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Miércoles 20 de octubre. 18.30 h.

 

Jack se enderezó y quitó las manos del manillar. Avanzó por el sendero cubierto de hojas muertas, pedaleando. Tenía delante Central Park West y la salida por la calle Ciento seis.

El paseo hasta casa había sido muy agradable. El tiempo era estupendo, como pensaba. En la Primera Avenida había tenido su dosis habitual de inconvenientes pero había sido igualmente estimulante. Su circuito habitual alrededor de la fuente de Pulitzer había sido tan inspirador que incluso se había detenido a admirar la resplandeciente estatua desnuda de la Abundancia a la luz del atardecer. Pero la mejor parte del viaje, como de costumbre, había sido la travesía del parque. En cuanto adelantó al montón de personas que estaban cerca de la entrada del parque, pudo ir más deprisa. Era como si hubiese estado volando en un sueño.

Jack esperó a que el semáforo cambiara a verde antes de cruzar pedaleando la bulliciosa avenida y entrar por su calle. Ahora estaba en la parte más fácil del paseo y pedaleó rápidamente. Se detuvo ante la cancha de baloncesto. Como deseaba y esperaba, había un partido en marcha con Warren y Flash en equipos rivales.

—Hola, doc, ¿vienes a jugar? —le gritó Warren—. Acércate, tío.

—Será mejor que estéis en buena forma —respondió Jack—. ¡Porque os voy a dar problemas esta noche!

—¡Ja! —gritó Spit. Era uno de los jugadores más jóvenes pero se había convertido en el protegido de Warren—. Doc nos está amenazando con unas visitas a domicilio. —El grupo provocaba a Jack llamando a sus mejores jugadas «visitas a domicilio».

—Hoy va a haber muchas visitas a domicilio —gritó a su vez Jack. Se apartó y cruzó la calle. Estaba deseando entrar en la cancha.

Jack dudó en su portal sobre si llamar a un taxi más tarde para recoger a Laurie, o ir en su bicicleta. Sabía que prefería la bicicleta, pero quería complacer a Laurie. Mientras discutía consigo mismo sobre el tema vio a otro ciclista salir del oscuro parque. La única razón por la que llamó la atención de Jack era porque parecía tambalearse, como si estuviera exhausto o herido.

Jack se quedó mirándolo para asegurarse de que no necesitaba ayuda. Pero pronto resultó evidente que no. Sacó un teléfono móvil e hizo una llamada.

Habiendo decidido llamar a un taxi para recoger a Laurie, Jack cogió en vilo su amada bicicleta y entró en el edificio. Con la prisa, subió las escaleras de dos en dos. Tras abrir la puerta con la llave, metió la bicicleta dentro y se apoyó contra la pared. Sin tomarse siquiera el tiempo de cerrar la puerta, corrió hacia su dormitorio, quitándose la ropa de trabajo.

Para su frustración, tardó unos minutos en encontrar la ropa de baloncesto. Cuando finalmente lo hizo, se vistió rápidamente. Los toques finales eran una banda Nike azul oscura para la cabeza y una vieja sudadera con capucha. Luego corrió a la cocina a tomar un rápido vaso de agua. Entonces sonó el teléfono de la pared.

Jack dudo en si responder o no. Lo primero que pensó fue dejar que se disparase el contestador, pero luego recordó que recibía pocas llamadas a casa que no fueran de Laurie. Así pues, respondió.

—Hola —dijo, pero no hubo respuesta. Dijo hola varias veces. Lo que oyó era lo mismo que había oído por el teléfono de la oficina, el sonido de agua corriendo y un lejano claxon. Molesto, colgó. Sólo había dado unos pasos fuera de la cocina cuando el teléfono volvió a sonar. Por si había algún problema técnico, contestó de nuevo. Se alegró de haberlo hecho. Era Laurie.

—¿Acabas de intentar llamarme? —preguntó Jack.

—No. ¿Ha sonado tu teléfono?

—No importa. ¿Qué pasa? Estoy a punto de salir a jugar al baloncesto.

—Ya sé que mejor no te distraigo de eso —bromeó Laurie—. Sólo quería decirte que vamos a ser sólo tú y yo esta noche. Lou no puede venir.

—Él se lo pierde —dijo Jack.

—¡Qué machista! —bromeó Laurie—. Bueno, se ofreció a llamar al restaurante al que yo quería que fuéramos. Así que nos atenderán bien. Le quieren mucho.

—Suena bien. Dime, ¿te ha estado molestando Paul?

—No he sabido de él desde que se fue de la oficina.

—Bien.

—Te veo a las ocho.

—Puede que llegue una pizca tarde —dijo Jack—. Como te he dicho, estoy a punto de salir. Pero sólo jugaré un partido y te llamaré antes de ir para allá.

—Hasta luego entonces. ¡Recuerda! ¡Nada de bicicleta!

—¡Sí, señor! —contestó Jack y colgó. Fue a su armario y buscó por entre el revoltijo sus «kicks», como llamaba Warren a las zapatillas. Impaciente por ponérselas, no se preocupó ni de atárselas antes de salir por la puerta. Estaba a punto de cerrarla cuando oyó gritar su nombre desde abajo. Como no reconoció la voz, se inclinó sobre la barandilla para echar un vistazo. Había tres hombres mirando hacia arriba desde el vestíbulo y, cuando vieron a Jack, echaron a correr escaleras arriba. Sus botas hacían un ruido fiero contra los escalones desnudos. El que iba delante era un bombero rubio con uniforme azul.

Jack echó la cabeza hacia atrás y olisqueó para ver si olía a humo. Olió de nuevo en dirección a su apartamento, pero seguía sin oler humo. Cuando volvió a mirar hacia las escaleras el hombre que iba delante estaba ya en el último tramo que conducía al piso de Jack. Pero en lugar de llevar un hacha o algún otro elemento típico del equipo de bombero, llevaba una pistola.

Jack retrocedió hacia su puerta totalmente confuso. Los otros dos hombres llevaban cazadoras de cuero negro, no uniformes de bombero, y las cabezas rapadas. ¡Entonces Jack vio que el último empuñaba un rifle de asalto!

Curt se detuvo a dos metros de Jack y frunció las cejas.

—Eres Jack Stapleton, ¿verdad? —preguntó mirándolo de arriba abajo.

—No, él vive arriba —replicó Jack. Se metió en su apartamento y empezó a cerrar la puerta.

Curt dio rápidamente un paso al frente para meter un pie. Abrió la puerta de par en par y entró. Jack retrocedió. Los dos cabezas rapadas entraron detrás. El que llevaba el rifle tenía una esvástica tatuada en la frente.

Los ojos de Curt recorrieron rápidamente la espartana habitación. Contempló a Jack y lo examinó. Estaba confuso.

—Creo que eres Jack Stapleton —dijo.

—No, soy Billy Rubin —dijo Jack, inventándose el nombre sobre la marcha—. Jack vive justo encima. —Señaló al techo con poca convicción.

—Capitán, hay una bicicleta apoyada contra la pared —dijo Mike.

—Sí, la veo —dijo Curt sin quitarle los ojos a Jack—. Pero esto no parece la casa de un médico, y no estoy seguro de este tío. Echad un vistazo y buscad un sobre o algo con el nombre de este bromista.

—Puedo darle a Jack un mensaje —dijo Jack. Miraba la pistola de Curt y el rifle de Carl.

—Gracias, tío listo —exclamó Curt—. Quédate ahí y ten paciencia un segundo.

Jack pensó brevemente en arriesgarse, correr hasta el dormitorio y salir por la ventana, pero desechó la idea como poco práctica, ya que estaba en el cuarto piso. Sólo se quedaría colgado de la escalera de incendios.

—¿Por qué le estáis buscando? —preguntó.

—Tiene asuntos pendientes con el Ejército del Pueblo Ario —dijo Curt—. Asuntos serios.

—Estoy seguro de que Jack no tiene nada que ver con ningún ejército —dijo—. Está en contra de la guerra y la violencia.

—¡Cállate! —ordenó Curt.

—He encontrado algo —dijo Mike cerca de la puerta del dormitorio. Había recogido los pantalones de Jack y trataba de sacar su cartera del bolsillo de atrás. La sacó al fin y la abrió. Silbó cuando vio la placa de forense y se la enseñó a Curt.

—Comprueba el nombre, joder —exclamó Curt.

—Podríamos hablar de ese asunto que os preocupa —dijo Jack.

—No hay nada que hablar —dijo Curt.

—Ah, aquí está el permiso de conducir —anunció Mike—. Y el nombre es Jack Stapleton.

—Jack viene mucho a mi apartamento a cambiarse —replicó Jack. De pronto hubo más ruido de botas pesadas en las escaleras. La voz de Steve gritó:

—Espera, Curt. ¡Ha habido un malentendido!

Curt frunció el entrecejo. Miró hacia la puerta abierta pero inmediatamente volvió su mirada hacia Jack. Segundos más tarde Steve, Kevin y Clark entraban en la habitación. Detrás de ellos venían otras figuras que se separaron y gritaron a todo el mundo que se estuviera quieto.

Curt giró y se encontró con tres cañones de automáticas Tec.

Por un momento tenso nadie se movió ni respiró.

—Vale, Spit —dijo Warren, rompiendo el silencio—. Quítales la pistola y el rifle.

Spit se adelantó, sujetando su automática en la derecha. Recogió primero la pistola, que se metió en el bolsillo, y luego el rifle. Dio unos pasos hacia atrás.

—Ahora quiero que os alineéis de cara a la pared, tíos —ordenó Warren. Lo indicó con la pistola.

Hubo una pausa mientras un gesto de desprecio cruzaba la cara de Curt.

—Oye, tío mierda, o haces lo que te digo o se acaba la historia —dijo Warren—. ¿Sabes lo que te estoy diciendo?

—Lo siento, capitán —dijo Steve—. Salieron de la nada.

—Cállate —repuso Warren—. No vengas con historias.

Con desafiante arrogancia, Curt avanzó hacia la pared, con las manos en las caderas.

—Spit, cachéales —ordenó Warren. Spit, se acercó a cada uno de los hombres y buscó armas escondidas. No encontró nada y retrocedió.

—Vale, daos la vuelta —ordenó Warren. Los hombres lo hicieron. Excepto Steve, visiblemente aterrorizado, todos los demás adoptaron expresiones de fastidio.

—No sé de dónde salís, basura blanca, y me importa una mierda —dijo Warren—. El asunto es que no pertenecéis a este vecindario. Ahora me voy a guardar toda esta artillería que habéis traído y eso es todo. Nadie va a dejar seco a nadie.

—Espera, Warren —dijo Jack—. Creo que deberíamos llamar a la policía.

—¡Cállate! —exclamó Warren. Jack se encogió de hombros y dio un paso atrás. Conocía a Warren lo bastante para saber cuándo estaba cabreado, y ahora lo estaba.

—Ahora quiero que saquéis vuestros culos blancos de aquí y os larguéis —dijo Warren—. Y creedme que si alguno de vosotros aparece por aquí otra vez, vais listos. Os marcháis y no hay preguntas. Vamos a estar vigilando. ¿Oís lo que estoy diciendo?

—Warren —dijo Jack—. Yo…

Warren giró en redondo y apuntó con un dedo a Jack.

—¡Te he dicho que te calles! —gritó.

Jack retrocedió otro paso. Nunca había visto a Warren tan furioso.

—Flash —dijo Warren con voz más normal—. Spit y tú llevaos abajo a estos idiotas y comprobad que se largan del barrio. Tengo que hablar con el doctor este.

Mientras el grupo se marchaba en silencio, Warren se volvió hacia Jack y le miró fijamente. Jack se estremeció. Con la pistola Tec en una mano Warren le dio unos cuantos golpes iracundos en el hombro. Jack se vio forzado a retroceder cada vez más hasta que el último golpe le hizo caer en el sofá. Warren se inclinó sobre él.

—¿Qué te pasa, tío? —preguntó—. No habías causado estos problemas desde hacía dos años. Creí que te habías enmendado. Pero ahora, esta noche pasa esto. Te digo que eres un problema para el vecindario. ¿Sabes lo que te estoy diciendo?

—Lo siento —dijo Jack.

—Sería estupendo que a uno de los chicos le disparasen por tu culpa —dijo Warren—. ¿Por qué va por ti esa basura blanca? Los tíos esos iban en serio; llevaban rifles de asalto Kalaslinikov. ¡Mierda! Si hubiesen empezado a disparar, podía haber salido mal mucha gente.

—¿Eso eran Kalashnikovs? —preguntó Jack.

—¿Qué te crees, que me lo estoy inventando?

—¿Dónde se fabrican los Kalashnikovs?

—¿Qué clase de pregunta es ésa, tío? ¿Qué más da?

—Puede ser importante si son búlgaros.

Warren lo miró fijamente antes de caminar hasta donde Spit había dejado el Kalaslinikov que le había quitado a Carl. Warren recogió el arma y se la llevó a Jack.

—Pues tienes razón —masculló—. Son búlgaros. ¿Qué significa eso?

—Nada bueno —dijo Jack—. Pero creo que puede tener algo que ver con el nuevo novio de Laurie.

—Eso no suena bien —dijo Warren—. ¿Habéis roto Laurie y tú?

—No exactamente. Y creo que el nuevo novio ya ha desaparecido, pero déjame explicártelo.

Jack le habló a Warren de Paul Sutherland, y cómo Jack le había humillado aquella tarde. Le contó que Paul le había amenazado indirectamente. También dijo que a Laurie le preocupaba que el tipo estuviera comerciando con Kalashnikovs búlgaros.

La ira de Warren se apaciguó un punto.

—Supongo que no había manera de que previeses que esos tipos fueran a venir.

—Claro que no —dijo Jack—. Ni siquiera sé cómo saben dónde vivo.

—Esa clase de basura blanca me asusta —admitió Warren.

—A mí también. El rubio con uniforme de bombero mencionó a un grupo llamado Ejército del Pueblo Ario. Oí mencionar el nombre el lunes a un agente del FBI que los está investigando. ¿Habías oído el nombre alguna vez?

—Nunca.

—Lo que me lleva a preguntarte por qué les dejaste marchar. Podría haberles entregado a la policía en un abrir y cerrar de ojos. A la policía y al FBI les habría encantado echarles el guante.

—Te sorprende porque vives en un mundo diferente, a pesar de estar en este apartamento —dijo Warren. No entiendes de pandillas. Cuando les dejé marchar, estaba pensando en el vecindario, no en la policía ni en el FBI. Por eso tampoco quise que nadie saliese herido. ¡No es porque me importen! ¡Mierda, no! Eso habría puesto en marcha algo. Hubieran vuelto. Por mi experiencia, sé que así no lo harán. Una especie de vivir y dejar vivir.

—Me inclino ante tu experiencia en estas cosas —dijo Jack.

—Me temo que no tenías elección. —Respiró profundamente y exhaló despacio—. ¿Qué tal unas cuantas canastas? ¿Sigues queriendo jugar?

—Creo que lo necesito más que antes —dijo Jack. Se levantó con las piernas temblorosas—. No puedo prometer que vaya a estar muy acertado. Me siento como después de una explosión.

Warren lo precedió por el pasillo llevando las armas.

Jack cerró la puerta y le alcanzó.

—Gracias por estar aquí cuando te necesitaba —dijo Jack—. Como ya lo has hecho antes. Creo que la próxima vez me toca a mí.

Warren rió a su pesar.

—¡Habrá que verlo!

Jack llamó al timbre de Laurie y luego se volvió para saludar con la mano a Debra Engler. La vecina respondió cerrando la puerta de un golpe, lo que fue una hazaña ya que sólo la había abierto apenas una rendija. Jack se volvió hacia la puerta de Laurie y oyó un pequeño clic cuando Laurie abría la mirilla. Jack saludó. Luego oyó los cerrojos descorriéndose.

Laurie estaba de un humor excelente a pesar de la escena que había tenido con Paul. Dio a Jack un entusiasta abrazo antes de ir a su dormitorio a buscar el reloj y los adornos. Tom-2 se frotó afectuosamente contra la pierna de Jack, que se inclinó para acariciarlo.

—Supongo que habrás venido en taxi —dijo Laurie desde la otra habitación.

—No, no lo he hecho.

La cabeza de Laurie asomó por la esquina y lo miró acusadoramente.

—Pero lo prometiste —dijo.

—Me ha traído Warren. Y espero que no te importe pero le he invitado a cenar con nosotros.

—Vaya —dijo Laurie—. ¿Viene Natalie también?

—No; sólo Warren. De hecho, para ser sincero, en cierto modo se ha invitado a sí mismo. ¿Sabes? He tenido un problema bastante serio esta tarde justo después de haber hablado contigo por teléfono.

—¿Qué ha pasado? —Salió del dormitorio. Su voz reflejaba repentina preocupación. Conociendo a Jack, sabía que lo que hubiera pasado debía ser serio.

—En palabras de Warren, casi me deja seco el Ejército del Pueblo Ario.

—¿De qué demonios estás hablando?

Jack le hizo un rápido resumen de los hechos. Cuando describió las armas y la providencial llegada de Warren, ella se llevó una mano a la boca.

—¡Dios mío! —dijo—. ¿Qué puede haber provocado semejante emboscada? Quiero decir que fui yo la que hizo la autopsia de Brad Cassidy, si eso tenía algo que ver. Es la única relación que conozco con ese Ejército del Pueblo Ario.

—No creo que tenga nada que ver con Brad Cassidy —dijo Jack—. No puede ser, porque yo no tuve nada que ver con él. Para serte sincero, creo que hay una pequeña posibilidad de que tenga que ver con Paul Sutherland.

Laurie palideció. Aspiró una bocanada de aire y volvió a llevarse la mano a la boca con horror.

—¡Espera! —le dijo Jack—. No hay ninguna prueba. Es sólo lo único que se me ocurrió en el momento, y no se me ha ocurrido nada más desde entonces. Créeme, lo he estado pensando desde que pasó. La única razón por la que deseo contártelo es porque debes saberlo si hay una remota posibilidad de que sea cierto.

—¡Cuéntame qué te pasó!

Jack describió los tres Kalaslinikovs búlgaros que Warren les había confiscado a los atacantes. Luego le recordó la amenaza implícita de Paul aquella tarde. Cuando acabó se encogió de hombros.

—Sé que es muy improbable, pero así están las cosas.

Laurie se sentó en su silla art déco y apoyó la cabeza en las manos.

—Eh —dijo Jack tocándole el hombro—. Todo esto sólo son conjeturas.

—Quizá. Pero tiene bastante sentido. —Meneó la cabeza—. ¿Cómo puede ser la vida de alguien tan tumultuosa?

—¡Vamos! —la animó Jack. Le dio unas palmaditas reconfortantes en la espalda—. Que este episodio no nos desanime. Salgamos a divertirnos.

—¿Estás seguro de que quieres salir después de la experiencia por la que has pasado?

—¡Desde luego! ¡Venga! No debemos hacer esperar a Warren y Spit.

—¿Dónde están?

—Abajo, en sus coches —dijo Jack—. Warren insistió en venir y traer refuerzos por si aparecen otra vez los del Ejército del Pueblo Ario.

Laurie se puso de pie.

—Deberías haberme dicho que Warren estaba esperando. —Corrió de nuevo hacia el dormitorio.

—Te dije que me había traído —le gritó Jack y se inclinó para acariciar al gato otra vez.

—¿Quién es Spit? —preguntó Laurie.

—Es uno de los compañeros de baloncesto. Warren es su mentor y confía en él.

—¿Cómo es que tiene un mote tan feo?

—Procede de uno de sus rasgos de carácter menos atractivos.

Cuando Laurie estuvo lista, bajaron en el ascensor hasta la planta baja y salieron del edificio. Encontraron a Warren y Spit justo enfrente. Laurie y Warren se abrazaron efusivamente, ya que no se veían desde hacía meses.

—Qué buen aspecto tienes, tía —dijo Warren.

—Tú tampoco estás tan mal, tío —dijo Laurie, subrayando «tío».

Warren rió y le presentó a Spit. Jack lo vio comportarse con embarazo por primera vez. Incluso le dio la vuelta a su gorra de baloncesto para que estuviera al derecho como señal de respeto, otra cosa que Jack nunca había visto.

—Bueno, ¿dónde está ese restaurante? —preguntó Warren—. Estoy listo para atracarme.

—Vamos —dijo Laurie—. Os lo indicaré. El trayecto hasta el restaurante fue breve. Por insistencia de Warren, Jack y Laurie fueron en su coche y Spit detrás, en el suyo. Inicialmente hablaron del preocupante incidente en el apartamento de Jack, pero por mutuo acuerdo pronto dieron paso a temas más agradables. Laurie tenía muchas ganas de saber de Natalie Adams, la chica de Warren, y se alegró de saber que les iba muy bien.

Aparcar en Little Italy siempre era difícil, excepto para Warren. Con su cubo de basura sin fondo, aparcaron frente a la boca de riego más cercana al restaurante. Spit se contentó con aparcar en doble fila porque no iba a entrar. Como dijo Warren, sólo iba a «estar por allí».

Jack se sintió encantado desde el momento en que entró. No sólo le atrajo el agradable aroma de hierbas de la bien condimentada comida, sino que le gustó el decorado cursi con sus pinturas de Venecia sobre terciopelo negro, el emparrado falso con vides y uvas de plástico y los típicos manteles de cuadros rojos y blancos. Incluso le gustó la banal botella de Chianti con una vela que adornaba cada mesa.

—Espero que tengamos reserva —dijo Warren cuando contempló la repleta sala. Había unas treinta mesas apretadas en el lugar. Todas parecían ocupadas.

—Se supone que Lou iba a llamar —dijo Laurie. Trató de llamar a un camarero para preguntar por María, la anfitriona. Pero fue María la que la encontró.

Tras recibir un abrazo de oso de María, Laurie le presentó a Jack y Warren. María les abrazó entusiásticamente a los dos.

—Qué pena que Lou no haya podido venir —dijo María—. Trabaja demasiado. Los malhechores no le merecen.

Para sorpresa de Jack y Warren, apareció una mesa vacía milagrosamente. Unos minutos más tarde estaban sentados.

—¿Os gusta el sitio? —preguntó Laurie. Los dos asintieron. Laurie se frotó las manos animadamente—. Vamos a pedir vino. Creo que lo necesito.

La cena fue un éxito. La comida era exquisita y la conversación apasionante.

Incluso compartieron algunas anécdotas con María, que se unió a ellos durante un cuarto de hora.

A la hora de los postres y el café, Laurie preguntó a Warren si no le importaba que Jack y ella hablasen de trabajo.

—No me importa, tía —dijo Warren.

—Es un caso de Jack. Muerte por botulismo.

—No es en realidad un caso mío —observó Jack—. Hay una diferencia importante. Además, Warren ya está muy informado.

Laurie se dio una palmada en la frente.

—¡Claro! —exclamó—. ¿Cómo pude olvidarlo?

—Está hablando de Connie Davydov —dijo Jack.

Warren asintió.

—Ya lo suponía. Flash me dijo que se sintió decepcionado porque tú creías que fue accidental.

—¿Ya sabes lo del botulismo? —preguntó Laurie a Warren, que asintió. Ella rió, incómoda—. Creo que he sido la última en enterarme.

—Llamé a Warren esta mañana después de haberlo descubierto —explicó Jack—. Necesitaba el número de Flash para llamarle.

—Bueno, lo que sea —dijo Laurie—. ¿Cómo sigue la cosa?

—No hay mucho más. Me temo que el caso ha caído en las redes de la burocracia. Cuando llamé a Sanders con la noticia del botulismo, el cuerpo había sido incinerado. Eso significa que no habrá autopsia, un hecho que resultará muy difícil de explicar al departamento de Brooklyn, a menos que la información no se divulgue. En cualquier caso, lo que haya que hacer será cosa de Bingham.

—Eso significa que el Departamento de Sanidad aún no ha sido notificado —dijo Laurie.

—Imagino que así es —repuso Jack.

—Pero eso es terrible.

—¿Por qué es tan terrible? —preguntó Warren—. Connie ya está muerta.

—Pero nadie sabe de dónde vino la toxina del botulismo —explicó Laurie—. La auténtica razón por la que los forenses hacemos lo que hacemos es salvar vidas. La situación con el botulismo es un buen ejemplo. Puede haber una fuente por ahí que mate a otras personas.

—Vale —dijo Warren—. Ya entiendo.

—Hay otra parte de esto que ninguno de los dos sabéis —dijo Jack—. En el mismo barrio en que vivía Connie ha habido una importante mortandad de ratas de alcantarilla.

—Vaya —exclamó Laurie—. ¿Estás diciendo que también murieron de botulismo?

—Exacto. La causa ha sido confirmada hace unas horas.

—Eso quiere decir que el origen de la toxina que infectó a Connie bajó por el desagüe —dijo Laurie.

—O que de algún modo las ratas infectaron a Connie. Connie vivía en un viejo chalet destartalado. Tendrías que ver esa pequeña comunidad. No tengo idea del estado en que estarán las cañerías, pero a juzgar por el exterior y el extraño modo en que se conservan, no creo que las cañerías sean una obra de arte.

Laurie meneó la cabeza.

—Dudo que las cañerías tengan que ver con esto. Tiene que ser de la otra manera. La toxina venía de casa de Connie. Tuvo que ser una sustancia considerable para matar todas esas ratas. Me pregunto si Connie haría conservas. —Miró a Warren, que alzó las manos.

—No me mires a mí. Yo no la conocía.

—Bien —comentó Laurie—. Todo esto indica una vez más que debería haber por allí algún experto en epidemiología buscando un origen. Como mínimo, se debería advertir a su marido. Si el origen sigue por allí, sin duda está corriendo riesgos.

—Yo pensé lo mismo —dijo Jack—. De hecho, fui hoy hasta allí a mediodía para hacerlo.

—¿Hablaste con Yuri Davydov? —preguntó Warren—. ¿Lo sabe Flash?

—No le vi. No estaba en casa. Me encontré a un vecino que dijo que Yuri estaba conduciendo su taxi y que no estaría en casa hasta las nueve o las diez.

Laurie consultó su reloj.

—Eso significa que estará en casa ahora.

—Es verdad —dijo Jack—. ¿Qué sugieres?

—¿Sabes el número?

—Sí, pero no sirve de nada. Al parecer Davydov ha dejado el teléfono descolgado.

—¿Cuándo lo intentaste por última vez?

—Esta mañana —admitió Jack.

—Creo que merecería la pena probar de nuevo —dijo Laurie. Sacó el teléfono móvil de su bolso—. ¿Cuál es el número?

—No lo tengo aquí. Está en el despacho. —Llamaré a información. ¿Cómo se deletrea Davydov?

A Laurie no le costó conseguir el número. Verificó la dirección con Jack para estar segura de que era correcto. Cuando marcó el número, le dio comunicando.

—¿Me crees ahora?

—Te había creído antes —dijo Laurie—. Sólo pensé que sería razonable intentarlo. Bien, esto significa que tendremos que ir.

—¿Ahora? —preguntó Jack.

—Si esperamos y él muere, ¿cómo te sentirías?

—Culpable, supongo. De acuerdo, iré, pero llevará su tiempo. Cae al otro lado de Brooklyn.

—No se tardará tanto ahora —dijo Laurie—. Podemos ir por el Brooklyn Battery Tunnel y la Shore Parkway. Sin tráfico, estaremos allí antes de darnos cuenta.

—Yo no voy —dijo Warren—. Flash me dijo que el tío es un imbécil. Os lo dejo a vosotros, los profesionales. Spit y yo damos la noche por terminada.

—Muy bien —dijo Laurie—. Podemos llamar a un taxi.

—No hace falta —dijo Warren—. Coged mi coche. Me voy a casa con Spit. Doc, ya sabes dónde lo aparqué.

—¿Estás seguro? —repuso Laurie.

—Claro que sí. Divertíos. Y cuando tú vuelvas a casa, no te preocupes. Habrá alguien toda la noche vigilando.

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