y parecía dispuesto a usarla.

—Sí, pero yo tampoco hubiera venido con las manos vacías.

Mientras caminaban no pudieron evitar advertir que toda la zona estaba desierta. No vieron a nadie, ni siquiera perros.

—Esto es muy raro —dijo Warren—. Como si estuviéramos solos.

Encontraron la tienda roja en medio de una avenida completamente desierta.

—¿Adónde se ha ido todo el mundo? —preguntó Warren.

—No creo que les haya costado mucho hacer marchar a la gente —respondió Jack—. A todo el mundo le aterroriza el contagio. Me estremezco de pensar en el pánico que habrá en la parte baja de Manhattan.

—Me recuerda a una vieja película de ciencia ficción —dijo Flash—. Creo que se llamaba Ultimátum a la Tierra.

Fueron recibidos por un pequeño equipo de personas con trajes protectores. La persona que estaba a cargo de todo era una mujer que se presentó como Carolyn Jacobs. Los hizo desvestirse y meterse bajo unas improvisadas duchas de una solución ligera de lejía, donde tuvieron que frotarse. Luego, tras vestirse con monos, fueron inmunizados contra el ántrax y empezaron a tomar ciprofloxacín.

—Tío, nunca me hubiera esperado esto —protestó Warren.

—Deberías agradecer la vacuna —dijo Jack—. No tienen muchas y estoy seguro de que se van a quedar sin ellas en Manhattan. Es imposible que haya para todos.

La cortina que cubría la entrada de la tienda de descontaminación fue súbitamente levantada. Entró un negro esbelto, elegante, de aspecto marcial y de treinta y tantos años. Iba vestido con un mono color naranja con la sigla GRIC en el brazo izquierdo. Sobre el bolsillo del pecho con cremallera tenía una etiqueta con su nombre:

AGENTE MARCUS WILLIAMS.

—Estoy buscando al doctor Stapleton y la doctora Montgomery —dijo.

Jack alzó la mano.

—Soy Stapleton.

—Yo soy la doctora Montgomery.

—Excelente. ¿Quieren venir conmigo?

Ambos se pusieron en pie.

—¿Y nosotros? —preguntó Warren.

Jack miró a Marcus y alzó las cejas.

—¿Su nombre, señor? —preguntó Marcus a Warren.

—Warren Wilson, y éste es Frank Thomas. —Warren señaló a Flash, que levantó la mano.

—Lo siento, no tengo instrucciones para ustedes —dijo Marcus—. Supongo que tendrán que quedarse aquí.

—Maldita sea. Doc, asegúrate de que no nos olvidan.

—No te preocupes —dijo Jack. Jack y Laurie tuvieron que apresurarse para alcanzar a Marcus, que caminaba hacia la orilla del mar.

—¿Adónde vamos? —preguntó Jack.

—Les voy a acompañar al centro provisional de mando.

—¿Dónde está?

—En la parte baja de Manhattan. En un camión frente al ayuntamiento.

—¿Podemos ir un poco más despacio? —preguntó Laurie. Tenía que correr a cada rato.

—Tengo que llevarles lo más pronto posible.

—¿Qué está ocurriendo en la ciudad? —preguntó Jack.

—No estoy al tanto de los últimos hechos. Hay mucho caos.

—Lo imagino.

—¿Es usted del FBI? —preguntó Laurie.

—Sí.

—¿Qué significa GRIC? —preguntó Laurie.

—Grupo de Respuesta a Incidentes Críticos. Estamos especializados en manejar casos NBQ.

Laurie miró a Jack. Odiaba las siglas, sobre todo cuando la definición de unas llevaba a otras.

—Quiere decir nucleares, biológicos y químicos —le explicó Jack.

Laurie asintió. Cruzaron la avenida Brighton Beach prácticamente desierta y pasaron bajo el tren elevado. Una telaraña de cinta de advertencia cerraba una de las entradas. Jack pensó que el metro había sido cerrado.

Tras una manzana más llegaron a la orilla del mar. En la playa y en el paseo había varios helicópteros. Marcus se dirigió a uno de los más pequeños. Era un Jet Bell Ranger del FBI.

Abrió la puerta e indicó a Jack y Laurie que entraran en la parte de atrás. El piloto ya había puesto en marcha los rotores. Marcus se aseguró de que los médicos se habían puesto unos auriculares para poder mantener una conversación.

Tras despegar, el viaje a Manhattan fue sorprendentemente corto, sobre todo para Jack que recordaba lo que había tardado en su bicicleta el día anterior. El piloto aterrizó en el césped delante del ayuntamiento. El helipuerto improvisado estaba acordonado por bomberos con trajes protectores. Cuando el aparato descendió, el caos que había mencionado Marcus resultó penosamente evidente para Jack y Laurie. En contraste con el aparentemente tranquilo Brighton Beach, había multitudes de personas aterrorizadas que se dirigían hacia el oeste. Aparcados junto a Broadway había varios camiones de la Guardia Nacional. Los soldados con trajes protectores habían bajado de los camiones, pero vagaban sin rumbo con sus fusiles en la mano, sin saber muy bien qué hacer.

—Cuando se hizo el primer anuncio, se desató el pánico —explicó Marcus—. La policía pensó que podrían controlarlo, pero no pudieron.

Jack meneó la cabeza. El pandemónium no iba más que a empeorar la situación, con la gente contaminada mezclándose con la no contaminada.

Marcus no esperó a que se detuvieran los rotores. Abrió la puerta y les indicó que desembarcaran. Salió andando a la misma velocidad que había dejado a Laurie detrás en Brighton Beach. Jack y Laurie corrieron para ponerse a su altura.

El camión con remolque que servía de puesto de mando de campaña estaba colocado en la explanada frente al ayuntamiento, a unas seis manzanas al sur del edificio federal Jacob Javits. En aquel lugar estaba a salvo de la contaminación pues el moderado viento del día se dirigía al nordeste.

Marcus abrió la puerta. Del interior surgían muchas voces hablando a la vez: funcionarios del Departamento de Sanidad, policías, agentes del FBI, bomberos y oficiales del Departamento de Defensa. El personal del Departamento de Defensa pertenecía al USAMRIID, los marines y una unidad interdepartamental designada como C13QRE Laurie sabía que el USAMRIID era el Instituto Médico de Investigación del Ejército para Enfermedades Infecciosas, pero no tenía ni idea de lo que significaba la otra sigla.

—Por favor —gritó Marcus por encima del ruido—. Señaló más allá del gentío y los condujo hacia una puerta interior. Llamó, asomó la cabeza y les indicó que entraran. Cuando la puerta se cerró tras los dos forenses, se hizo una calma relativa. Estaban en un despacho con otros tres hombres. Se habían instalado docenas de líneas telefónicas provisionales. Los teléfonos cubrían el escritorio que corría a lo largo del lado derecho del cuarto. En contraste con la confusión de la oficina exterior y del jaleo de la calle, los tres hombres parecían tranquilos. Los tres estaban sentados. Jack sólo reconoció a uno: Stan Thornton, el director del Departamento de la Alcaldía para Situaciones de Emergencia.

—Sentaos —les invitó Stan. Señaló dos sillas. Jack y Laurie lo hicieron.

La altura de Stan era evidente incluso estando sentado. Iba vestido con una chaqueta deportiva de tweed. Con su pelo despeinado, la ropa gastada y aire de intelectual, parecía más un profesor universitario que un alto funcionario.

Stan presentó a Jack y Laurie a los otros dos hombres. Robert Sorenson, un agente supervisor especial del FBI, y Kermeth Alden, funcionario de FEMA, la agencia federal de emergencias.

—¿Queréis café? —Ofreció Stan—. Debéis estar hambrientos tras la prueba por la que habéis pasado.

Jack y Laurie rehusaron, pero les sorprendió que les ofrecieran café tan tranquilamente durante semejante crisis.

—¿Puedo preguntar cómo van las cosas? —dijo Jack.

—Desde luego —respondió Stan—. Con el papel tan crucial que habéis jugado los dos, tenéis todo el derecho a preguntar. Como podéis ver, hemos hecho un mal trabajo manteniendo el orden. Se produjo un pánico extendido que francamente nos superó y demostró que un hecho real es muy diferente a un ejercicio. No pudimos mantener a la gente dentro del edificio. Y como salió un penacho de humo desde el respiradero del edificio, toda la zona de Manhattan al oeste de aquí se ha contaminado con el polvo.

Stan hizo una pausa. Jack y Laurie miraban de un rostro a otro. Lo que Stan acababa de contarles era una noticia terrible, pero los hombres parecían despreocupados.

—Pero ha habido un hecho significativo que está a nuestro favor —dijo Stan—. ¿Tenéis idea de lo que puede ser?

Jack y Laurie se miraron confundidos y luego negaron con la cabeza.

—Al principio pensamos que era demasiado bueno para ser verdad —continuó Stan—. Nuestros instrumentos de ensayo manuales no nos daban una reacción positiva al ántrax. Desde luego, no como la que conseguimos en Brighton Beach, donde estabais. Por supuesto, estas unidades manuales sólo comprueban las cuatro armas biológicas más corrientes. Así que tuvimos que esperar un apoyo técnico más exhaustivo antes de estar seguros. Sólo hace unos minutos hemos tenido la confirmación final. El polvo no es ántrax. De hecho, no es biológico siquiera. No es más que harina finamente molida y coloreada con canela.

Jack y Laurie abrieron la boca incrédulos.

—Pero no pensamos que esto sea una insólita broma, sobre todo porque la camioneta de control de plagas de Brighton Beach está llena de ántrax letal y hay un cadáver en la casa. Por lo tanto, el FBI está muy interesado en encontrar a los autores y cualquier información que podáis darnos acerca de ese Ejército del Pueblo Ario será sumamente apreciada.

Jack y Laurie se miraron y movieron la cabeza con sorpresa.

—¡Ese ruso loco! —exclamó Jack.

—¡Es fantástico! —Se maravilló Laurie—. Engañó al Ejército del Pueblo Ario y sin darse cuenta lo arregló todo.

—¿Qué quieren decir exactamente? —preguntó Robert Sorenson.

—Al parecer había cierto desacuerdo entre el objetivo u objetivos —explicó Jack—. Yuri Davydov quería llevar la camioneta de control de plagas a Central Park…

—¡Por Dios! —dijo Stan negando con la cabeza—. Eso podría haber causado millones de víctimas.

—Pero el Ejército del Pueblo Ario quería hacerlo en el edificio federal —dijo Laurie—. Y aparentemente no había bastante para los dos, así que Yuri Davydov debió improvisar con harina y canela.

—Sabía lo que hacía —dijo Stan—. Algunas personas piensan que el ántrax letal es blanco, pero no lo es. Es ligeramente dorado, o color ámbar.

—Obviamente, lo que no esperaba Yuri Davydov era que sus colaboradores fueran a matarlo —añadió Laurie—. Supongo que el Ejército del Pueblo Ario consideró que podían prescindir de él después de conseguir su parte de ántrax. La verdad es que, por lo que oímos, el Ejército del Pueblo Ario lo quería todo, pero Yuri lo había metido dentro de la camioneta de control de plagas para que no pudieran sacarlo.

Los tres hombres se miraron y asintieron.

—Esto parece ajustarse a los hechos, por lo que sabemos —dijo Ken Alden.

—Hemos tenido suerte —dijo Robert Sorenson estirándose—. Eso es todo lo que puedo decir. La verdad, no hemos hecho muy buen papel en lo que se refiere a la planificación y ejercicios contra el bioterrorismo. Nuestro contraespionaje no lo bloqueó y nuestro sistema de respuesta no lo ha manejado bien.

Jack y Laurie se miraron y, a continuación se pusieron de pie de un brinco y se echaron uno en brazos del otro. Tras la tensión y el miedo engendrados por su encierro, las buenas noticias les llenaron de alegría. Se abrazaron y rieron, incapaces de contener su alivio.

—Si están listos, nos gustaría que nos hablasen del Ejército del Pueblo Ario y sus cabecillas bomberos —pidió Robert Sorenson—. El FBI va a dar máxima prioridad a su captura y procesamiento.

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