Vagina

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PARTE IV: LAS JOYAS DE LA DIOSA » 14. PLACER RADICAL, DESPERTAR RADICAL: LA VAGINA LIBERTADORA » «DUCHA DE ESTRELLAS»

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14. PLACER RADICAL, DESPERTAR RADICAL: LA VAGINA LIBERTADORA

«Hoy quiero pintar desnudez… Deseo… que me lleves a la noche… a la azul oscuridad del exterior… y que el día no llegue nunca…».

GEORGIA O’KEEFFE

Cuanto más sabía respecto a los últimos avances de la ciencia cerebral sobre la excitación femenina y cuanto más me adentraba en la antigua práctica del tantra, más me parecía que algunos investigadores espirituales hindúes, que vivieron hace siglos, descubrieron casi por completo una serie de conocimientos acerca de la conexión entre la mente y el cuerpo en relación con la sexualidad que la ciencia occidental ahora empezaba a vislumbrar.

De hecho, estas dos tradiciones, la occidental medicosexológica y la oriental tántrica, están comenzando a intercambiar información. Desde la primera vez que me encontré con Lousada, su consulta ha experimentado un gran desarrollo y ha establecido contacto, a través de consultas y presentación de documentos metodológicos, con los principales equipos médicos especializados en la salud sexual y las disfunciones de las mujeres.

Cuando Lousada miraba profundamente a los ojos de una clienta, lo que hacía era estimular, a través de su mirada, la respuesta neurobiológica para la que todas las mujeres están preparadas: mirando a las pupilas dilatadas, las mujeres evalúan de forma instintiva (eso lo hacen ambos sexos) el nivel de salud y de excitación de una posible pareja.[225] Cuando Lousada decía: «Bienvenida, diosa», calmaba a su clienta, la tranquilizaba en el nivel de su sistema nervioso autónomo (SNA) transmitiéndole que sexualmente no corría ningún peligro, que era respetada y valorada, y que para la posible pareja era una ser encantador. Así es como conseguía que el sistema de la mujer se preparase: que los pezones se endureciesen, que su piel se sonrojara y que su vagina se lubricara. Debido a las fuertes conexiones entre los hemisferios del cerebro femenino, más fuertes que las del cerebro masculino, cuando Lousada verbalizaba imágenes positivas sobre la vagina, la mente y el cuerpo de las mujeres estaban mejor preparados para empezar a procesar imágenes y pensamientos sexuales.[226] Puesto que las mujeres reaccionan a las caricias con una respuesta cada vez más relajada, el masaje de Lousada, no sujeto a la presión de cumplir objetivos ni a ninguna otra, potencia el ciclo femenino positivo de una mayor relajación y, por consiguiente, una mayor excitación. El tantra, visto así, no es que presente muchos misterios, en absoluto, es más bien una forma de neurociencia aplicada, que activa intencionadamente la conexión del cerebro con los órganos sexuales.

Voy a llamar “red de la diosa” al sistema nervioso autónomo (SNA), en tanto inductor de misticismo en las mujeres, junto al sistema sexual y a todos los demás sistemas del cuerpo femenino que trabajan conjuntamente trascendiendo lo que en Occidente identificamos solo como “sexo”, pero que resulta vital para la salud sexual y emocional de las mujeres. Voy a llamar “joyas de la diosa” a lo que los hombres tienen que hacer a las mujeres para que la red de la diosa se ponga en marcha —lo que la educadora sexual Liz Topp llamaba «eso que las mujeres necesitan que los hombres no necesitan»—, para lo que no disponemos de nombre (algo que no deja de ser revelador). Personalmente tiendo a identificar, como parte de las joyas de la diosa, ese acto, ese gesto o esa caricia confirmados por la intersección tanto de las prácticas tántricas básicas como de las investigaciones científicas recientes o ya establecidas, aunque desde luego existen numerosas adiciones y variaciones de esta breve síntesis de las joyas de la diosa.

Según los datos que nos ofrecen ambas tradiciones, la oriental y la occidental, todos los hombres y todas las mujeres están capacitados para dar el tipo de atención que requieren las joyas de la diosa en todas las zonas del cuerpo femenino a las que, y sería lo ideal, se debería llegar y acariciar. Lousada lo expresó así: para que las mujeres alcancen un alto estado de éxtasis físico y de liberación emocional, «la paciencia y la compasión» de los hombres en particular al atender a la respuesta sexual de las mujeres son mucho más importantes que cualquier otro recurso más superficial de carácter físico.

Pero antes de centrarme en “las joyas de la diosa”, quiero dejar bien claro algo: muchas veces se fomenta entre las mujeres que vean el debate público sobre su sexualidad como el establecimiento de un nuevo objetivo, o como algo prescriptivo o normativo. Nada más lejos de mi intención. No dejaré de insistir en ello: cada mujer es diferente. Quiero dejar bien claro que lo que yo ofrezco es solo una información, basada en lo que funciona en la práctica tántrica y, en concreto, en lo que funciona dentro de dicha práctica que resulta que tiene una base confirmada por los últimos avances científicos.

Puede que a algunas mujeres les gusten, y siempre, todos los aspectos de las “joyas de la diosa”. A algunas les apetecerá solo una pequeña parte de lo que sigue, a otras les apetecerá casi todo; también puede ser que una misma mujer desee cosas diferentes dependiendo del momento (e incluso, por razones neurobiológicas, su gusto puede variar en diferentes momentos del mes). Habrá mujeres que no responderán a los gestos y comportamientos de los que hablaré. Y habrá otras a quienes les gustarán la mayoría de las veces, pero que, de vez en cuando, preferirán una relación sexual rápida y anónima en la oscuridad de un callejón. Estos gestos y comportamientos son puntos donde explorar, y mi debate acerca de ellos tiene por objetivo aportar luz a la conexión entre la mente y el cuerpo en la respuesta sexual femenina.

EN PRIMER LUGAR, VALÓRALA Y AYÚDALA

La doctora Helen Fisher señaló en La anatomía del amor que la necesidad evolutiva de la mujer de contar con una pareja que la ayude durante los vulnerables primeros dos años de vida del bebé predispone a las mujeres a valorar en los hombres un comportamiento afectuoso y comprometido con ellas. Yo lo llamo “comportamiento inversor” y es diferente, como indica la propia doctora Fisher, a la antigua creencia de los biólogos evolucionistas que insisten en que las mujeres jóvenes fértiles responderán sexualmente a los hombres mayores que tengan dinero y poder.[227]

Ante la convincente teoría de la doctora Fisher acerca de que las mujeres se benefician, en términos evolutivos, de responder sexualmente a los hombres que les demuestran que van a ser una pareja eficaz durante los años más vulnerables del bebé, y que les demuestran que van a proteger de peligros a la madre y al bebé, me pregunté —tratándose de algo evolutivamente tan valioso para las mujeres, para sus cuerpos y, de hecho, para sus vaginas—, si era posible que las mujeres se “diesen cuenta” o percibiesen dichas acciones en parejas potenciales antes de que su mente hubiera prestado atención a ello, del mismo modo que los últimos avances científicos habían establecido una base biológica para la “respuesta instintiva” a las personas.

Tanto el tantra como la ciencia contemporánea confirman que en la vagina hay un pulso. En efecto, dicho pulso se ha medido en varios estudios sobre la respuesta sexual femenina realizados en Occidente recientemente. La mayoría de las mujeres han sido educadas para que no presten atención alguna a este pulso fuera de un contexto sexual. Cuando llamamos la atención de las mujeres sobre esta pulsión en la vagina —sutil, constante y muy característica—, resulta que la notan en la mayoría de circunstancias, y desde luego muy a menudo también en contextos no sexuales.

Parece plausible que este pulso le diga mucho a la mujer sobre su escenario emocional: si carece de peligros y hasta qué punto está sexualmente segura y valorada en él.

Ninguna de las personas con las que hablé, ya fuera personalmente o en línea, había oído hablar del concepto de pulso vaginal. (Tampoco yo hasta que realicé la investigación para este libro). Sin embargo, en la actualidad los investigadores de la respuesta sexual femenina miden este pulso en unidades estandarizadas, concretamente en una unidad llamada “APV” —amplitud de puso vaginal— que a su vez se mide mediante un “fotómetro vaginal” (un dispositivo que envía una señal luminosa para rastrear el flujo de sangre vaginal), y están descubriendo importantes conexiones entre el APV y la respuesta sexual femenina.[228] Pero una vez que tuvieron información sobre este concepto, y después de haberles hablado sobre la conexión entre el cerebro y la vagina, ninguna de las mujeres con las que hablé tuvo ningún tipo de problema para identificar su propio pulso vaginal y responder a mis preguntas.

Pedí a las mujeres que participaban en mi encuesta en línea que indicasen las ocasiones en que su pulso vaginal “golpeara” o latiera de un modo notable en un contexto no sexual. ¿Qué pasaba?

Algunas mujeres, como dos de las encuestadas, confirmaron que el “golpe” o “latido más fuerte que lo habitual” del pulso vaginal se produjo como consecuencia de un gesto amable de la pareja o esposo, o que demostraba una capacidad protectora efectiva, o que mostraba “comportamiento inversor”. (En esta encuesta informal no tuve la suerte de recibir respuestas de mujeres que se identificasen como lesbianas o bisexuales; desde luego sería muy interesante un estudio cuantitativo para saber si las mujeres de todas las orientaciones sexuales experimentan el pulso vaginal del mismo modo cuando sus amantes hacen cosas parecidas, o si son cosas diferentes las que provocan el pulso en las mujeres de diferentes orientaciones sexuales).

«Sentí el pulso vaginal cuando mi novio y yo estábamos de compras en un supermercado y él me recordó (yo me había olvidado) que teníamos que comprar comida para mi gato».

«Sentí el pulso cuando mi marido me llevó a cenar para celebrar mi cumpleaños y apartó la silla para que me pudiera sentar a la mesa».

«Estábamos de cámping y me di cuenta de que mi almohada olía a moho. Mi marido me cedió la suya y en lugar de almohada utilizó su chaqueta. Entonces lo sentí. A veces, el pulso es tan fuerte que es casi incómodo. Sí, entonces quise hacer el amor, para aliviar la tensión».

«Lo noté mientras mi esposo enseñaba a nuestro hijo a arreglar su bicicleta».

Algunas mujeres dijeron haber notado el pulso vaginal cuando su pareja mostró fuerza física, creatividad artística o cierto tipo de habilidad o dominio de sí mismo o de la apertura emocional:

«¡Lo sentí cuando estábamos tirando cosas viejas! Él se arrodilló y levantó un viejo sofá que nos queríamos quitar de encima, y lo lanzó con fuerza a la parte trasera del camión».

«Durante una celebración familiar, mientras lo veía charlar cariñosamente con mi abuela, que es muy mayor y con la que hace falta mucha paciencia».

«Era la primera vez que salíamos juntos y lo vi conducir con mucha habilidad por una carretera mojada por la lluvia».

«Cuando lo oí cantar por primera vez».

«Cuando me preparó el desayuno».

Muchas de las respuestas de las mujeres a estas preguntas indicaban que, si la capacidad del hombre para ofrecer seguridad emocional y afecto puede tener efectos eróticos de las mujeres heterosexuales, también puede tener esos mismos efectos captar la capacidad de un hombre para la creatividad y para la aventura o el riesgo. El doctor Pfaus explica esta aparente contradicción con la naturaleza dual del SNA de las mujeres, al que le gusta estar relajado y, a la vez, que lo estimulen. Sin duda, esto ayuda a explicar por qué generación tras generación, las adolescentes y las chicas jóvenes gritan con entusiasmo sexual después de haber oído cantar a sus estrellas de rock favoritas: el canto activa el SNA. El doctor Pfaus también señaló que el SNA de la mujer se relaja más fácilmente cuando no tiene “estrés malo”, pero que “el estrés bueno”, como el provocado por escenarios emocionantes y peligrosos pero aún bajo control, puede resultar sexualmente atractivo, sobre todo para las mujeres con baja activación inicial del SNA.

Pero lo que desde luego no esperaba encontrar eran respuestas que revelasen que las mujeres experimentan el latido vaginal con más intensidad en contextos que nada tienen que ver con el sexo, ni tan siquiera con la relación con otras personas, y en cambio sí está relacionado con lugares en los que encontraron belleza estética o belleza natural, en los que reafirmaron su propio poder o su propia identidad. Ello sugeriría que la relación de la mujer con su propia mente y con su propio cuerpo es erótica de entrada, que su entusiasmo existencial por estar viva y ser sensible al mundo que la rodea es erótico de entrada, y que este erotismo es anterior a cualquier despertar erótico provocado por “otra” persona:

«Noté el latido una noche mientras ponía gasolina en el coche en una gasolinera. Estaba cerca de un parque natural, frente a una cadena de montañas, y vi que una masa de niebla se asomaba por encima de las cimas. Lo sentí al darme cuenta de lo grandioso e imponente que era aquel paisaje».

«Estaba escuchando el Réquiem de Mozart, y en una parte con notas en cascada, sentí el pulso».

Y esto es lo que contó un hombre: «Tenía una amiga que tuvo un orgasmo mientras caminábamos durante una excursión, provocado únicamente por la belleza de los árboles y de la orilla del río donde nos encontrábamos».

El pulso vaginal se dejaba notar todavía con más fuerza en contextos de competitividad, de victoria o de afirmación del ego: «Sentí el pulso cuando descubrieron a un compañero de trabajo que había hecho algo inmoral —yo lo sabía, pero nadie me hubiera creído—. No es que me sienta orgullosa de ello, pero es cierto. Me sentí fuerte».

«Lo sentí cuando crucé la línea de la meta en un maratón».

«Me sentí el pulso en mi primera exposición de arte al escuchar los elogios de los visitantes a mis obras».

«En el hipódromo».

Evidentemente, el pulso vaginal no es solo una manera de que la mujer perciba su propia excitación sexual, sino que además parece ser una manera para que la vagina informe continuamente a la mujer acerca de muchos otros aspectos de su propia persona.

LLÉVALE FLORES, ENCIENDE UNA LUZ TENUE, RELÁJALA

En She’s Gotta Have It, la película de Spike Lee de 1986, se produce el siguiente diálogo entre un hombre y una mujer que acaban de empezar a besarse:

—¿Adónde vas? —pregunta el hombre, sorprendido, cuando la joven, Nola, se levanta de la cama.

—A buscar velas —responde ella seductoramente.

—¿Estás segura de que tienes bastantes? —y señala con un gesto sarcástico las docenas de velas que hay detrás de ellos.

—¿No las hueles? Las velas, están perfumadas —responde ella, todavía en voz baja.

—Sí, huelen bien —responde—. Oye, ¿por qué no te des­nudas?

Esto es un clásico de la falta de comunicación entre sexos. Nola no solo está tratando de “conseguir las velas”, lo que pretende es entrar en un estado en el que su SNA se altere y se estimule para aumentar la intensidad de su orgasmo. Pero su amante piensa que está perdiendo el tiempo y que en lugar de querer conseguir un ambiente sería más útil ir al grano.

Para el cerebro de Nola, la luz de las velas forma parte de su deseo físico, no se trata únicamente de una mera cuestión decorativa. Louann Brizendine lo explica desde una perspectiva neuroquímica en El cerebro femenino:

Por fin, todo estaba en su sitio. Su mente estaba calmada. El masaje ha dado su fruto. Las vacaciones siempre eran el mejor lugar. Sin trabajo, sin preocupaciones, sin teléfono ni correo electrónico. No hay otro lugar mejor para que el cerebro de Marcie funcione […]. Podía soltarse y dejar que sucediera. Su centro cerebral de la ansiedad se iba cerrando. La zona de la toma de decisiones no se iluminaba con tanta intensidad. Las constelaciones neuroquímicas y neurológicas se alineaban listas para el orgasmo […]. Curiosamente, el encendido sexual de la mujer sexual empieza con un apagón cerebral. Los impulsos solamente pueden correr hacia los centros de placer y desencadenar un orgasmo si la amígdala —el centro cerebral del miedo y la ansiedad— se ha desactivado. Antes de que la amígdala se haya apagado, cualquier preocupación en el último minuto… puede interrumpir la marcha hacia el orgasmo. El hecho de que una mujer necesite este paso neurológico adicional explica por qué la mujer tarda entre tres y diez veces más que el hombre de promedio en llegar al orgasmo […]. Las terminaciones nerviosas en la punta del clítoris conectan directamente con el centro del placer en el cerebro femenino […] si el miedo, el estrés o la culpa interfieren en la estimulación, el clítoris se detiene en seco […]. El clítoris es un verdadero cerebro debajo de la cintura.[229]

La calidad de los orgasmos de la mujer depende notablemente de la iluminación y de lo “acogedor” y bonito que sea el entorno en el que está haciendo el amor. Lousada daba comienzo a sus sesiones haciendo sentar a la “diosa”, quienquiera que fuese, junto a un altar lleno de flores y delante de un hermoso tanka o tapiz sagrado bordado. También encendía velas. En los talleres tántricos de masaje en el “lugar sagrado” que Charles y Caroline Muir organizan los fines de semana, se instruye detalladamente a los hombres sobre cómo preparar un baño en la suite del hotel para la mujer con la que va a formar pareja. En los textos tántricos, siempre se aconseja a las parejas que realicen el acto sexual en un entorno bello y ordenado: se recomienda poner una flor de loto o de otro tipo en agua cerca de la cama, y quemar incienso delante de un altar decorado con elegancia y lleno de cuadros o estatuas bellas. Las antiguas diosas de la sexualidad y la fertilidad femenina, desde Inana hasta Astarte y Afrodita, se asociaban no solo al sexo, sino también a las flores, a las artes decorativas, a los adornos y a la belleza estética.

Aunque este tipo de preparativos estéticos puedan parecer exagerados y engorrosos para un lector occidental, y a pesar de que desde luego es imposible dedicar una hora y media a ello todos los días, nunca deberían menospreciarse y considerarse triviales. Este consejo tántrico tiene una base neurocientífica: la luz tenue, las flores, una serie de detalles para que la mujer se sienta cómoda, como por ejemplo prepararle un baño, son factores con los que será mucho más probable que se logre un estado de relajación profunda en la mujer, ya que prepararán su SNA para alcanzar un mayor nivel de excitación.

Este conjunto de preparativos también suelen ser eróticos para las mujeres, incluso cuando participan en ellos solas. Cuando una mujer se pone ropa interior delicada, se perfuma, o enciende velas y llena la habitación de flores, eso la hace sentirse excitada y capaz de excitarse. Esta preparación transicional modifica las respuestas corporales de la mujer y la relajación hace posible el juego en su imaginación.

En esta época de porno duro que vivimos, ¿será esta asociación tántrica (y sumeria, fenicia, cretense, griega, etcétera) de la sexualidad femenina con flores y adornos una chorrada estilo Ganges combinado con un poco de norte de California? ¿O en realidad hay algo muy profundo en la neurobiología femenina que estos personajes de la antigüedad comprendieron con toda claridad? ¿Por qué cuando los hombres cortejan regalan flores (especialmente flores con exuberantes pétalos, flores vulvares como rosas rojas), y por qué las mujeres heterosexuales de cualquier grupo de control coinciden instintivamente en que no les gustan los tipos que regalan crisantemos o claveles? ¿Por qué es un detalle importante, desde una perspectiva erótica, que las flores hayan sido cuidadosamente encargadas y preparadas con antelación, y no compradas a toda prisa en la tienda de la esquina y lleven todavía el envoltorio de plástico?

¿Por qué tantas mujeres que llevan muchos años casadas dan tanta importancia a que su marido ya no les regale flores, y, desde luego, que se le olvide mandarle un ramo el Día de San Valentín? ¿Por qué las mujeres son tan sensibles a estos detalles? ¿Por qué les conceden tanta importancia?

¿Quizás porque hay algo en todo ello —que a menudo se olvida o se pasa por alto— que las mujeres necesitan para proteger y mantener una buena respuesta sexual con su pareja? La respuesta es sí. No todas las mujeres desean velas, flores o música. Hay mujeres a las que apetece otro tipo de detalles más provocativos, pero casi todas desearán que se tenga con ellas detalles o gestos preparatorios especiales. Incluso si a la mujer solo le apetece un encuentro físico rápido y apasionado, su deseo será mayor si el hombre, en cualquier otro momento del día, ha tenido algún gesto que ella experimente como romántico, o ha expresado también su deseo. Cuando los hombres, con el paso del tiempo, “se olvidan” de estos detalles o piensan que ya no importan (por ejemplo, como ya están casados, ¿qué razón hay para tener que “seducirla” cada vez que van a hacer el amor?), están propiciando, sin darse cuenta, que para la mujer sea cada vez más difícil y problemático desearlos con pasión.

Ya hemos visto lo fundamental que es el papel del sistema nervioso simpático (SNS), o sea, la relajación, en la preparación del cuerpo de la mujer para que se excite. Los investigadores de un estudio sobre un fenómeno no relacionado —el famoso trabajo realizado en 1981 por John Delbert Perry y Beverly Whipple sobre el punto G y la eyaculación femenina— se refirieron a ciertos aspectos secundarios, de cuya importancia quizás no fueron conscientes, sobre el entorno en el que llevaron a cabo las pruebas relativas a las sensaciones vaginales de las mujeres objeto de su estudio.[230] Perry y Whipple descubrieron que había diferencia entre los orgasmos uterinos y vulvares (clitorianos). Midieron las respuestas de las mujeres mientras se les tocaba el punto G, midieron sus contracciones uterinas durante el orgasmo y registraron si “eyaculaban” o no, es decir, si su uretra segregaba un líquido claro. (Los investigadores siguen debatiendo si la eyaculación femenina ha sido probada y no saben a ciencia cierta en qué consiste el líquido uretral).

Perry y Whipple advierten a otros científicos que tengan en cuenta el papel que probablemente tuvo el entorno ambiental en los resultados orgásmicos que midieron. En otras palabras, lo que en principio pretendían Perry y Whipple era estudiar las sensaciones en el punto G en comparación con otros tipos de sensaciones vaginales y clitorianas; pero por el camino descubrieron que la comodidad y la iluminación del lugar influían en la intensidad de los orgasmos que estaban midiendo e incluso influían en si las mujeres estudiadas eyaculaban o no.

En un caso, los investigadores hicieron las pruebas a una de las mujeres en la consulta del doctor. Se trataba de un entorno pulcro y luminoso, pero que muchas personas asocian a dolor y enfermedades. La mujer, decepcionada por su “mala actuación”, pidió que le repitieran la prueba. «Por suerte para nosotros —escribieron los autores—, la consulta del doctor [la que había sido utilizada anteriormente para realizar la prueba] no estaba disponible para la repetición de la prueba, y esta se llevó a cabo en la propia sala de estar de la mujer y en presencia de su pareja sexual. En este nuevo contexto, la medición miográfica vaginal fue de 26 microvoltios (en comparación con los 11,8 medidos en la consulta médica), y la medición miográfica uterina fue de 36 microvoltios (en comparación con los 6,88 de unos días antes). Los nuevos resultados obtenidos supusieron un gran alivio para la mujer, que creyó que reflejaban mejor su propia opinión sobre su estado de salud sexual»[231].

Entonces, otro grupo confirmó aquellos resultados tan espec­tacularmente distintos obtenidos por la mujer en un entorno más acogedor. Debido a un fallo en la programación, un grupo de mujeres tampoco pudo realizar su segunda prueba en el mismo lugar donde había realizado la primera. Esta segunda prueba también se hizo en un consultorio médico, como la primera.

Pero la diferencia era que este nuevo consul­torio se utilizaba para biofeedback. El biofeedback requiere una respuesta de relajación en el sujeto si se quieren obtener buenos resultados, por lo que este segundo consultorio estaba iluminado con una luz tenue, tenía muebles y la decoración era atractiva.

En un entorno estéticamente más agradable y con una iluminación suave, las mediciones de la intensidad del orgasmo de las mismas mujeres dieron un salto. El mismo grupo de mujeres llegó a eyacular con más frecuencia en el segundo lugar, más agradable y relajado que el primero.

Lo que nos dicen los investigadores, en su preciso y riguroso lenguaje científico, es que un entorno físico más “seductor” hizo que las mujeres que eyacularon tuvieran casi el doble de “microvoltios” en las mediciones de sus contracciones vaginales y casi cuatro veces más en sus contracciones uterinas durante el orgasmo que las mujeres a las que se había hecho la prueba en el entorno con una iluminación intensa y con aspecto clínico:

La diferencia sustancial entre las dos mediciones realizadas en el mismo individuo sugiere una variedad de explicaciones post hoc, tales como presencia de la pareja, fatiga, momento del ciclo menstrual, entorno experimental y efectos de la práctica. La única variable sobre la cual se disponía de datos era el entorno experimental. Los sujetos fueron divididos retrospectivamente en dos grupos: uno estaba formado por aquellas mujeres cuyas mediciones se habían realizado estando ellas en la camilla de exploración ginecológica típica de los consultorios médicos u hospitales; el segundo grupo estaba compuesto por mujeres cuyas mediciones se habían llevado estando ellas en una silla reclinable o en un sofá de la consulta de un terapeuta de biofeedback.

Los resultados de este análisis post hoc sugieren que el entorno en el que se llevó a cabo el examen pudo tener importancia. En el caso de las mujeres no eyaculadoras, que tienden a tener músculos más débiles, solo hubo pequeñas diferencias. Pero en las eyaculadoras, las diferencias fueron sustanciales: las 6 mujeres eyaculadoras evaluadas, estando en una mesa ginecológica, dieron un promedio de 8,32 µV (SD = 3,44) en la miografía vaginal, en comparación con 12,95 µV (SD = 6,15) de las 19 mujeres restantes, t (16) = 2,33, p = 0,05. También se observaron diferencias miográficas uterinas. Las 5 mujeres eyaculadoras en el grupo de la camilla ginecológica dieron un promedio de 7,38 µV (SD = 3,51) en comparación con 15,88 µV (SD = 4,42) de las otras 11 mujeres eyaculadoras, t (10) = 4,13, p < 0,01.[232]

Beverly Whipple ha encontrado una conexión todavía más novedosa entre las diferentes formas en que las mujeres experimentan diferentes tipos de orgasmos (vaginales, clitorianos y del punto G) y las distintas partes del cerebro femenino. En una presentación de 2011, Whipple y los demás autores del trabajo mostraron que, efectivamente, las sensaciones y los orgasmos de clítoris, vagina y punto G se manifiestan en partes diferentes —es decir, separables— pero relacionadas del cerebro femenino; y no solo eso, sino que además descubrieron que las mujeres utilizan diferentes descriptores emocionales y sensoriales para referirse a los orgasmos de clítoris, vagina, punto G y orgasmos “mixtos” (los preferidos por la mayoría de las mujeres). Estas diferencias están tan bien documentadas en su trabajo, que Whipple llama “orgasmo profundo” al orgasmo cervical o del punto G y diseñó un vibrador específicamente para activarlo.[233]

La conclusión a la que llegaron Whipple y Perry en su anterior estudio, de 1981, es clara, y potencialmente muy emocionante: «Este análisis post hoc […] sugiere que en futuras investigaciones sobre el funcionamiento sexual será necesario prestar una cuidadosa atención al lugar en el que se realicen los experimentos y a sus características “sexuales” (o antisexuales)».[234]

Muchas mujeres me han hablado sobre las cosas que creen que han perdido, sexualmente, en sus relaciones de largo recorrido. Observo que muchas mujeres hablan con mucha tristeza de tener que ser ellas las encargadas de reservar mesa para la “noche que van a salir”, o de buscar canguro para el Día de San Valentín. Este resentimiento es mayor cuando las mujeres recuerdan el período de noviazgo cuando no tenían que hacer estas cosas. Por lo que me cuentan, parece que “tener que ser la que” se encarga de estas tareas —y lo describen como tareas— tenga algo que ver con una sexualidad en línea plana; su resentimiento parece estar conectado a una cierta sensación de que si hacen la reserva para la noche que van a salir, esa noche no les va a resultar excitante, sino que la vivirán, desde un punto de vista romántico, maquinalmente.

Al ver que tienen que hacer todo el “trabajo” romántico, se enfadan porque se dan cuenta perfectamente de que sus maridos han abdicado de su papel y ya no atienden a las tareas mínimas necesarias para que el deseo de sus mujeres por ellos se reavive continuamente; están enfadadas porque saben que ellos después querrán sexo, pero también saben que los hombres no dan ninguna importancia a su excitación.

(Además están enfadadas porque probablemente empiezan a ponerse tensas e incómodas, anticipando así un mal sexo, como les sucedía a las ratas hembras sexualmente frustradas del doctor Pfaus; la excitación sin una buena liberación de la tensión —o sea, una activación negativa de la dopamina— es, como ya explicó el doctor Pfaus, una experiencia físicamente muy negativa para los mamíferos hembras, tanto si están en una jaula de laboratorio como en un dormitorio).

Los hombres heterosexuales harían bien en preguntarse: «¿Quiero estar casado con una diosa… o con una bruja?». Por desgracia, para las mujeres no hay, fisiológicamente hablando, un punto intermedio. O bien están muy bien tratadas sexualmente, o como mínimo se tratan bien a sí mismas, o bien corren el riesgo de sentirse físicamente incómodas y emocionalmente irritables. Tal como revelan los estudios del doctor Pfaus sobre el estrés sexual en mujeres, los mamíferos hembras no pueden controlar el nivel de estrés provocado por la frustración sexual. Tanto el tantra como la neurociencia tienen una seria propuesta que hacer a los hombres en esa situación, incluso si creen que sus esposas o novias han perdido el juicio temporalmente: Llevad a casa una rosa. Haced la reserva en el restaurante. Ordenad el dormitorio. Encended unas velas.

AYÚDALA A ENTRAR EN ESTADO DE TRANCE ORGÁSMICO

La relajación y la desinhibición van de la mano. El sistema nervioso simpático, cuando realmente se activa, es el mejor amigo para que la mujer entre en estado de trance sexual.

La moderna neurociencia está confirmando lo que el tantra siempre ha sabido, y lo que se insinúa en las escenas de pérdida del yo de las grandes obras de ficción escritas por mujeres: cuando la mujer llega al clímax, entra en un estado de trance que es diferente de lo que los hombres experimentan con el orgasmo. En el estudio titulado «Cambios del flujo sanguíneo en las regiones cerebrales asociados al orgasmo clitoriano en mujeres sanas», Janniko R. Georgiadis y otros observaron imágenes obtenidas por resonancia magnética del cerebro de mujeres a las que se había pedido que primero —algo bastante incómodo— imitasen las contracciones corporales propias de la excitación y el orgasmo, pero que intentasen no excitarse —se trataba de controlar el movimiento que aparecería en la resonancia magnética—, y luego, una vez hecho esto, se les pidió que siguieran adelante y se masturbaran, o que las masturbara su pareja, hasta que llegaran al orgasmo. Las imágenes por RM de los cerebros de las mujeres, que en el momento del orgasmo era como un estallido de puntos multicolores, en lugares del cerebro distintos a los que habían previsto los investigadores, eran imágenes propias de la ciencia más avanzada: «El primer relato de las regiones cerebrales implicadas en la experiencia de la estimulación del clítoris».[235]

Los resultados podrían ser interpretados como una insinuación —de ninguna manera como una confirmación— de que el secular miedo a que el sexo hace que las mujeres se conviertan en algo así como en brujas, o en ménades sin límites morales en el momento del orgasmo, puede que tenga algún fundamento. Los investigadores encontraron una «desactivación significativa de la corteza prefrontal dorsomedial», que es la zona del cerebro en la que se ubica el «razonamiento moral y el juicio social». Este hallazgo implica, en el momento del orgasmo, «ausencia de juicio moral y de pensamiento autorreferencial» precisamente en esa parte del cerebro que generalmente se encarga de estas funciones. Ello sugiere que cuando las mujeres experimentan el clímax pierden la conciencia de un yo separado, pierden la consciencia de sí mismas, les resulta difícil autorreprimirse… por ejemplo, cuando una mujer no puede dejar de gemir en una habitación de hotel con paredes delgadas, incluso sabiendo que después de hacer el amor se va a morir de vergüenza por haber causado alboroto. El grupo de Georgiadis encontró «un aumento del flujo sanguíneo cerebral regional —FSCR— durante la estimulación para la inhibición», lo cual significa que el cerebro de las mujeres presentaba una menor actividad en la zona donde el comportamiento puede ser inhibido. Esto último confirma un hallazgo previo de Mah y Binik, en 2001, que demostraba la participación de la zona del cerebro femenino durante el orgasmo que regulaba «la pérdida del control consciente».[236] Estos últimos investigadores también descubrieron que el orgasmo femenino se experimentaba en el «cerebro medio ventral» —que es exactamente el lugar por donde el tantra supone que se extiende el “tercer ojo”—. (En este lugar, la dopamina está activa: en el cerebro medio ventral es donde se encuentra el grupo de “células dopaminérgicas”).

Pero el descubrimiento de este grupo de científicos —que las mujeres entran en un estado de trance desinhibido, fuera del control de la consciencia— también es importante entenderlo por otras razones. Efectivamente, cuando Janniko Georgiadis y sus colegas descubrieron que el orgasmo clitoriano origina actividad en una parte del cerebro relacionada con la desinhibición conductual y la desregulación, explicaron (en un tono muy poético por tratarse de una revista de neurociencia) por qué los franceses se refieren al orgasmo femenino como la petite mort (la pequeña muerte). Señalaron que a las mujeres, a diferencia de los hombres, el orgasmo las lleva a un estado que se siente como una pérdida de un cierto tipo de consciencia regulada, o pérdida de un cierto tipo de yo. Creo que este hallazgo es extraordinariamente importante para que comprendamos que el sexo tiene significados y asociaciones radicalmente diferentes para las mujeres y para los hombres. Debemos darnos cuenta de que, si hablamos de ciertos aspectos del placer, el sexo presenta similitudes en mujeres y hombres, pero nos equivocamos si nos detenemos aquí. En algunos aspectos que tienen que ver con la consciencia, y no con el placer, el sexo es en la mujer algo totalmente diferente que en el hombre.

Creo que esta activación neurológica de una experiencia de un yo perdido, una inmersión en una marea cuya fuerza trasciende el control propio, un desbordamiento que arrasa toda voluntad consciente de la persona, ha influido poderosamente en las obras de ficción escritas por mujeres. En este tipo de novelas abundan las imágenes de un despertar sexual que conduce a la disolución de un sentido limitado del yo. Edna Pontellier, la heroína de El despertar de Kate Chopin, una vez que ha experimentado su despertar sexual, nada desnuda mar adentro y hacia una posible muerte. Maggie Tulliver, en El molino del Floss, de George Eliot, cuando ha despertado sexualmente, como hemos visto, es arrastrada a la muerte en una inundación. Laura y Lizzie, protagonistas de el El mercado de los duendes, de Christina Rossetti, una vez que han probado el sabor de los frutos eróticos de los “duendes”, están a punto de perecer. Jane Eyre, el personaje de la novela del mismo título de Charlotte Brontë, una vez que ha experimentado su despertar sexual, pierde el conocimiento y casi se muere de hambre en un páramo después de una tormenta. Tal vez, estas escenas no tengan nada que ver con castigos sexuales y, en cambio, sean un reflejo de estados alterados relacionados con la satisfacción sexual, y quizás, también, reflejen la comprensible ansiedad causada en las escritoras y en los personajes que valoran el autocontrol por encima de la desinhibición del cerebro femenino en un estado de trascendencia sexual. Vemos, pues, que muchas escritoras, como Charlotte Brontë, Christina Rossetti y Edith Wharton, expresan a la vez atracción y miedo por la pérdida del yo o la pérdida de control de carácter erótico. Si atendemos a la ciencia, entenderemos que el miedo y la atracción ante la experiencia orgásmica femenina son dos reacciones, muy comprensibles, de mujeres escritoras y artistas, y, de hecho, de las mujeres en general, puesto que implican una sensación de disolución del yo y de pérdida del control consciente.

Los neurocientíficos están identificando zonas del cerebro que tal vez estén conectadas con la experiencia de “unicidad”, o de disolución del sentido del yo, que han tenido algunas personas, aunque dicha experiencia haya sido muy breve. Kevin Nelson, en su libro The Spiritual Doorway in the Brain: A Neurologist Search for the God Experience, especula que la sensación de “pérdida del yo” en la experiencia mística podría estar relacionada con el paro del «cerebro temporoparietal» en ciertos momentos; señala que «importantes partes del yo neurológico están en el cerebro temporoparietal», y que cuando los centros cerebrales que construyen un «yo neurológico» están calmados, las personas pueden tener la sensación de «unicidad con algo más grande».[237] ¿Este planteamiento podría ser útil para la interpretación de las posibles implicaciones del estudio de Georgiadis? ¿Podría servir para entender la atracción y el temor recurrentes en las obras de ficción de mujeres en las escenas de despertar sexual seguidas de otras escenas en las que parece que amenaza la supresión del yo?

Edith Wharton escribe a su amante Morton Fullerton acerca de la “niebla dorada” en la que se trasforman sus pensamientos y sus palabras al notar su tacto —su identidad consciente—, y, mediante la metáfora vaginal de un cofre o caja llena de tesoros, describe su estado mental:

Tengo tanto miedo de que los tesoros que anhelo mostrarte, que han llegado hasta mí en mágicos navíos procedentes de islas encantadas, solo sean para ti la tela y las cuentas con que comercia el astuto vendedor […]. Me da tanto miedo, que muchas y muchas veces vuelvo a guardar mis brillantes tesoros dentro del cofre, ¡por no verte sonriendo ante ellos!

¡Bueno! Y si lo haces… Y si no puedes entrar en una habitación sin que mis sentimientos se propaguen como las llamas, y, allí donde tus manos me toquen, un corazón lata bajo su tacto, y si, cuando me abraces, no hablo, será porque creeré que todas las palabras se habrán convertido en latidos palpitantes, y todos mis pensamientos, en niebla dorada… ¿por qué habría de tener miedo de verte sonriéndome, cuando puedo convertir las cuentas y la tela en algo tan bello?[238]

En La casa de la alegría (1905), Wharton también quiere describir la amenaza que supone para la mujer la pérdida del yo en una pasión sexual realizada y lo hace describiendo la tentación sexual de su heroína, Lily Bart: «La mortal doncella sobre la orilla nada puede hacer contra la sirena que ama a su presa: las víctimas flotan muertas al regreso de su aventura».[239]

Esta activación de la parte del cerebro relacionada con la pérdida de todos los límites conscientes plantea un increíble reto a escritoras y filósofas, ya que significa que la experiencia de la mujer respecto a los límites del yo —si la mujer es orgásmica— suele ser diferente de la experiencia del hombre respecto a esos mismos límites. En la filosofía occi­dental, masculina, el yo ha sido construido como algo racional, consciente, guiado por la voluntad, que domina discretos límites y de autonomía; sin embargo, el cerebro de la mujer orgásmica suele tener una experiencia subjetiva del yo como algo ilimitado, que se ve sobrepasado por una gran fuerza sin fronteras, al margen del control consciente. La extrañeza de dicha pérdida de control orgásmica, sin duda, podría explicar por qué los hombres han representado sexualmente a las mujeres como seres irracionales, como ménades y brujas.

¿Y ese conjunto de células descontrolado en un mesencéfalo ventral loco y fuera de control de las mujeres? Responde con un estado de éxtasis a una serie de estímulos: «Este grupo de células desempeña un papel crucial en una amplia gama de comportamientos de recompensa [Macbride et. al. 1997; Sell et. al. 1999], entre ellos los estados de euforia inducidos por drogas [Breite et. al. 1997; Sell et. al. 1999], la música agradable [Blood y Zotorre 2001] y la ingestión de chocolate [Small et. al. 2001]».[240] Estos investigadores descubrieron el mecanismo físico que explica por qué el orgasmo refuerza a las mujeres, cómo las lleva a buscar una vez tras otra esa sensación de éxtasis, esa sensación parecida a la producida por la heroína: «el PSA se correlaciona positivamente con el flujo sanguíneo cerebral regional —FSCR— en el mesencéfalo ventral», lo cual explicaba «la naturaleza reforzadora del orgasmo en las mujeres». Es decir, que hallaron la interpretación científica subyacente al miedo patriarcal que provoca la sexualidad femenina desde hace siglos: las mujeres están diseñadas biológicamente para que en ellas tener orgasmos sea fortalecedor, y así siempre querer más.

Los investigadores del equipo de Georgiadis mencionaban otros estudios que demostraban —lo que sigue no les gustará a las feministas— que «la estimulación cervical era más importante que la clitoriana para la activación del hipotálamo femenino [Komisaruk et. al. 2004]». ¿Y qué importancia tiene esto? El hipotálamo es «bien conocido por su papel en el comportamiento reproductivo de la mujer [Dr. Pfaus 1999]» y «durante el orgasmo femenino puede liberar oxitocina [Carmichael 1999]».[241] En el caso de las parejas heterosexuales, el embarazo es más probable con un orgasmo vaginal o mixto debido al papel de lo que llamamos, sin ninguna patina poética, “aspiración ascendente” en las contracciones vaginales. No se trata de defender un planteamiento sobre otro o de sugerir que tenemos que intentar que nos guste, sexualmente, lo que no nos gusta. La única intención es informar sobre lo que los científicos están empezando a saber sobre el orgasmo femenino y es que, según el tipo de orgasmo, es más o menos probable quedarse embarazada, o más o menos probable enamorarse y permanecer enamorada.

(Conocí a una joven científica, que había realizado una investigación junto al doctor Pfaus, que me explicó uno de estos estudios durante una celebración en un impresionante edificio académico. Era una chica bonita y culta, de unos 20 años, que para la ocasión lucía un vestido largo de verano con un estampado batik. Sosteniendo una copa de vino blanco con sus delgados dedos, y su porte impecable y elegante, me hizo el siguiente comentario: «Por este descubrimiento, los agricultores pagan a gente para que metan el puño en sus vacas»).

Las mujeres saben que cuando tienen una experiencia sexual realmente intensa entran en algo parecido a un estado de trance, y este estado de trance es un encuentro con su yo en un nivel superior. Nos estamos equivocando si interpretamos que el interés de las mujeres en una aventura amorosa solo tiene que ver con la “otra” persona; si un amante, hombre o mujer, contribuye a que la mujer llegue a dicho estado de trance, ese amor no la atrae solo a causa de esa “otra” persona: la atrae, porque, a través de esta experiencia sexual, la mujer despierta y entra en contacto con dimensiones importantes y profundas de su propio ser.

ABRÁZALA Y ESTRÚJALA ENTRE TUS BRAZOS, LLÉVALA A BAILAR LENTOS: LA VIDA SECRETA DE LA AXILA MASCULINA

«Pienso que miro dentro de sus cajones de la cómoda, que abro uno, saco una camiseta doblada y la huelo. Todavía noto su olor en muchos lugares, y me pregunto qué va a pasar cuando también eso haya desaparecido».

SALLY RYDER BRADY, A Box of Darkness[242]

Cuando te dedicas a escuchar atentamente lo que muchas mujeres heterosexuales creen que se están perdiendo sexualmente, muchas veces las oyes hablar sobre el deseo sexual utilizando imágenes relacionadas con el olor. Una de las mujeres con las que hablé, una animosa profesora de literatura portuguesa de unos 30 años, sostuvo una larga relación con un hombre comprensivo y “de fiar” que en teoría era perfecto para ella; pero a la mujer le era imposible no pensar que, como tipos físicos, no “encajaban”. Se obsesionó en que había algo en el olor de él que a ella no le gustaba. «Una vez leí una novela en la que el protagonista decía: “Ella perfuma mis días”. Yo quiero eso, yo quiero sentir que un hombre “perfuma mis días” y que yo perfumo los suyos».

El olor de los hombres tiene poderosos efectos en el estado de ánimo, en los niveles hormonales y hasta en la fertilidad de las mujeres heterosexuales. Ivanka Savic, del Instituto Carolinska en Estocolmo, Suecia, descubrió que cuando las mujeres y los hombres gais inhalaban uno de los componentes hormonales del sudor masculino, un escáner cerebral PET mostraba áreas luminosas alrededor del hipotálamo, lo cual sugiere que el cerebro de las mujeres y de los hombres gais tenía una respuesta sexual y no olfativa ante este estímulo.[243]

Denise Chen, una psicóloga de la Universidad Rice en Houston, y sus colegas especularon que si los seres humanos producen feromonas del sudor y responden a ellas, la mujer responderá entonces al “sudor sexual” masculino más que a la ausencia o control del sudor.

Chen y su equipo pidieron a 20 hombres heterosexuales que dejaran de usar desodorantes y otros productos de aseo perfumados durante algunos días. Luego los investigadores pusieron una almohadilla debajo de las axilas de los hombres y los conectaron a unos electrodos mientras miraban vídeos pornográficos. Los investigadores analizaron el sudor masculino provocado por la “excitación” y también analizaron las almohadillas impregnadas de sudor pero no secretado durante la excitación sexual.

A continuación, 19 mujeres heterosexuales olieron las almohadillas impregnadas de sudor “excitado” y “no excitado”, mientras simultáneamente ellas mismas se sometían a un escáner cerebral. La reacción del cerebro de las mujeres fue muy diferente según si el sudor masculino pertenecía a un tipo o a otro.

El “sudor sexual” activó la corteza orbitofrontal derecha de las mujeres y la corteza fusiforme derecha, pero el sudor “no sexual” no provocó actividad. Estas zonas del cerebro son las que nos ayudan a reconocer las emociones y a la percepción. Ambas zonas se encuentran en el hemisferio derecho, donde se gestionan los olores, la respuesta social y las emociones.

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