Vanessa

Vanessa


Capítulo 13

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Capítulo 13

El destino parecía haberse puesto de lado de Sir Johnson, y entre una de sus tantas tretas, lo había llevado fuera de la ciudad, la vida del hombre se limitaba a Cambridge y a conferencias alrededor del mundo en nombre de la universidad.

Para William, su ausencia fue un agradable respiro; los ánimos de Vanessa estaban un tanto explosivos, por lo que una pausa forzada antes del encuentro podría ser más que beneficiosa. Henriet jugaba una última vez el papel que llevaba manteniendo desde hacía meses, y lo hacía con aires renovados, sabedora de que estaba a pasos de desenmascarar el verdadero vínculo que las unía. Estaba de acuerdo con William, en su demanda, en la presión que había ejercido en su hijo, ella no contaba con las fuerzas suficientes para lograrlo, y por eso le estaría agradecida hasta el día de su muerte. Por eso y por la felicidad que expresaba el rostro de Vanessa. La vida daba vueltas y vueltas, y más tarde o más temprano, terminaba colocando a todos en su sitio. El de la jovencita de Boston había sido en los brazos del conde loco. ¡Vaya locura! El mundo necesitaba más de ella.

—¿W. Wallace? No… no es posible. ¡Te estás pasando de lista conmigo! —Henriet disfrutaba de las nuevas anécdotas de Vanessa, aunque a algunas las pusiese en duda.

Disfrutaban del sol del mediodía en el pequeño jardín trasero. Vanessa prefería estar de incógnito en la ciudad, no tenía deseos de visitas protocolares, salvo que fuese a casa de sus amigas.

—¿Por qué habría de tomarte el pelo, Henriet? W. Wallace es el pseudónimo de William...

Confiaba en la mujer, Henriet era una tumba cuando de secretos se trataba; además quería compartirle las buenas noticias, en la balanza de los actuales sucesos, las malas nuevas pesaban más. No deseaba deprimirla, sino convencerla de que todo estaba de maravillas.

¡Esperen... eso no estaba tan fuera de lugar! Las deudas les llegaban hasta la cabeza, cierto. Habían perdido parte de la cosecha y los brotes para la siguiente siembra, también era cierto. Pérdidas materiales, nada más; en compensación eran ricos en otras áreas. Sonrió. Recordó los besos de William, sus caricias... los «te amo» que hallaban cualquier excusa para convertirse en palabras en su boca.

—¡Pues no puedo creerlo! Lady Merlbourne está obsesionada con él, ha reemplazado todas las obras de su salón de té por las de ... —rio, recordaba la conversación con la mujer: un artista extranjero. ¡Patrañas!— las de tu esposo. ¡Por los cielos, no me creo capaz de poner un pie en la casa de esa mujer ahora!

—¡Por supuesto que eres capaz de hacerlo, es más, irás y te fascinarás con las obras!

—¡Tienes razón, apelaré a la falsa envidia! La envidia mueve montañas en la nobleza británica.

—Con que mueva un par de libras nos es suficiente. ¡Requerimos de toda la publicidad habida y por haber! Así que deja de aburrirte en esta casa, y sé productiva, Henriet.

—Lo seré, no lo dudes... creo que comenzaré con Lady Clarence, que está obsesionada con Lady Merlbourne, que a la vez está obsesionada con tu esposo... —Tosió, víctima del malestar típico de invierno—, perdón, W. Wallace.

—Ten... bebe más té —dijo capturando su taza para llenarla con la tibia bebida que descansaba en la tetera.

—No —Henriet cubrió la taza con la mano—, mi té es especial, deja que llame a Edith. —Sacudió la campanilla de asistencia.

¿Especial? La preocupación la llevó a indagar. ¿Estaría bebiendo alguna clase de infusión medicinal? De ser así, ¿qué problema la agobiaba? Amén de la vejez, por supuesto. Capturó la taza para olfatear los restos de la bebida. La compañía de Bridport la estaba convirtiendo en un sabueso más.

—¡Henriet! —reclamó ante la sorpresa—. ¡Esto es coñac!

—Shhh... No es necesario que todo Londres se entere.

—¿Hace cuánto disfrutas de estos «tés especiales»?

—Desde que tengo memoria, ¿cómo crees que llegué a esta edad? —Vanessa rio a carcajadas, ella continúo—: Décadas atrás descubrí la clave de la inmortalidad, y lo hice observando a los lores... ellos, whisky por aquí, coñac por allá; nosotras, té... y más té. ¡Al diablo el condenado té!

Edith sabía con exactitud cuál había sido el motivo de su llamada, traía consigo otra tetera, de seguro, «especial».

—¿Más té, señora Johnson? —preguntó en complicidad.

—Sí, por favor, Edith.

Vanessa bebió el contenido de su taza de un solo sorbo decidida a vaciarla, una vez logrado el cometido, la acercó a la de Henriet.

—Que sean dos, Edith.

La mujer buscó aprobación en Henriet, una vez recibida, sirvió la bebida en la taza.

—Y deja la tetera aquí, Edith, así no volvemos a importunarte.

Henriet iba un paso adelante de todo, y Vanessa la adoraba por ello. Ojalá el asunto de la inmortalidad fuese tal, para el bien del mundo, Henriet no debía de morir jamás.

Se tomaron unos segundos de deleite, saborearon la exquisita bebida, el invierno era más tolerable con coñac corriendo por sus venas.

—¿Puedo inmiscuirme en uno de tus asuntos? —Unas palabras habían quedado retumbando en la cabeza de Henriet.

—¿Solo en uno? —bromeó Vanessa. ¿A quién engañaba Henriet?

—Has dicho «un par de libras» ¿A cuántas libras haces referencia? —Quería ayudar, deseaba hacerlo.

—Si te soy sincera, ya he perdido la cuenta. —No podía ocultarle esa triste realidad.

—¿Han perdido todo en el incendio?

—No todo, pero hemos perdido lo suficiente como para regresar casi al inicio. Solo espero que la noticia no llegué a la cámara de lores. —La expresión de Henriet le recordó a Vanessa que esa parte de la historia no era conocida por ella—. William recurrió a un prestamista, un maldito usurero que reclama unos intereses impagables, los lores tomaron la decisión de saldar esa deuda siempre y cuando las ganancias y el crecimiento del condado lo justificaran.

—Y esas ganancias no lo justificarán —sentenció Henriet elaborando su propio análisis.

—No ahora, perdimos un gran porcentaje de la cosecha, y eso no es todo, también perdimos los brotes de la cepa. Gracias a ello, un gran porcentaje del dinero obtenido de la venta de la cosecha tendrá que ser invertido en nuevas semillas para la próxima siembra... como he dicho, estamos de nuevo en el mismo lugar.

—Ese lugar se reduce a «dinero», ¿verdad?

—Por desgracia, sí...y la ayuda de W. Wallece y Doctor C ya no bastan.

A Henriet se le estrujaba el corazón, eran una familia acomodada, tenían una buena vida.

—Dime... ¿cómo puedo ayudarte?

—Ya lo has hecho —dijo alzando la taza con el «té especial».

William le había contagiado algo más que su locura. ¿Cómo era que se llamaba eso? Vanessa era nueva en el asunto. Ah, sí... se llamaba esperanza.

***

—¿Enemigo? ¿Tú? Pues ahora sí, me rindo, el mundo no tiene salvación.

A Peter Hanson le era difícil creer el relato de William, el conde de Dorset era esa clase de hombre que pasaba desapercibido o, en su defecto, se hacía inolvidable. Esto último le ocurrió al tal Peter, tiempo atrás, cuando lo conoció en un club clandestino para hombres. En aquel entonces la rebeldía se invertía en ese tipo de antros, aunque la rebeldía de Witthall siempre se había diferenciado a la de la mayoría. La palabra egoísmo no existía ni en el vocabulario ni en el espíritu del joven conde, siempre dispuesto a ayudar, en especial cuando de corazones no correspondidos se trataba.

—No creo que «enemigo» sea el término adecuado.

—¡William, han incendiado tu maldito granero!

El encuentro se estaba llevando a cabo en la intimidad de la casa de Hanson, utilizar las instalaciones citadinas de Scotland Yard levantaría una alarma innecesaria.

—Lo sé, por eso he contemplado todas las posibilidades, y solo me he encontrado una con sentido, y nada tiene que ver con odio o enemistades.

—Si no es asunto de odio o enemistad, es... dinero. —La genialidad no era necesaria para elaborar esa hipótesis, el estado de las finanzas del condado era de conocimiento popular—. ¿Le debes dinero a alguien?

—Técnicamente hablando, todavía no debo nada, el plazo de pago aún no ha llegado.

—¡Mierda! —balbuceó Hanson, y aspiró su cigarro. El asunto olía a problemas—. Intuyo que la deuda iba a ser saldada con la producción del condado. —William asintió, no lo acompañaba con el cigarro, aunque no le despreció el whisky—. Por favor, dime que no recurriste a un prestamista.

Confirmado, ya no olía a problemas, los problemas estaban al otro lado de la puerta dispuestos a derrumbarla en el momento menos oportuno.

—¡No tuve alternativa! —se defendió sin mucho sentido, en realidad, Hanson no lo atacaba, solo lo trataba de imbécil con una delicada indirecta.

—Dime su nombre.

—Sebastián Dun...

—¡Dunne! —William no tuvo ni que finalizar, Hanson se incorporó de un salto al decir el nombre—. ¡De todas las sabandijas posibles, tú recurres a esa!

—Una vez más... ¡no tuve alternativa! —Todos le habían dado la espalda, a excepción de Dunne.

Hanson resopló para librarse del reciente fastidio, regresó a la silla, volvió a aspirar su cigarro, exhaló los residuos con lentitud, y retomó la palabra:

—Si fuese por mí, con el nombre que me has dado, doy por cerrado el caso. Lamentablemente, hay pasos a seguir, pruebas que conseguir... tenemos que abocarnos a eso en primera medida.

Dunne ya tenía un historial conocido tras las oficinas de la entidad, las maquinaciones y jugarretas del hombre habían dejado a unos cuantos en la ruina definitiva, el problema era que hallar pruebas que lo demostraran no era una tarea tan simple.

—¿Cuento contigo entonces?

—Te debo un favor, ¿no es así? —El favor pendiente tenía nombre de mujer y acababa de sumar un tercer integrante a la familia—. Además, la idea de contribuir a erradicar la escoria en este mundo siempre me motiva. En resumidas palabras: sí, cuentas conmigo.

***

El retorno de Philip fue un acontecimiento esperado para todos, menos para él. No entendía el motivo de tanto alboroto, si hasta los sirvientes se hallaban en un estado de extraño frenetismo. ¿Qué ocurría? ¿Acaso su madre...?

No, Henriet estaba ahí, en el sillón del salón principal a su espera, y no estaba sola.

¿William? ¿Qué estaba haciendo ahí Witthall?

El nombre lógico resonó en su cabeza: Vanessa. Fue rápido para pensar lo peor.

—Madre... William... ¿Dónde se encuentra Vanessa? —Una punzada en su corazón acompañó a la pregunta.

—Aquí... aquí estoy. —La voz de Vanessa lo sorprendió a sus espaldas. Philip giró para enfrentarla—. Y esa respuesta nos lleva a otra pregunta: ¿Por qué estoy aquí?

—William, ¿qué has hecho? —gruñó entre dientes enfadado.

—Hice lo que dije que haría, le di tiempo, y usted no supo aprovecharlo.

Henriet se mantenía firme junto a Witthall, estaba harta de la mentira, quería la verdad, deseaba abrazar a su nieta.

Vanessa no se arriesgaba a suposiciones, las tenía, por supuesto que sí, contaba con la inteligencia que se requería para unir las piezas del rompecabezas, y si no lo había hecho hasta ese momento, era porque no se había sentido preparada. William cumplió con esa labor, como un paciente maestro, le enseñó la más difícil de las lecciones: abrir su corazón, sentirlo, oírlo.

Aceptar que las personas que debieron amarla no lo hicieron, dolía demasiado.

En su corazón, Vanessa ya sabía la verdad, solo necesitaba oírla de él.

—Mi cabeza lleva días viajando al pasado, no pude evitarlo... William, con ese secreto inconfesable que no le pertenecía, me obligó a ese inesperado paseo. —Avanzó hacia el interior del salón pasando junto a él. Quería hacer partícipes a Henriet y a William de ese enfrentamiento, o tal vez... tal vez los necesitaba ahí para sentirse menos débil y más amada—. ¿Sabe con qué me encontré en ese recorrido, Sir Johnson? ¡A usted y a mi padre! A usted y a mi padre en una amistad que de amistad no tenía ni un ápice. Lo que me hizo pensar, ¿por qué mi padre elegiría como mi tutor a un hombre que detesta? —Philip se mantuvo inmutable, no iba a responder, y la furia de Vanessa, contenida por años, rompió la primera de sus cadenas—. Sir Johnson, esa pregunta fue dirigida a usted, no al aire...

Silencio, más silencio. William quería golpearlo, y Henriet también, con su bastón. La anciana mujer mantuvo a raya sus deseos de violencia y tomó partido ante el asunto. Abandonó el sillón, fue hasta Vanessa y se enfrentó a su hijo. Dos contra uno. Nada bueno saldría como resultado.

—Si no respondes tú, lo haré yo...

Era el fin para Sir Johnson, pagaría por sus errores.

—¿Por qué mi padre elegiría como mi tutor a un hombre que detesta, Sir Johnson? —repitió con el primer matiz de furia en la voz—. ¡¿Por qué?! —gritó cansada del silencio del hombre.

—¡Porque amaba a tu madre, y tu madre me amaba a mí! —Se derrumbó ahí mismo, dejándose caer en el sillón cercano—. ¡Le pedí que se hiciera a un lado, pero no… todo era una maldita competencia con él!

—¿Y yo, qué papel jugué en esa competencia?

—El dinero Cleveland pudo más que el apellido Johnson, la obligaron a casarse con él...

Vueltas y más vueltas como un condenado carrusel. Vanessa no lo permitiría.

—Sinceramente, la historia de amor entre mi madre y usted me tiene sin cuidado, Sir Johnson.

—Pues debería, porque todo se reduce a eso... —Se incorporó para enfrentarla de nuevo—. ¡La vida de los Cleveland siempre ha sido una gran mentira, la construcción perfecta de una realidad ficticia que se presume de puertas para afuera!

Ella era una Cleveland, así la habían criado, como un becerro recién nacido se había alimentado de esa influencia paterna. Reconocer que estaba en lo cierto fue la bofetada final para Vanessa.

—Fueron el perfecto matrimonio —Philip se arrancaba el pasado de la piel, escupía el veneno atragantado por años—, a pesar del desprecio y la manipulación que se escondía debajo de las sábanas, y cuando esa imagen de perfección se vio atacada, él... él recurrió a mí, valiéndose del sentimiento que albergaba por tu madre.

El relato daba un giro demasiado veloz. William se incorporó de un salto, había hecho hipótesis, pero ninguna había bordado el límite de la complicidad.

—¡Philip! —Henriet le puso un alto a su hijo, las palabras inadecuadas romperían más de un corazón.

—¿Eres mi padre? —Era justo demandar esa respuesta.

—Sí...

—¿Siempre lo supiste? —Se había prometido no llorar. Fue en busca de la mirada de su esposo para tolerar la respuesta.

—Sí —confesó Johnson sintiéndose tan miserable como libre.

Rompió su promesa, y la primera de muchas lágrimas se escapó de sus ojos.

—Mi padre... ¿él, lo sa…?

—Sí, Robert lo sabía, por supuesto que lo sabía... no había intimidad entre ellos, nunca la hubo. Robert... Robert no podía, tenía un inconveniente...

Ciertos detalles no valían la pena ser oídos, porque no compensaban ni justificaban nada, solo ponía sobre la mesa la retorcida historia que la había condenado.

—No, no quiero saberlo.

—Caí en su juego, y le di lo que necesitaba, una familia que mantuviera las apariencias...

La furia desatada tomó control del cuerpo de Vanessa, lo abofeteó. El impacto de su mano en el rostro resonó por todo el ambiente.

—Es agradable conocer mi origen, algunos nacen fruto del amor, otros de la infidelidad... yo nací fruto de las apariencias. ¡Eso sí que debe ser una novedad!

—¡Vanessa, niña! —La mano de Henriet fue en busca de la suya, y Vanessa, contrario a rechazarla, se aferró a ella.

—Cuando naciste intenté hacerlo entrar en razones, me marcharía de ahí contigo y tu madre... sabía que deseaba un heredero.

—¡Por supuesto que deseaba un heredero que luciera el apellido Cleveland! —Ese era el estigma con el que Vanessa cargaba. Nunca había sido suficiente, sin importar el esfuerzo—. ¡Y tú, Johnson, fallaste en la única tarea que se te encomendó engendrando una condenada niña! ¡Una inservible niña!

William fue hasta ella, la tomó de la cintura. Era un huracán, lo sentía, tendrían que contenerla para que no generara múltiples destrozos.

—¡No, no… no digas eso! Tú fuiste y eres más de lo que esperaba, más de lo que deseaba, por eso...

—¡Por eso me odió y despreció toda mi vida!

—Sí, te odió y despreció por ser mejor que él, mi niña.

—¡No, tú no tienes permitido llamarme así! —Quiso abofetearlo de nuevo. William la contuvo—. ¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste dejarme a su merced sabiendo que lo único que obtendría a cambio sería puro desdén?

Comprendía la naturaleza de los matrimonios y las malditas normas sociales, huir con su madre no hubiese sido una alternativa, la condena social hubiese sido brutal, en especial para su madre, pero una vez fallecida...

—Y esa es la parte de historia que todos queremos oír, Philip. —Era su hijo, lo amaba, y sus errores también pesaban en su espalda. Henriet también quería ser libre de amar a su nieta sin culpa, sin fragmentos silenciados—. ¿Por qué? Su lugar era aquí...

Podía suavizar sus palabras, inclusive mentir.

No, ya la había dañado demasiado.

—Amé a Elizabeth... pero con ella solo tuve momentos, nada más que momentos. Nunca fui un esposo, y ser padre era una tarea que no sabía cómo afrontar. Fui lo único que pude ser para ti...

—Mi tutor... —murmuró Vanessa, víctima del más profundo dolor.

¿Cómo amar? ¿Cómo creer en el amor? Si aquellos que deberían de haberte amado no lo hicieron. Un padre que la detestaba al ser consciente de sus orígenes, y otro, un cobarde que no estuvo dispuesto a asumir su rol. Entre medio de ellos, una mujer débil de carácter, de deseos, de sueños, que se rindió a una vida orquestada por otros. Una mujer que murió de la misma manera que vivió, sola. ¿Debía de sentir pena por su madre? En otro tiempo, uno no muy lejano, la respuesta hubiese sido «no». En ese presente, uno junto a William, la respuesta era lo opuesto. Ahora lo comprendía, una vida sin amor no era vida en lo absoluto. La historia de amor que Philip le había narrado era tan solo un espejismo, eso no había sido amor, no podía serlo. El amor rompe barreras, es paciente, se hace fuerte; el amor no abandona, se queda ahí, haciendo compañía en silencio.

—¿Y ahora, Sir Johnson? ¿Ahora qué puede ser?

Robert Cleveland la había desterrado, y no por sus errores, sino por los de ellos.

—Lo que quieras, estoy aquí para ti.

—Supongo que mi padr... —se corrigió, extirparlo de ella sería difícil y doloroso, demasiados recuerdos. Amargos recuerdos—, que Robert no le ha dejado otra alternativa, ¿verdad?

—Vanessa, he velado por ti y tu bienestar todos estos años... tenerte aquí, conmigo, fue lo mejor que me ha sucedido.

El sarcasmo afloró en ella. No le creía ni una sola palabra.

—¡Me lo imagino! Tan grata y anhelada le ha resultado la experiencia que, en cuanto pudo, le concedió mi mano a este desquiciado... —Los ojos de William la observaron de soslayo, al tiempo que sus dedos se hundían en su cintura a modo de suave reprimenda. Vanessa se permitió sonreír, él era lo mejor que le había sucedido—. Dulce desquiciado.

La sombra de una sonrisa decoró el rostro de William.

—No es lo que piensas. —Philip quiso justificar su decisión—. William se presentó ante mí y yo lo vi como una oportunidad...

—Sir Johnson —Witthall finalmente habló—, sus palabras solo arrojan más tierra al pozo, yo que usted meditaría antes de utilizarlas.

Philip comenzó a sentir el frío del acero en la garganta, tenía los minutos contados, la guillotina le rebanaría el cogote sin piedad.

—Necesitaba tiempo —continuó—, estabas encaprichada en desafiar a Robert, no te quería de regreso, y yo, yo no sabía cómo explicarte que él había decidido romper ese falso lazo entre ustedes.

—¡Y prefirió dejarme creer que el enfado de mi padre hacia mi comportamiento era la razón de todo!

—Sí, bueno... no… ocurrió todo muy de repente, y luego, para sorpresa de todos, aceptaste a Witthall. —Hizo una pausa, William estaba en lo cierto, tenía que meditar sus palabras. Respiró y exhaló—. Lo siento, fui egoísta, acepté que William te cortejara porque no quería perderte...

—No se puede perder lo que nunca se ha tenido, Sir Johnson.

Esa había sido la prerrogativa de la vida para Vanessa.

El perdón no estaba hecho para todos, debía ganarse, y muy pocos tenían el valor para ir en su conquista. El tiempo expondría la verdadera naturaleza de Johnson; mientras tanto, debía juntar los fragmentos de una historia que no le pertenecía para enterrarla bien en lo profundo. Robert Cleveland nunca demostró afecto alguno, y esa ausencia de cariño tenía una justificación. El error de Vanessa fue su deseo de sobresalir, brillar para que él la viera, para que él recordara que existía. Ni siendo la perfecta hija sumisa lo hubiese conseguido. Fue solo un accesorio, uno socialmente necesario, y cuando se convirtió en una molestia, se deshizo de él.

Debía de reconocer que el temple de Cleveland la seguía sorprendiendo, la confesión hubiese sido una perfecta estocada. Existieron un sinfín de episodios de furia repentinos, ideales para rasgar el velo de la verdad: «No eres mi hija». No lo hizo, y por eso no le pagaría con la misma moneda. No habría odio y desprecio, solo olvido, porque esa era la peor venganza que podía llevar a cabo, olvidarlo en el sentido puro de la palabra. No era una Cleveland, y jamás sería una Johnson, era tarde para serlo. Entonces, ¿qué le quedaba?

—¿Quién soy ahora, William? —preguntó una vez a solas.

Huir, esa había sido su primera reacción. ¿Dónde irían? Rentar una casa por unos días era un lujo que no podían permitirse. ¿Amistades? No estaba preparada para compartir su nueva historia. Quería huir. O tal vez no, y se convencía con esas excusas para no abandonar la casa Johnson.

—Eres Vanessa... simplemente Vanessa. —La tenía entre sus brazos, no la soltaría jamás, se lo había prometido.

—¿Será suficiente?

¿Dónde albergamos nuestra verdadera identidad? ¿Quiénes somos? ¿Somos lo que pretendieron hacer de nosotros o somos la consecuencia de ese fracaso? ¿Somos el resultado de nuestra rebeldía? ¿o el resultado de la absoluta sumisión? ¿Quiénes somos en realidad?

—No puedo darte esa respuesta, tú debes hallarla.

—Si no puedes darme la respuesta, dame tu experiencia...

—¿Mi experiencia siendo William? —Deseaba alejarla de la tristeza, comenzaba a extrañar su sonrisa—. ¡Oh, ha sido, y es una maravillosa experiencia! Witthall fue solo un elemento decorativo estos últimos años, libre de obligaciones y decepciones.

—¿Fue?

—Sí, fue... hasta que llegaste tú y tus: ¡Witthall! —imitó sus gritos —. Ahí cobró otro significado.

Lo consiguió, Vanessa sonrió. Se giró en sus brazos, deseaba mirarlo a los ojos.

—¿Cuándo te diste cuenta de... de esta verdad?

—La última vez que estuvimos aquí, los ojos de Johnson brillaban con una extraña combinación cada vez que te miraba —El ceño de Vanessa se frunció con tanto esmero que sus cejas se rozaron—. Orgullo y amor... —finalizó.

Ella resopló, la dulce incredulidad de su esposo alcanzaba su mayor límite. ¿Orgullo? ¿Amor? ¡Por favor!

—Sir Johnson es un perfecto mentiroso, eso ha quedado más que claro.

—Estás en lo cierto, aunque discrepo en algo contigo... los sentimientos no pueden ocultarse. ¿Cometió muchos errores? Por supuesto que sí. ¿Esos errores impactaron en otros? Por supuesto que sí. ¿Debemos condenarlo por eso?

—¡Por supuesto que sí! —Vanessa se adelantó al final de su discurso.

El gesto de desaprobación en William fue más que evidente. Torció sus labios en una mueca. Vanessa adoraba esa mueca. No pudo resistirse, necesitaba de él, no solo del calor de sus brazos y de sus palabras, también requería de una dosis del fuego de sus labios. Invadió su boca con un beso, recorrió su humedad con la lengua hasta que él le dio la bienvenida con la suya.

Desafiando el deseo que le gobernaba el cuerpo, William tomó distancia de sus labios. Acarició su rostro, lo sostuvo firme con sus manos para poder gozar de su mirada.

—Cleveland, Johnson... Witthall, nada de eso importa, importa Vanessa, y yo estoy aquí para ella.

El lazo que los unía se elevaba por sobre todas las cosas. Eran dos almas dañadas que estaban aprendiendo a sanar juntas. Volvió a abrazarla, los latidos del corazón de William reclamaban a los de su esposa. Vanessa se refugió en su pecho.

—¿William?

—¿Qué?

—Llévame a casa, por favor —le susurró con la voz temblorosa, ahí, entre sus brazos, se permitía llorar.

—Si eso es lo que quieres, eso haremos.

—Es lo único que quiero... tú, tú y los duendes son mi familia.

Los sentimientos de Vanessa llegaron a un acuerdo, confesaron su primer «Te amo» utilizando esas palabras, y para William, esa fue la confesión de amor más hermosa del mundo.

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