Vagina

Vagina


PARTE IV: LAS JOYAS DE LA DIOSA » 14. PLACER RADICAL, DESPERTAR RADICAL: LA VAGINA LIBERTADORA » «DUCHA DE ESTRELLAS»

Página 27 de 33

Chen llegó a la conclusión de que sus hallazgos refuerzan la idea de que los seres humanos se comunican a través de señales químicas subconscientes.[244] En mi opinión, este hallazgo también sugiere que el cuerpo de la mujer sabe con toda certeza y sin concesiones si un hombre está o no está sexualmente interesado por él, incluso si los dos miembros de la pareja no dicen más que lo “correcto”. Quizás sea esto lo que mi amiga, que tiene un fuerte impulso sexual y cuya pareja no “perfuma sus días”, experimentaba: el interés sexual de su compañero no era lo bastante intenso para ella. Este hallazgo sugiere la posibilidad de que a lo mejor esta mujer no quería que la relación durara para siempre. Para ella, la excitación de su pareja no olía lo suficiente… ese olor, a su vez, la hubiera excitado a ella.

Se han descubierto olores concretos que aumentan la congestión sanguínea vaginal: según un estudio, los pepinos y los caramelos Good & Plenty encabezan la lista de productos cuyo olor activa el riego sanguíneo en la vagina (y tanto los pepinos como los caramelos tienen forma fálica).[245]

No es solo el nivel de excitación de los hombres lo que las mujeres pueden oler inconscientemente. Otro estudio demuestra que a las mujeres les atrae el sudor de la axila de hombres cuyo ADN es diferente al suyo, y les repele el olor de los hombres cuyo ADN es demasiado parecido al suyo. Hay una importante excepción a esta preferencia: cuando están embarazadas, las mujeres prefieren el olor de los hombres cuyo ADN es similar al de ellas; los investigadores sugieren que este hallazgo puede explicarse porque el embarazo es una época en que a las mujeres les gusta estar con personas a las que les unen lazos familiares.

Un estudio realizado por Virpi Lummaa y Alexandra Alvergne, titulado «¿Altera la píldora anticonceptiva la elección de pareja en los seres humanos?», debería hacernos reflexionar y tomarnos muy en serio el impacto de la píldora en relación con el olor de los hombres y su influencia en la elección de pareja por parte de las mujeres. «Las preferencias en la elección de pareja masculina y femenina en los seres humanos varían según el ciclo menstrual. Las mujeres prefieren, durante la ovulación y en comparación con otras fases del ciclo menstrual, a los hombres más masculinos, simétricos y no relacionados genéticamente, y pruebas recientes sugieren que los hombres prefieren a las mujeres que están ovulando. Se ha sugerido que estos cambios durante el mes en las preferencias de pareja se deban a sus posibles beneficios evolutivos en cuanto a éxito reproductivo. Actualmente hay nuevas pruebas que demuestran que tomar píldoras anticonceptivas orales podría alterar de manera significativa la elección de pareja tanto masculina como femenina al suprimir el cambio de mitad de ciclo en las preferencias», escriben las autoras.[246] Este estudio sugiere que cuando las mujeres toman píldoras anticonceptivas huelen a los hombres de una manera diferente a cuando no las toman, porque las píldoras engañan al cuerpo de la mujer haciéndole creer que ya está embarazada. Así, mientras las mujeres están “con la píldora” —y hormonalmente embarazadas—, pero solo salen con hombres, prefieren a los que tienen un olor parecido al suyo. Luego, una vez casadas, dejan de tomar la píldora para formar una familia. Hormonalmente vuelven a no estar embarazadas y recuperan su respuesta normal al olor, con lo cual de repente los matrimonios jóvenes se enfrentan a un problema terrible. Las mujeres sienten rechazo sexual por su marido y dicen cosas como: «No soporto que me toque», justo en el momento en que la nueva pareja desea concebir. Como anécdota, muchos terapeutas dicen que estas jóvenes esposas les cuentan historias idénticas: de repente, les parece que se han casado con el hombre equivocado; las esposas jóvenes dicen en concreto que no soportan el olor de sus maridos.

El cuerpo de la mujer no solo es capaz de saber por el olor si un hombre le va a gustar sexualmente, y si una pareja va a ser una buena inversión, sino que además el sudor axilar masculino y sus feromonas pueden relajar a las mujeres. George Preti, del Monell Chemical Senses Center en Filadelfia, y sus colegas descubrieron que las feromonas masculinas influyen tanto en el grado de serenidad de la mujer como en su nivel de fertilidad.[247] Los investigadores de este estudio, publicado en la revista Biology of Reproduction, colocaron unas almohadillas en las axilas de algunos individuos. El equipo recogió sudor axilar en estas almohadillas. A continuación extrajeron los compuestos químicos concentrados en ellas, los mezclaron con cierta fragancia y los dieron a oler de forma sistemática a mujeres voluntarias. Después de seis horas de exposición olfativa, todas las mujeres dijeron sentirse más relajadas y menos tensas.

Cuando las mujeres que llevan muchos años casadas dicen que en su matrimonio ya no queda nada romántico, muchas veces utilizan la frase «ya nunca me lleva a bailar». Un anuncio de coche cama de los ferrocarriles británicos muestra a un hombre rico, de mediana edad, a un lado de la página y a su esposa en el otro lado. Debajo del hombre se puede leer: «Servicio de habitaciones. Siesta. Golf». Debajo de la mujer se lee: «Cenar con velas. Coqueteo. Baile bajo las estrellas». Si al final resulta que en el hipotético fin de semana de la pareja se cumplen los deseos del hombre en lugar de los de ella, el matrimonio saldrá perdiendo, a pesar de que nadie vea claramente por qué. La mujer no va a poder relajarse de verdad ni conseguirá excitarse profundamente, porque no habrá tenido la oportunidad de oler a su pareja, que se habrá pasado el día jugando al golf —entre los demás aspectos de las joyas de la diosa que la mujer necesita experimentar.

Porque si nos adentramos un poco más en este estereotipo romántico femenino —bailar bajo las estrellas—, veremos que el tipo de baile que esta hipotética mujer echa de menos no es, en general, el rock and roll o el hip-hop, en que las parejas bailan en una eliminación feromonal mutua. No, la imagen romántica femenina es, aproximadamente, la de una pareja que baila muy agarrada, como en las escenas románticas de bailes que son puntos de referencia de nuestra cultura (por ejemplo, en Lo que el viento se llevó, o en La bella y la bestia y Anastasia de Disney). De hecho, en muchas historias de amor clásicas, la protagonista se da cuenta de que está enamorada del héroe después de haber bailado con él en este abrazo frontal —es decir, después de una buena y larga inhalación de las feromonas embriagadoras del héroe, a una rítmica melodía que activa su SNA y asegurándose de que su ADN le resulta familiar, o mejor aún, que le resulta emocionantemente desconocido.

«Ya no nos abrazamos nunca» es otra de las frases que dicen las mujeres cuyo matrimonio es frustrante en lo que a sexo y romanticismo se refiere; si nos fijamos bien, veremos que también en estos casos abrazarse en el sofá suele implicar que la mujer apoya su cabeza en el hombro o en el pecho del hombre; cuando la mujer se abraza en la cama, suele colocar su cabeza sobre el pecho de su pareja. Muchas veces, cuando una mujer abraza significa también que huele al hombre.

¿Cuál es el elemento unificador de baile, mimos y abrazos, y por qué todos ellos son elementos vitales para las mujeres heterosexuales? Todos tienen que ver con la activación de la vida secreta de la axila masculina y con su relación con el deseo femenino heterosexual.

Parece que esto provoca en las personas unas emociones extraordinariamente intensas. Mandé un cuestionario informal sobre el sudor masculino (abrazos, mimos y baile) a través de internet y, al cabo de 45 minutos, recibí 87 extensas respuestas, tanto de mujeres como de hombres. Era como si todo el mundo quisiera hablarme sobre las axilas de los hombres.

«Cuando estoy estresada y mi marido me abraza me calma de inmediato, pero me ayuda si además puedo hacer una buena inspiración y notar el olor de su perfume», escribió una mujer.

«Cuando mi novio no está, duermo con su camiseta puesta, porque si no, no puedo dormir», escribió otra.

«Me separé de un hombre, que era perfecto para mí en todos los sentidos, porque su olor no era el adecuado, y fue una tragedia, pero de verdad que no me quedó más remedio», escribió una tercera.

Los hombres también fueron los primeros sorprendidos al ver el efecto que tenía este sistema de señalización de sus axilas tan poco glamuroso. «En invierno, cuando no sudo tanto, no me pongo desodorante y creo que despierto mucho más interés en las mujeres», escribió un hombre.

George Preti y su equipo, a los que antes ya he mencionado, descubrieron que el sudor masculino no solo afecta al nivel de tranquilidad y de fertilidad de las mujeres.[248] Esto no es todo: las mujeres, después de oler las sustancias químicas contenidas en el sudor masculino, también debieron de notar que se excitaban con mucha más facilidad (a pesar de que el estudio no hacía hincapié en ello), ya que los científicos vieron repentinos aumentos de las hormonas luteinizante en su cerebro —aumentos mayores que en el grupo de control, que no había olido nada.

La hormona luteinizante es una pieza clave en el deseo sexual femenino y desempeña un importante papel en el desencadenamiento de la ovulación. Lo que los profesores no suelen decir a las ansiosas adolescentes en la clase de educación sexual es que esta hormona también es clave para activar y aumentar el deseo sexual de las mujeres. Cuando se aproxima la ovulación, aumenta la presencia de esta hormona en el cerebro femenino, tanto en tamaño como en frecuencia, razón por la cual las mujeres tenemos más deseo sexual en la mitad del ciclo. En el experimento de Preti, cuando las mujeres olían el extracto de sudor masculino, también experimentaban un aumento de la hormona “del deseo sexual femenino”.

Sin embargo, si la mujer está lejos de su pareja masculina durante todo el día y solo la huele cuando ninguno de los dos está excitado —puesto que los dos miembros de la pareja están agotados por el trabajo y los hijos— puede que le “oiga” decir un «te quiero» y hasta incluso un «te amo», pero lo oirá a un nivel intelectual; sentirlo visceralmente será mucho más difícil. Por esto, muchas parejas jóvenes de nuestra cultura pasan del noviazgo —una etapa en la que se podían pasar el fin de semana entero en la cama, y, completamente saciados de aromas, sentirse profundamente enamorados— a una vida en la que ambos trabajan y ejercen de padres, y apenas pueden pasar 20 minutos el uno en los brazos del otro cada 48 horas. En este momento, suelen ser las mujeres, más que los hombres, las que empiezan a sentirse desencantadas, atrapadas y obsesionadas por la sensación de una terrible insulsez de la vida, por la sensación de que les falta algo.

Volvamos a nuestro punto de partida, las cifras que indican una libido francamente baja entre una tercera parte de las mujeres occidentales. Las mujeres que tienen una li­bido cada vez menos intensa, que viven un matrimonio aburrido y a quienes les parece que el mundo es plano y en blanco y negro, pensarán tal vez que todo es culpa de las tensiones propias de la vida adulta y las responsabilidades que comporta. Pero ¿y si resulta que las mujeres en nuestra cultura necesitan neurológicamente el mundo de los olores, y el mundo del tacto, las miradas, las caricias, el placer, etcétera, como requisitos mínimos exigidos por su propia naturaleza, para poder sentirse conectadas, emocionadas, esperanzadas y “enamoradas”?

¿Por qué las vacaciones son tan relajantes y sexualizantes para estas mismas parejas sometidas a un exceso de trabajo? ¿Por qué en tantas parejas que luchan contra la infertilidad el embarazo se produce durante las vacaciones? ¿Será en parte debido a que por fin ellas tienen tiempo para conocerlos de nuevo… a nivel olfativo? ¿Será porque ellas reciben el aroma excitante y calmante de ellos en cantidad suficiente para acordarse de que, aunque a veces sean unos pesados, se repitan o dejen la ropa sucia tirada por el suelo, o incluso a pesar de que empiecen a quedarse un poco calvos, en otro nivel, completamente animal, saben cómo calmarlas, excitarlas y hacerlas felices?

Son las mujeres heterosexuales, no los hombres, quienes se calman con las feromonas del sexo opuesto. Así que hoy, si los hombres heterosexuales no pueden oler a las mujeres a menudo o lo bastante de cerca, puede que no lleguen a excitarse mucho, pero ellos no se van a estresar por esto. Sin embargo, si las mujeres heterosexuales no pueden oler a los hombres a menudo o lo bastante de cerca, se sentirán sexualmente más apáticas y también más estresadas. Y recordemos que el estrés influye a su vez en la libido de la mujer, disminuyéndola.

En los Estados Unidos y Europa occidental tenemos una epidemia de infertilidad: será tal vez que las mujeres heterosexuales no huelen a los hombres ni lo bastante de cerca ni lo bastante a menudo para que aumente el nivel de la hormona luteinizante necesaria para una fertilidad óptima. Los asesores matrimoniales les dicen a las mujeres y a los hombres que hablen de sus problemas; los médicos especialistas en fertilidad mandan a los hombres a una habitación para que se masturben y luego ellos mismos inyectan el semen en la vagina de las mujeres que sufren períodos menstruales irregulares o presentan un bajo nivel de fecundidad. Insisto, si entendemos la naturaleza profunda de la animalidad de la mujer, veremos que todo esto es insuficiente. Los asesores matrimoniales deberían empezar por decir a los hombres que abracen a las mujeres, que las acaricien si ven que están abiertas a ello; que las lleven a bailar si creen que eso les apetece. Los especialistas en fertilidad deberían asegurarse, antes que nada, de que los hombres cuidan bien a las mujeres, las besan y miman con frecuencia, y se encargan de llevarlas hasta el orgasmo.

Bob Beale, en ABC Science Online, informó sobre el estudio de Preti y se refirió a la hipótesis de otro miembro del equipo de investigación, el doctor Charles Wysocki, según el cual las mujeres pueden haber evolucionado de tal modo que el olor de los hombres desencadena su ovulación.[249] Es decir, podría ser que el olor de una pareja masculina ayudara a de­sencadenar la ovulación en el momento ideal y, a la vez, relajara a las mujeres, con lo cual estas serían más receptivas a las relaciones sexuales en el momento más propicio del mes para concebir.

Me veo obligada a decir que la redacción de la conclusión del doctor Wysocki denota hasta qué punto incluso los científicos más vanguardistas en la investigación sobre la respuesta sexual no se dan cuenta de algo crucial en relación con el deseo femenino —incluyendo posiblemente una lectura más atenta de la causa y el efecto en los datos— debido a que siguen inconscientemente modelos androcéntricos respecto a lo que es el sexo. En la conclusión del doctor Wysocki, una mujer que en principio no tiene ninguna intención, huele a un hombre, se dispara su ovulación y entonces, puesto que ahora es fértil, también se relaja y se siente “receptiva” a la aproximación sexual de él. ¿Qué pasa si a esta interpretación le falta la capacidad sexual de ella? ¿Y si ella lo huele, aumenta su hormona luteinizante, se relaja y se excita? Esta relajación y excitación harán que su deseo sea activo (no “receptivo”) y que busque más relaciones sexuales y más orgasmos oliendo más a su pareja —las mujeres tienen muchas ocasiones de oler las axilas masculinas en la postura del misionero en las relaciones heterosexuales—. Este olfateo adicional, a su vez, regula más su ciclo, lo cual garantiza su continua fertilidad. Dicho en otras palabras, el olor del hombre la impulsa a ovular, lo cual hace que ella busque sexo, lo cual hace que ella lo huela más, lo cual aumenta aún más la fertilidad de la mujer. Según esta lectura, más en línea con la visión que tiene el doctor Pfaus sobre el deseo de los mamíferos (una visión más progresista y centrada en la capacidad femenina), los hombres no «hacen fértiles a las hembras»; los hombres pueden hacer que las mujeres quieran sexo, pero es la voluntad de la mujer de querer tener relaciones sexuales lo que mantiene a las mujeres en un nivel de fertilidad óptima. La visión tradicional y un tanto sexista masculina sobre la biología evolutiva es que las mujeres sexis son mujeres fértiles (una perspectiva difícil de aplicar en la práctica a una rata de laboratorio, por ejemplo); pero tenemos que añadir una dimensión de los últimos avances neurocientíficos: parece que las mujeres ávidas de sexo, que continuamente optan por la acción y la actividad sexual, son las más fértiles y, por consiguiente, las que tienen más éxito desde un punto de vista evolutivo. Según este modelo, pues, lo que nos ayudará a optimizar la reproducción de nuestro ADN no es si somos más o menos guapas, sino si somos lo bastante insistentes y dinámicas sexualmente.

Un constante problema para entender de verdad la sexualidad femenina en nuestra cultura es que todo nuestro lenguaje sobre la vagina posiciona a la mujer en un estado de pasividad sexual y atribuye al hombre el papel de perseguidor sexual, en lugar de entender que también la vagina tiene su propia búsqueda. En este modelo —según mi versión de la misma historia y mi interpretación de los mismos datos—, la excitación de la mujer es el centro de la historia. No es un efecto secundario de la obra, o una pasajera zanahoria clavada en un palo que la madre naturaleza agita un momento para que el actor principal, el macho inseminador, haga un oportuno y convenientemente programado acto de aparición. Según mi interpretación de los mismos datos, que es una lectura evolutiva más natural, son las necesidades de la mujer lo que impulsa a la búsqueda sexual. Según mi interpretación de los datos, la vagina es, en términos evolutivos, como muchos la han llamado en otros contextos, «el centro del universo».

MÍRALA A LOS OJOS

Cuando Lousada comienza una sesión de tantra, está varios minutos (quizá 10, que a mí se me hicieron eternos) sentado frente a su clienta, mirándola directa y fijamente a los ojos. A muchas de ellas les cuesta sostener su mirada al principio, o les da la risa, o tienen que mirar hacia otro lado. Pero todas las clientas de Lousada a las que entrevisté —y yo misma—, tarde o temprano reconocemos que este intenso intercambio de miradas crea un ambiente favorable a lo femenino.

¿Por qué es así? El doctor Daniel Amen, en The Brain in Love, demuestra que el hecho de mirarse a los ojos da pistas sobre la excitación sexual y que la mirada tiene que ver con el comportamiento de las neuronas espejo, que nos da información sobre lo que los demás piensan de nosotros.[250] Daniel Goleman, en Social Intelligence: The Revolutionary New Science of Human Relationships, habla, desde la neurociencia, de la importancia de mirar a los ojos del otro en contextos íntimos: «Esas largas miradas tal vez hayan sido un necesario preludio neural del beso [de la pareja] […]. Los ojos contienen proyecciones nerviosas que llevan directamente a una estructura cerebral clave para la empatía y las emociones relacionadas: la zona orbitofrontal (o COF) de la corteza prefrontal. Cruzar la mirada nos vincula […]. Esta estrecha relación [de la COF con la corteza, la amígdala y el tronco cerebral] […] facilita la coordinación instantánea de pensamiento, sentimiento y acción […]. [La] COF realiza un cálculo social instantáneo, que nos dice cómo nos sentimos en relación con la persona con la que estamos, cómo se siente ella con nosotros, y lo que debemos hacer a continuación según cómo nos responda».[251]

¿Nos sorprende, dado el poder de la COF, que las mujeres busquen y deseen la mirada a los ojos como forma de conectar? De hecho, neurológicamente, es un medio para conectar. Las mujeres a menudo anhelan “la mirada”, el contacto visual directo que establecen continuamente con otras mujeres y con los niños. Para ellas es una conexión fortalecedora. En cambio, los hombres tienen una aversión natural a las miradas a los ojos. Los hombres prefieren interactuar mirando de lado, ya que interpretan las miradas directas como una amenaza. Durante los primeros dos años de noviazgo —la etapa en que, según demuestran los estudios, los hombres se parecen más a las mujeres neuroquímicamente, y viceversa—, los hombres suelen mirar a las mujeres a los ojos; pero después de este período de cortejo inicial, este tipo de miradas tiende a disminuir considerablemente.[252] (Las ratas hembras fijan la mirada profundamente antes de estar preparadas para tener relaciones sexuales; como se recordará, “orientan la cabeza”: miran fijamente a la rata macho, y luego huyen, para iniciar la relación sexual).

En los humanos, el contacto visual directo requiere confianza. En un contexto sexual, mirarse a los ojos y ver unas pupilas dilatadas nos da indicios sobre lo que nuestra pareja siente sobre nosotros, ya que las pupilas dilatadas significan excitación sexual. Los restaurantes románticos suelen tener una iluminación tenue que favorece la dilatación de la pupila, lo cual se interpreta entonces como excitación.

Pero el anhelo de la mujer de que su pareja masculina la mire profundamente persiste: en la mayoría de las escenas románticas de películas y novelas hay descripciones del hombre «mirándola profundamente a los ojos». En la naturaleza, el cortejo y las relaciones sexuales entre primates comportan miradas mutuas profundas. Esta profunda sed femenina por lo que debo denominar “contacto por la mirada”, o tal vez sería hasta mejor “comunicación por la mirada”, podría ayudar a explicar muchos misterios acerca de algunas de las tensiones de la vida matrimonial y de las relaciones heterosexuales de largo recorrido.

Para muchas mujeres, una mirada fija y profunda de un hombre es algo sexy. La comunicación a través de la mirada es una de las joyas de la diosa. ¿Cuántas mujeres están “hambrientas de mirada” y buscan inconscientemente provocar a su pareja masculina solo porque quieren acaparar toda la atención de su mirada? ¿Cuántas mujeres creen que su pareja rara vez las mira profundamente a los ojos, a menos que se hayan enfadado? Una experiencia familiar, y frustrante, para muchas mujeres es la sensación de que su esposo o compañero hace lo de siempre con ella, día tras día, pero no la mira de verdad. Esta frustración puede provocar en la mujer una actitud provocadora y “maliciosa”, que el hombre no entenderá y para la que no encontrará motivo ni razón. Quizás ella no entienda del todo por qué de repente está tan irritada con él. Él no ha dicho nada espantoso, ni ha hecho nada terrible… solo que desde hace tres o cuatro días, según lo ve ella, no la mira. Pobre mujer, no sabe que lo que le falta es la profunda mirada interactiva que tanto anhela, porque no es una informa­ción ampliamente entendida o disponible. Pobre hombre, se siente un ser perfectamente sociable, mientras ella se sube por las paredes, ya que es normal que los hombres pasen felizmente el tiempo con amigos y colegas de su mismo sexo mirándose de soslayo.

Los datos muestran un marcado descenso en la satisfacción marital después del nacimiento del primer hijo, y los bebés están evolutivamente programados para buscar la mirada de la persona que los cuida y fijar sus ojos en ella.[253] ¿Puede ser que algunas madres primerizas, sedientas de la profunda mirada de su marido, corran mayor riesgo de caer en un círculo vicioso de miradas mutuas con sus bebés, lo cual deja fuera al hombre? ¿Cuántas madres primerizas habrá que se dejan seducir por el profundo interés del bebé en mirarla a los ojos, en una relación con su hijo que, al convertirse en la principal, deja al padre marginado? Esta infeliz triangulación después del nacimiento de un nuevo bebé, y las posteriores quejas de una libido baja o incluso de ausencia de sexo en la pareja, son muy comunes en nuestra cultura. ¿Hasta qué punto la mamá hambrienta de mirada desencadena todo esto?

Un hombre que quiera que brillen las joyas de la diosa será consciente del peligro que entraña un uso excesivo de la BlackBerry en casa. Tendrá que buscar tiempo, de vez en cuando y aunque no sea algo natural en él, para mirar profundamente a los ojos de su esposa o de su amante.

HABLA CON ELLA, ESCÚCHALA

Un factor de estrés del día a día de las mujeres heterosexuales que conviven con un hombre al que aman es el silencio de él. No me refiero a un silencio hostil o antagónico, sino simplemente al conocido y típico silencio del cerebro masculino.

Existen muchos estudios que han confirmado la diferencia entre el cerebro de los hombres y las mujeres en lo que respecta a los procesos verbales: las mujeres presentan niveles de actividad mucho mayores en los dos hemisferios de su cerebro, lo cual explica que tengan mucho más interés en hablar, utilicen una gama más amplia de vocabulario y hablen sobre las emociones.[254] Por sencillas razones neurobiológicas, todas estas actividades interesan mucho menos a los hombres. No es que quieran ser maleducados o despectivos, sino simplemente que su cerebro no se ilumina igual con esas actividades. Añadámosle el hecho de que muchos hombres llegan a casa después de haberse pasado el día participando en numerosos procesos verbales e interpretando emociones (trabajos típicos de la revolución posindustrial que requieren que el cerebro de los hombres funcione de un modo más parecido al de las mujeres). Muchos hombres llegan a casa por la tarde completamente agotados en cuanto a actividad cerebral. Lo único que quieren es recuperarse: que su cerebro descanse.

Creo que esta es la razón por la que tantas peleas matrimoniales se producen precisamente cuando ambos miembros de la pareja llegan a casa después de la jornada laboral: el cerebro de ella está agitado y se muere de ganas de hablar, que es su forma de calmarse y sentirse mejor, mientras que el de él solo desea estar un rato sin hacer nada, o mirando la televisión, que es su forma de calmarse y sentirse mejor. Ella se aburre, se siente frustrada, si él no quiere o no puede ponerse a hablar con ella; él vive como una invasión la necesidad de hablar de ella.

La doctora Louann Brizendine, en su libro El cerebro masculino, destaca que el cerebro masculino no realiza tantos procesamientos verbales como el femenino.[255] Este último siempre está activo verbalmente. Por eso, muchas veces, cuando una mujer le pregunta al hombre «¿En qué estás pensando?», y él responde: «En nada», ella cree que el hombre la quiere alejar o que le niega el acceso a su vida interior. Y es que el cerebro femenino existencialmente, hermenéuticamente, no puede imaginarse un estado cerebral en el que el procesamiento verbal sea menos importante, por lo menos mientras la persona esté consciente. Pero lo que ocurre en realidad es que los hombres entran en un estado cerebral menos verbal y que necesitan entrar en ese estado para recuperar su equilibrio.

Para las mujeres, cuyo cerebro siempre está inquieto, es una realidad difícil de aceptar.

En casi todas las culturas no occidentales, muchas mujeres pasan un tiempo, en general todos los días, en compañía de otras mujeres (y de los niños). En África occidental, las mujeres son las encargadas de ir a los mercados; en el Valle de las Rosas, en Marruecos, ellas hacen la colada todos los días en el río; en Delhi, almuerzan juntas en las terrazas de su casa. A pesar de que las mujeres en estas sociedades se enfrentan a enormes problemas y desigualdades, a menudo parece que están mucho menos irritadas con los hombres con los que conviven que las mujeres de Occidente. (No me refiero a los maltratos físicos). No recae únicamente sobre el marido el peso, por decirlo así, de satisfacer heroicamente esa profunda necesidad neural de hablar que tiene la mujer (algo que la química del cerebro masculino hace difícil o imposible).

En cambio, en la sociedad occidental contemporánea se espera que los hombres y las mujeres, como pareja o como padres, se pasen la mayor parte del tiempo juntos cuando no están trabajando. Los hombres y las mujeres rara vez se toman un descanso —ni en el trabajo ni en casa— de esta unión forzosamente estresante, desde un punto de vista neurobiológico, a causa de una divergencia verbal.

En nuestra forma occidental de gestionar los acuerdos sociales, la mujer tiene que lograr dar respuesta a la mayor parte de sus necesidades de recibir caricias, miradas y atenciones en unas pocas horas después de la jornada laboral, y esa responsabilidad se asigna a una sola persona, que, para remachar el clavo, es de sexo masculino y está agotada, por lo que lo que necesita con urgencia es exactamente lo contrario, por lo menos durante un rato. En definitiva, una receta perfecta para el conflicto y la frustración.

El doctor Daniel Goleman, en Inteligencia emocional (1995), y el psicólogo John Gottman, en Siete reglas de oro para vivir en pareja (2001), exploran las diferencias en la respuesta al estrés de los dos sexos y su papel en los conflictos conyugales. En su capítulo «Enemigos íntimos», Goleman señala que los hombres son «el sexo vulnerable» porque en general tienden «desbordarse […] a un nivel de intensidad menor» que sus esposas, «una vez desbordados, los hombres segregan más adrenalina en su flujo sanguíneo […] lo cual hace que los maridos necesiten más tiempo para recuperarse fisiológicamente de ese desbordamiento».[256] En estas dos importantes obras se aconseja a las mujeres que entiendan la respuesta masculina al estrés (es decir, que los hombres se “desbordan” por demasiados procesamientos emocionales y necesitan retirarse) y que la compensen. Es un buen consejo. Pero creo que también es muy importante que entendamos la respuesta femenina al estrés y la compensemos. Gottman asigna a la mujer el papel de moderadora en la gestión de conflictos, porque biológicamente maneja mejor el estrés que comportan los conflictos. Esto es cierto a corto plazo, y ambos autores ofrecen también a los lectores masculinos una buena guía para que eviten que el nivel de estrés de sus esposas o novias domine en las discusiones. Pero creo que sería conveniente complementar este excelente consejo con un análisis de los efectos a largo plazo en las mujeres (sobre todo sexualmente) de ciertos tipos de estrés crónico, que surgirán inevitablemente en este tipo de convivencia aislada y asfixiante típica del modelo occidental, aunque convivamos con el mejor de los hombres.

ACARÍCIALA, NO TE DUERMAS

El estrés afecta a cada género de un modo diferente. Con una especie de trágica falta de simetría, cuando un hombre y una mujer discuten, él tiende a “desbordarse” debido a un aumento de las hormonas del estrés, de tal manera que su deseo es encerrarse en sí mismo y retirarse —es la respuesta de la adrenalina de “huye o lucha”— para poder recuperar el equilibrio neuroendocrino. En cambio, la reacción de ella a ese mismo estrés es hablar más y crear más contacto —la respuesta de “atiende y haz amigos”—, porque eso es lo que disminuye su nivel de estrés. Tanto Gottman como Goleman basaron sus libros en estas premisas y ambos aconsejan a las parejas que adapten sus razonamientos a estas diferencias de género.

Los datos confirman que en las conversaciones difíciles las mujeres tienen una mayor tolerancia neuroquímica que los hombres. John Gottman señala que esa es la razón por la que los hombres tienden a “cerrarse en banda” cuando las conversaciones conyugales o de otro tipo son estresantes. No pueden evitarlo: el cuerpo masculino tarda mucho más tiempo —por lo menos 20 minutos— en neutralizar esa excitación negativa.

Los datos de Gottman muestran que las hormonas del estrés femenino alcanzan un nivel máximo cuando los hombres se cierran en banda. Efectivamente, esta reacción masculina deja a las mujeres en un estado de excitación negativa y de ansiedad, aunque los picos no sean muy espectaculares.

Sin embargo, Gottman, en un libro que en general se posiciona muy a favor de la mujer, tiende a asignarle el papel “doméstico” porque los datos demuestran que ella no se “desborda” tanto o tan destructivamente como el hombre. Señala Gottman que la selección natural favoreció a las mujeres con la capacidad de mantener la calma —beneficiándose así de la liberación de oxitocina en la lactancia—, mientras que la evolución favoreció a los hombres, cuya adrenalina puede subir rápidamente: «Hoy —escribe—, el sistema cardiovascular masculino sigue siendo más reactivo que el femenino y más lento para recuperarse del estrés». El doctor Gottman está en lo cierto respecto a los diferentes efectos que las peleas y discusiones tienen en el cuerpo masculino y femenino. Según él, los hombres, al recuperarse del estrés más lentamente tienden a cerrarse en banda para evitar discusiones emocionales, mientras que la tendencia de las mujeres es empezar a hablar de temas de pareja, porque para ellas entrar en este tipo de discusiones no significa tener una aguda subida de adrenalina. Pero Gottman no se refiere en absoluto a esas otras formas de menor escala, a más largo plazo y no tan llamativas en las que los hombres estresan a las mujeres en la dinámica de pareja.[257]

Es posible que en medio del conflicto la mujer no se desborde de esa forma inmediata tan típica del hombre, pero si únicamente nos fijamos en los momentos de conflicto e ignoramos las interacciones más holísticas y sutiles de la vida cotidiana, nos pasará desapercibido algo importante. En mi opinión, en estas otras interacciones menos dramáticas, hay mujeres que experimentan el estrés que les causan los hombres de una forma más crónica, no tan fácil de evaluar. Dicho en otras palabras, esos mismos comportamientos que Gottman considera síntomas del “desbordamiento” masculino —retirarse, desviar la atención a otro tema, callarse, etcétera— harán que, con el tiempo, en algunas mujeres se acelere el ritmo cardíaco, el flujo sanguíneo se llene de catecolaminas y aumente el estrés, quizás de un modo no tan llamativo, pero, sin embargo, permanente y significativo, a menos que los hombres hagan regularmente determinadas acciones para calmarlas. Estas acciones no tienen que hacerlas precisamente durante las discusiones, pueden hacerlas en otros momentos, ya que calmar los ánimos en pleno conflicto es algo muy difícil para la neurobiología de los hombres.

En la investigación sobre el cerebro femenino y sobre cómo las mujeres procesan el estrés, algunos datos científicos bastante enigmáticos confirman que la respuesta de las mujeres al contacto táctil es muy diferente que la de los hombres. En un artículo de 2005 de Roger Dobson y Maurice Chittenden, publicado en el Sunday Times, «Las mujeres necesitan esas saludables caricias», los autores informan sobre los hallazgos de la psiquiatra Kathleen Light. Esta investigadora, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Carolina del Norte, y su equipo descubrieron que, tras solo 10 minutos de caricias, el cuerpo de la mujer produce oxitocina (la sustancia química que, recordémoslo, fortalece el afecto y la confianza). También se redujo significativamente su nivel de presión arterial mientras eran acariciadas.[258]

Light y su equipo hicieron pruebas a 59 parejas heterosexuales: pidieron a todas las mujeres que se sentaran durante 10 minutos en un sofá de dos plazas y vieran una película romántica. Sus esposos o novios tenían que acariciarles las manos, el cuello o la espalda, o la parte del cuerpo que eligieran. Se tomó la presión arterial a las mujeres antes y después de las caricias. Efectivamente, en el breve período de 10 minutos, las caricias aumentaron en una quinta parte las hormonas productoras de afecto. En otras palabras, se puede decir que, más o menos en 10 minutos, las mujeres amaban y confiaban en sus esposos una quinta parte más que antes de empezar las caricias. Sin embargo, los hombres no mostraron cambios parecidos ni en el nivel hormonal ni en la presión arterial después de haber sido acariciados por sus parejas.

Kathleen Light dijo acerca de la investigación: «Se trata de un nuevo hallazgo para los humanos. Todo indica que cuando un hombre acaricia o abraza a su pareja estimula un aumento en el nivel de oxitocina, que tiende a disminuir la presión arterial». Lo novedoso de este descubrimiento es que es el primero de este tipo en seres humanos: en otros estudios se ha identificado el papel de la oxitocina después de las cari­cias, pero solo en mamíferos hembras que ocupan posi­ciones más bajas que los seres humanos en la escala evolutiva. Así pues, muchas mujeres heterosexuales necesitan verdaderamente ser acariciadas por su pareja para sentirse tranquilas y conservar la salud, mucho más de lo que los hombres puedan pensar que es natural o razonable atendiendo a sus propias y diferentes necesidades físicas.

Cuando presenté esta información en línea y pedí a mujeres (y a hombres) que contaran su experiencia sobre si acariciar —un hombre a una mujer— cambiaba la dinámica emocional en una pareja heterosexual, recibí un alud de respuestas confirmando que el acto marcaba una diferencia sustancial.

«He empezado a recomendarlo en mi consulta —escribió un asesor de parejas—, después de leer sobre este método, y ha transformado mi trabajo con las parejas. Les digo a los hombres que acaricien a las mujeres cuando ellos saquen en la conversación un tema que a ellas les provoque ansiedad. Tiene un efecto milagroso para que la mujer escuche y no se cierre, con lo cual las parejas pueden resolver los conflictos con mayor facilidad y sin tirarse los trastos a la cabeza».

«Cuando mi esposo me acaricia los pies, sin implicar en ello nada sexual, cuando estoy cansada al final del día o estresada por el trabajo —escribió Theresa, de Arizona—, me siento más interesada y abierta a lo sexual y entre nosotros hay más intimidad».

Christopher, de Virginia, me escribió así: «He puesto en práctica su consejo. Me cuesta mucho menos ayudar a mi esposa a sentirse mejor cuando hay cosas que no le gustan, y hemos dejado de pelearnos por tonterías».

Mike, de Dallas, escribió: «Mi novia es capaz de escucharme cuando estamos hablando de algo difícil si le acaricio el pelo». Sin embargo, muchos hombres observaron que no podían o no deseaban acariciar durante un momento de conflicto: «Es difícil tener ganas de acariciar cuando te están diciendo que eres el malo de la película», como lo expresó un hombre. Las mujeres también pusieron de manifiesto que si las acarician en el contexto de una pelea, les parece que las quieren manipular.[259]

Personalmente doy testimonio de que mi propia tendencia a ponerme nerviosa y “desbordarme” cuando surgen ciertos temas en el contexto de una relación mejora recurriendo a esta práctica; como le conté este descubrimiento a mi pareja, él siempre me acaricia el pelo y el cuello cuando surge un tema difícil entre nosotros, y la verdad es que inmediatamente consigue que disminuya mi ritmo cardíaco… y que me ría.

Aunque los hombres informaron de que les resultaba difícil acariciar cuando eran ellos los que se sentían atacados (una buena observación si se tiene en cuenta su mayor susceptibilidad a las sustancias químicas del estrés durante una pelea), también señalaron que si pudieran acariciar a sus esposas o novias a menudo durante el día de una manera natural, eso haría que las mujeres se sintiesen mucho más felices y tranquilas en general. Muchas mujeres, por su parte (en respuestas por separado), observaron con sorpresa que se sentían menos irritadas, en general, con sus maridos o novios después de haber incorporado a la relación la costumbre de acariciarse, que el nivel de peleas por tonterías había disminuido radicalmente y que, generalmente, los sentimientos hacia su pareja eran más cálidos. Es lógico: si Kathleen Light demostró que las caricias aumentan el nivel de oxitocina de las mujeres por lo menos en una quinta parte, qué duda cabe de que también aumentarán el afecto y la confianza que sienten por su pareja si esta las acaricia todos los días, o les hace mimos varias veces al día. También harán que estas mujeres se sientan mucho más relajadas. Cuando los hombres acarician con regularidad a las mujeres a las que aman puede que hasta las estén protegiendo contra enfermedades coronarias y accidentes cerebrovasculares, porque las caricias reducen la presión arterial.

Hemos visto la conexión directa que existe en las mujeres entre su capacidad para estar relajadas con sus maridos y amantes, y su capacidad para “abrirse” sexualmente. La otra cara de la moneda es que tenemos que tomarnos muy en serio lo que sucede en el plano físico cuando un hombre se cree con derecho a gritar habitualmente, o aunque solo sea de vez en cuando, a su esposa o novia.

Todavía no he visto ningún manual sobre relaciones de pareja que plantee de una manera seria el tema de los hombres que gritan, aunque sea poco, a sus esposas e hijos, y de los efectos que tiene en las mujeres físicamente. Desde luego, hay muchas mujeres que gritan o se irritan con sus parejas e hijos —y los hombres merecen que se escriba un libro entero sobre las consecuencias que tienen para su cuerpo los chillidos de las mujeres—. Pero, ahora, aquí me ocupo del cuerpo y la mente de la mujer. En nuestra cultura sigue vigente la noción, a menudo inconsciente, de que el derecho de los hombres a chillar o a mostrarse irritados con su mujer y sus hijos no es un hecho grave, y que este derecho va ligado a otros privilegios de la vida doméstica masculina. No veo que se dirija mucha energía cultural a instar a los hombres, que por otro lado no es que maltraten a su familia, a dejar de gritar a las mujeres y a los niños con los que conviven.

Pero resulta que si la mujer vive en un entorno en el que lo normal es que se le grite, su SNA cerrará los canales que deben estar abiertos para sentirse viva sexualmente. Para las mujeres es evolutivamente negativo tener lazos afectivos con hombres que les dan miedo porque son violentos o impredecibles. Probablemente por razones evolutivas, muchas mujeres reaccionan de forma inmediata a la repentina ira del hombre dirigida hacia ellas y sus hijos (a los que protegerán por encima de todo): ritmo cardíaco acelerado, respuesta de adrenalina, etcétera; si los gritos son crónicos, el nivel de estrés “malo” de la mujer se elevará crónicamente y su respuesta sexual se verá afectada por ello. Los hombres que desean una respuesta sexual más apasionada de sus esposas o novias deberían hacer la prueba de no gritarles durante una semana y ver las cosas positivas que empiezan a suceder cuando el SNA de su pareja se activa plenamente, una vez que se haya acostumbrado a vivir en un ambiente emocional sin factores de estrés.

ENCUENTRA SU “LUGAR SAGRADO” Y LUEGO PASA ALLÍ MUCHO MÁS TIEMPO DE LO QUE TE PAREZCA RAZONABLE

Le pregunté a Mike Lousada qué consejo daría a los hombres heterosexuales. ¿Cuál era el punto clave de toda su exitosa experiencia excitando y despertando sexualmente a las mujeres, incluso a aquellas que habían tenido grandes dificultades con el orgasmo o grandes problemas debidos a una libido baja?

—Según cómo se mire, es muy simple —dijo—. No es una fórmula matemática complicada. Tengo un par de consejos que dar a los hombres. Uno: que sean pacientes y compasivos. Y el otro: que recuerden siempre que las mujeres tienen dos centros sexuales, el clítoris y el punto G.

(En realidad, hay muchos centros, como hemos visto, aunque dos está bien para empezar).

Como hemos señalado anteriormente, el hombre necesita unos cuatro minutos para llegar al orgasmo, mientras que la mujer requiere una media de 16 minutos. Deberíamos tomarnos muy en serio esta diferencia temporal. Muchas veces se espera que las mujeres “se adapten” a los hombres sexualmente, pero teniendo en cuenta la diferencia mencionada, es una expectativa absurda. Es una lástima que muchas mujeres hayan llegado a la conclusión de que para ellas no es fácil llegar al clímax cuando están con un hombre; sin embargo, se trata de una conclusión triste y sin fundamento, y que no corroboran los datos más recientes. Si se practica una estimulación correcta (que obtiene los mejores resultados combinando clítoris, punto G y otros), los índices de éxito para el orgasmo femenino son casi de un 90%. Milan Zaviacic, un científico de la Universidad Comenius de Bratislava, Eslovaquia, encontró un punto G en cada una de las 27 mujeres que estudió; todas tuvieron un orgasmo después de recibir un masaje en el “lugar sagrado” y en 10 de ellos se produjo eyaculación. En otro estudio, un 40% de 2.350 encuestadas también experimentó eyaculación.[260] Significa, pues, que los bajos niveles de satisfacción y deseo de los que informan las mujeres americanas y de la Europa occidental son un signo de la considerable brecha entre el nivel de placer y la capacidad orgásmica de las mujeres si cuentan con las condiciones adecuadas, y su experiencia real; significa que no reciben el mejor trato posible, física o emocionalmente.

«El erotismo vaginal: un estudio de replicación» es una investigación realizada por Heli Alzate, publicada en Archives of Sexual Behavior, en la que se estudia el “erotismo vaginal” en un grupo de mujeres voluntarias.[261] Alzate y su equipo de investigación realizaron una «estimulación digital sistemática de las dos paredes vaginales». Lo destacable de este estudio es que en todas las mujeres se encontraron “zonas erógenas”, principalmente ubicadas en la pared superior anterior y en la parte más baja posterior de la vagina. A base de la estimulación de estas zonas se obtuvo una respuesta orgásmica ni más ni menos que en el 89% de las mujeres estudiadas. No está nada mal esa alta tasa de respuesta; recordemos que entre un tercio y la mitad de las mujeres del estudio de la Universidad de Illinois tuvieron problemas para conseguir una satisfacción sexual normal. Cuando leí los sorprendentes resultados de este estudio, que se han repetido en otros lugares, pensé en la enorme cantidad de tiempo —según los estándares occidentales— que pasan los practicantes de tantra acariciando el lugar sagrado (la técnica que suele enseñarse y practicar consiste en realizar un gesto parecido al que hacemos para decir “ven aquí” doblando el índice o el índice y el medio, a menudo en combinación con la estimulación del clítoris y de otros puntos).

Alzate llegó a la conclusión de que el estudio corrobora hallazgos previos sobre la importancia del erotismo vaginal y el lugar sagrado, o punto G, para el orgasmo, aunque señala que él no ha encontrado una «estructura anatómica específica» en relación con el «punto G». Alzate también sostiene que los resultados respaldan la idea de que las mujeres tienen dos tipos de orgasmo, el clitoriano y el vaginal, y que algunas mujeres expulsan fluido a través de la uretra durante el orgasmo.

Muchas mujeres —y gurús tántricos— informan de que, si bien el orgasmo del clítoris implica tensión corporal y liberación (muy parecido al orgasmo masculino), el orgasmo del “lugar sagrado” tiene que ver con la relajación. Muchas mujeres logran tener orgasmos del punto sagrado, esos orgasmos de cinco estrellas y sucesivos, cuando, en lugar de ponerse en tensión y centrarse en pensamientos o fantasías sexuales a los que las mujeres suelen recurrir para lograr orgasmos de clítoris (y que Occidente proyecta como modelo de sexualidad), aprenden a relajarse y a perder la consciencia durante la estimulación del lugar sagrado (para su sorpresa, este método facilita tener un orgasmo tras otro en muchas y sucesivas oleadas).

Hemos visto a lo largo de este libro que la satisfacción sexual y el orgasmo fomentan la creatividad y la confianza de las mujeres, así como su sentido del yo. Cuanto más sepan los hombres acerca de cómo llevar a las mujeres heterosexuales hasta el orgasmo a través de masajes en el lugar sagrado y de otros métodos, mejor será el estado mental de las mujeres. Stuart Brody y Petr Weiss nos informan de que científicos de Escocia y también de la República Checa han descubierto que los orgasmos simultáneos durante el coito y los orgasmos vaginales regulares, no solo contribuyen a la satisfacción de la mujer respecto a su vida sexual, sino que influyen en el nivel de felicidad en relación con su pareja y con su propia vida, y también en la satisfacción respecto a su salud mental. (Por supuesto, las mujeres pueden alcanzar el orgasmo simultáneo con más facilidad si entienden y sienten que controlan su propia sexualidad, y si saben que tienen derecho a comunicar su respuesta). Dicho en otras palabras, la satisfacción sexual está correlacionada con la satisfacción en muchos otros ámbitos “no relacionados con el sexo” de la vida de las mujeres.[262]

Ir a la siguiente página

Report Page