Vagina

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PARTE I: ¿LA VAGINA TIENE UNA CONSCIENCIA? » 4. DOPAMINA, OPIOIDES Y OXITOCINA » ¿UN TERCER CENTRO SEXUAL PARA LAS MUJERES?

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4. DOPAMINA, OPIOIDES Y OXITOCINA

«Escribo como amo… los besos que nos dimos a las 10 de aquella noche de sábado del 12 de octubre… cuántos campos de trigo, cuántos viñedos, ahí están, ¡entre tú y yo! Detesto la ley… Quiero sentir… quiero hacer que los otros sientan…».

ISABELLE EBERHARDT, exploradora, 1902

Lo que nos había pasado a todas era que la dopamina —entre otras substancias, incluidas la oxitocina y los opioides— había golpeado nuestro sistema antes, durante y después de hacer el amor. La dopamina es la sustancia química femenina por excelencia que actúa en el cerebro de las mujeres.

Cuando en las mujeres se activa al máximo el sistema de dopamina —y esto ocurre ante la expectativa de sexo con mayúsculas, un efecto que aumenta cuando la mujer sabe lo que la excita, cuando se permite pensar en ello, cuando se permite conseguirlo—, se refuerza su capacidad de atención y su nivel de motivación, además de ser un estímulo para fijarse metas. Todos estos efectos tienen que ver con la activación de la dopamina. Se puede decir que si, como mujeres, activamos nuestro sistema de dopamina ante la perspectiva de una relación sexual con mayúsculas, nuestro cerebro puede utilizar esa capacidad energética intensificada aplicándola a otros ámbitos de la vida y en otros propósitos.

Pero este superpoder intensificado, este potencial que tenemos cada una de nosotras, depende de la recompensa: depende de si conseguimos lo que queremos. Si, como mujer, me siento frustrada sexualmente y, lo que aún es peor, excitada pero sin posibilidad de liberar la tensión, mi sistema de dopamina al final se reduce ante la perspectiva de sexo; al final, ya no puedo acceder a la energía positiva que habría obtenido a través de la relación sexual y también tras esta, y que habría podido utilizar en cualquier otro ámbito de mi vida.

Tendremos menos probabilidades de conseguir lo que los científicos llaman “activación” —“excitación” en una traducción libre— a partir de cualquier cosa; nos podríamos deprimir e incluso quizá experimentar “anhedonia” —cuyo verdadero significado es “incapacidad para sentir placer”—, un estado en el que “el mundo se ve en blanco y negro”. Cuando la activación de dopamina sea baja, no tendremos ambiciones o alicientes y nuestra libido disminuirá.[43] En cambio, si nuestro nivel de dopamina es correcto, tendremos confianza en nosotras mismas y seremos creativas, tendremos ganas de hablar y nos fiaremos de nuestras percepciones.

En la lista elaborada por Marnia Robinson (véase Imágenes), investigadora de la dopamina, se muestran los efectos de la dopamina sobre el comportamiento humano en las relaciones y en el entorno social.[44] Se ha demostrado que la conducción concentrada está relacionada con la actividad de la dopamina.

El orgasmo intensifica la liberación de opioides, la cual puede medirse mediante escáneres cerebrales y que quienes practican meditación describen como “sobrecogimiento”, “dicha” y “unicidad”. Se ha sugerido que la experiencia de “salir del propio cuerpo” que algunas personas dicen haber tenido durante operaciones quirúrgicas, y la sensación de “proximidad de la muerte” que hace que algunas personas moribundas sientan euforia y dicha, probablemente estén relacionadas con la dopamina y los opioides.

En esta misma línea, la experiencia de libertad del yo de una mujer, y el impulso de buscar más libertad y hacerlo desde la autoestima —la búsqueda feminista y la sensibilidad feminista—, se ven reforzados en las mujeres por la dopamina preorgásmica y por el efecto de la dopamina en el cerebro. El sistema límbico cerebral, como hemos visto, influye en las hormonas que recibe el cerebro femenino durante la excitación y que produce después del orgasmo (o la falta de este). Así pues, la vagina es el sistema de suministro para los estados mentales que llamamos de confianza, de liberación, de autorrealización e incluso de misticismo en las mujeres.

El hecho de que en tales estados intervenga la química no significa que no se trate de “verdadera” autoestima, de “verdadero” apego a la libertad o de “verdadera” dicha. Los que no somos científicos olvidamos a menudo que las sustancias químicas cerebrales vehiculan verdades humanas muy profundas. ¿Recuerdas cuando tuve la lesión en la columna, pero antes de ser diagnosticada y tratada, veía el mundo como algo sin volumen, con menos colores y con menos intensidad que antes de la lesión? Este cambio en mi visión del mundo probablemente se explica porque se inactivaron la dopamina y los opioides de mi sistema, y ello debido a que una de las ramificaciones del nervio pélvico, que de otro modo hubiera provocado la activación de la dopamina, estaba presionada. La debilitación de los nervios en una de sus ramificaciones fue la responsable de que la activación de dopamina, oxitocina y opioides en mi cerebro fuera más baja de lo normal. Los orgasmos de clítoris me proporcionaban cierto nivel de hormonas, pero carecía de la plena activación de esas mismas sustancias químicas en el cerebro que se hubiera producido si toda la red neural pélvica hubiera funcionado a pleno rendimiento. Puesto que soy una de las pocas mujeres en el mundo —que yo sepa— que ha experimentado, desde un punto de vista neurobiológico, la interrupción de esos circuitos y de su poder curativo, considero que mi experiencia es un testigo que posee una información importante: el mundo parecía diferente, y yo era diferente.

Las mujeres con poca dopamina tendrán poca libido y depresión, como ya hemos comentado. En cambio, si eres mujer y tienes unos niveles de dopamina activados al máximo serás una persona segura, creativa y sociable. Tendrás opiniones sólidas, límites claros y estarás orgullosa del trabajo que realizas. Experimentarás sensaciones de bienestar y satisfacción; actuarás con determinación y perseverancia en la consecución de tu trabajo; tus sentimientos hacia los demás serán intensos; tomarás decisiones acertadas y tus expectativas serán realistas. Se trata de cualidades que cualquier gerente o directivo empresarial consideraría cruciales para realizar un trabajo innovador cuyos efectos en el mundo fueran fundamentales.

Seguramente, para ti la vida tendrá significado —siempre que sigas sintiéndote recompensada al final de tu experiencia de excitación sexual— y percibirás las conexiones entre las personas. Gracias a la función que desempeña la dopamina también verás las conexiones entre tu propio cuerpo y las acciones y reacciones de los demás. Así lo expresó el doctor Jim Pfaus de la Universidad de Concordia, Montreal, Quebec: «Podemos llamar “dopamina” a la sustancia química de “causa-efecto”».[45] Liberamos dopamina de diferentes maneras: realizando ejercicios aeróbicos, tomando drogas como cocaína, relacionándonos con los demás, yendo de compras, haciendo apuestas… y practicando un buen sexo con orgasmos.

El eco feminista de la consecuencia de que la mujer refuerce regularmente su percepción cerebral del vínculo directo entre causa y efecto —entre su voluntad y el resultado deseado— es obvio. «La función óptima de la dopamina en tu cerebro tiene que ver con la flexibilidad en la toma de decisiones: te ayuda a tomar la decisión correcta en el momento adecuado en un mundo en constante cambio», dice el doctor Pfaus. Es la sustancia química “decisoria”, la que influye en el liderazgo y la creación de confianza en uno mismo.[46]

Expertos como David J. Linden, que en La brújula del placer: Por qué los alimentos grasos, el orgasmo, el ejercicio, la marihuana, la generosidad, el alcohol, aprender y los juegos de azar nos sientan tan bien explora los efectos de la dopamina, indican que la dopamina nos hace sentir bien con nosotros mismos, nos hace sentir como si tuviéramos un sólido ego, hace que estemos abiertos a nuevos retos.[47]

La doctora Helen Fisher, antropóloga y autora de Anato­mía del amor, descubrió que el amor romántico no es una emoción, sino una parte con un poder arrollador del “sis­tema de motivación” cerebral, un impulso, una parte del sistema de recompensa del cerebro.[48] Según nos dice la doctora Fisher, el amor romántico tiene tres componentes químicos diferentes: el deseo, formado por andrógenos y estrógenos; la atracción, impulsada por altos niveles de dopamina y norepineprina y bajos niveles de serotonina (esto explica los cambios de humor en las primeras fases del enamoramiento), y finalmente, el apego, compuesto por oxitocina y vasopresina. Todas las sustancias mencionadas, con su capacidad respectiva para alterar el estado de ánimo, pueden elevarse más en algunas mujeres que en la mayoría de los hombres debido al potencial multiorgásmico de ellas.[49] Las investigadoras Cindy M. Meston y K. M. McCall, en su ensayo de 2005 titulado «Respuesta de la dopamina y la norepineprina a la excitación sexual inducida por películas en mujeres sexualmente funcionales y disfuncionales», también dijeron haber detectado una relación entre los sistemas de dopamina (y norepineprina) con un buen funcionamiento y una fuerte respuesta sexual femenina. Refiriéndose a la dopamina y la norepineprina, las autoras escriben: «dichos transmisores desempeñan un papel prosexual en la sexualidad femenina».[50]

El neurocientífico francés Claude de Contrecoeur, que investigó (utilizando diferentes drogas) el efecto de la serotonina y la dopamina en el comportamiento y los sentimientos, descubrió que la dopamina tiene el efecto contrario a la serotonina. ¿Qué pasa si se estimula la neurotransmisión de dopamina en el cerebro? Nuestra mente se activa más y queremos movernos. «La dopamina estimula la motivación y mejora la indecisión», nos dice. Aumenta la confianza en uno mismo, sostiene este autor. «La dopamina mejora la depresión al estimular la acción y mejorar la indecisión», escribe. «La dopamina activa el riego sanguíneo, que es un importante factor por su acción antidepresiva». Y nos advierte de que si la dopamina está excesivamente activada, entonces la confianza en uno mismo puede llegar a alcanzar el grado de autoengaño.[51]

Pero también es importante entender la serotonina. A millones de hombres y mujeres en el mundo se les prescriben inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), la forma moderna de lo que antes eran los antidepresivos. El número de mujeres a quienes se prescribe ISRS supera con creces al de hombres. ¿Se informa también a esos mismos millones de hombres y mujeres de que estos medicamentos pueden hacer que su libido y su capacidad de experimentar orgasmos caigan en picado? Los ISRS provocan un estado de saciedad al aumentar los niveles de serotonina; los niveles altos de serotonina hacen que nos sintamos saciados —lo cual es agradable—, pero por eso mismo disminuye la motivación. Los ISRS inhiben la absorción de serotonina. De Contrecoeur descubrió que si se eleva la serotonina se anestesian las emociones, se suprime o bloquea el deseo sexual, tenemos más sueño y disminuye nuestra agresividad, incluso la gente se mueve menos.

Por otro lado, unos niveles bajos de serotonina aumentan la actividad de la dopamina, según dice De Contracoeur, lo cual, por el contrario, hace que las personas experimenten «una estimulación de la sociabilidad y el humor, la agresividad y la sexualidad».[52]

Las implicaciones políticas de esos dos estados de ánimo, o mentales, son evidentes.

Las sociedades patriarcales, incluso sin tener en cuenta lo que hoy documenta la ciencia actual, se han dado cuenta, lo sostengo, de la relación que existe entre las mujeres sexualmente asertivas y con conciencia de la propia sexualidad y las mujeres centradas, motivadas, enérgicas y biológicamente empoderadas.

Esta es la razón por la que digo que la dopamina es la principal sustancia química feminista. Si una mujer tiene unos niveles óptimos de dopamina, difícilmente actuará contra sí misma. Será difícil llevarla hacia su propia destrucción, manipularla y controlarla.

Otros profesionales de la neurociencia y la biología evolutiva también confirman que, cuando una afluencia de dopamina prepara el camino para el orgasmo en el cerebro, sucede algo determinante para el estado de ánimo. Después del orgasmo se ponen de manifiesto las diferencias entre ambos géneros. En el caso de los hombres, después del orgasmo cae en picado la dopamina y pierden, durante un tiempo, su interés por el sexo. Durante este período refractario no vuelven a tener una erección. Sin embargo, en el caso de las mujeres, ¿la caída de dopamina en el cerebro es tan espectacular, e intensifica la prolactina la respuesta de “ya tengo bastante” del mismo modo en las mujeres, sobre todo si se trata de una mujer multiorgásmica? No necesariamente. Si una mujer tiene varios orgasmos seguidos, continuará incentivando el aumento de dopamina. Y las investigaciones más recientes indican que prácticamente todas las mujeres son capaces de tener orgasmos con bastante facilidad siempre que las circunstancias sean las adecuadas.

¿Qué importancia tiene esto? Pues que sugiere que todas las mujeres que son orgásmicas (y sobre todo las que pueden ser muy orgásmicas) tienen la capacidad de recibir mucha más dopamina y de liberar más opioides que el hombre con el que acaban de pasar la noche, y más que otras mujeres que lo desconocen todo sobre su propio placer sexual.

Le pregunté al doctor Pfaus:

—¿Más orgasmos femeninos pueden desencadenar más liberación de opioides?

—Podría muy bien ser así —dijo—. Cabe esperar que las mujeres con muchos orgasmos e intensos tengan más opioides.[53]

Sorprende que, además, el orgasmo femenino eleve los niveles de testosterona en las mujeres. Esta es otra razón que apoya el argumento de que la mujer que tiene buenas relaciones sexuales es más difícil de amedrentar. Mary Roach, que escribe sobre ciencia, nos dice que la testosterona “más que cualquier otra hormona […] influye en la libido de las mujeres” y también que debido a esta hormona las mujeres desean más sexo.[54] Así pues, el sexo aumenta la testosterona en las mujeres, que, a su vez, eleva más su libido, lo cual las hace ser más asertivas y aumenta su interés por tener más relaciones sexuales. (Esta conexión está bien documentada; por ejemplo, la terapia a base de testosterona, un polémico tratamiento para la menopausia, eleva el nivel de determinación de las mujeres, así como su libido)[55]. Pues claro que el miedo que siempre ha tenido el patriarcado —miedo a permitir que las mujeres practiquen el sexo y aprendan a disfrutar de él porque entonces cada vez serán más libidinosas y menos dominables—… ¡está biológicamente fundamentado!

No me gusta ninguna clase de feminismo que sitúe uno de los dos sexos por encima del otro, por eso mis palabras no tienen, en ningún sentido, valor de juicio. Ningún género es “mejor” que el otro. Pero, teóricamente, uno de los sexos es capaz de conseguir una mayor activación de la dopamina y los opioides, lo cual tiene un efecto muy concreto en el cerebro y hasta en la personalidad. No podemos eludir lo que esta precisión implica para la sexualidad femenina, en su estado más puro y original: la naturaleza creó una profunda diferencia entre los sexos, que coloca a la mujer en una posición, en potencia, de mayor empoderamiento bioquímico que el hombre, a través de la satisfacción de la actividad sexual. (Por supuesto, no es un juego de suma cero: los hombres disponen de otros medios para obtener dosis de dopamina extras).

La buena noticia es que gracias a toda esta dopamina —suponiendo que las mujeres y sus vaginas no estén ni heridas ni silenciadas ni degradadas—, las mujeres tendrán más confianza en sí mismas, estarán más contentas y serán más creativas y asertivas, posiblemente más de lo que para una sociedad dominada por lo masculino resulte cómodo. Las feministas están buscando siempre hacer emerger la “voz” femenina silenciada. La serotonina literalmente somete la voz femenina, y la dopamina literalmente la eleva.

La dopamina, según el último modelo científico, favorece la concentración y la iniciativa. Los opioides provocan dicha, el “sentimiento oceánico”, el sentido de lo sublime. ¿Has visto alguna vez hablar a un grupo de personas que acaban de esnifar cocaína? Es imposible hacerlos callar. La cocaína causa ese efecto estimulando la liberación de dopamina en el cerebro; así es, el doctor William Halsted fue el primero en abusar de la cocaína en el Hospital John Hopkins porque le hacía sentir invencible, le llenaba de energía y confianza y le liberaba de la fatiga.

¿Cuántas mujeres heterosexuales que lean esto recordarán épocas en que hacían el amor y después misteriosamente les entraban unas ganas tremendas de hablar, justo en el momento en que su amante se quedaba dormido como un tronco? Si solo querían hablar. ¡Tenías tantas cosas que decir! Hay estudios que demuestran que un incómodo número de mujeres confiesa haber despertado a su pareja masculina para hablar. Si tú eres una de estas mujeres, ya sabes quién eres, aunque lo que quizá no sepas es a qué se debía el intenso impulso que te empujó a hacerlo. Es la imparable sociabilidad de la dopamina, en la anticipación de un orgasmo más.

Para reafirmar lo que ahora ya debería ser evidente: una vagina sana y bien tratada sexualmente proporciona de manera regular una fuerte activación de dopamina para el sistema de recompensa femenino, así como dosis de oxitocina, para la capacidad de conexión, y opioides que provocan la sensación de dicha. Así pues, la vagina proporciona a las mujeres los sentimientos gracias a los cuales quieren crear, explorar, comunicarse, conquistar y trascender. Y puesto que las mujeres potencialmente pueden tener más orgasmos que los hombres, en teoría, y que, en teoría, pueden liberar más oxitocina cuando hacen el amor, también corren el riesgo de sentir más: más amor, más apego y más afecto después de hacerlo.

Fijémonos ahora en la oxitocina —“la hormona del abrazo”—. La función de la oxitocina en los seres humanos es la de crear lazos entre ellos para aumentar su capacidad de supervivencia. La oxitocina también nos permite ver con más claridad las relaciones que existen entre las cosas y entre las personas. David J. Linden nos informa de que los aerosoles nasales de oxitocina que se diseñaron para que las madres que acababan de dar a luz tuvieran leche para la lactancia —la marca se llama Liquid Trust— se utilizan con otras finalidades. Las personas que inhalaban el aerosol se fiaban más de los desconocidos, incluso tras haber sido engañadas en un juego. Estaban más dispuestas a correr mayores riesgos sociales. También tenían más posibilidades de ver “las conexiones entre las cosas”, lo cual, en este caso, significaba que eran más capaces de deducir los estados emocionales de los demás. En un famoso experimento, la oxitocina ayudaba a los individuos a intuir correctamente el estado emocional de otra persona cuando se les presentaban fotografías de rostros humanos en las que solo eran visibles los ojos.[56]

La oxitocina es el superpoder emocional de las mujeres. La oxitocina induce las contracciones del parto y ayuda a liberar leche en el pecho materno, como ya hemos visto; su papel evolutivo es hacer que se establezcan lazos con nuestros hijos y con la pareja cuanto más duraderos mejor para que los hijos tengan el máximo de posibilidades de que los cuiden dos personas durante el largo período de dependencia.[57] En los experimentos, cuando los científicos bloquean la oxitocina o la dopamina, los mamíferos hembras ignoran a sus crías. Reduce la ansiedad.[58] Cuando los científicos la administraron a roedores adictos a la cocaína, la morfina o la heroína, estos optaron por un nivel de drogas inferior y mostraron menos síntomas de abstinencia.[59] «Todo parece indicar que la oxitocina y sus receptores ocupan la primera posición entre las candidatas a ser la sustancia de la “felicidad”», afirmaron Navneet Magon y Sanjay Kalra en «The Orgasmic History of Oxytocin: Love, Lust and Labor». [La orgásmica historia de la oxitocina: amor, deseo y parto].[60] La oxitocina también calma: una rata a la que se le haya inyectado oxitocina calmará a una jaula entera llena de ratas nerviosas.[61] Aumenta la receptividad sexual.[62] No es sorprendente que cuando las vías neurales que van del cerebro a la vagina están lesionadas, sintamos que la vida tiene menos significado; realmente, una vagina bien tratada es un medio que libera, en el cerebro femenino, lo que podemos llamar sin exagerar los componentes químicos del mismísimo sentido de la vida.

¿LA VAGINA ES UNA ADICTA?

«Durante aquel mes fui completamente feliz… ¡Qué dicha, querido, encontrar tu carta… No diré que lo necesite desesperadamente, porque ese es mi estado crónico… Antes de eso [la feliz hora contigo] no tenía vida propia: desde entonces me has dado toda la dicha imaginable. Ahora nadie me la puede quitar, ni disminuirla a mis ojos… [eso] ha dado libertad a todo mi ser… No puedo decírtelo porque cuando lo hago me tomas en tus brazos et alors je n’ais plus de volonte…».

EDITH WHARTON a MORTON FULLERTON[63]

La dopamina, pues, nos da seguridad y fe en la recompensa; los opioides nos proporcionan dosis adictivas de felicidad y buen rollo; la oxitocina —que los estudios demuestran que aumenta con los orgasmos, por lo que teóricamente las mujeres multiorgásmicas pueden producir más oxitocina que los hombres— hace que creemos vínculos, que sintamos afecto y confianza y que queramos hacer el amor otra vez.

¿Puede esto explicar por qué, aun cuando la mayoría de adictos al sexo actuales son hombres, haya tantas mujeres que a veces sientan que son “adictas al amor”? Nuestra cima es potencialmente más alta; pero el lado negativo es que cuando la dopamina y la oxitocina abandonan nuestro sistema, entonces podemos llegar a un punto mínimo, más mínimo que el que experimentan la mayoría de los hombres —un estado de abstinencia que es exactamente igual que la abstinencia provocada por los opioides—. La bioquímica de la adicción significa que si empezamos con una gran cantidad de dopamina, la caída será mucho más dura. Por eso, las mujeres tienen mucha más tendencia que los hombres al misticismo —debido a toda esta producción potencial de dopamina— y más riesgo de ser adictas al amor (para distinguir esta adicción de la adicción directa al sexo, debido a la cual más hombres reciben tratamiento). Los índices más elevados de oxitocina y de dopamina que podemos producir potencialmente —y en potencia perder dolorosamente— pueden hacernos dependientes de nuestro objeto amoroso/sexual y no siempre de una forma que vaya a ser necesariamente correspondida.

Recurro de nuevo a los científicos.

Le hice una entrevista al doctor Jim Pfaus en su laboratorio de la Universidad de Concordia en Canadá. El doctor Pfaus es pionero en el estudio de nuevas fronteras de la sexualidad femenina. Según él es razonable ver una relación entre el orgasmo femenino, la activación de la dopamina y una mayor concentración y seguridad.

Tuve la suerte de poder ver un experimento en este laboratorio: el doctor Pfaus y su equipo de estudiantes universitarios demostraron el papel del placer sexual femenino en la selección de pareja. Este fascinante experimento se publicó en marzo de 2012 en la revista Archives of Sexual Behavior bajo el título «Who, What, Where, When (and Maybe Even Why)? How the Experience of Sexual Reward Connects Sexual Desire, Preference, and Performance».[64]

El doctor Pfaus es un científico de aspecto juvenil rebosante de energía, que en su tiempo libre viste camiseta, botas y chaqueta de cuero negra. El laboratorio en el que trabajaba está en un agradable patio del campus de la universidad, la cual se encuentra en un elegante barrio residencial con edificios de ladrillos rojos en las afueras de Montreal, una ciudad tranquila e intelectualmente curiosa. Una vez que llegamos al luminoso y alegre laboratorio, en cuyas paredes se apilaban numerosas cajas de plástico repletas de ratas machos y hembras muy bien cuidadas, el doctor Pfaus me presentó a su equipo de investigadores —más jóvenes y más concentrados que él—, la mitad del cual eran mujeres.

Entonces, delante de mis propios ojos el doctor Pfaus y su equipo me mostraron qué papel desempeñaba el placer sexual femenino en la elección de pareja entre los mamíferos inferiores —el papel que la vagina, el clítoris y el cuello uterino ejercían en la búsqueda de placer en la danza de la evolución.

Una de las científicas del equipo levantó amablemente ante mí una rata “naif” (es decir, virgen) negra y blanca, y me mostró, al mismo tiempo que la acariciaba, cómo le inyectaba naloxona, una sustancia que la prepararía para que no se lo pasara bien en la primera experiencia sexual de su vida. Me lo podía haber imaginado, pero mientras ambas mirábamos cómo la rata virgen adolescente trepaba por la jaula después de la inyección, una pizca de melancolía, procedente tanto de mí como de la joven científica que observaba al sujeto de su experimento, invadió el aire.

A un grupo de ratas hembra vírgenes se le inyectó naloxona, la sustancia que inhibe la experiencia de placer, y a otro grupo de control formado por el mismo tipo de animales se le inyectó una solución salina, que no tiene ningún efecto. A las ratas de ambos grupos les inyectaron también hormonas para que ovularan y así estar seguros de que, en circunstancias normales, las ratas querrían sexo.

Tras todas estas operaciones, metieron a las ratas en unas jaulas diseñadas por una científica: las jaulas tenían cuatro pequeñas aberturas en un divisor de plexiglás. Esas aberturas permitían que las ratas hembras entraran y salieran de la zona mientras los machos las esperaban (las ratas machos, al ser más grandes, no podían pasar al otro lado por las pequeñas aberturas). Así que aquellos agujeros permitían a las ratas hembras tener control sobre su contacto con los machos.

Las ratas hembras a las que se había inyectado la solución salina —es decir, las que sí podían experimentar placer— se mostraban (no hay otro forma de expresarlo) salvajemente ligonas; entraban y salían del espacio de los machos; “solicitaban” a los machos repetidamente (supe que las ratas hembras solicitan a los machos mediante una “orientación de la cabeza” —fijan la mirada en los ojos del macho— y después echan a correr); las hembras saltaban entre los machos, otro signo de deseo sexual entre las ratas hembras, y les mostraban sus genitales para que los machos se los olieran y se los lamieran. Una rata hembra muy animada insistía en montar a un macho desde su jaula —al final llegó a un punto en que lo único que hacía era saltar sobre la espalda del macho y montarse en su cabeza—. Estaba bien claro que su actividad se reforzaba: las hembras a las que se había administrado la solución salina conseguían algo que querían de los machos, lo cual, a su vez, las hacía cada vez más interactivas con ellos, y las excitaba cada vez más. Para las ratas de este grupo se trataba de una noche de fiesta. ¡Excitación, actividad, interacción!

En cambio, las ratas inyectadas con naloxona no tardaron en parecer personajes de una obra de Ibsen. Al principio, los machos olisquearon y se acercaron un poco a las hembras, pero estas en seguida rechazaron cualquier contacto y dejaron de darles respuesta. Se veía con toda claridad el momento en que ponían fin a su actividad. Tras unas pocas incursiones, las ratas hembras dejaron de interactuar con sus compañeros; dejaron de corretear por la zona reservada a los machos dentro de las jaulas; dejaron de “solicitar moviendo la cabeza”; dejaron de intentar montarse encima de los machos. Al cabo de poco rato, todas estas hembras miraban tristemente a una media distancia, en su propia zona de la jaula, hacia donde los machos no podían acceder… aunque hubo un macho, no lo olvidaré jamás, que trataba desesperadamente de introducirse por el minúsculo agujero y, en una postura del mendigo que implora, intentaba tirar de una de las hembras agarrándola por la cola con sus dientes. Al final, las hembras se quedaron definitivamente en su “lado de la cama”. Permanecieron casi quietas —ni siquiera miraban a los machos— y parecían indiferentes. El placer sexual no reforzaba su actividad. Lo que más me sorprendió de toda la escena no fue que no se estimulase el sexo en esas ratas, sino que en realidad no había ningún estímulo en ninguna dirección: aquellas ratas no interactuaban ni en su propio entorno.

En su última fase, el experimento aún mostró un resultado más espectacular si cabe: en esta fase, los científicos realizaron el experimento de la naloxona añadiendo un olor —de limón o de almendra— a los machos, cuyo pelaje se impregnó con el perfume. Más tarde, cuando las jóvenes hembras vírgenes inyectadas con naloxona se vieron en una situación de ménage à trois con dos machos como sus potenciales parejas sexuales —es decir, se vieron en una situación en la que podían escoger—, las hembras rehuyeron al macho perfumado, aunque este fuera un macho nuevo —y a pesar de que ahora esas ratas podían experimentar placer—. En otras palabras, las hembras mostraban tener recuerdos de una mala experiencia sexual y tomaban decisiones consecuentes con dicha experiencia. El doctor Pfaus dijo que durante el experimento las ratas mostraron mucha actividad en el córtex prefrontal: ello demostraba que incluso los mamíferos inferiores tienen recuerdos sexuales y piensan en evitar experiencias sexuales desagradables —exentas de placer—. Utilizando un lenguaje sorprendentemente poético para una revista científica, el doctor Pfaus escribe que su experimento demostró «que existe un período crítico durante las primeras experiencias sexuales de un individuo que da lugar a un “mapa del amor” o configuración de rasgos, movimientos, sentimientos e interacciones interpersonales asociadas a la recompensa sexual».[65]

Ese día salí del laboratorio con un extraño sentimiento de ratificación y alegría por lo que había visto (aunque contenta al saber que en el futuro las ratas inyectadas con naloxona tendrían la oportunidad de recibir la solución salina). La naturaleza se había expresado. Según palabras del doctor Pfaus, que son una broma solo a medias, las ratas del primer experimento —a las que se había administrado la solución salina, tan deseosas de obtener placer sexual que se montaban sobre las cabezas de los felices machos— habían tomado sus decisiones en un entorno en el que nunca nadie les había dicho que eran unas zorras o que su comportamiento era indigno de damas. Me sentí extrañamente liberada al ver que la naturaleza, o la evolución, había implantado de una forma tan directa aquel intenso deseo sexual femenino en lo más profundo de todos y cada uno de los mamíferos de la Tierra por más pequeños que fueran.

¿UN TERCER CENTRO SEXUAL PARA LAS MUJERES?

Hoy, la sexualidad está sometida a observación en numerosos laboratorios, donde los experimentos que se llevan a cabo aportan nuevas informaciones acerca de la excitación, el deseo y las emociones de la mujer.

Me interesaba hacer hincapié en que otros recientes experi­mentos del doctor Pfaus demuestran que las ratas hembras, si pueden escoger, prefieren la penetración (es decir, una penetración que puedan controlar) —con estimulación del clítoris, la vagina y el cuello uterino— al “cepillado” que estimula solamente su clítoris.

Los últimos experimentos realizados con imágenes por resonancia magnética (IRM) en el laboratorio del doctor Barry Komisaruk, en la Universidad Rutgers en 2012, confirman también un hallazgo posiblemente relacionado con lo anterior en las hembras humanas. Según parece, la vagina y el cuello uterino han sido manipulados evolutivamente para necesitar a “otro”.

El estudio del doctor Komisaruk mediante IRM demostró que la estimulación genital (del clítoris, la vagina y el cuello uterino) en las mujeres activaba diferentes partes adyacentes del córtex, y que esas zonas también están relacionadas con varias funciones y centros emocionales. Este experimento confirmó de una forma viva y nueva —entre otras sorprendentes hipótesis— la existencia de un tercer centro sexual en las mujeres: el cuello uterino.[66] (Los experimentos de Beverly Whipple lo habían identificado provisionalmente en la década de 1980).

En mi opinión, la idea de otro centro sexual en las mujeres es perfectamente lógica. Yo misma lo he experimentado, aunque, basándonos en los conocimientos que teníamos hasta hace poco sobre la anatomía del orgasmo femenino, no se suponía su existencia. Es lógico desde la perspectiva de la evolución, por supuesto; mientras que desde un punto de vista evolutivo es útil que las mujeres obtengan placer del clítoris, por razones reproductivas es eficiente al máximo que las mujeres también experimenten un placer extremo ejerciendo presión en el cuello uterino, ya que este tipo de placer favorece la penetración y, por ende, el embarazo. También me daba cuenta de que para muchas mujeres, cuando se ejerce presión sexual sobre el cuello uterino, los orgasmos pueden tener un tono mucho más emocional: las mujeres pueden echarse a llorar después de tener un orgasmo en el que ha participado el cuello uterino. Muchas mujeres me han contado cómo se han vuelto emocionalmente “adictas” a esa sensación con un amante en concreto.

Un experimento del equipo de Komisaruk en el que se pedía a las mujeres que puntuaran los orgasmos subjetivamente confirmó también una elevada subjetividad emocional en relación con algunas zonas sexuales más que con otras.

En mi opinión, todos estos experimentos deberían ayudar a cambiar radicalmente nuestra noción sobre qué es y en qué consiste el “yo”. En Occidente, desde el siglo XVIII el yo se ha definido como autónomo. Pero la vagina y el cuello uterino, incluso los de las mujeres más emancipadas, no pueden escoger ser autónomos tan fácilmente. Todo parece indicar que tanto la vagina como el cuello uterino han sido manipulados por la evolución para necesitar a “otros” y para colocar el cerebro femenino en una conexión con los demás no elegida pero necesaria.

Parece como si la vagina y el cuello uterino, con su inherente deseo del “otro”, fueran la garantía evolutiva de que las mujeres heterosexuales siempre mantendrán una relación interdependiente con los hombres y siempre estarán dispuestas a mantener relaciones sexuales con ellos, a pesar de los peligros que comporta, tanto emocionales como físicos. Este acuerdo parece que asegura que las mujeres, impulsadas por fuertes deseos interiores, siempre establecerán complejos vínculos con los otros, incluso poniendo en peligro su autonomía personal. No resulta, pues, nada sorprendente descubrir que a muchas mujeres los vibradores o la masturbación por sí solos no les proporcionan exactamente lo mismo que les procura hacer el amor, desde un punto de vista emocional. El doctor Pfaus cree que tal vez estemos «programados para asociar este tipo de relaciones con otro individuo con el que nos tenemos que vincular en una relación; y la estimulación aislada, aun cuando pueda ser placentera, no nos da el mismo grado de placer que experimentamos con otra entidad viva individual».[67]

¿Y qué pasa si en esto no hay nada malo? Según argumenta la doctora Helen Fisher, la biología y los impulsos de hombres y mujeres aparecen, atendiendo a objetivos evolutivos, para ser interdependientes entre ellos: con la finalidad de maximizar el éxito de cada persona si ambos géneros trabajan en equipo. ¿Y si resulta que la sexualidad y la satisfacción necesitan verdaderamente de ambas perspectivas, la más autónoma del macho y la más interdependiente de la hembra? ¿Y si el deseo de la vagina es la manera de la que dispone la naturaleza para corregir el potencial desequilibrio de una visión del mundo basada solamente en la biología masculina?

«Una mujer sin un hombre es como un pez sin bicicleta», nos asegura el eslogan típico de la segunda oleada feminista, pero quizá resulte que… bueno, pues que no. Hoy en día, creo que la negación de esa necesidad de los hombres para el placer sexual en la vida de las mujeres heterosexuales en realidad no era feminista ni representaba ninguna ayuda para ellas. Es evidente que las mujeres heterosexuales no necesitan a un hombre cualquiera. Para ellas es un insulto ignorar su deseo por el hombre que ellas sienten que es el hombre, o burlarse de su tristeza si ese hombre desaparece. Por otra parte, esa negación de la paradoja de nuestra autonomía femenina, que coexiste inestablemente con nuestra necesidad femenina de interdependencia, tampoco ayuda a las mujeres lesbianas o bisexuales a entender por qué, tan a menudo, la necesidad del amante es tan intensa. Esta forma de pensar no ayuda en absoluto a las mujeres, no importa de qué orientación sexual sean, a entender por qué, a menudo, por muy agradables que sean el vibrador y un heladito Häagen-Dazs, el deseo de conexión sigue siendo intenso.

Respetar la paradoja central de la condición femenina —la necesidad sexual/emocional de la vagina y el cuello uterino— quizá signifique que hemos de enfrentarnos al hecho de que las mujeres, en un sentido, tenemos más facilidad que los hombres para hacernos adictas al amor y al buen sexo con la persona que desencadena ese baño químico embriagador. El trabajo del doctor Daniel G. Amen, en The Brain in Love, junto con el de muchos otros neurobiólogos cuyo trabajo todavía no se ha “traducido” en la cultura más convencional, sugiere que ciertos comportamientos femeninos que suelen verse como propios de personas masoquistas o necesitadas, en realidad se entienden mucho mejor si se ven como naturales y probablemente como respuestas evolutivas a los cambios cerebrales causados por el orgasmo femenino. Dicho en otras palabras, para las mujeres el buen sexo es verdaderamente adictivo desde el punto de vista bioquímico en ciertos aspectos que son diferentes a la experiencia que puedan tener los hombres (es decir, la mujer experimenta malestar cuando se elimina el estímulo y el deseo de asegurarlo de nuevo). Para las mujeres, el mal sexo —el sexo desatento con una pareja egoísta o distraída— es verdaderamente desalentador, en lo químico, y perjudicial, en lo psicológico, en un sentido distinto a lo que puedan experimentar los hombres. Vamos a ver por qué.

El neurocientífico Simon LeVay, en The Sexual Brain, explica que el orgasmo desencadena, en ambos sexos, el mismo mecanismo que el de la adicción, y observa que todos los mecanismos adictivos comparten una base que es la dopamina. «La pornografía, la acumulación de dinero, conseguir poder sobre los demás, el juego, la compra compulsiva, los vídeojuegos, cualquier cosa que le dé un empujón a tu dopamina, para ti será potencialmente adictiva». Los picos adictivos pueden “secuestrar” nuestro cableado y dejarnos muy pocas alternativas para buscar esa sensación una vez tras otra, aunque esa necesidad comporte otros sufrimientos. Entre miles de sustancias químicas, solo unas pocas —el alcohol, la cocaína y otros opioides y narcóticos— estimulan la dopamina. Las versiones altamente estimulantes de comportamientos ordinarios también estimulan la dopamina, lo cual explica por qué el ejercicio y la pornografía pueden ser adictivos.[68]

Sin embargo, vivimos en un mundo posfeminista en el que se dice a las mujeres que simplemente “follen como los hombres” —que eso es un signo de liberación— y en el que se anima a las más jóvenes a entablar relaciones de “amigo con beneficios” como un acto de confianza en sí mismas, a abandonar la cama con esa misma actitud desatenta y despreocupada que los hombres han tenido tradicionalmente.

El modelo masculino ideal de una sexualidad desatenta, de una sexualidad de, o lo tomas o lo dejas, crea, a mi parecer, otro ideal imposible al que las mujeres se supone que tienen que amoldar sus necesidades reales, con la violencia que eso comporta para ellas. Porque resulta que en las mujeres el comportamiento adictivo —o mejor dicho, la adicción a un amante que es “buena” para el sistema nervioso autónomo— está programado. Este es tal vez el secreto a medias de las mujeres y del amor: cuando hablamos de una posible pareja o de un nuevo amante solemos decir que tiene una gran personalidad o un currículo magnífico, que su entorno es muy parecido al nuestro y que tenemos intereses comunes. Pero aunque esta dimensión de nuestra experiencia de cortejo sea crucial, y al principio lo es, la verdad es que si él o ella no nos hace sentir eso tan fantástico en nuestro cuerpo —si él o ella no desprenden ese olor fantástico, o no tienen ese sabor fantástico, o no nos tocan de esa forma que satisface nuestras necesidades de ser tocadas, o no nos provocan esos maravillosos orgasmos—, nos importa bastante poco que nos vuelvan a llamar o no. Sin embargo, si él o ella es quien nos pone el SNA en modo de máxima alerta, quien desencadena la dopamina de anticipación, quien nos deja ante un mundo radiante por la liberación de opioides, será precisamente ese hombre o esa mujer quien nos hará morir de ansiedad por si nos vuelve a llamar o no. Si esta es la persona cuyo solo roce activa nuestra red neural única, tendremos síndrome de abstinencia si él o ella no está cerca de nosotras para hacernos volver a sentir todo eso, y pronto. Una abstinencia real, dolorosa, auténtica.

Por eso, cuando las mujeres tienen una relación sexual buena y satisfactoria —lo que yo llamo orgasmo “intenso”: sexo cariñoso y atento, de ese que activa toda la red neural pélvica y en el que también participa el SNA— experimentan un importante subidón cerebral.

Este baño, de lo que fundamentalmente son drogas, prepara el sistema neural de la mujer para que supere grandes obstáculos que le permitirán alcanzar a su amado; para que adopte un comportamiento extremo en busca del amor y el placer sexual; y para que psicológicamente sea incapaz de compartimentar, incapaz de levantarse por sí sola, o simplemente incapaz de “dominar” o “superar” a esa persona, sea él o ella. Si consiguen “salir de ello”, será gracias a un esfuerzo sobrehumano y con un coste. Este importante subidón cerebral también puede influir en las hormonas que provocan el pensamiento obsesivo sobre el ser amado, y que dan lugar a comportamientos pueriles y de autosacrificio. Este importante subidón cerebral es un factor común a ambos géneros. Por supuesto, ambos géneros experimentan las ataduras de la pasión y sufren por el amor no correspondido. Y sí, la diferencia emocional y física entre la relación sexual y la masturbación para los hombres, el papel del apego masculino y la relación que existe entre la sexualidad masculina y la consciencia merecen su propio libro.

Sin embargo, las mujeres son potencialmente multiorgásmicas, lo cual varía, hasta cierto punto, un aspecto de la ecuación del “importante subidón cerebral”.

Safo escribió acerca de los celos: “debajo de mi pecho, todo el corazón se agita, debajo de mi piel todo lo baña la tenue llama… la fiebre sacude mi cuerpo”.[69] El autor del Cantar de los Cantares (que muchos académicos atribuyen a una mujer) escribió: “Fortalecedme con pasas, / dadme vigor con manzanas, / porque estoy enferma de amor… En mi lecho toda la noche / busqué aquel a quien mi corazón ama; / lo busqué y no lo encontré. / Me levantaré y lo buscaré por la ciudad, / por las calles y las plazas; / buscaré aquel a quien mi corazón ama. /… Yo… no lo soltaré… / Soplad en mi jardín, / que exhale sus aromas”.[70]

El afligido Dido, abandonado por su amante Eneas; la pequeña y agotada institutriz de Charlote Brontë, que casi muere en la habitación en llamas para rescatar a su amor en Jane Eyre; Maggie Tulliver, en El molino de Floss de George Eliot, que vio cómo su reputación, su papel en la sociedad y sus obligaciones con las convenciones quedaban arrasados al dejarse arrastrar por una corriente que pronto la ahogaría con un hombre por el que sentía una poderosa atracción sexual; y tú, mi querida lectora, que tal vez —y seguro que para tu mortificación— habrás revisado obsesivamente tu correo electrónico esperando una respuesta o te habrás sentado junto a un teléfono mudo, como he hecho yo; ¿somos todas masoquistas, somos patéticas o nuestra mente es trivial? No, todo lo contrario. Estamos sujetas a una fuerza extremadamente poderosa, una fuerza que tal vez ningún hombre pueda entender de verdad. Creo que lo que nos mueve es muy noble.

Una paradoja fundamental de la condición femenina es que para que las mujeres seamos realmente libres es necesario que entendamos que la naturaleza nos ha diseñado apegadas al amor, dependientes del amor, de la conexión, de la intimidad y del tipo de erotismo correcto en las manos del hombre o de la mujer adecuados.

Creo que deberíamos respetar el potencial de “esclavitud” al amor sexual en las mujeres; a nuestra posición con Eros y el amor. Porque solamente si le hacemos sitio, en lugar de anularlo o burlarnos de él, lograremos entenderlo. Cuando una mujer está inmersa en esta lucha con el amor y la necesidad, no está “sujeta” a la persona en cuestión; está comprometida en una lucha consigo misma, para encontrar la manera de recuperar su autonomía sin cercenar la parte de sí misma que la persona amada le despertó en su deseo de conexión.

La mujer que lucha con apego y pérdida de sí misma está comprometida en una lucha por su yo tan difícil y rigurosa como la lucha de cualquier hombre en una epopeya. Está claro que las respuestas biológicas de las que hablo aquí hace tiempo que fueron identificadas en el psicoanálisis y en la literatura; solo recientemente la ciencia ha añadido nuevas dimensiones y explicaciones a esos estados de ánimo que nos han contado los poetas, los novelistas y los estudiosos de la psique.

Una de mis palabras favoritas utilizadas en los Estados Unidos para referirse a la vagina es “la fuerza”. De eso es de lo que tendríamos que hablar. En efecto, las mujeres se toman seriamente el amor, el sexo y la intimidad, y no es porque las mujeres, la intimidad y el Eros sean superficiales, sino porque la naturaleza, al conectar de forma inteligente y trascendental los genitales y el cerebro de las mujeres, las ha forzado a afrontar el hecho, lo cual para los hombres resulta más oscuro (aunque, en realidad y en última instancia, sea igual de cierto para ellos), que la necesidad de conexión, de amor, de intimidad y de Eros es realmente mayor y más fuerte que cualquier otra cosa en el mundo.

La cultura que no respeta a las mujeres tiende a ridiculizar y a burlarse de la preocupación de las mujeres por el amor y Eros. Sin embargo, a menudo nos preocupamos por la persona a la que amamos, no porque no tengamos nuestro propio yo, sino porque la persona amada ha despertado psicológicamente aspectos de nosotros mismos.

¿No deberíamos estar orgullosas de ser lo que somos?

Sí, deberíamos estar orgullosas.

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