Valor

Valor


Página 3 de 18

Aprenderé de la hoja y de la flor

a teñir de color cada gota que ostentan,

para así convertir el vino inerte del dolor

en oro puro y reluciente.

SARA TEASDALE, «ALQUIMIA».

La arbórea se asfixiaba a causa del veneno, mientras le bullía la savia que hacía las veces de su sangre. Ya había perdido casi todas sus hojas, pero las que conservaba se ajaron y se marchitaron a lo largo de su espalda. Extrajo sus raíces de las profundidades del suelo, unos zarcillos largos y velludos que se encogieron al sentir la brisa fría de finales de otoño.

Una verja de hierro había rodeado su tronco durante años, el hedor metálico resultaba tan reconocible como cualquier pequeño achaque. El hierro la abrasó mientras arrastraba sus raíces por encima. La arbórea se desplomó sobre la acera de hormigón, sus aletargados pensamientos vegetales se plagaron de dolor.

Un humano que paseaba a dos perritos chocó con el muro de ladrillo de un edificio. Un taxi frenó en seco y tocó el claxon con estrépito.

La arbórea derribó una botella con sus ramas, mientras se alejaba a gatas del metal. Se quedó mirando aquel oscuro recipiente de cristal que echó a rodar hacia la calle, se fijó en los restos agrios de veneno que goteaban desde el cuello de la botella, y reconoció la caligrafía de la pequeña tira de papel sujeta con cera. El contenido de esa botella tendría que haber sido un tónico, no el instrumento de su muerte. Intentó incorporarse de nuevo.

Uno de los perros comenzó a ladrar.

La arbórea notó cómo el veneno actuaba en su interior, cortándole el aliento y nublándole la mente. Estaba gateando hacia alguna parte, pero ya no recordaba hacia dónde. Unas manchas oscuras, que parecían moratones, se extendieron por su tronco.

—Ravus —susurró, mientras se le agrietaba la corteza de los labios—. Ravus.

Ir a la siguiente página

Report Page