Vagina

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PARTE II: HISTORIA: CONQUISTA Y CONTROL » 9. LA MODERNIDAD: LA VAGINA “LIBERADA” » LA VAGINA AUTODEFINIDA DE LA SEGUNDA OLA FEMINISTA

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Pero en la década de 1970, en una nueva y feroz oposición a Freud, muchas periodistas feministas trataron el tema del clítoris como si este necesitara una defensa en contra de la vagina. Feministas como Anne Koedt, en The Myth of the Vaginal Orgasm (1970), trataron de rechazar la supremacía vaginal freudiana frente al clítoris. Estas feministas, en su lógica defensa de la atención al clítoris, abogaron por la idea de que el placer vaginal era un siniestro complot patriarcal. Con tal argumento, decían, se intentaba convencer a las mujeres de que en la vagina está la verdadera feminidad y de que el clítoris es algo sin importancia. Si se conseguía convencer de esto a las mujeres, sostenían las feministas, sería como un lavado de cerebro que las volvería dependientes de los hombres… y los hombres tendrían carta blanca para no abandonar su actitud perezosa y no hacer caso de las necesidades de las mujeres en cuanto a prestar atención al clítoris.

El éxito que obtuvo Shere Hite en 1976 al conceder un nuevo prestigio al clítoris significó un apoyo a las numerosas formas de provocar y estimular el clítoris en The Joy of Sex (1972) de Alex Comfort, que también influyó en toda una generación. Con todas estas renovaciones, la vagina terminó sufriendo algo así como un desprestigio cultural durante los siguientes 30 años. A partir de la década de 1970, la vagina se consideró bastante retro, de estar por casa, y pasada de moda y así siguió hasta que, en 1981, Beverly Whipple redescubrió el punto G. (En el siglo XXI, el interés por la eyaculación femenina impulsada por la pornografía hizo que se volviera a prestar atención a la vagina). Esta polarización asignada a dos partes del sistema sexual de las mujeres (que resulta que forman parte de una única red) son dos identidades culturales muy diferentes. Durante 30 años, el clítoris gozó de una mejor consideración que la vagina, y una vez más las mujeres se vieron enfrentadas a una falsa dicotomía que reducía al mínimo su propia complejidad sexual.

Si el clítoris fuera un personaje, sería una encantadora y glamurosa Gloria Steinem vestida con minifalda; la vagina sería Marabel Morgan, con su peinado un tanto ridículo y pasado de moda, autora de The Total Woman (1970), un bestseller bastante retrógrado.

La segunda ola feminista no tardó en dar comienzo a su misión para enseñar a las reprimidas mujeres de la clase media a localizar su clítoris, a exigir la paridad orgásmica y sobre todo a masturbarse. En 1973, Betty Dodson, activista feminista y educadora sexual, comenzó a organizar talleres para mujeres para ayudarlas a «apreciar la belleza de sus genitales, así como a explorar la variada experiencia del orgasmo a través de la práctica de las técnicas de la masturbación».[168] Su objetivo, enseñar a las mujeres “preorgásmicas” a masturbarse hasta alcanzar el orgasmo, ha obtenido muy buenos resultados. Dodson es una mujer con los pies en la tierra, una presencia nada amenazadora; sus talleres recibieron una amplia cobertura en la prensa y en la revista Ms. Magazine, gracias a lo cual a las mujeres ya no les parece raro que la idea de sentarse con las piernas abiertas frente a un espejo y familiarizarse con la propia vulva y la vagina es algo que refuerza su potencial como mujeres.

Durante los años setenta, también muchas feministas reivindicaron el complejo vaginal, es decir, el conjunto formado por la vagina, los labios y el clítors. Germaine Greer, que atrajo la atención internacional con su combativo manifiesto The Female Eunuch (1970), entendió implícitamente la conexión entre vagina y libertad. En su libro The Madwoman Underclothes (publicado por primera vez en 1986), dedicó un capítulo a «La política sobre la sexualidad femenina», publicado en 1970. En este capítulo aborda la vagina y la política dirigida a su menoscabo, y en un ensayo, muy reproducido, publicado en la revista Suck, provoca diciendo: «Señora, ame a su coño».[169]

En esta década feminista clave debutaron también las vaginas feministas asertivas y definidoras de sí mismas. Erica Jong, claro está, que publicó su Miedo a volar en 1973, donde acuñó el famoso término con el que bromea la propia autora diciendo que lo inscribirá en su lápida: «sexo sin cremallera», que, según dice en la novela, es la máxima fantasía de toda mujer liberada: sexo apasionado sin lazos ni cargas emocionales. La heroína de Jong, Isadora Wing, también vincula el despertar de su vagina a su propio despertar creativo y a su individuación en cuanto agente de su propia vida, y no alguien que se cuelga pasivamente de diferentes hombres. La novela de Jong se publicó en 14 países. Su gran popularidad fue debida precisamente a que fue la primera bildungsroman escrita por una mujer en la que se identificaban en términos paralelos un viaje del despertar sexual de una mujer con un viaje de su despertar psicológico y creativo. El doctor Wing, el marido de Isadora, un ser adusto y físicamente reprimido, de quien finalmente Isadora huye en busca de amantes masculinos más sensuales, no es capaz, según entendemos, de despertar a la aventurera/escritora latente que hay en Isadora. La escena final de la obra, en la que Isadora —ahora profundamente inmersa en su propio viaje sexual y creativo— contempla su rubio vello púbico rubio mientras está en la bañera, es un tropo de la conexión entre la vagina y la imaginación: «Flotaba suavemente en la honda bañera y sentía que algo había cambiado, que algo era extraño… Miré mi cuerpo. Era el mismo. La V rosada de mis muslos, el triángulo de vello rizado, el hilo del Tampax pescando en el agua como si fuera un héroe de Hemingway, el vientre blanco, los pechos medio flotando… Un cuerpo bonito. El mío. Decidí conservarlo. Me abracé a mí misma. Era el miedo lo que echaba en falta… pasara lo que pasara, sabía que iba a sobrevivir. Sabía que, por encima de todo, iba a seguir trabajando…».[170] La creativa y recién liberada heroína contempla su propio cuerpo, su propia vagina, y piensa en dedicarse otra vez a su trabajo creativo: esta escena es una metáfora de un despertar sexual que es a la vez creativo y físico, un despertar creativo tanto sensual como cerebral.

En el mundo de las artes visuales, la instalación The Dinner Party de Judy Chicago, presentada en 1974, se pudo ver en museos de todo el país. Chicago representó a 39 mujeres míticas y reales de toda la historia mediante la imagen de diferentes vaginas pintadas en platos, servidos para una cena en una mesa triangular —el triángulo es en sí mismo un arquetipo femenino, una forma de vulva—. Para referirse a la creatividad de las mujeres, Chicago utilizó el motivo metafórico de la “mariposa-vulva”. La idea era que las diferentes vaginas expresaran el carácter individual de cada una de las mujeres y representaran su obra. Chicago publicó la colección de platos como libro de fotografías en 1979. Tanto la exposición como el libro causaron impacto en su momento y provocaron una serie de virulentas reacciones de la crítica. Las imágenes de las hipotéticas vaginas de Mary Wollstonecraft y Emily Dickinson no podrían haber representado la conexión entre vagina y creatividad de forma más literal, aunque la naturaleza de esa conexión siguiera siendo solo intuitiva.

Podemos decir que fue una buena década para la vagina, aunque se banalizó su importancia al considerarse un lugar de placer estrictamente definido. Los resultados fueron favorables para las mujeres: a finales de la década de 1970, según una encuesta publicada en la revista Redbook, el 70% de las mujeres participantes dijeron estar «satisfechas en el aspecto sexual de su matrimonio»; el 90% dijo tener un papel activo en el sexo por lo menos la mitad de las veces, y con frecuencia “siempre”; el 64% dijo que alcanzaba el orgasmo durante el acto sexual; la mayoría de las mujeres dijo que a menudo iniciaba la relación sexual, y que sentía que podía comunicar abiertamente sus necesidades sexuales a su pareja. (En las décadas siguientes a la “revolución sexual” y con la proliferación de la pornografía no ha aumentado el número de mujeres que tienen orgasmos durante el acto sexual, y en realidad ha disminuido la cifra de mujeres que dicen que son sinceras al expresar sus necesidades sexuales a su pareja masculina)[171].

El movimiento feminista que reivindicaba la vulva y la vagina no se circunscribió a la literatura, la pintura y la prosa de no ficción. El mercado también irrumpió en la escena con entusiasmo: en la cultura, la atención de las consumidoras de “sexo-positivo” se enfocó hacia la vagina a través del arte erótico centrado en mujeres de producciones como los vídeos pornográficos de Vive (cuyo ritmo era más lento, tenían más implicaciones emocionales y eran más románticos). Sin embargo, este género no tardó en caer en desuso porque, por un lado, las mujeres se acostumbraron a masturbarse con pornografía normal y corriente y, por otro, abrieron sus puertas las grandes tiendas de juguetes sexuales para mujeres: Babeland, en Nueva York, y en San Francisco, Good Vibrations, unas tiendas agradables y con una intensa iluminación. (Una gerente de la sucursal de Babeland en Brooklyn, que anteriormente se llamaba Babes in Toyland, explica que aparecen continuamente nuevos productos para el juego sexual diseñados para estimular el punto G y la eyaculación femenina y que este tipo de productos vuelan de las estanterías de la tienda. ¿Y a qué se debe esta tendencia?, le pregunté. Contestó que la pornografía había comenzado a concentrarse intensamente en la eyaculación femenina, razón por la cual las mujeres desean explorar la estimulación de su punto G.).

Pero había una diferencia tonal entre esta forma de reivindicación de la sexualidad femenina y la de principios del siglo XX, que, como hemos visto, también fue testigo de las estimulantes voces y el imaginario de las mujeres en torno al placer sexual femenino. Loie Fuller, Edna St. Vincent Millay, Georgia O’Keeffe y Edith Wharton escribieron, pintaron o bailaron para expresar verdades sobre el deseo femenino, pero en sus obras el deseo sexual no es independiente de la trascendencia, de la inspiración y de la alegría en otros ámbitos de la vida de las mujeres. Es un medio para lograr una trascendencia y una creatividad más plenas, más grandes, de mayor envergadura. En cambio, la “recuperación” de la sexualidad femenina después de los años setenta es bastante mecánica. No tiene que ver con el espíritu. Está muy degradada. Se trata de lo que vibra. Creo que está depreciada a causa de la influencia de los discursos médicos como el de Masters y Johnson, que replantean la sexualidad femenina y la masculina como “solo carne”, y también creo que está distorsionada por la presión de la industria pornográfica que floreció junto a la revolución sexual.

Steven Seidman, historiador de la sexualidad, señala que entre los años sesenta y setenta se introdujo el concepto de “diversión” —no solo placer— como una parte importante de la vida sexual, sobre todo en los manuales de sexo con grandes éxitos de ventas.[172] Seidman cita Everything You Always Wanted to Know About Sex (But Were Afraid to Ask) (1969) de David Reuben, The Joy of Sex de Alex Comfort y The Sensuous Man (1971) de “M” como obras que transforman el sexo consensual en «una forma adulta de jugar»; ahora, escribe, todas las prácticas sexuales, incluidas la flagelación, la agresión y el fetichismo, se consideran igualmente válidas, y cualquier tipo de fantasía, por muy «salvaje o sanguinaria» que sea, se tendrá en cuenta y se explorará. Está claro que se trata de un modelo radicalmente diferente a la puerta de entrada al cielo o al infierno del Renacimiento, o al estricto deber de la época victoriana, o a la conexión con lo Divino de los trascendentalistas sexuales estéticos. «A esta ética sexual se la puede llamar libertaria», escribe con convicción.

Esta es nuestra ética sexual. No hay nada malo en “divertirse”, desde luego; pero este modelo de para qué sirve el sexo —la función de la vagina— ha dejado sin contestar muchas preguntas más profundas sobre el papel de la sexualidad como medio capaz de lograr una profunda intimidad o una profunda alteración de la consciencia. Y el modelo del “sexo como juego” también plantea todas las preguntas que cualquier ética del “todo vale” plantea; ¿por qué no engancharnos al porno, aunque tengamos una relación? ¿Por qué no podemos ir a un club de striptease, o frecuentar chats de sexo? ¿Por qué no hacer un trío, o compartir detalles con nuestra pareja sobre una fantasía que implica a una tercera persona? En un modelo sexual libertario, ¿en qué razones nos basamos para trazar una línea que delimite lo que es “sagrado”, por decirlo así, de la energía sexual entre dos personas?

Esta visión “libertaria”, del “sexo como un juego”, del papel de la sexualidad y la vagina, es la complicada herencia que hemos recibido. Es posible que el liberalismo sexual no sea lo mismo que la verdadera liberación sexual. «Estos manuales [como The Joy of Sex] —continua Seidman— animan al lector a no resistir [ante cualquier tipo de fantasía], ya que la esfera sexual representa un escenario ideal para indagar en los deseos y temores tabú… No bloquees [tu propia fantasía] y no tengas miedo de la fantasía de tu pareja; es un sueño y estás dentro de él».

En estos manuales, señala Seidman, «para que el lector se sienta cómodo», se le asegura que el comportamiento sexual no es un indicador de la verdadera naturaleza de una persona. Según esta ideología —que proviene de Walt Whitman y Oscar Wilde, pero que degenera con Friedrich Nietzsche—, las sensaciones, incluso si son sensaciones extremas, son buenas en sí mismas. Si a esta “voluntad de poder” sexual le añadimos una cucharada del argumento de Freud, según el cual el individuo tiene “permiso” para todo lo que se le ocurra en el subconsciente (puesto que sobre los deseos subsconscientes no tenemos ninguna responsabilidad y, por tanto, ninguna culpa), veremos que encaja perfectamente con la intoxicante economía consumista de posguerra de Occidente. Esto fertilizó el terreno para que enraizara la experiencia pornográfica del sexo y, en particular, de la vagina. Y eso acabó siendo lo que se creyó que “era” el sexo, en lugar de entender que esta forma de ver el sexo era solo una entre muchas ideologías sexuales posibles. Y así abrió el camino en la mente de los hombres y las mujeres para que en las siguientes décadas penetrara la aceptación primero y la internalización después del aplanamiento moral y del carácter distractivo y obsesivo de la pornografía.

Pero lo que uno hace en la cama con otra persona, con todo lo que implica en cuanto a esperanzas, intimidad e incluso la posibilidad de dolor, ¿es solo «un sueño dentro del cual nos encontramos»? Las siguientes tres décadas pondrían en cuestión esta visión del mundo en la que el sexo y las fantasías carecen de consecuencias.

Así pues, las activistas feministas de los años setenta intentaron expresar una nueva relación con la vagina que no tardó en ser descontextualizada por la pornografía producida en masa, por los manuales sexuales libertarios y por los científicos sexuales. (En los primeros años de la década de 1970, las páginas centrales de Playboy eran “rosas”, es decir, piernas abiertas y labios menores visibles). Mientras se llevaba a cabo la llamada revolución sexual de los años setenta, incluso los discursos feministas sobre la vagina se enmarcaron de un modo más bien estéril o “porno”, ya que las asociaciones modernistas y del blues en torno a la sexualidad femenina —ecos de un misterio que iban más allá de la mera carnalidad y éxtasis que trascendía el fenómeno físico— habían desaparecido.

El animado discurso sobre la sexualidad femenina que caracteriza la obra de Germaine Greer y Erica Jong no duró mucho. En la década de 1980, todo se oscureció. En 1985, la obra de Andrea Dworkin Intercourse presentaba la vagina como si fuera, intrínsecamente, un lugar para la violencia sexual masculina. Con un razonamiento lleno de pesimismo sexual, Dworkin sostiene que el coito heterosexual siempre consiste en la dominación masculina y la sumisión de la mujer: «La pequeña e íntima sociedad que se crea para copular, una vez o muchas, la unidad social que es el follar, debe ser tal que proteja el dominio masculino… El pene necesita la protección de la ley, del temor, del poder. La rebelión aquí, en las relaciones sexuales, significa la muerte de un sistema de jerarquía de género cuya condición es una victoria sexual sobre la vagina».[173]

En este momento, las exuberantes décadas de 1930 y 1940, con sus plátanos y cestas de frutas, sus agujas y telas, sus salchichas, panecillos y mantequeras de las letras de los blues —metáforas de la dependencia mutua o la energía mutua, no de la dominación y la sumisión— se han perdido en el tiempo. Para Dworkin, la penetración masculina de la vagina es siempre e intrínsecamente un acto de agresión. Según su modo de ver, es imposible que una mujer quiera ser penetrada voluntariamente. Si en efecto lo desea, es como consecuencia de haber interiorizado una “falsa consciencia” sobre la naturaleza de su deseo porque ha interiorizado las normas de su opresor. Paradójicamente, Dworkin —desde una posición favorable a la mujer— hace la misma afirmación que los misóginos de la época isabelina cuando acusaban a las mujeres de estar “heridas”: en la obra de Dworkin, la vagina se degrada de nuevo a su estatus isabelino de herida alegórica, de “tajo”, de lesión lista para el hombre listo para lesionar.[174]

En las décadas de 1980 y 1990 emergieron otros tipos de defensas. En 1993, Joani Blank editó Femalia, una colección de primeros planos a todo color de muchas vaginas, incluidas las pertenecientes a algunas mujeres muy conocidas. (El libro fue publicado por Down There Press). Fue una actualización del álbum para colorear de 1973 de la activista Tee Corinne. Las dos mujeres deseaban transmitir a la sociedad imágenes de la inmensa variedad de vaginas, ya que consideraban que las mujeres se avergonzaban demasiado a menudo de las formas únicas de sus vulvas y labios. La obra The Vagina Monologues, de 1996, escrita por Eve Ensler, tuvo un gran impacto; Ensler utiliza monólogos de mujeres reales acerca de sus vaginas para llamar la atención sobre cuestiones acerca de la sexualidad femenina y la violación que siguen siendo tabú. En 1998, Inga Muscio escribió Cunt: A Declaration of Independence,[****] donde trató de recuperar la palabra y el concepto, que dejan de ser algo negativo para convertirse en un emblema de poder.

¿Y hoy en día? Dependiendo de hacia donde se mire, hay un movimiento generalizado de mujeres dedicadas a la música, al arte y a la escritura sobre la vagina, a la que pintan y hacen fotografías, sobre la que narran, a la que defienden y “problematizan” —para usar un término académico—. He recibido correos electrónicos que me han puesto sobre aviso de un grupo de jóvenes tejedoras en Toronto que buscando empoderamiento tejen vulvas de lana. Una artista danesa se pasea por Copenhague en una bicicleta que lleva incorporada una escultura de yeso de una vagina de casi dos metros de alto. La página web Feministing.com tiene un apartado titulado «Amo mi vagina». Un sitio web llamado Vulvavelvet.com, entrañable, anima a las mujeres a publicar imágenes de su vagina para que ninguna mujer se sienta “rara”. La diversidad labial que muestran las imágenes que las mujeres mandan a esta web es realmente prodigiosa, y la amplia gama de lo que es “normal” para las mujeres sin duda desafía la uniformidad quirúrgica, así como la espeluznante y pueril inocencia de la vagina pornográfica. Tee Corinne y Joani Blank, las fundadores de la web, quieren que las mujeres acepten dentro de sí mismas la amplia gama de variaciones normales, así como las complejas simetrías y asimetrías de las disposiciones labiales. (Vulvavelvet.com también tiene una extraordinaria página en la que las mujeres aportan trucos y consejos para masturbarse satisfactoriamente. Las sugerencias van desde el uso de diferentes hortalizas [no las típicas de siempre] hasta formas creativas de sentarse sobre lavadoras y complejos mecanismos con mangos de ducha incorporados. Con su tono locuaz e informativo —¡pruébalo en casa!— recuerda mucho más a «Hints from Heloise», la columna de consejos de limpieza, que al «Foro de Penthouse»).

Es como si el espíritu de la época se hubiera puesto en marcha y las mujeres, desde la opinión pública y todo el mapa cultural, quisieran unirse en un movimiento incipiente y sin especificar hacia una nueva recuperación de la vagina, más divertida, más tierna o más dulce.

La motivación de todo esto es positiva, sin duda alguna. ¿Pero será una recuperación lo bastante profunda?

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