Vagina

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PARTE III: ¿QUIÉN DA NOMBRE A LA VAGINA? » 10. «LA PEOR PALABRA QUE EXISTE»

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10. «LA PEOR PALABRA QUE EXISTE»

—¿Qué es coño? —dijo ella…

—Eres tú. Y tú eres mucho más que un animal, ¿no? Incluso al joder. ¡Coño! ¡Esa es tu hermosura, cariño!

D. H. LAWRENCE, El amante de Lady Chatterley

«El desprecio hacia nosotras mismas se origina en esto: en saber que somos un coño».

KATE MILLET, Sexual Politics

Si entendiéramos la conexión entre vagina y cerebro, y la relación entre vaginas liberadas y mentes y espíritus femeninos potencialmente liberados, también empezaríamos a ver por qué las palabras, cuando se emplean para hablar de la vagi­na, siempre son más que “meras palabras”. Debido a la sutileza de la conexión entre mente y cuerpo, las palabras para vagina son también lo que el filósofo John Austin, en su libro Cómo hacer cosas con palabras (1960), denomina “expresiones performativas”, utilizadas a menudo como medio de control social. Una “expresión performativa” es una palabra o frase que tiene un efecto en el mundo real. Cuando un juez dice “culpable” a un acusado, o un novio dice, “sí, quiero”, estas palabras alteran la realidad material.[175]

Las palabras para la vagina crean entornos que influyen directamente en el cuerpo de las mujeres. Las palabras que las mujeres oyen sobre su vagina cambian, para bien o para mal, lo que pretenden describir. Debido a la influencia que ejercen sobre el sistema nervioso autónomo de la mujer (SNA), las palabras sobre la vagina pueden ayudar o perjudicar a la respuesta vaginal real. Nuevos estudios, como hemos visto, muestran que el sistema nervioso autónomo en las mujeres está directamente conectado a la funcionalidad óptima de la excitación sexual en el tejido vaginal, a la circulación y a la propia lubricación, razón por la cual las amenazas verbales o las palabras de admiración o confianza pueden afectar directamente al funcionamiento sexual de la vagina. Otro nuevo estudio, que examinaremos a continuación, sugiere que un entorno estresante puede afectar negativamente al propio tejido vaginal. Este “estrés malo” que influye en la vagina también puede provocar la disminución de los niveles de confianza, creatividad y esperanza de las mujeres en general al inhibir el orgasmo.

Las mujeres, ante el abuso verbal masculino relacionado con su vagina o ante la amenaza implícita de violación que contiene ese abuso verbal, reaccionan enérgicamente. Por la misma razón reaccionan también con igual intensidad a pesar de que solo se trate de “bromas”. Sin embargo, la mayoría de las mujeres no somos conscientes de que estos malos tratos verbales que nos provocan “reacciones viscerales” son muy perjudiciales para nosotras.

Es una táctica corriente: la película En tierra de hombres (basada en el libro Class Action: The Story of Lois Jenson and the Landmark Case that Changed Sexual Harassment Law (2002), de Clara Bingham y Laura Leedy Gansler, en el que se narra el caso de Jenson contra la compañía Eveleth Taconite) trata de unos mineros que trabajaban en una mina de carbón de Pennsylvania que se opusieron a las incursiones de mujeres mineras en su mundo masculino. En un momento de la película, las mineras entran en su vestuario y ven que en la pared junto a las taquillas alguien ha pintado la palabra coño en letras grandes. En la Universidad de Oxford, en febrero de 2012, un club de la universidad se inventó un “juego” que consistía en que los jóvenes perseguían a las chicas, vestidas con poca ropa, como si fueran zorros (en la caza del zorro británica, los jinetes montados a caballo persiguen al zorro con jaurías de perros; cuando atrapan al zorro, los perros lo destrozan). En 2012, los editores de una web humorística de una universidad del Reino Unido colgaron un chiste que decía que puesto que había muy pocas violaciones que terminasen en un proceso judicial, «las probabilidades son buenas». «¿Quién ha metido pelos del pubis en mi Coca-Cola?»: Clarence Thomas fue denunciado en 1991 por habérselo preguntado a Anita Hill, algo que él negó. Pero de haber sido cierto, seguramente Anita se habría sentido incómoda. Roseanne Barr, actriz cómica, describió el comportamiento de los guionistas televisivos cuando las mujeres se encontraban con ellos por cuestiones laborales: dijo que no soportaba ir a donde trabajaban los escritores porque al cabo de dos minutos ya empezaban con algún «chiste que olía a coño». Muchas veces, cuando una mujer pasa a ocupar un nuevo puesto de trabajo y sus compañeros varones quieren demostrarle que no es bienvenida, aparecen palabras o imágenes dirigidas a la vagina o insultantes para esta: por ejemplo, cuando en un espacio público se cuelga el típico desplegable en el que se ven unas piernas abiertas con el rostro de la mujer a la que se quiere ofender superpuesto al cuerpo desnudo.

Está claro que existen motivaciones culturales y psicológicas en este tipo de acoso. Pero no podemos ignorar que manipular el estrés en las mujeres llevando su vagina al punto de mira también desempeña un papel. Este tipo de comportamientos en los que se ridiculiza la vagina… es, instintivamente, muy lógico. Con frecuencia se trata de actos impersonales y tácticos: estrategias para que las mujeres sientan una presión que tal vez no se capta de un modo consciente, pero que puede ser ampliamente intuida, y que incluso puede pervivir en la memoria popular, como provocar una respuesta neuropsicológica de “estrés malo” de mayor alcance que realmente debilita a las mujeres.

En 2010, los estudiantes varones de Yale se reunieron para un acto que bautizaron como «Take Back the Night», cuando sus compañeras hacían una marcha para protestar contra el acoso sexual. Los chicos corearon a las manifestantes: «No quiere decir sí y sí significa anal».[176] Algunas de las chicas presentaron demandas ante la universidad, argumentando que tolerar aquel tipo de comportamiento creaba un ambiente educativo no igualitario. Éticamente tienen toda la razón y neurobiológicamente, también. Es probable que casi todas las mujeres jóvenes que se enfrentan a un grupo de compañeros varones cantando consignas como estas sientan instintivamente algo parecido al pánico. El mensaje que están recibiendo, a algún nivel, es que quién sabe si están en presencia de potenciales violadores, lo cual convierte en una misión imposible ignorar los comentarios inmaduros, que es precisamente la recomendación que se suele hacer a las mujeres. Ellas intuyen que existe un peligro mayor, que es estar amenazadas, y de hecho ese peligro existe, pero no es solo el peligro de un acoso sexual. Soportar este tipo de estrés con regularidad, comporta que se deprima la sutil y delicada red de desencadenantes y reacciones neurobiológicas que hace que las mujeres se sientan bien, felices y competentes, y conocedoras de sí mismas.

En muchos de los casos de acoso sexual, en la escuela o en el lugar de trabajo, la vagina es el objetivo amenazado o ridiculizado. ¿Por qué es una táctica tan extendida, que se utiliza tanto en universidades de élite como en entornos obreros, que no conoce fronteras de clases ni de otros tipos?

Es una táctica común porque es una forma de agresión verbal contra las mujeres que tiene efectos: efectos físicos reales que van más lejos que otros tipos de insultos. El doctor Burke Richmond, como hemos visto, ha destacado la conexión entre mente y cuerpo en el contexto de daños permanentes en las percepciones sensoriales de algunas mujeres como resultado de un trauma sexual. Existen otras investigaciones en las que se identifican nuevos tipos de lesiones permanentes o disfunciones de muchos otros sistemas del cuerpo femenino como consecuencia del “estrés malo” sexual, lo que se ha llamado en un reciente estudio “desregulación multisistémica”: se trata de una nueva nomenclatura para referirise a lo que está emergiendo como un trastorno médico que ya se va reconociendo en algunas mujeres.

El cuerpo de la mujer reacciona igual ante el “estrés malo” independientemente del contexto en el que se produzca, sea la sala de partos, la universidad o el lugar de trabajo. Si el cerebro femenino percibe que un entorno no es seguro, la respuesta al estrés inhibirá los mismos órganos y sistemas, con independencia del lugar. Muchas de las señales que o bien avivan o bien disminuyen el deseo femenino tienen que ver con una pregunta que se plantea el cerebro femenino: ¿Estoy en un lugar seguro?

Por esta razón, si una mujer trabaja o estudia en un entorno que siente como sexualmente peligroso o amenazador, corre el riesgo (debido al efecto acumulativo y a largo plazo de este “estrés malo”) de sufrir una inhibición de la creativa y liberada “respuesta de relación” incluso fuera de su trabajo o de su entorno escolar. La vida reproductiva y maternal de la mujer puede verse afectada por el estrés sexual amenazador crónico; el estrés no solo inhibe la capacidad de una mujer para excitarse y para lubricarse y llegar al orgasmo, sino también su capacidad para dar a luz con eficacia y para amamantar a su hijo, y así sucesivamente. Si su vagina es objeto de amenazas verbales regulares, con el tiempo se van a resentir su frecuencia cardíaca, su presión arterial, su circulación, y muchos otros sistemas. Sexualmente, el estrés amenazador libera cortisol en el flujo sanguíneo, lo cual se ha relacionado con la grasa abdominal en las mujeres que, a su vez, comporta riesgo de diabetes y problemas cardíacos; ser la destinataria de un “estrés malo” sexualmente amenazador también aumenta las probabilidades de enfermedades cardíacas y accidentes cerebrovasculares.

Si una mujer recibe estrés sexual en la cantidad suficiente, es probable que con el tiempo también se deterioren otros aspectos de su vida; al final tendrá dificultades para relajarse cuando está en la cama, en clase o en su oficina. Esto, a su vez, impedirá que se libere la dopamina que de otro modo se liberaría, con lo cual su cerebro no tendrá las sustancias químicas que le aportarían seguridad, creatividad, optimismo, concentración y… eficacia, algo que tiene una importancia fundamental en el competitivo mundo académico o profesional. Teniendo en cuenta esta dinámica, la frase «que la jodan» adquiere un nuevo significado.

H. Yoon y sus colegas, los investigadores coreanos que en 2005 publicaron «Los efectos del estrés en la función sexual de ratas hembras» en la revista International Journal of Impotence Research, llegaron a la conclusión de que «el estrés físico crónico modifica el comportamiento sexual de las ratas hembras a través de un mecanismo que se cree que comporta complejos cambios en las hormonas sexuales, en los factores endocrinos y en los neurotransmisores».[177] Los investigadores señalan que «muchas mujeres con estrés experimentan algunas formas de dificultad sexual, como disminución de la libido, dificultad para excitarse o dificultad para llegar al orgasmo. Sin embargo, no se han realizado investigaciones relacionadas con los cambios en el clítoris y la vagina cuando las mujeres están sometidas a un estrés prolongado. ¿Solamente se produce un fenómeno psicológico en la zona de la corteza cerebral que controla las actividades sexuales? ¿O se producen otros cambios significativos en la vagina, el clítoris u otros órganos de respuesta sexual que son los responsables de las dificultades para excitarse o para tener orgasmos?».

El primer estudio en el que se examinó el efecto del “estrés malo” en la excitación de las ratas hembras —existen muchos estudios en los que se ha examinado la inhibición de la vida sexual de las ratas machos a causa del estrés— halló la “prueba irrefutable” química que explica por qué las mujeres necesitan relajarse para excitarse. Es evidente que el óxido nítrico (ON) y el óxido nítrico sintasa (ONS) desempeñan un papel importante en la congestión de la vagina y el clítoris, ya que ayudan a que se relaje el músculo liso de la vagina y a que se hinchen los tejidos vaginales con el fin de prepararse para la excitación y el orgasmo. Estas sustancias químicas y sus acciones se inhiben cuando las mujeres sufren un estrés malo. «En este estudio, investigamos los efectos del estrés físico sobre la función sexual midiendo los cambios en los comportamientos sexuales, en los niveles hormonales del suero y en la concentración neuronal de ONS (nONS) y endotelial de ONS (eONS) en los tejidos vaginales, ambos importantes mediadores de la relajación del músculo liso y de la congestión vascular, y, por tanto, de la excitación sexual», según escribieron los autores.[178]

Se distribuyeron 63 ratas hembras en tres grupos iguales, todas en celo (es decir, en circunstancias normales deseosas de aparearse). Se tomó una muestra de la mucosa del tejido vaginal de cada rata. «Entonces se introdujo una rata macho en la jaula y se observó su comportamiento sexual. Todas las pruebas de comportamiento sexual se grabaron en la cámara de vídeo y los resultados fueron puntuados y analizados por un observador que desconocía los detalles del estudio». Los investigadores comprobaron la receptividad de las ratas hembras mediante la grabación de su respuesta de “lordosis” (las hembras arquean la espalda y ponen las patas delan­teras en alto como señal de que están interesadas en el apareamiento). «Cualquier movimiento defensivo, echarse a correr o tumbarse de espaldas se consideró una respuesta de rechazo». Me parece justo.

Científicos como los del equipo de Yoon confirman que, dentro de toda la escala de mamíferos, conseguir hembras que estén “de humor” es, científicamente, un proceso más complejo y más “mente-cuerpo” que conseguir machos: «En general, la respuesta sexual en la hembra requiere unas reacciones recíprocas mentales-físicas más complicadas que en el macho. Por tanto, los efectos del estrés psicológico y físico en la actividad sexual podrían ser mucho mayores en las hembras que en los machos… Puesto que nuestra hipótesis era que el estrés físico crónico podía afectar a la función sexual femenina, tratamos de identificar los cambios fisiopatológicos inducidos por el estrés crónico. Además, investigamos la influencia que podían tener dichos cambios en las dificultades para la excitación y el orgasmo».[179]

Bien, los científicos encontraron exactamente lo que estaban buscando: las ratas hembras estresadas no tenían muy buena actitud hacia sus compañeros machos, y no querían hacer el amor: «las ratas estresadas mostraron una actitud receptiva significativamente disminuida ante sus compañeros machos», constataron los científicos; las ratas hembras mostraron también “agresión” e “irritabilidad” medibles. El estrés disminuyó la capacidad física de las ratas hembras para excitarse; disminuyó su flujo sanguíneo genital:

«En estudios con patrones animales, el estrés mental o físico aumenta el nivel de catecolaminas en suero, lo cual provoca contracción vascular, que a su vez reduce el flujo sanguíneo y da lugar a la disfunción sexual […]. Dado que el estrés es concomitante con un aumento de la producción de catecolaminas en la sangre… es razonable suponer que el flujo sanguíneo en los órganos genitales se reduce durante los períodos de estrés […]. Medimos la norepinefrina como un índice indirecto del nivel de catecolaminas y vimos que aumentaba en el grupo con estrés y que disminuía en el grupo de recuperación. Este resultado apoya indirectamente la idea de que el estrés influye sobre el flujo sanguíneo de los genitales femeninos».[180]

El estrés interfiere en las hormonas sexuales de las ratas hembras y, según la hipótesis que plantean los autores, causa interferencias en las acciones vaginales básicas (neurotransmisión, relajación del músculo liso y congestión de los vasos sanguíneos) necesarias para la excitación sexual de las hembras: «El nivel de estradiol se redujo significativamente en el grupo con estrés. Es ampliamente conocido el hecho de que las hormonas sexuales desempeñan un papel importante en la respuesta sexual en individuos de ambos sexos […]. Nuestros datos muestran que la expresión de nONS y eONS vaginales en el grupo de estrés se redujo en comparación con el grupo de control […]. Por tanto, se postula que la disminución de los niveles de nONS y eONS provoca una disminución de la neurotransmisión, una menor relajación del músculo liso y un menor flujo sanguíneo vascular como respuesta a los estímulos sexuales en el tejido vaginal. Por otra parte, esto se expresa clínicamente como una dificultad en la respuesta a la excitación y al orgasmo».[181]

Los científicos no solo descubrieron que el “estrés malo” reducía las hormonas sexuales de las ratas hembras e interfería en sus procesos de excitación, también vieron que tales cambios en ese nivel fisiológico, si se mantuvieran en el tiempo, podrían afectar al tejido vaginal propiamente dicho. Mataron a todas las ratas, a las malhumoradas, estresadas y sin ganas de aparearse y también a las del grupo de control, más receptivas y desestresadas, y prepararon muestras con su tejido vaginal: «Los tejidos se congelaron en nitrógeno líquido y se almacenaron… hasta que se necesitaron». Los resultados del análisis del tejido vaginal mostraron cambios biológicamente medibles en el funcionamiento sexual vaginal de las ratas hembras. Los científicos del equipo de Yoon in­cluso predijeron que los cambios en el tejido vaginal de las ratas, causados por el estrés, podrían aumentar con el tiempo: «Si tales anormalidades en el perfil hormonal persisten durante mucho tiempo, podrían producirse cambios secundarios del tejido vaginal».

Lo anterior es una versión de los conocimientos comunicados con carácter más anecdótico por Mike Lousada, Katrine Cakuls y otros terapeutas que se dedican a la investigación de la vagina: parece ser que el “estrés malo” puede afectar al tejido vaginal.

Lousada no hacía especulaciones científicas relativas a estos cambios en el tejido vaginal. Pero los científicos tienen una hipótesis: «En el presente estudio, el estrés físico en ratas hembras indujo cambios en la expresión de ONS hormonales y vaginales y provocó cambios observables en el comportamiento sexual. Creemos que estos cambios se deben a reacciones multifactoriales». En otras palabras, el estrés en las ratas hembras afecta al sistema neuroendocrino, lo cual induce los diversos cambios secundarios en la vagina que afectan a la función sexual. «En ratas hembras sometidas a estrés crónico, los comportamientos sexuales cambiaron. Sugerimos que los cambios de las hormonas sexuales en suero, las catecolaminas y la expresión de subtipo de ONS en los tejidos vaginales participan en una respuesta multifactorial en las ratas hembras con estrés crónico»[182].

En otras palabras: sometamos a estrés a ratas hembras, y tarde o temprano el funcionamiento sexual de su vagina —con su capacidad para liberar hormonas del placer en el cerebro de los mamíferos hembra— también se verá afectado.

Las mujeres experimentan una sensación parecida al pánico cuando se dan cuenta de que están atrapadas en un entorno en el que son destinatarias de comentarios sexuales degradantes. Su intuición les dice que van a sufrir esta situación no solo cuando están en ella, sino también fuera de ella, cuando se relacionan con sus hijos y amigos, cuando están con sus maridos o sus amantes en la cama, o cuando se enfrentan a su caballete de pintura o a su revista. Y están en lo cierto.

Como hemos visto en cuanto a la diferencia en la protección de los nervios pélvicos de hombres y mujeres, las mujeres son bastante vulnerables físicamente cuando se han abierto de piernas, más vulnerables que los hombres. Debido a ello, y a que generalmente los hombres son más grandes, y a menudo más fuertes, la sensación de seguridad puede que no sea tan importante para la respuesta sexual masculina como lo es para la respuesta sexual femenina. La vagina responde a la sensación de seguridad femenina, expandiendo la circulación, también a la vagina, cuando la mujer se siente segura; en cambio, los vasos sanguíneos de la vagina se contraen cuando se siente amenazada. Esto puede ocurrir antes de que la mujer interprete conscientemente su entorno como una amenaza. Así que si alguien amenaza continuamente con palabras a la vagina, o la ofende, ya sea en la universidad o en el trabajo, lo que está haciendo es mandar señales continuas al cerebro y al cuerpo de la mujer de que no está segura. El estrés “malo” aumentará con el tiempo su ritmo cardíaco, bombeará adrenalina a través de su sistema, hará circular las catecolaminas, y así sucesivamente. La verdad es que este mal trato verbal hace que para la mujer sea más difícil llevar a cabo sus actividades profesionales o académicas.

El Título IX en los Estados Unidos es la legislación en materia de igualdad de géneros que prohíbe la creación de un “ambiente de trabajo hostil”. Cuando las mujeres se tienen que enfrentar a chistes, imágenes, insultos o amenazas implícitas relacionadas con su vagina en el lugar de trabajo o en la escuela, para ellas resulta más difícil centrarse en su trabajo o en sus libros de lo que es para sus colegas masculinos, que no están sujetos a este tipo de distracciones. En realidad, se crea una situación de desventaja material para ellas que acabará siendo discriminatoria, simplemente por el tipo de conexiones cerebrales y corporales de la mujer. En realidad, se crean “expresiones performativas”, palabras que tienen efectos reales en el mundo real.

Tal como señala la neurociencia contemporánea, el trauma o las amenazas verbales repetidas reconfiguran el cerebro: un cerebro que escucha maltratos verbales a menudo se vuelve más reactivo. Oír palabras degradantes sobre la vagina es, en relación a la amígdala, como una amenaza de acoso sexual u otro tipo de peligro. Los insultos verbales y las amenazas de violencia dañan el cerebro. Este efecto de reconexión es otra razón por la que el lenguaje dirigido a la vagina y a la sexualidad femenina es tan abusivo. Maltratar verbalmente la vagina es una forma (una forma socialmente aceptada) de maltratar e influir en las conexiones del cerebro femenino. Si las mujeres nunca oyen un lenguaje sexualmente abusivo, su cerebro será menos reactivo ante las amenazas. Esto puede tener una interpretación política: el cerebro de las mujeres a las que no se intimida mediante insultos a su vagina se sentirá menos intimidado que el cerebro de las mujeres cuya vagina recibe insultos regularmente.

Y, ¿cuál es la palabra que en general se considera más despectiva, más violenta, más abusiva? Coño. «De alguna manera todas las indignidades que sufre la mujer, al final, se simbolizan en una sexualidad que se considera que es su responsabilidad, su vergüenza […]. Se puede resumir en una palabra de cuatro letras. Y esa palabra no es fuck [joder], es coño. El desprecio por una misma se origina precisamente aquí: en saber que somos un coño», escribe Kate Millet en The Prostitution Papers.[183] En su tesis doctoral, el filólogo Matthew Hunt indaga en la etimología de cunt [coño] para saber cuándo se convirtió en sinónimo de «la peor palabra con la que puedes insultar a alguien». Hunt llega a la conclusión de que «la censura tanto de la palabra cunt [coño] como del órgano al que se refiere es síntoma de un miedo general —y de asco— a la propia vagina».[184] ¿O es, como diría yo, también un síntoma de miedo y asco al potencial del poder de la mujer? Cuando se nombra algo de tal modo que frena el orgullo, la exploración y el descubrimiento, también se frena la posibilidad de que en la mujer se desbloqueen las sustancias químicas de la confianza, la creatividad, etcétera, que tal descubrimiento podría comportar.

Las citas que refiere Hunt en su tesis confirman el hecho de que la vagina se considera, filológicamente, «la peor cosa posible» por lo menos en la tradición occidental. «La vagina, según muchas escritoras feministas, es tan tabú que prácticamente es invisible en la cultura occidental —escribe Lynn Holden, estudiosa de mitología comparativa—. “Cunt” [coño] es probablemente el taco más ofensivo y censurado en la lengua inglesa»[185]. Ruth Wajnryb comentó en 2004: «De todas las palabras de cuatro letras, cunt [coño] es sin duda la más ofensiva». La periodista Zoe Williams escribió: «Es la palabra más grosera que tenemos, de todo el lenguaje», y el comentarista Nick Ferrari también se hizo eco de ello: «Es la peor palabra del mundo… Creo que es una palabra absolutamente grotesca… es una palabra simplemente espantosa, abominable, desagradable».[186] En su estudio sobre los grafitis de las prisiones australianas, Jacqueline Z. Wilson dice que cunt [coño] es «la palabra más provocadora en inglés australiano corriente, y tal vez en todas las principales variantes de inglés hablado en todas partes». Sarah Westland la califica como «el peor insulto en lengua Inglesa», «la palabra más desagradable, más sucia», «el insulto más grave» y «la palabra más horrible que alguien pueda imaginarse».[187] En su artículo de 2011 «La palabra C: ¿Cómo puede tener tanto poder una palabra de cuatro letras?», Christina Caldwell califica a la palabra “coño” como «la más desagradable entre las palabras desagradables».[188] ¿Se entiende bien? Es lo peor de lo peor. Pero la palabra cunt [coño] no fue el principio de toda esta infamia. De hecho, sus orígenes etimológicos tienen, como la propia vagina, un contexto bastante específico, y ha variado pasando de neutral a positiva y a muy negativa. El lingüista Eric Partridge escribió que el prefijo cu es una expresión de la «quintaesencia de la feminidad»: «en las lenguas indoeuropeas prehistóricas no escritas… ‘cu’ o ‘koo’ era una raíz que expresaba lo “femenino”, la “fecundidad” y nociones asociadas».[189] El lingüista Thomas Thorne señala que «el protoindoeuropeo ‘cu’ es también afín con otros términos femeninos/vaginales, como el hebreo ‘cus’; el árabe ‘cush’, ‘kush’ y ‘khunt’; el nostrático ‘kuni’ (“mujer”), y el irlandés ‘cuint’ (‘cunt’). ‘Coo’ y ‘cou’ son términos del argot moderno para vagina, basados en estos antiguos sonidos».[190]

La misma raíz se refiere a gud, que es el término indo­europeo para “cerco”; también se refiere a un cucuteni o “recipiente romano en forma de vientre”. Cu también tiene asociaciones con “conocimiento”: can y ken —ambas palabras significan “conocer” y posiblemente incluso “cognición”—, señala Thorne, están relacionadas con ese coo. El sexo y el conocimiento comparten una conexión lingüística fuerte: ken es “conocer” y “dar a luz”. Ken, que está relacionado con el cyn del inglés antiguo y con el gótico kuni, también tiene connotación de vagina: «Kin significaba no solo las relaciones por línea materna, sino también una fisura o grieta, la abertura genital de la diosa».[191] El historiador Gordon Rattray Taylor explora los vínculos entre la feminidad y el conocimiento: «La raíz cu aparece en innumerables palabras, desde cowri [caracoles marinos], Cypraea, hasta cow [vaca]; la raíz cun tiene dos líneas de descendencia, la referida a la madre y, la otra, al conocimiento: Cynthia y… cunt [coño], por una parte, y cunning [astuto], por la otra».[192] En la India, el nombre de la diosa Cunti-Devi sugiere que las variantes de cunt no se originaron como insultos, sino como términos de un gran respeto. Quefen-t, una variante cunt, fue un término utilizado por el faraón egipcio Ptah-Hotep cuando se dirigía a una diosa. La referencia más temprana de cunt en el Oxford English Dictionary identifica la palabra como parte del nombre de una calle de Londres: en torno al año 1230, en el barrio de Southwark, las prostitutas trabajaban en una calle llamada Gropecuntelane.[193]

Curiosamente, muchas palabras relacionadas con cunt en un principio estaban relacionadas con agua: cundy significa un “canal de agua subterránea”; cuniculus, un término no tan simpático, significa “pasaje” y fue utilizado por los antiguos romanos para describir sus sistemas de drenaje. (Por supuesto cunnilingus, lamer la vagina, es una de las palabras relacionadas con cuni). En sánscrito cusi/kunthi significaba tanto “hoyo” como “vagina”. Pero los ecos neutrales y positivos de cunt no perviven mucho en nuestro argot. También en griego y latín el lenguaje relacionado con la vagina comenzó con una carga bastante neutra, si bien centrada en lo masculino: vulva simplemente significa, en griego, “matriz”; vagina es la palabra latina para “vaina”; labia es el término latín para labios (aunque, es cierto, pudendum en latín significa “vergüenza”). El desprecio y el asco no impregnan los términos occidentales para vagina hasta que el argot victoriano relaciona este tipo de palabras con “lo peor”: siempre ha habido nombres negativos para la vagina, así como positivos; sin embargo, la repugnancia no está integrada necesariamente en el lenguaje de la vagina.

A muchas personas nos da una especie de escalofrío existencial cuando vemos la relación moderna entre cunt y lo repugnante, lo estúpido o lo detestable, o cuando las mujeres son reducidas a un coño. Se nos dice continuamente que «simplemente nos tomemos con calma» este lenguaje denigrante, pero hay buenas razones que desde un punto de vista fisiológico nos impiden hacerlo: razones relacionadas con el poder de dichas palabras para representar actos sexuales amenazadores que pueden causarnos una “desregulación multisistémica”.

He experimentado de primera mano el considerable impacto que las palabras utilizadas para referirse a la vagina pueden tener en el cerebro femenino. Cuando mi editor firmó el contrato para este libro, yo me puse muy contenta, porque para mí, desde un punto de vista creativo, se abría la perspectiva de la investigación y la escritura de la obra. Sin embargo, al mismo tiempo me preocupaba tener que lidiar con un tabú social tan fuerte. En aquella época, un amigo me dijo que quería hacer una fiesta para celebrar el acuerdo para mi libro. Llamaré a mi amigo Alan y diré que es un hombre de negocios, con un fino sentido del humor y que disfruta con la creación de espectáculos sociales que aumentan la tensión. La fiesta se convirtió en un tema de conversación entre sus amigos, a menudo acompañada de murmullos jocosos, una corriente subterránea que no se expresaba abiertamente.

“Alan” me dijo que la fiesta consistiría en una cena a base de pasta y que los invitados serían los que harían la pasta dándole forma de vagina. Me pareció que era una idea divertida y simpática, posiblemente un homenaje al tema del libro, o, como mínimo, que no tenía nada de terrible, a pesar de que a mí jamás se me hubiera ocurrido dar un giro temático como aquel.

Sin embargo, cuando llegué a la fiesta me sorprendió ver que, en el otro extremo del loft, donde se encontraba la cocina, se había formado un revuelo algo extraño y pícaro. Alan estaba en la cocina, rodeado por un montón de invitados. Me dirigí allí, con un poco de miedo.

Mientras caminaba hacia Alan, pasé junto a la mesa donde estaba el encargado de elaborar la pasta. Estaba rodeado por un grupo de personas… mirando cómo moldeaba pequeñas vulvas hechas a mano. Los objetos eran una monada: como en la realidad misma; las pequeñas esculturas no eran todas iguales: la experiencia, o tal vez el cuerpo, de cada persona daba forma a la interpretación. En la mesa se respiraba una atmósfera de respeto e incluso de celebración, tanto por parte de hombres como de mujeres. Me dio la sensación de que la bandeja puesta sobre la mesa se estaba preparando con amor; formas que recordaban a una flor o una pluma, formas alargadas o más abiertas, cada pequeña escultura era única y distinta: pequeños objetos blancos que contrastaban sobre la bandeja de cerámica azul italiana y pintada a mano.

Alan se puso a mi lado. «A estas las llamo ‘cuntini’», dijo, riendo, y mi corazón se contrajo. Un destello de tensión cruzó el rostro de muchas de las mujeres presentes. La expresión de los hombres, hasta aquel momento tan abierta, y en algunos casos muy tierna, se volvió impasible. Algo dulce y nuevo, que apenas había comenzado, ya se estaba cerrando.

Oí un chisporroteo. Miré hacia los fogones: el sonido venía de varias docenas de enormes salchichas, que se freían en sartenes de hierro sobre la gran cocina industrial. Ah, lo pillaba: salchichas para acompañar los “cuntini”. Me di cuenta de que la energía de los hombres y de las mujeres allí reunidos ya no era unívoca y clara. La atmósfera de la habitación se había vuelto más tensa: la tensión a estas alturas ya me resultaba familiar, porque reconocía esos momentos en que las mujeres se sienten menospreciadas, pero se espera de ellas que lo “aguanten” y se lo tomen con “sentido del humor”. Mi corazón se contrajo aún más.

Finalmente, alguien llamó mi atención sobre el último plato del menú de la noche. En los fogones traseros de la cocina, unos inmensos filetes de salmón se alineaban en otra plancha. Una vez más: lo volvía a pillar. Captaba la broma. Las mujeres huelen. Huelen a pescado. Me sonrojé, con una especie de desesperación que sin duda era psicológica —depresión porque un amigo pudiera pensar que todo esto era divertido—, pero que también sentía físicamente.

Pero eso no fue lo que me pareció verdaderamente interesante de aquella noche. Puedo aceptar una broma sin gracia, si eso era todo lo que la fiesta implicaba. Lo que realmente me interesó es que después de la fiesta “cuntini”, no pude escribir una sola palabra para el libro —ni siquiera notas para la investigación— hasta seis meses después y que, por primera vez, sufrí el bloqueo del escritor. Sentí, tanto creativa como físicamente, que me habían castigado por “ir a un lugar” al que se supone que las mujeres no deben ir.

Debido a la evidencia de que el estrés relacionado con el sexo tiene consecuencias físicas para las mujeres, ahora entiendo mucho mejor la conexión que se produjo entre “comedia” visual, insulto público olfativo y la incapacidad de mis dedos para escribir. Pero en aquel momento, todavía era un misterio el bloqueo del escritor que sufrí durante seis meses.

El tema de la “mujer arrogante” con una vagina en lugar de un cerebro sigue siendo un tema universal, tanto en las democracias emergentes como en el Occidente “avanzado”. En Egipto, que formó parte del Imperio británico, esta práctica tuvo una repercusión: las manifestantes tuvieron un destacado papel en la “primavera árabe” y en la protesta de la plaza Tahrir en los años 2011 y 2012, y el Estado identificó a estas mujeres “rebeldes” para someterlas a revisiones vaginales a la fuerza.

Samira Ibrahim, una joven manifestante egipcia de 25 años, presentó una demanda contra el ejército de ese país en 2011, en la que afirmaba que después de que el ejército la hubiera arrestado en la plaza Tahrir durante una de las protestas, la obligaron a someterse a un examen vaginal en contra de su voluntad. Los grupos que luchan por los derechos humanos señalan que se trata de algo sistémico: según confirman estos mismos grupos, muchas mujeres manifestantes han sido “examinadas” vaginalmente a la fuerza, es decir, agredidas, por parte del ejército egipcio después de ser detenidas. Ibrahim colgó un conmovedor relato de su terrible experiencia en YouTube, en el que describía cómo ella y otras manifestantes fueron primero golpeadas, electrocutadas y acusadas de ejercer la prostitución (otra vez ecos de las leyes sobre enfermedades contagiosas de 1864 a 1866 en Gran Bretaña), y luego obligadas a someterse a un examen vaginal, una “prueba de virginidad” realizada por un soldado en uniforme militar delante de decenas de desconocidos. Un portavoz del ejército defendió estas “revisiones” vaginales forzadas: «No queríamos que dijeran que las habíamos agredido o violado y, por eso, queríamos demostrar antes que nada que no eran vírgenes», explicó una fuente militar en la sede de Al Jazeera.

«Cuando salí, estaba destrozada, física, mental y emocionalmente», dijo Ibrahim.[194]

Teniendo en cuenta la delicada tarea del sistema nervioso autónomo en las mujeres, y la conexión de la vagina con el cerebro, por un lado, y del trauma sexual y emocional con la biología de las enfermedades crónicas, por el otro, ¿era este el objetivo? ¿No es un signo de brutalidad sin más, una técnica para suprimir la revolución y alterar la mismísima composición química de la revolución potencial?

En Occidente, donde las agresiones vaginales o “revisiones” sexuales traumáticas no son legales, la insurrección verbal femenina también tiene que enfrentarse muchas veces con amenazas a la vagina y agresiones verbales. (Aunque quizás los Estados Unidos se dirija hacia una agresión física por parte del Estado contra la toma de decisiones de las mujeres, a través de la agresión vaginal, que se refleja en las recientes propuestas de los Estados americanos para legislar sobre las ecografías transvaginales invasivas obligatorias en los casos en que la mujer considere la opción de abortar).

En Occidente, las mujeres que “se pronuncian” experimentan esta agresión dirigida al sexo: Vanessa Thorpe y Richard Rogers, en el periódico del Reino Unido The Observer, informaron de que las periodistas suelen recibir amenazas de agresiones sexuales. Caroline Farrow, una blogger de Catholic Voices, dice que recibe «al menos cinco correos electrónicos al día que contienen amenazas sexuales». Ella considera que estos correos son la consecuencia de haber asumido la responsabilidad de sus propios puntos de vista, publicándolos bajo su nombre y acompañados de una foto que, según dice, hace que sus acosadores la vean como «un objetivo sexual legítimo». Y nos cuenta lo siguente: «Uno de los correos electrónicos “menos obscenos” dice así: “Vas a gritar cuando te encuentres con lo que andas buscando. Puta”». Linda Grant, periodista de The Guardian y novelista, y Natasha Walter, feminista y escritora de obras de no ficción, señalan que, como resultado de los comentarios sexualmente violentos dirigidos a sus escritos, ahora escriben menos en línea. Helen Lewis-Hasteley, periodista de The New Statesman, confirma que las amenazas de violación son la forma más frecuente que adopta el acoso sexual en línea a las escritoras en Gran Bretaña: «Sé que mucha gente va a decir que todos los comentaristas en internet son objeto de malos tratos, pero lo que realmente capté cuando estaba mirando esto [la experiencia de otras mujeres periodistas] fue el modus operandi de los agresores, que consistía en amenazar con la violación». «La amenaza de violencia sexual es un ataque en sí misma», concluye el artículo de The Observer.[195] La ciencia tendrá que comprobar ahora si esto es así.

El miedo sexualizado expulsa la creatividad de las mujeres porque el miedo provoca una respuesta de tensión, y nuestra creatividad en particular, debido a la función del SNA, requiere una respuesta de relajación. Siempre que la sexualidad de una mujer recibe un insulto, su creatividad sufre, porque el estado de relajación y concentración tiene que estar protegido para que podamos abrir la llave del manantial no racional: la relajación y la concentración son las mismas para excitarnos y tener orgasmos, para tener bebés, escribir libros, realizar obras de arte, escribir críticas y componer música. Cuando mostramos respeto por la sexualidad de la mujer y por su sexo, contribuimos al óptimo funcionamiento de los sistemas físicos que apoyan su creatividad intelectual; y cuando amenazamos e insultamos a su sexualidad y su sexo, hacemos exactamente lo contrario.

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