Vagina

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PARTE IV: LAS JOYAS DE LA DIOSA » 13. LA AMADA SOY YO

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—Sí —dijo sin la sombra de una duda.

En efecto, según su explicación, no es que la energía sexual femenina expanda energía creativa, de hecho, es propiamente energía creativa:

Shakti, o la energía sexual femenina, es energía transferible. Shakti es la fuerza creativa. En su combinación correcta, crea la vida. Es decir: aquí está la fuerza de la vida creativa, de naturaleza femenina, y yo he profundizado en mi capacidad de llevar esta energía yoni a mi cerebro. Cuanto más libere vaginalmente a una mujer —no desde el clítoris—, más va a querer salvar el mundo y salvar a sus nietos, más deseará pintar, crear una diferencia en el planeta.

»El despertar de la energía no tiene que ser orgásmico. Cada vez que nuestro tejido vaginal recibe una caricia amorosa que lo despierte, despertaremos un poco más. Quizás no lo notemos las doce primeras veces. Pero luego… ¡Uauuu!

Fuera estaba oscureciendo. Miré alrededor de la sala por última vez: todavía me mostraba escéptica ante la posibilidad de que una noche con un desconocido pudiera cambiar la vida de alguien —no me podía imaginar haciéndolo yo misma—, pero esperaba que todas aquellas mujeres, que habían emprendido aquel viaje conmovedor y valiente, encontraran lo que necesitaban encontrar. Cada una de ellas, a su manera, estaba diciendo una verdad convincente y fundamental: lo que sabían que habían recibido, sexualmente, de nuestra cultura, no bastaba para reflejar lo que realmente eran.

Mientras me sumergía en el caos luminoso de Broadway, me acompañaban las palabras que Caroline Muir había dirigido a las mujeres: «La mayor parte del viaje consiste en desprenderse de esas capas de “No soy lo bastante…”. El objeto del amor no es el marido o el amante. El objeto del amor está en mí. La amada soy yo».

Me había convencido de que el tantra tenía algunas respuestas a la pregunta de cuál era la mejor forma de entender la sexualidad femenina. Pero incluso después de asomarme al retiro del masaje del lugar sagrado, el tantra me seguía dando un poco de miedo.

Entrevisté a varias dakinis tántricas —mujeres de toda clase y condición que se habían formado en talleres de tantra y que lo habían practicado en su vida diaria—. Según sus propias descripciones, estas dakinis eran mucho más orgásmicas que otros grupos de mujeres comparables a quienes también había oído hablar acerca de su vida sexual. Además, estas mujeres parecían extraordinariamente felices y llenas de energía, independientemente de su aspecto: como en cualquier grupo de mujeres, solo unas pocas tenían muy buen tipo o una belleza convencional. A diferencia de un grupo de control teórico, parecían muy satisfechas con su propia feminidad y se mostraban seguras respecto a su sexualidad.

Cuanto más aprendía sobre el tantra, más me daba cuenta de que las prácticas tántricas relacionadas con la sexualidad femenina encajaban de un modo muy interesante con los datos científicos más modernos sobre el cerebro y la endocrinología. Todo parecía indicar que los maestros tántricos de siglos atrás habían identificado puntos clave en el cuerpo de la mujer que correspondían a importantes vías neurales: el “lugar sagrado” coincidía con el punto G. Los textos taoístas de la antigua China animan a los hombres a chupar los pezones de la mujer, y explican que eso hace que el cuerpo y la mente de las mujeres se relajen; la ciencia nos ha demostrado que la succión de los pezones de la mujer libera oxitocina, la hormona de la relajación. Los maestros tántricos y taoístas identificaron importantes fluidos en las vaginas de las mujeres que, a pesar de recibir nombres bastante esotéricos, parecían corresponder a lo que la ciencia más reciente ha descubierto sobre trazas químicas y hormonales en los fluidos corporales. Los maestros tántricos identificaron la eyaculación femenina, que solo ahora está siendo estudiada por la ciencia occidental. Y, bien, mediante el tantra las mujeres que participaban en esos talleres obtenían notables y empíricos resultados en lo que a sexo se refiere.

Mi interés por adentrarme en los “secretos” del tantra es lo que me llevó a Mike Lousada, el hombre a quien he terminado considerando “mi asesor residente para todo lo yoni”, y cuya conversación iba a tener para mí un impacto tan duradero. Su sitio web, Heartdaka.com, es intrigante. En la parte superior de la página principal se lee «Sanación sexual sagrada de Mike Lousada en Londres», y debajo de eso leemos una cita de Rumi: «La tarea no consiste en buscar el amor, sino simplemente en buscar y encontrar dentro de nosotros mismos todas las barreras que hemos construido contra él».

El visitante de la página se enfrenta a una serie de preguntas íntimas: «¿Se frena usted ante una relación?», «¿Está seguro de que hay más que sexo, pero no sabe con certeza qué es?», «¿Se siente incapaz de disfrutar del sexo?», «¿Tiene dificultad para tener orgasmos?», «¿Quiere usted recuperar la inocencia de su sexualidad?». Pero los eufóricos testimonios —todos de mujeres— neutralizan rápidamente cualquier posible sensación de peligro.[224] «Gracias por mantenerme con tanta habilidad en mi vulnerabilidad», señorita D; «Después de verlo, oigo el latido de mi corazón, me siento tan viva, una mujer de verdad… Gracias», señorita S; «Gracias, Mike. Siento bendición y coraje, me siento femenina y segura, clara, atenta y concentrada… llevo una serena sonrisa en la cara», y así sucesivamente. Y en la parte inferior de la página, como si Heartdaka.com fuera un negocio de toda la vida, había un enlace al perfil de Facebook de Lousada, completado con su foto: un hombre guapo, con barba, sentado sobre una roca, mirando a media distancia y con unos pantalones estilo hippy.

Así que, después de dudarlo un poco, llamé a Lousada y quedé con él. Supe que cobraba unas 100 libras por hora (unos 150 dólares).

Me contó que su misión era empoderar a las mujeres sexualmente, y que también se dedicaba a la curación sexual, mediante masajes yoni, de mujeres que habían sufrido un trauma erótico. Su clientela está formada por mujeres de todos los orígenes y todas las edades. Su historial es, como mínimo, impresionante: gracias a él, cientos de mujeres han recuperado su capacidad orgásmica.

Vaya, pensé, esto es mucho más explícito que el vago y nebuloso “taller” de “masajes” que me había imaginado. Le dije que desde que tenía una relación de pareja no estaba abierta al verdadero trabajo yoni, y con toda dulzura me aseguró que respetaría mis límites. Por otro lado, el hecho de entrevistar a un sanador sexual masculino / gurú yoni era un ataque directo a mis opiniones feministas sobre el comercio sexual y su moralidad.

Estaba fascinada por mi propia reacción y por la reacción de mis amigas y colegas después de comprometerme a ver a Lousada. Ni una sola de ellas expresó horror o prevención; a todas les encantó la idea… o manifestaron su decepción por no poder ir ellas también. E., una mujer felizmente casada con dos hijos, no paraba de mandarme correos: «¿Qué? ¿Has ido ya? ¿Qué tal fue?». No consideramos está noción con madurez; nuestras respuestas no estaban informadas ni eran políticamente correctas. Todas retrocedimos a un estado casi adolescente, el equivalente femenino del típico cotilleo de vestuario.

Y, sin embargo, Lousada no parecía ni víctima ni predador de nadie: ¿con qué garrote intelectual podría yo golpear su decisión de introducir un aspecto de su sexualidad en la economía de mercado? Me encontré en un punto muerto, en relación con el tema de la prostitución, por el hecho mismo de su persona.

—¿Se considera usted un profesional del sexo? —le pregunté, en nuestra primera conversación.

Dijo que prefería la denominación de sanador sexual (aunque ahora, un año después, al haber comenzado a dirigirse a un público más convencional y médico acerca de sus exitosas técnicas, se identifica a sí mismo como “terapeuta somático”). Me siguió contando que trabaja vestido o desnudo, según lo desee la clienta, y que esta pueda estar vestida o desnuda, también según lo prefiera. Por mi mente pasaron varias imágenes: no me podía creer que estaba a punto de dar con mi primer empoderador de yoni o, tal como erróneamente lo vi entonces, trabajador sexual masculino que alimentaba a mujeres. ¿El hecho de que las mujeres busquen a alguien como Lousada significa que las mujeres van tan “calientes” (horrible palabra, pero no es que haya muchos sustitutos adecuados) como siempre nos han presentado los hombres? ¿O más bien ponía de manifiesto una tristeza sexual generalizada entre las mujeres occidentales? Las mujeres que se lo podían permitir, ¿buscaban verdaderamente encuentros sexuales con hombres a sueldo independientemente de cómo esos hombres se describieran a sí mismos (encuentros que ellas podían dirigir y en los que podían marcar el ritmo), porque la vida sexual con su pareja no funcionaba bien?

El “estudio” de Lousada es una encantadora casa de campo reformada cerca de Chalk Farm, un barrio situado al norte de Londres. Él mismo me abrió la puerta. Era igual que en la foto: un hombre físicamente en forma, de piel bronceada y pelo rizado, que de inmediato, para mi espanto, me dio un fuerte abrazo. El tantra debe de hacer maravillas, ya que Lousada, de 43 años, parecía 10 años más joven. Algo nerviosa me senté en el suelo, como él me indicó, y miré a mi alrededor: estábamos en una cálida sala de estar con montones de cojines rojos y naranjas por el suelo, un altar dedicado a la diosa hindú Kali sobre una mesa baja, y velas e incienso ardiendo a nuestro alrededor. Para mi horror, había también un fotógrafo.

Yo había acordado con el Sunday Times que escribiría un artículo sobre mi visita a Lousada. Se suponía que un fotógrafo del periódico iba a llegar al final de la sesión. Pero Lousada me dijo que él mismo le había pedido que estuviese con nosotros desde el principio, para evitar que yo me sintiese incómoda. «He pensando en su bienestar —señaló—. En una sesión suceden cosas», continuó. «Puede ser que se agobie. A veces se despiertan traumas; se puede sentir euforia, o gritar… o a algunas personas les da por llorar». Me sentí desconcertada, como si todo aquello fuera un montaje… ¿No se supone que tu sanador sexual tiene que trasmitirte calma, y no crearte tensión arremetiendo contra los propios criterios profesionales?

Entonces Lousada consultó con el fotógrafo sobre posibles tomas, y sugirió que me pusiera en la posición yab-yum con él. Señaló hacia la estatua que mostraba a Shiva en éxtasis entrelazado con una diosa, con sus piernas enrolladas alrededor de la cintura de ella y las ingles de ambos tocándose. «Yo no pienso ponerme así!», le espeté. Como solución de compromiso, las fotos terminaron tomándonos simplemente sentados uno frente a otro en la posición de loto.

Antes de empezar la sesión, Lousada me contó que muchas de sus clientas habían sufrido abusos sexuales durante la infancia, y que como consecuencia tenían secuelas que iban desde una profunda rabia contra los hombres, que manifestaban en lo sexual, hasta la incapacidad de sentir con profundidad o de tener orgasmos. El sexo con él —en la mayoría de las ocasiones usaba la mano— las ayudaba, según dijo, a sanar su ira y su depresión.

Lousada no tardó en empezar a guiarme en Tantra 101. Hizo que me sentara frente a él sobre un cojín y me empezó a enseñar unos ejercicios de respiración. Estábamos sentados uno frente al otro, a pocos centímetros de distancia. Me hizo visualizar cada chakra, desde la cabeza hasta el “chakra raíz”, que en tantra es el centro sexual (y que, ahora lo sé, corresponde a una de las tres ramificaciones del nervio pélvico femenino): «Siente tu chakra raíz que se extiende en la tierra… Siente cómo cada vez es más fuerte… Tu yoni extiende sus raíces en la tierra… ahora las raíces parten una roca».

Me eché a reír. El fotógrafo se apartó hacia atrás.

—¿Estás nerviosa? —preguntó Lousada—. Todo va bien.

—No —dije, casi sin poder contenerme—. Me hace gracia.

Pero de alguna manera, la idea de un poderoso yoni capaz de quebrar la tierra, en una cultura que por lo general más bien odia e insulta al yoni, no es que fuera… cómico en un sentido desagradable, sino cómico en un sentido positivo; sin dejar de reír, me imaginé, como si estuviera en una película de dibujos animados, un poderoso yoni superhéroe, un yoni vengador.

Entonces, Lousada me hizo mirarle profundamente a sus ojos, mientras respirábamos al mismo tiempo. En este momento, consulté con mi tripa para ver si se trataba de un canalla, de un depredador o de un farsante. Pero, la verdad es que fijó sus ojos en los míos desapasionadamente y tuve que reconocer que confiaba en sus motivaciones. Mis juicios de valor salieron volando por la ventana, y cuando pensé en su repetida declaración acerca de su misión —que la tarea de su vida era sanar a las mujeres que habían sido heridas—, me resultó muy difícil encontrar una razón de peso para menospreciar o ridiculizar su trabajo.

Al final de los ejercicios de respiración, sonrió y dijo: «Bienvenida, diosa».

Y a mí también me fue imposible no sonreírle. Pensé en todas las mujeres que vivían en un matrimonio sin amor, en las mujeres a las que cada día se humillaba verbalmente faltándoles al respeto o sencillamente menospreciándolas. También pensé en la típica “prostituta con un corazón de oro” y en todas las veces que tantos hombres visitan a prostitutas solo por tener a alguien que los escuche o los elogie. Para muchas mujeres, el solo hecho de que Lousada reconociera la divinidad femenina en cada mujer ya valía el precio de admisión. ¿No serían muchas las mamás exhaustas, o las esposas infravaloradas, que se sentirían tan tentadas por un sincero (al menos aparentemente) «Bienvenida, diosa», por solo 100 libras, como por un vestido o un peinado nuevos?

—¿Qué es lo que hace exactamente —le pregunté— para curar a las mujeres sexualmente?

—Lo que hago es “contactar con el yoni” —dijo— para hacer frente al trauma almacenado en los genitales. Por varias razones, una de ellas es que un trabajador del cuerpo no puede obtener permiso para tocar los genitales, los trabajadores del cuerpo no suelen abordar el trauma en esta parte del cuerpo —me explicó—. Empiezo dando un masaje corporal… Luego paso a trabajar en el yoni. Primero lo trabajo externamente. Cuando lo creo conveniente, pregunto a la mujer si le parece bien que entre con mis dedos. El yoni es un espacio sagrado. Es el lugar más santo del cuerpo. Nadie puede entrar ahí sin permiso. Entonces pregunto: «Diosa, ¿puedo entrar». Si me da su consentimiento, tanteo como está el yoni. Pongo mis dedos en la entrada. Si el yoni está listo para recibirme, me succionará. No tendré ninguna necesidad de presionar con los dedos, de “meterlos”. Cuando una mujer está lista para recibir, el yoni me atrae a su interior, él mismo me atrapa con una especie de succión. Si cuando una mujer tiene relaciones sexuales eso no sucede [la acción de succionar], en realidad la mujer no hace honor a su propio yoni.

Continuó diciendo que él aconseja a los hombres que nunca crean solo lo que una mujer les expresa con palabras sobre su disponibilidad, que nunca entren «si el yoni no dice también sí». Pensé que sería un buen consejo para dar a los jóvenes, como parte de su educación sexual básica.

—¿Alguna vez tiene relaciones sexuales con sus clientas?

—Por lo general no tengo relaciones con mis clientas a menos que sea muy recomendable terapéuticamente.

Repitió que solía trabajar con sus manos. Le pregunté si sus clientas se hacían adictas a él y me contestó que se encarga de mantener los límites adecuados y que su intención es liberar a la clienta de las adicciones. Reconoció que ellas pueden desarrollar vínculos emocionales, pero que abordaba este tipo de situación como cualquier terapeuta aborda la transferencia. Agregó que él tenía novia, que también se dedica a la sanación sexual y que a veces lo hacen en colaboración.

—¿Sus clientas tienen orgasmos? —le pregunté.

—En general, sí —respondió—, pero ese no es el objetivo. Tengo tres tipos de clientas. Las mujeres que acuden a mí porque no están satisfechas con sus relaciones, con su propia masculinidad o feminidad. Desean a un hombre masculino, pero no lo atraen porque ellas mismas están “en lo masculino” [están obligadas a vivir de una manera desequilibrada y apoyándose demasiado en el lado masculino de su propia personalidad].

Me habló sobre las presiones de la vida moderna en las mujeres —sobre cómo se las recompensa por vivir desequilibradamente y no se las anima a basarse en lo femenino que tienen en su interior. Cuando se dan cuenta, según me explicó, recuperan el equilibrio femenino y empiezan a atraer a hombres estables, protectores, responsables y masculinos. Me mostré escéptica, y se ofreció para ponerme en contacto con algunos de ellos. Lousada dijo que la tarea de un hombre en relación con una mujer es “abrazarla” como una copa de vino abraza al vino que contiene. Para entonces, yo ya había oído variantes de esta idea tántrica sobre el papel del hombre en el sexo que consiste en sostener y apoyar lo espontáneo e indómito de la mujer. «El verdadero estado de la mujer es la dicha oceánica», dijo; para que la mujer entre en «su propia corriente» el hombre tiene que dejar que la mujer «se mueva y respire».

Las cosas estaban tomando un cariz demasiado oceánico para mí, así que le pregunté acerca de la segunda categoría de clientas. La categoría número dos, dijo, «son mujeres que han sufrido abusos o traumas graves». Y quieren tratarlos porque eso está destrozando su vida».

—¿Y la categoría tres?

—A veces, mis clientas son mujeres que solo quieren experimentar placer.

—¿Y qué pasa si a usted no le parecen atractivas? —le pregunté.

—Siempre hay algo hermoso en una mujer —dijo cariñosamente.

Me contó que algunas de estas clientas tienen 50 o 60 años, que algunas sufren impedimentos físicos, o están discapacitadas, y que muchas están solas en la vida.

—En una sesión —dijo—, siempre veo algo.

Me cuenta que el masaje yoni suele durar dos o tres horas; quiere que la mujer perciba que no hay ninguna prisa.

Me impresionó que fuera tan largo, igual que me impresionaron las descripciones que oí sobre el tiempo dedicado solo al masaje yoni en los “talleres” de los Muir (una hora y media). Obviamente, no tenía nada que ver con la idea occidental de la relación entre el placer femenino y el tiempo que le dedicamos.

—¿No es un poco demasiado largo? —le pregunté.

—Me imagino que si se le dice a un hombre normal y corriente que tiene que prestar atención a su mujer durante dos o tres horas, lo que hará inmediatamente será buscar a su alrededor el mando a distancia —bromeé—. Por eso tengo que enseñar a los hombres —respondió Lousada seriamente.

Estaba convencida, por lo menos, de la sinceridad de Lousada. En cuanto al masaje, o la cantidad de masaje, me sentía cómoda.

Me condujo al piso de arriba, a un pequeño dormitorio muy lindo y seductor. Para entonces, el fotógrafo se había ido. La habitación, iluminada con velas, también olía a incienso. Una vez más, empezamos una negociación: su intención era darme un masaje yoni. Era una situación abiertamente sexual, sin ninguno de los paliativos que imaginé al entrar por primera vez en su sitio web, y supuse que consistiría en algún masaje vagamente sensual… me vi incapaz. Estaba en la cama con un atractivo desconocido y no había manera de fingir que lo que me proponía no era una forma de sexo. La judía buena y monógama que hay en mí volvió a trazar una frontera.

—¿No podemos hacer un poco de… trabajo corporal? —le pregunté. Mike también tenía un título de reiki—. ¿Reiki? —insistí poniendo toda mi esperanza en esa palabra.

Pareció ofendido.

—Yo me dedico a trabajar el yoni —dijo con orgullo profesional.

Por fin nos pusimos de acuerdo: trabajaría conmigo sin implicar nada sexual y yo no me quitaría ni la camisa ni el pareo que llevaba puestos. Bien, al cabo de 30 segundos me encontraba en un estado de dicha oceánica. Al cabo de cinco minutos más me estaba riendo y 10 minutos después ya estaba en un estado alterado.

¿Qué me estaba haciendo?

—¿Qué está haciendo? —le pregunté.

Lousada me explicó que, gracias a mucho entrenamiento, podía proyectar su energía shakti (masculina) a todas las partes de su propio cuerpo, incluidas las manos y los dedos, y que eso era lo que causaba el efecto de su contacto. Lo que hacía, me indicó, era trazar con la punta de sus dedos las líneas de los meridianos de mi cuerpo, las líneas de energía, o chi, que, según cree la medicina oriental, forma una red que une los puntos de los chakras. Había una carga cinética inexplicable. La sesión duró una hora, y, sí, a pesar de que no fue un intercambio sexual, se produjo algo electrizante, una mejora vital, al “recibir” físicamente de aquel modo ocioso, sin programaciones previas, durante una hora.

Ahora sé que cuando me marché del estudio de Lousada mi dopamina estaba por los aires. Los colores parecía que brillaran más, el mundo, rebosante de alegría y sensualidad, y la amiga que se reunió conmigo justo después me dijo —un poco de mal humor— que me veía ruborizada y radiante.

Volví a hablar con Lousada por teléfono para averiguar cuáles eran los verdaderos mecanismos de funcionamiento de su método. Sobre todo quería entender lo que para él era la relación entre la curación de una mujer a base de un masaje vaginal y el florecimiento de esa misma mujer en aspectos de su vida más allá de lo sexual.

—Cuando una mujer se siente segura, se da permiso a sí misma, no a mí, y a su placer orgásmico. Un hombre suele necesitar 4 minutos para tener un orgasmo —volvió a recordar Lousada—, una mujer, 16 minutos. A menos que sea paciente, él llegará antes que ella. Así que cuando hablamos de “sexo normal”, el hombre eyacula cuando el cuerpo de la mujer está empezando a soltarse, a abrirse, a relajarse en esa hermosa… y entonces, se acabó. Muchas mujeres han renunciado a este sexo. Las mujeres se alejan de esta clase de sexo porque llegan a la conclusión de que no es satisfactorio. Muchos hombres no dedican el tiempo necesario a sus amantes. Las mujeres experimentan ese tipo de sexo y creen que eso es el “sexo”. En parte es debido a una falta de conocimientos, tanto de los hombres como de las mujeres. La verdadera sexualidad de las mujeres se ha suprimido de la sociedad. Nuestra cultura no permite el mismo tipo de respuesta a las mujeres que a los hombres. Los estudios demues­tran que el 29% de las mujeres no tiene orgasmo con el coito. El 15% de las mujeres lo tiene pocas veces. En comparación con un 0,6% de los hombres. Las pruebas realizadas con mujeres han demostrado que no hay ninguna razón fisiológica por la que tenga que haber mujeres que no alcancen el orgasmo. Eso me dice que la preorgasmia es una condición psicológica.

—Nosotros [los hombres] tenemos que hacer que las mujeres se sientan seguras si queremos que respondan orgásmicamente.

Necesitamos unos conocimientos básicos de dónde y cómo tocar, es una simple cuestión de anatomía y sensibilidad. En realidad, una de las cosas más importantes que deben recordar los hombres es que todos actuamos basándonos en nuestra propia experiencia sexual, razón por la cual los hombres hacen a sus esposas y amantes lo que a ellos les parece que es adecuado según sus propios gustos sexuales, y las mujeres no les dicen que eso funciona de otra manera. Cuando una mujer acude a mí y me dice: «Mi pareja no me provoca orgasmos», no siempre es responsable de la parte que le corresponde. Muy pocas de mis clientas expresan sus deseos sexuales. He tenido clientas que me han dicho: «Me gustaría poder tener un orgasmo, sería un regalo que le haría mucha ilusión». Pues sí, hay cosas que los hombres sí pueden hacer, pero son las mujeres las que necesitan ser sanadas. Cuando las mujeres se ponen en contacto con su yo sexual se vuelven más creativas, espirituales, artísticas. ¡Consiguen un montón de cosas! Todo consiste en liberar su fuerza vital.

Eso era una afirmación muy rotunda, y yo necesitaba corroborarla independientemente. Así que le pedí que me pusiera en contacto con alguna de sus clientas para que me confirmara una afirmación de tanta trascendencia.

Me puso en contacto con una mujer elocuente y reflexiva de unos 30 años, a quien llamaré “Ángela”.

—Leí su artículo sobre Lousada en el Sunday Times y concerté una cita —dijo Ángela—. Hacía tiempo que me sentía completamente desconectada de los hombres y viví un largo período de celibato. Mis relaciones románticas no eran positivas; también tuve un problema de acoso sexual. Tenía un novio, pero no era una relación profunda, no me podía abrir a él físicamente. No estaba preparada para abrirme sexualmente.

»Ver a Mike influyó absolutamente en mi creatividad. Necesitaba la curación de un hombre. En aquella época fueron cinco sesiones, y todavía hago alguna sesión con él de vez en cuando. Las dos primeras sesiones las dedicamos principalmente a hablar, fueron bastante terapéuticas. A partir de la tercera sesión ya hice trabajo yoni. La primera consistió en hablar, abrazarme, y yo llorando. Reconociendo cómo me sentía. La segunda sesión fue profunda, reconocí lo enfadada que estaba. Mike tuvo que soportar mis gritos diciéndole «¡Vete a la mierda!», para liberar mi ira. Para mí era importante hablar delante de un hombre… Estaba segura de que si yo me mostraba enfadada en la relación con un hombre, sería rechazada de inmediato.

»Después de esta experiencia, empecé a escribir narraciones cortas: estaba siendo más yo misma. La tercera sesión fue trabajo de yoni: había eyaculado cuando era más joven y era muy emocionante que me volviera a ocurrir. Yo era la protagonista, él se interesaba por mí, por mi placer… fue una pasada. Tenía tiempo suficiente. En mis experiencias sexuales anteriores, muchas veces sentía que tenía que ir de prisa… y a menudo me sentía bastante nerviosa por lo que querían los hombres. Me parecía muy difícil relajarme durante las relaciones sexuales, aunque tenía orgasmos y había experimentado orgasmos múltiples. Sin embargo, antes, muchas veces era como si desapareciera después de tener un orgasmo, no en un sentido positivo, desde luego. Permanecer en mi cuerpo después de tener un orgasmo era un gran éxito. Sentí mucha emoción: un trauma del pasado. Ahora me sentía segura: gracias a la seguridad emocional podía relajarme más: sabía lo que tenía que hacer.

»Nunca había tenido un orgasmo vaginal, mis orgasmos siempre habían sido clitorianos, pero con él lo tuve. Encontró un punto que funcionó a la perfección. Tuve la oportunidad de entrar en mi sexualidad muy profundamente, de fluir con una gran intensidad… Estaba enfadada, lloraba… Mike es un ejemplo de lo que es ser un hombre respetuoso. Yo quería respeto, pero no sabía qué era el respeto, cómo te hace sentir. Esto me ayuda a confiar más en mi propia capacidad para juzgar la integridad de un hombre.

»Había tenido orgasmos múltiples, como dos o tres seguidos… con Mike tenía una docena: podía ser apasionada. Antes tenía un bloqueo energético… con él era capaz de soltar un buen grito. En las relaciones anteriores, los hombres no me dejaban ser emocional. En mi familia no se podían expresar los sentimientos. Poder ser emocional con un hombre… Ahora soy mucho más capaz de hablar por mí misma.

Me enfrenté a mi jefe. Ahora defiendo mi punto de vista en general, algo que antes no habría hecho. Empecé a darme cuenta de que siempre pensaba que los demás tenían razón y que yo estaba equivocada; empecé a darme cuenta de que no necesitaba a personas sabelotodo. Era más yo. Tenía más confianza en mí misma. Al mirarme en el espejo me sentía mejor que antes. Me decían que era fea. [Después de trabajar con Lousada] mi cara me gustaba mucho más. Acepto que soy una persona voluble y apasionada. Afloran muchas más cosas. Al masturbarme, procuraba conseguir mejores orgasmos. Mis fantasías sexuales cambiaron… Siempre me veía dominada [en mis fantasías anteriores]. Siempre había te­nido una visión deformada de la figura paterna. Ahora me puedo dar orgasmos sin ni siquiera pensar en un hombre; ahora, el orgasmo lo experimenta todo mi cuerpo. En mi caso, pues, los cambios físicos son simultáneos a los cambios psicoló­gicos.

»Y otra cosa, siempre había querido escribir textos argumentativos, pero tuve que volver a vivir con mis padres y trabajaba en una oficina. Después de las sesiones con Lousada, conseguí un trabajo más creativo. Siempre supe que lo conseguiría.

»¿Creatividad? Esta vez era como si de un modo creativo me hubiera fusionado en todo. Estaba presente. Mi mente no parloteaba… Confiaba en que mi cuerpo asumía el control, me sentía libre, con un sentimiento de integridad. Mis metas son más físicas. Tengo la sensación de que soy aceptada, sé que nadie me va a dejar de lado. Mike dice muchas veces que las mujeres son diosas, y así es como me siento, como una diosa. He escrito unas narraciones sobre la diosa Perséfone. Su marido la lleva bajo tierra, pero es algo positivo… Ella toma la decisión. Se trata de conectar con la oscuridad. Veo a la diosa que hay en mí; veo a la diosa que hay en los demás; veo al dios que hay en Mike. Soy más compasiva. Me veo a mí misma en los demás.

»Después de estas sesiones con Mike, todo se desbloqueó. Es como un cohete que se ha disparado. Atraigo a hombres mucho más positivos a mi vida. Me siento capaz de tener una relación romántica. Tengo un espacio sexual seguro.

—¿Crees que la emergencia de tu sexualidad es equivalente a la emergencia de otros aspectos de tu persona? —le pregunté.

—Sí —respondió, y luego añadió—: Algunas mujeres tienen heridas que solo puede curar un hombre.

La descripción de Lousada de la vagina «extendiéndose hacia afuera» cuando estaba preparada, que al principio me pareció tan rara, iba cobrando cada vez más sentido a medida que avanzaba en la investigación de las tradiciones tántrica y taoísta. Las tradiciones orientales consideran que la vagina es algo vivo, es decir, algo que expresa su propia voluntad, sus preferencias, su influencia y su acción. Se trata de una visión totalmente ajena a nosotros, muy diferente a nuestro modo occidental de presentar la vagina, como algo pasivo, receptivo, sin personalidad y sin voz.

La propia definición de lo que significa “abrirse” en relación con una vagina tiene dos interpretaciones completamente diferentes en las culturas oriental y occidental, a pesar de utilizar la misma palabra. En las tradiciones orientales, como el tantra y el taoísmo, el hombre se dirige, con caricias y cuidado, al “guardián”, a la parte externa de la vagina y los labios, y espera el permiso para entrar, ya sea con la mano, con la lengua o con el pene; y la posterior apertura de la vagina es un proceso en sí mismo complejo, gradual y progresivo, que se desarrolla con el tiempo y bajo la influencia de diversas atenciones y ruegos. En Occidente, la “apertura” de la vagina se entiende como algo que depende únicamente de que la mujer separe sus piernas, o de que un hombre la penetre con el pene; en Occidente, la vagina se abre como si se tratara de un mecanismo, de una puerta, de una cortina o de una caja. En cambio, la apertura vaginal en el modelo oriental es más parecida a un “desarrollo” o un “despliegue”, a un “volver a la vida” o a una “expansión”, más parecida a una fotografía secuencial, a una flor de loto abriéndose bajo el sol.

Y de mis indagaciones tántricas me llevé una frase maravillosa. Como a veces mis amigos y yo nos decimos en broma, o medio en broma, cuando nos contamos una aventura romántica: «Y ¿qué tiene que decir el yoni?».

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