Vagina

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PARTE IV: LAS JOYAS DE LA DIOSA » 13. LA AMADA SOY YO

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13. LA AMADA SOY YO

«Sentada sobre un loto, sostiene un loto en su mano, es Lakshmi, la diosa… aparecen las diosas montadas en sus carro…».

Devyāḥ Kavaçamm, escrituras sagradas indias

¿Cómo contestarte, la plus belle Katherine du monde, mon très cher et divin déesse?

WILLIAM SHAKESPEARE, Enrique V

Volvamos a la década de los setenta, cuando el feminismo de una Betty Dodson y de una Shere Hite, y la oportunidad de mercado aprovechada por Hugh Hefner y sus colegas pornógrafos, en las décadas siguientes, “determinaron” el modelo de sexualidad femenina en Occidente.

Este modelo de vulva y vagina feministas —al que finalmente se ha añadido una elaboración pornográfica— fue el modelo en el que se formaron las mujeres de mi generación. La vagina y la vulva se entendían principalmente como un medio para obtener placer sexual. Lo importante era la técnica, la técnica de masturbación, por un lado, y las habilidades que la mujer le enseñaba a su pareja, por el otro. Tanto feministas como pornógrafos definían la vagina y la vulva atendiendo a la mecánica del orgasmo.

Pero aunque la técnica tiene su importancia, este modelo deja a un lado gran parte del “significado” de la vagina y la vulva. No tiene en cuenta que la vagina está relacionada con la espiritualidad y la poesía, con el arte y el misticismo, ni tampoco el contexto de una relación en la que el orgasmo puede producirse o no. Y desde luego ignora una cuestión más amplia que es la calidad de la relación que una mujer tiene consigo misma cuando se masturba.

El modelo Dodson de la mujer empoderada fue muy positivo, pero también causó daños. Lo bueno es que el feminismo de esa época consiguió romper la asociación entre el despertar sexual de la mujer heterosexual y la dependencia de un hombre. Lo malo es que el feminismo de esa época consiguió romper la asociación entre el despertar sexual de la mujer heterosexual y la dependencia de un hombre. «La mujer necesita al hombre como un pez necesita una bicicleta», se leía en un adhesivo feminista de los años setenta. El modelo feminista de la heterosexualidad —es decir, que las mujeres heterosexuales pueden follar como los hombres, que ya se las arreglan con un buen vibrador y sin más atención a su propia estima, que son simplemente instrumentistas para su propio placer— resulta que ha creado un nuevo conjunto de ideales imposibles que se ha impuesto, sin duda con la mejor de las intenciones, a las mujeres “liberadas”. El feminismo ha eludido la cuestión más difícil de cómo ser una mujer heterosexual liberada y cómo reconocer las profundas necesidades físicas que requiere la conexión con los hombres. La naturaleza ha organizado las cosas de tal modo que lo ideal es que tengamos una pareja de baile. Si no la tenemos, hemos de atender a nuestra propia estima cuidándonos a nosotras mismas. Para las mujeres heterosexuales, el problema existencial que plantea la tensión entre la necesidad de depender y la necesidad de independencia no se resuelve diciendo simplemente que el baile ha cambiado.

El daño que este modelo ha causado a la sexualidad femenina es haber reforzado una tendencia cultural fracturada y comercializada en la que las personas —también “las mujeres sexualmente liberadas”— se ven como unidades aisladas, cerradas en sí mismas, y considerar el placer como algo que se tiene que comprar igual que se compran unos zapatos de diseño, en lugar de ver el sexo como una forma de compartir una profunda intimidad con otra persona, o con uno mismo, o como una puerta que nos permite acceder a una dimensión superior, más imaginativa y plena que incluye y afecta a todos los aspectos de nuestra vida.

Según los últimos datos recogidos en 2009 por el sociólogo Marcus Buckingham, a partir de encuestas realizadas en múltiples países, las mujeres occidentales dicen tener niveles de felicidad y satisfacción cada vez más bajos, a pesar de que su libertad y sus posibilidades, en relación con los hombres, han aumentado.[220] Comentaristas feministas y antifeministas han tratado de encontrar respuestas a esta tendencia ampliamente confirmada: el argumento que han dado las feministas es que la disminución del nivel de felicidad se debe a la desi­gualdad o a las diferencias salariales en los puestos de trabajo y al “segundo turno” que hacen en casa, pero las encuestas ya tenían en cuenta la discriminación sexual. El argumento de las antifeministas, por supuesto, es que toda la culpa es del feminismo, que hace que las mujeres busquen la satisfacción en mundos profesionales que no les son naturales.

A juzgar por la enorme cantidad de datos que hemos visto sobre las necesidades psicológicas de las mujeres, que generalmente suelen quedarse sin respuesta, me parece muy comprensible que digan que no están satisfechas porque los “modelos de sexualidad disponibles” (modelo posDod­son, posHefner, posporno, casada, dos carreras, siempre con prisas, o bien modelo joven y soltera bebiendo-en-bar-o-compartiendo-dormitorio-con-desconocido) son, a largo plazo, físicamente insostenibles. Estos modelos de sexualidad femenina, herencia de una serie de presiones combinadas (como el desarrollo incompleto del feminismo en la década de 1970, un mercado que pretende que trabajemos bastante más de lo imprescindible y que practiquemos sexo bastante menos de lo imprescindible y relaciones sexuales a toda velocidad según el ritmo determinado por la pornografía) acaban por condenar a las mujeres a una tensión emocional causada por una tensión fisiológica. Estos modelos de sexualidad femenina son, lisa y llanamente, insatisfactorios física, emocional y existencialmente. (Este modelo de sexo también puede representar otro tipo de condena para los hombres heterosexuales occidentales, que se merecen su propio libro).

Ahora que sabemos que la vagina es una puerta a la felicidad y a la vida creativa de la mujer, podemos crear y participar en un modelo completamente distinto de sexualidad femenina, un modelo que aprecie y valore la sexualidad de las mujeres. Aquí es donde entra en juego el modelo de la “diosa”, un modelo que se centra en “las joyas de la diosa”, ese conjunto de comportamientos y prácticas que deben preceder o acompañar al acto sexual de hacer el amor. Pero ¿dónde encontramos un modelo de “diosa” en la vida de hoy en día?

Mi búsqueda para encontrar un modelo de “diosa” que trabaje me llevó primero al pasado, a las diferencias históricas entre las actitudes de Oriente y Occidente respecto a la sexualidad femenina. Desde luego, las mujeres en el pasado vivían subyugadas tanto en Oriente como en Occidente. Sin embargo, hubo dos culturas, concretamente la india tántrica, hace unos 1.500 años, y la china de la dinastía Han, hace unos 1.000 años, en que las mujeres, durante un tiempo, fueron respetadas y disfrutaron de una relativa libertad. Para estas dos culturas, la vagina era sagrada y dadora de vida, y, como he señalado, se creía que el equilibrio y la salud de los hombres dependían de lo bien que tratasen sexualmente a las vaginas… y a las mujeres. Todo parece indicar que ambas culturas entendieron aspectos de la respuesta sexual femenina que la ciencia occidental moderna ahora empieza a vislumbrar.

Tantra, palabra sánscrita, cuya mejor traducción es “doctrina”, surgió en la India medieval. El tantra ve el universo como una manifestación de la consciencia divina en un estado de alegría, tal como se expresa en el equilibrio de las energías femenina y masculina: Shakti y Shiva. Una parte del tantra utiliza la sexualidad como un camino hacia la realización de lo Divino. En el tantra, se considera que la vagina es la sede de la divinidad, y que el fluido (kuladravya) o néctar (kulamrita), que ayuda a los iniciados a alcanzar la trascen­dencia, fluye naturalmente desde el vientre de la mujer. El tantra incluso ve la fuente del fluido vaginal femenino (especialmente el líquido eyaculatorio de las mujeres o amrita) como algo que se origina en el cielo.

Desde el siglo II hasta finales de la década de 1700, se desarrolló en China una tradición taoísta de prácticas sexuales junto a una filosofía sexual. También en el taoísmo, la vagina se consideraba dadora de vida y divina, y se animaba a los hombres a llevar a las mujeres, con suma habilidad y cuidado, hasta el orgasmo con el fin de beneficiarse de sus vigorizantes esencias “yin”. Se creía que el pene, gracias a los fluidos vaginales de las mujeres, conseguía cualidades que mejoraban la vida. Los hombres eran instruidos en los textos clásicos del yoga sexual (“la educación del pene”) para asegurar que satisficieran sexualmente a sus esposas y concubinas a base de muchos juegos previos y penetraciones cuidadosamente cronometradas, ya que se creía que la armonía personal y cósmica, así como una descendencia sana, dependían del éxtasis sexual femenino.

Tal como lo describe el historiador Douglas Wile en su libro Art of the Bedchamber: The Chinese Sexual Yoga Classics, «como mínimo el hombre debe retrasar su clímax para ajustar la diferencia de tiempo de excitación entre “el fuego y el agua” y para asegurar la plena satisfacción de la mujer». Wile aclara la filosofía taoísta más adelante: «Se decía que a la mujer le gustaba la lentitud (hsu) y la duración (chiu), y que detestaba la prisa (chi) y la violencia (pao) […]. La mujer expresa su deseo a través de sonidos (yin), movimientos (tung) y signos (cheng o tao). En sus respuestas sexuales se la compara al elemento agua, “lenta para calentarse y lenta para enfriarse” […]. Los juegos preliminares prolongados se presentan siempre como la condición previa para el orgasmo».[221] Los textos sexuales taoístas dan por supuesto que la intensidad sexual de las mujeres es mayor que la de los hombres, por lo que la formación sexual de los hombres es necesaria para armonizar esas desarmonías innatas. Mediante el aprendizaje de técnicas se cultivaba el control sexual masculino y la obtención del “fluido de jade” de la mujer dador de salud.

Según consta en los textos sexuales taoístas, de diferentes partes del cuerpo de la mujer (la zona debajo de la lengua, los pechos y la vagina) emanan fluidos medicinales. La meta del hombre, en beneficio de su propia salud, era estimular la liberación de esos preciosos fluidos: el texto sagrado taoísta La gran medicina de la montaña de tres picos explica que de los senos de la mujer fluye “jugo de jade” y que si el hombre los chupa, nutre su bazo y su médula espinal. Al chuparle los pezones, el hombre también abre «todos los meridianos de la mujer» y le «relaja el cuerpo y la mente». Esta acción penetra hasta el “estanque en flor” y estimula la “puerta misteriosa” que hay debajo, haciendo que los fluidos del cuerpo y el chi (energía) se desborden. «De los tres objetos de absorción —escribe el autor—, este es tu primer deber». Cuando se realiza el coito, las emociones de la mujer son voluptuosas, su cara se enrojece y su voz tiembla. En este momento, su “puerta” se abre, su chi se libera y su secreción es abundante. Si el hombre retira su “tallo de jade” una pulgada más o menos, y adopta la postura de “dar y recibir”, entonces acepta el chi de ella y absorbe sus secreciones, lo cual fortalece su “primitivo yang” y alimenta su espíritu.[222]

Estos términos, tan ajenos a nuestra cultura, dan que pensar. La mujer que experimenta su vagina y su sexualidad en este contexto, donde las esencias que emanan de su propia persona durante el sexo oral se considera que dan salud a su pareja, donde el primer deber del hombre, según les han enseñado, es relajar el cuerpo y la mente de la mujer mientras le hace el amor, se liberaría de las presiones que muchas mujeres occidentales experimentan cuando reciben atención sexual, de la preocupación por el tiempo que tarda en llegar al orgasmo, de la ansiedad por el egoísmo sexual. Y la relajación consiguiente, como hemos visto una y otra vez, es la clave para la apertura sexual de las mujeres.

El islam, que según los estereotipos de Occidente, es represor para las mujeres, tiene una rica tradición de literatura erótica y de esmerada atención a la vagina: El jardín perfumado, un clásico erótico del siglo XVI, se refiere por lo menos a 20 tipos de vaginas diferentes: El addad es “la mordedora”; El aride, “la grande”; El cheukk significa “la grieta” o «el duro yoni de una mujer muy delgada o huesuda» sin apenas «una pizca de carne»; El hacene es “la hermosa” o una vagina «blanca, firme y rolliza sin ninguna deformidad» y «redondeada como una cúpula»; El hezzaz, o “la inquieta”, es la vagina «que no para de moverse de una mujer hambrienta de juego sexual»; El merour, o “la profunda”, la que «siempre tiene la boca abierta»; El neuffakh es “la hinchada”; El relmoune es la vagina de una muchacha virgen que hace el amor por primera vez; El taleb o “la anhelante” se refiere a la vagina de «una mujer que no ha practicado sexo durante mucho tiempo, o bien que es por naturaleza más exigente sexualmente que su pareja»; El Keuss, o “la vulva”, se «utiliza generalmente para el órgano “suave, seductor, perfecto” y de agradable olor de una joven; regordeta y redonda» en todas sus partes, con labios largos y una gran hendidura». En esta cultura, soñar con la vulva de una mujer era un buen augurio: en El jardín perfumado se afirma que el hombre que sueña con haber visto la vulva, feurdj, de una mujer, sabrá que:

[…] si tiene problemas, Dios lo liberará; si lo abruma la perplejidad, pronto saldrá de ella, y, por último, si se encuentra sumido en la pobreza, no tardará en hacerse rico.

Se considera que trae más suerte soñar con una vulva abierta […]. Si la vulva está abierta de modo que él puede mirar bien en su interior, o incluso si está oculta, pero él es libre de entrar en ella, el hombre realizará con éxito las tareas más difíciles, después de haber fracasado en ellas una primera vez, y esto después de un pequeño retraso, con la ayuda de una persona en quien nunca pensó.

En términos generales, ver la vulva en sueños es una buena señal; también es buen augurio soñar con el coito, y el hombre que en el sueño se ve a sí mismo haciendo el acto y culminándolo con la eyaculación, tendrá éxito en todas las acciones que emprenda…»[223].

Aunque no todos estos términos sean poéticos o positivos, esta forma de ver la vagina desde una perspectiva cultural diferente, no occidental, denota un sofisticado nivel de atención cultural de los hombres por la sutileza y la estética de las vaginas en todas sus formas, por los estados de ánimo de la mujer, por sus diferentes apetencias y por la relación de estas con la vida de la mujer en cuestión; y una conciencia —no muy occidental— de que las vaginas son múltiples y variadas, individuales y que tienen voluntad e intenciones propias.

Debido a mi investigación, y según los datos disponibles, sé lo que siguen sufriendo hoy en día las mujeres occidentales a causa del sexo, incluso después de la “revolución sexual”. Por otro lado, el adentrarme en el tantra y en las tradiciones taoístas me ha permitido conocer el respeto de estas corrientes por la vagina, muy distinto al occidental. Por esto me convencí de que el tantra tenía algunas respuestas a la pregunta de cuál es la mejor manera de entender la sexualidad femenina, sobre todo en lo que se refiere a la conexión entre el cerebro y la vagina. Cada vez hay más muestras —históricas pero ahora también neurobiológicas— que apuntan al papel clave del “punto G” (o “lugar sagrado” en el tantra) en la mediación de la relación entre la sexualidad y la consciencia de las mujeres. En el tantra, la comprensión del “lugar sagrado” es fundamental para la comprensión de la naturaleza de “la diosa”, que se considera como una parte innata de toda mujer.

Así, en mi búsqueda de lugares donde encontrar el tesoro de la sabiduría tántrica, fui a parar a uno de los talleres tántricos más conocidos y más reputados, centrado específicamente en el “masaje del lugar sagrado”. El taller dura dos días y lo imparten Charles Muir —cuya voz, resonando a todo volumen, hizo volver la cabeza a todos los universitarios que esta­ban estudiando en la biblioteca de la facultad— y su exesposa, Caroline Muir (la pareja se divorció amistosamente). Hace 25 años que ambos imparten talleres del “masaje en el lugar sagrado”.

Reconozco que antes de asistir al taller de los Muir el tantra me amedrentaba; por muchos tesoros que pudiera contener, me parecía, antes de haber profundizado en él, algo oscuro y lleno de chorradas esotéricas y de gente con una increíble cantidad de vello facial. Desde luego, debía de tener cosas interesantes o útiles, pero, siendo como soy una mujer occidental cargada de trabajo, el tantra me parecía algo alienante y complicado, que no solo me implicaba a mí y mi propio dominio de toda una serie de enfoques nuevos, sino también a mi compañero, igualmente sobrecargado de trabajo. ¿Podría deducir los principios del tantra sobre la sexualidad femenina y comunicarlos de forma accesible a las mujeres que no tenían un especial interés en iniciar y dedicar tiempo a un nuevo camino en la vida?

Un fin de semana asistí al taller. Se impartía en un hotel grande y céntrico que, aunque seguía siendo un hotel elegante, había conocido días mejores. Durante todo el fin de semana, los 40 hombres y mujeres participantes aprenderían habilidades tántricas enfocadas al bienestar de las mujeres. El sábado por la noche, después de haber pasado todo el día conversando y recibiendo formación, los participantes nos reuniríamos y cada una de las mujeres escogería a un hombre (o a varios) que le daría un “masaje en el lugar sagrado” en una habitación privada del hotel. El masaje se practicaba siguiendo escrupulosamente las instrucciones impartidas por Charles Muir en un seminario solo para los hombres participantes. ¿El tema del seminario? El masaje del punto sagrado solo tiene que ver con la mujer.

Parecía claro, a partir del debate que llevaba a la acción propiamente dicha, que este modelo —el de un hombre tántrico dedicado por completo a liberar la energía sexual y emocional femenina, en toda su variabilidad y espontaneidad, y una mujer dedicada exclusivamente a recibir este tipo de atención sin preocuparse por la reciprocidad— era lo verdaderamente transformador para todos los participantes. Otras personas que habían recibido la formación describían la experiencia, muy al margen del culto al tantra, como algo que había cambiado su vida mucho más allá de lo “meramente” sexual. Parecía que se estaba confirmando lo que había aprendido sobre las necesidades neurofisiológicas de las mujeres.

El sábado al mediodía me uní a un grupo de participantes en el taller para ir a almorzar a un cercano restaurante indio vegetariano. Lo que vi fue una reunión de hombres y mujeres, cuyas edades oscilaban entre los veinticinco y los cincuenta y pocos, hablando entre ellos concentradamente, y un resplandor erótico iluminando la mesa, como resplandece un espejismo provocado por el calor. Me fijé bien en la escena, y en el ambiente bastante caldeado, y traté de averiguar qué era lo que tenía de especial. Entonces me di cuenta: todos los hombres miraban profundamente a los ojos de las mujeres, y les prestaban toda su atención, o por lo menos eso parecía.

Me di cuenta de algo más: desde un punto de vista convencional, las mujeres eran todas bastante atractivas, pero muchos de los hombres no lo eran en absoluto. Sin embargo, las mujeres parecían cautivadas. ¿Quizás los hombres, que en cierto modo estaban en desventaja física en el juego de la seducción, frecuentaban el lugar los fines de semana y eso les daba las habilidades adicionales que mostraban en la mesa? No pude evitar darme cuenta de que los hombres, no especialmente atractivos desde un punto de vista convencional, parecían acercarse a las mujeres, con independencia de lo atractivas que fueran ellas, con una extraña seguridad (no arrogancia, sino una especie de confianza en su propio valor ante las mujeres). Hombres altos y no muy guapos, con los bolígrafos asomando por el bolsillo de la camisa, miraban con confianza a los ojos de las sofisticadas y elegantes mu­jeres; hombres mayores y canosos miraban fijamente a mujeres de todas las edades; hombres de todos los tipos, tamaños y condiciones físicas prestaban profunda atención a las mujeres y guardaban un silencio que denotaba seguridad en sí mismos, y así, independientemente de cómo los había dotado la naturaleza, la impresión era de algo extraordinariamente entrañable. Es asombroso, pensé, lo que puede hacer por la confianza de un hombre en sí mismo haber comprendido lo que significa el masaje en el lugar sagrado.

Me puse a charlar con un discreto empresario australiano de pelo oscuro que estaba casado con una mujer belga. Había viajado por medio mundo para participar en el taller: me contó que su esposa, después de 24 años de matrimonio, le había confesado que ya no sentía deseo por él; por lo visto, la mujer había entrado en contacto con su propia sexualidad con retraso y ese despertar había sido fatal para ambos. Me quedé sorprendido por la franqueza de aquel hombre al enfrentarse a su problema de pareja.

—Amo a mi mujer —dijo—, y por eso he vivido con la esperanza de mejorar las cosas. Ha sido muy doloroso. Este viaje ha tenido muchas fases.

Al no querer perder su matrimonio, el hombre participaba en el fin de semana del masaje en el lugar sagrado con el fin de ver qué podía aprender para avivar el fuego entre ellos. Según me dijo, el tantra ya había empezado a curar a su pareja.

—Empezamos con el masaje curativo, no sexual —me confió, sorprendentemente dispuesto a compartir sus ideas y a no echarse atrás cuando saqué mi bloc de notas y un bolígrafo—. Es una manera de entrar en contacto sin las expectativas y exigencias de tener que hacerlo, del sexo. El masaje no sexual de dar y recibir es muy intenso —explicó.

El enfoque tántrico del masaje no sexual le había ayudado a «hacerse más amigo de su esposa». Su matrimonio, dijo, con el tiempo se había convertido en «una ilusión, sin ninguna realidad en el aspecto íntimo del amor. Estábamos muy ocupados con la familia, criando a nuestros hijos, viviendo lo que el mundo que nos rodea esperaba de nosotros. Yo siempre fui el más cálido, el que daba; ella era más fría. Es fantástico que [la práctica tántrica] finalmente le ha permitido poder recibir, en el plano sexual y en general».

—Estoy aquí —continuó— porque quiero saber más sobre el arte de amar; quiero aprender esta habilidad. En realidad, a los niños, a los hombres, se nos enseña mucho más a eyacular que a disfrutar del momento. Se nos enseña que la frecuencia lo es todo. La idea de querer crear momentos íntimos pasa a ser la última prioridad, cuando precisamente debería ser la primera.

Otro hombre al que entrevisté reflejó este deseo de una intimidad no sexual, un deseo que es la base del enfoque tántrico. Empezamos a hablar después de pillarle sonriéndome con picardía —era completamente calvo y bastante robusto, y en conjunto me pareció encantadoramente inofensivo en su aproximación a mí—. Crucé los brazos, me identifiqué como periodista —un antiafrodisíaco universal— y le pregunté qué le había traído al taller.

Amplió aún más su sonrisa.

Era la cuarta vez que realizaba el taller y volvía otra vez, me dijo, porque, «mis amantes me dicen que cada vez lo hago mejor».

—¿Cuál es el secreto? —le pregunté sin poder evitar sonreír yo también ante aquel brío tan juvenil.

—Transmito energía, amor y afecto con mis manos sin hacer nada necesariamente sexual —dijo—. Es el arte de disfrutar del momento en lugar de solo querer “llegar a conseguirlo”.

Se trata de tener y experimentar una conexión, no de complacer de una manera programada a esta o aquella mujer, o a uno mismo. Todos los hombres deberían aprender un método tántrico a los 20 años.

Le pregunté por qué se le había ocurrido empezar a investigar en este tipo de habilidades.

—Me di cuenta de que la intimidad sexual sin amor me hacía sentir vacío. No quiero volver a sentirme así. Entendí que no se trata de eyacular [principalmente]. Con un enfoque tántrico respecto al deseo de una mujer —continuó— prestas atención… no estás encerrado en tu propio mundo. Es imposible no tener éxito.

Dijo que los hombres se quejan a menudo de que las mujeres son emocionalmente volubles. Pero el masaje en el lugar sagrado, dijo, las ayuda a conectarse con la tierra emocionalmente:

—Si [como hombre] estás presente y eres capaz de tener espacio para sus emociones, es imposible no tener éxito en las relaciones con las mujeres. Las mujeres [que reciben de los hombres el masaje en el lugar sagrado] son más capaces de pisar suelo antes, de no aferrarse a su rollo, de no empezar con lo de siempre: «No te importo». Se trata de prestar atención, de pedir permiso para entrar. Los maestros tántricos hablan de cuántas terminaciones nerviosas hay en los labios vaginales (por lo visto, la mayoría de las terminaciones están en los dos primeros centímetros). Entonces prestas más atención. Es una experiencia totalmente diferente. Valoras esa zona, no solo quieres entrar lo antes posible, lo más profundo posible… ¿Qué es la pornografía? Meterla cuanto antes mejor y eyacular. En cambio, el tantra es lentitud, conexión, exploración de cada centímetro.

—¿Cree usted que la mayoría de los hombres en nuestra cultura entiende la vagina? —le pregunté.

—Los hombres en nuestra cultura no entienden ni el pene ni la vagina —dijo—. Ya me dirá con qué frecuencia los hombres en nuestra cultura se han dedicado a explorarlos. Métela, libérate, y fuera. Una de las partes más sensibles de los hombres también está en los dos primeros centímetros, en la corona. Charles Muir habla de siete partes del pene, cada una relacionada con un chakra. Pero en nuestra cultura, los hombres tampoco aprenden el dominio de su propio placer. El orgasmo puede ser más largo (a algunos hombres les dura varios días). ¿Cree usted que la mayoría de los hombres en nuestra cultura saben que se puede llegar al lugar sagrado femenino de varias maneras? Puedes curvarte alrededor, o llegar desde un ángulo diferente. ¿Por qué vamos a aprender eso? —se rio—. Ángulo, profundidad, ritmo: cada uno de estos elementos provoca una respuesta distinta. Aunque esté fláccido [el pene] puedes separar los labios con él. Aunque en ese momento no tengas una erección, puedes explorar; es un juego. A veces resulta ser la parte más intensa de la noche.

»Sobre todo hoy en día —siguió diciendo—, los jóvenes aprenden de la pornografía. Ven cómo la gente se pone en posturas muy raras. Al estar influenciados por todas estas imágenes, comparamos a la persona con la que estamos con un par de pechos, o de piernas; entras en la dinámica de comparar, y resulta que también te comparas a ti mismo con los 100 individuos del mundo cuyo pene mide 30 centímetros.

»Los hombres no hablan mucho sobre sexo, es decir, sobre técnicas, detalles o emociones. Bueno…, puede que digan: «Ostras, fue una pasada», pero no nos comunicamos mucho sobre cosas útiles acerca de las mujeres. La mayoría de los hombres no saben sobre esto. No forma parte de nuestra cultura.

Le pregunté a mi nuevo amigo tántrico qué le venía a la mente cuando pensaba en la vagina. Al igual que muchas personas a las que había formulado esta pregunta, se puso a reír. Luego dijo:

—Es fantástico. Es una gran diversión, un misterio en el que explorar. Un lugar para pasarlo bien, para gozar, un sitio mágico… algo confuso a veces, cuando les cuesta llegar al orgasmo [a las mujeres] —los hombres solemos seguir siempre el mismo método, y entonces es como pensar «¡Esto funcionó la última vez»—. Es un espacio maravilloso; por otra parte, a la vez es frustrante.

Y dijo en voz más baja:

—Si hubiera más mujeres que se conocieran mejor a sí mismas, podrían explicar más y mejor lo que les pasa: comunicarse a sí mismas, o a su pareja, cómo conectar más. A mí me encantaría que más mujeres me comunicaran lo que quieren: propiciar un fortalecimiento positivo.

El sábado por la noche entré en el gran salón del hotel donde iba a llevarse a cabo la selección para el masaje en el lugar sagrado. Las conversaciones de la tarde habían despertado profundamente mi curiosidad.

Un tangka, un tapiz sagrado, decoraba la pared del escenario. El tangka representaba a la diosa Shakti de pie en el interior de un triángulo invertido, el símbolo femenino universal. Shakti tenía el pelo negro, largo y ondulado, en cada una de sus cuatro manos sostenía una flor de loto abierta de color rosa y su figura estaba envuelta por una corona de luz. Parecía la hermana más oscura y terrenal de la radiante María que vi en el New College.

En aquel salón grande y anticuado, situado en el sótano del hotel, se había instalado un podio adornado con grandes ramos de rosas amarillas y, por el suelo, se habían distribuido cómodos cojines. Mujeres y hombres de todas las edades estaban recostados o sentados en ellos, sin perder la concentración en el desarrollo del programa. Charles Muir, subido en el podio, daba su conferencia con un acento seco típico de Borscht Belt, y con una sonrisa siempre preparada para llegar a los puntos críticos: cómo los hombres deben tratar “el yoni”. Se refería a los mismos principios generales que Mike Lousada mencionó en nuestras conversaciones y que también oí en las propias cintas de audio de Muir: caricias, paciencia, respeto, cuidado, atención.

—Hay un punto en la mujer llamado yoni-nadi —dijo— que se encuentra en el interior de su cuerpo: detrás del pelo pú­bico está el hueso púbico y en la parte posterior del hueso púbico (hay que entrar en su vagina y apoyar el dedo contra este hueso) hay un tejido eréctil que se hincha. Mide unos dos centímetros cuadrados. Cuando esta zona se activa, el punto sube a la superficie y se manifiesta en orgasmos vaginales. Es el punto que conecta “lo de abajo” con el cerebro (contiene infinidad de circuitos neuronales). Es el polo sur del clítoris, que es, a su vez, el norte de la energía sexual de la mujer.

Quiero señalar que esta descripción confirma los últimos descubrimientos anatómicos occidentales acerca de la relación real del clítoris con el punto G, que son los polos norte y sur de una misma estructura anatómica.

—Nos detendremos en el clítoris porque de él se obtiene mucho placer —continuó—. Pero al otro lado del clítoris está el punto G.

A lo largo de todo el taller, me di cuenta de que cada vez que se hacía referencia al masaje del lugar sagrado, se presentaba como una práctica que tenía más que ver con la liberación de las emociones que con la obtención de placer. Caroline Muir explicó que Charles enseñaría a los hombres «a estar presente con una mujer mientras ella libera lo que necesita liberar, a mantenerse firme en su amor, incluso si ella está enfurecida con él […]. Los hombres recibirán formación en este arte de la curación sexual […]. Cuando un hombre estimula, pide permiso e invita a la mujer a que exprese lo que auténticamente siente está dando un paso para unos juegos preliminares increíbles, porque de esta manera la mujer confía de verdad en él. Si alguna vez hemos sufrido algún daño al estar con un hombre, algo que nos ha pasado a casi todas las mujeres, necesitamos confiar en que el hombre puede estar con nuestros cuerpos y con nuestros yonis sin follarnos. Lo que nos cura son sus manos, su corazón, sus labios, su espíritu.

Charles Muir añadió, dirigiéndose a los hombres:

—Vuestro mensaje debe ser: «Esta noche voy a servirte. No importa cómo sea tu físico o lo grandes que sean tus pechos, yo serviré a la diosa que hay en ti». Y las mujeres os preguntaréis: «¿La diosa me ha llevado a elegir a uno de estos hombres para que me haga el masaje del punto sagrado?».

Todos los hombres levantaron la mirada.

—La ciencia dice que se tarda 14 días en experimentar una nueva vía neural. Y yo digo que eso son pamplinas. Se trata de un punto de apoyo con muchísimas terminaciones nerviosas conectadas al cerebro. ¿Llegará esto a ser algo en serio? Es un sanador, no un amante. Son manos de una sola noche.

Se oyeron risas.

Charles Muir se llevó a todos los hombres a la habitación 1750.

—Cuando vuelvan, sabrán muchas cosas —dijo dirigiéndose con una sonrisa a las mujeres que se quedaban—. Los miraréis con un nuevo respeto.

Los hombres salieron en tropel detrás de Muir. Al verlos pasar —un grupo de hombres a punto de reunirse para ver juntos un vídeo sexualmente explícito donde aparecía el cuerpo de una mujer—, me parecieron diferentes a los demás grupos de hombres que quedan una noche para ir, por ejemplo, a Hooters. Parecía —no lo sé decir de otra manera— como si quisieran acercarse al cuerpo de las mujeres de una manera que, sí, era sexual, pero al mismo tiempo era respetuosa.

Cuando los hombres se hubieron marchado, Caroline Muir subió a la tarima. Caroline es una mujer rubia e ingeniosa, de una lozanía casi irreal, que aparenta unos cuarenta tres años, pero que en realidad ha cumplido ya sesenta y pico, información que, cuando fue revelada, provocó gritos de asombro entre el público, ahora exclusivamente femenino. Esa noche se había rizado el pelo y vestía un amplio top de color salmón, unos ceñidos vaqueros blancos y delicadas sandalias; llevaba las uñas de los pies pintadas de rosa.

—Sí, mimamos a la diosa —comenzó Caroline Muir, y se puso a hablar sobre la “eyaculación femenina”, que es una fea manera de referirse al líquido que segrega la uretra de muchas mujeres durante el orgasmo, llamado amrita en sánscrito—. Amrita, según la tradición tántrica, viene del reino celestial —explicó— y llega, a través de nosotras, hasta la vagina. Esa energía baja más y más. Liberadla… si tenéis una toalla a mano, puedes recogerlo y aplicártelo en la cara. Si vuestro compañero se la bebe, veréis como se despierta; el sexo oral no es lo más recomendable a altas horas de la noche: mientras vosotras os dormís como un tronco, él estará paseando por el pasillo arriba y abajo.

—¿Por qué? —preguntó una mujer vestida de amarillo—. ¿Contiene cafeína?

—Es vuestra fuerza vital. Las películas porno han convertido esta experiencia sagrada en un vulgar «oigo como chorreas», o «nunca me ha salido un chorro» —dijo con cierta altivez—. Yo he liberado mucha amrita, el néctar de la diosa.

Me senté diciéndome que a lo mejor a partir de aquel momento su discurso no sería tan raro, y así fue.

—El tantra —explicó— nos dice que perdemos el barco del amor si vivimos en el hemisferio izquierdo del cerebro, que el amor es una experiencia mística que solo ocurre en el hemisferio derecho. Haremos un niyasa en un punto del cuerpo llamado yoni-nadi. Este punto da acceso al núcleo energético del segundo chakra, que es el punto que presionan los hombres tántricos para controlar la eyaculación. Yo propuse que las mujeres tenían este mismo punto; en los años sesenta conocí a algunas mujeres que eran triples escorpiones; en aquella época conocí por primera vez a una mujer multiorgásmica y que eyaculaba.

»¡Vi cómo algunas amigas despertaban! Vi cómo algunas mujeres volvían a la vida y emergían en ellas locas emociones. Las vi despertar de la insensibilidad, pasar de los orgasmos a los orgasmos vivos. Cuando las mujeres liberan la energía del segundo chakra, surge en ellas la pasión por la vida: pasión por sus hijos, por su trabajo; viven toda su vida con esa pasión.

Ahora que en la sala solo había mujeres, comenzó a respirarse un ambiente íntimo de secretos femeninos compartidos.

—El masaje del punto sagrado empieza a despertar lo que está dormido —dijo Caroline Muir a las mujeres que ahora habían estrechado el círculo a su alrededor sentadas en los cojines, como si fuera una fiesta de pijamas para todas las edades—. Lo que se suele hacer en general es tocar el clítoris; pero a través de este punto G o zona sagrada, que está estrechamen­te conectada con el clítoris, entramos en lo más profundo del alma de la sexualidad.

»Con el masaje del punto sagrado —continuó— se activa el segundo chakra y se destierran los residuos sexuales del pasado. Todas las buenas razones que os hacen vivir cerradas, como la culpa, el miedo y la vergüenza, se reúnen en este chakra. Aprendéis a hacer el amor de los hombres que nunca aprenden a hacer el amor. Con este masaje la pregunta es: ¿Qué parte de la psique vamos a tocar?

»El 25% de los hombres que vienen al retiro del masaje del lugar sagrado, cuando tocan la vagina por primera vez… nada. Los labios… es como visitar el Estado de Utah: «Aquí no pasa nada». Está insensible, está dormido. Al cabo de 30 minutos, el mismo yoni es ¡Río de Janeiro! ¡Carnaval!

»Son lugares [la vagina, los labios] de paranoia y desconfianza. Cuando somos niñas y nos tocamos no hay nadie que nos diga: «da amor a tu yoni». Esta práctica [el masaje del lugar sagrado] disuelve el lodo que se ha acumulado en nuestro yoni a lo largo de toda nuestra vida.

Era como si subterráneamente, por debajo de las delicadas descripciones tántricas, oyera hablar de los mismos fenómenos: los aspectos neurocientíficos que me había dado a conocer la doctora Coady; los estudios de la desregulación multisistémica en la experiencia del dolor vaginal; la desregulación de los sistemas del resto del cuerpo causada por un trauma sexual; los estudios que demuestran que el estrés afecta al tejido vaginal de las ratas hembras; la experiencia clínica del doctor Burke Richmond, que ha visto que el trauma sexual puede causar desregulación de la percepción. Era como si dos paradigmas culturales diferentes confirmaran a la vez la idea de que la vagina tiene un banco de memoria rico y lleno de matices y, sí, una biografía física y emocional propia.

Caroline Muir continuó.

—El clítoris tiene analogías con el pene. Quiere liberarse. Nos sentimos mejor después de liberarnos. Hemos aprendido a aguantarnos y a esperar a que el hombre acabe cuanto antes y se quede tranquilo. Yo antes solo conseguía buenos resultados con los orgasmos clitorianos. Para mí, los orgasmos vaginales eran un misterio. Unas amigas me decían: «¡No te lo puedes imaginar, eso es una verbena!».

»De niñas descubrimos nuestro placer sexual debajo de las sábanas porque por ahí abajo está calentito y húmedo… da gusto. Pero nuestras mamás, o la religión, nos hacían sentir avergonzadas. El placer femenino no es que tenga muy buena prensa, ni ser dueñas de él y saber que nos lo merecemos, ni aprender lo suficiente acerca de nuestro propio placer para poder enseñarles a los hombres a dárnoslo.

»Cuando empezamos a despertar por dentro, cuando despierta el lugar sagrado, se nos revela más verdad sobre nuestra naturaleza divina femenina. Cuando nos enamoramos de nuestra propia divinidad femenina, vemos que no hay nada más valioso en el mundo. Esta divinidad femenina no nos va a abandonar jamás, porque “ella” es la esencia de nuestro ser. Cuando este punto y el clítoris despiertan nuestro potencial, es como una montaña rusa. No se trata únicamente de llegar al orgasmo, eso es una ayuda a lo largo del camino que indica que algo funciona bien. Hay muchas mujeres que experimentan mucho más placer con este masaje vaginal; las mujeres despiertan. Cuando limpiamos el cristal de una ventana, entra mucha más luz. Esto no se enseña en la asignatura de educación sexual: «Niñas, tenéis un yoni, no solo un coño».

Caroline Muir mostró la técnica del masaje del lugar sagrado doblando hacia delante los dedos índice y medio de su mano izquierda. Indicó que la mano derecha toca el clítoris, mientras que la mano izquierda se dobla hacia abajo para alcanzar el “lugar sagrado”.

—Los penes son un poco más impetuosos que los yonis. Nosotras somos más delicadas, como los pétalos de las rosas —e hizo un gesto hacia las flores que había delante de ella—. No queremos abrir la flor con rudeza para meterla dentro.

»Si somos mujeres heterosexuales no habremos explorado nunca a otras mujeres. Si tenéis la ocasión de explorar cómo es un yoni que no sea el vuestro, el de una amiga por ejemplo, aprovechadla, porque es uno de los grandes ritos de paso. «Anda, el tuyo es muy pequeño, casi no encuentro tus labios menores». «Vaya, qué gordos tienes los labios menores». Desde una perspectiva femenina tenemos que bendecir el yoni.

»Estas son las cosas que nos decimos a nosotras mismas:

Sé que no voy a tener un orgasmo.

Sé que no me voy a mojar.

Seguro que él se está aburriendo.

Seguro que ahora querrá hacerlo.

Seguro que huelo mal.

Seguro que él debe pensar que mi yoni es feo.

»Sí, nos decimos todas estas cosas para convencernos de que no somos guapas o deseables. Esta noche, los hombres no se van a desnudar. Tendrán que salir de la habitación al cabo de una hora y media. Vosotras sois las únicas protagonistas.

Caroline Muir abrió entonces el turno de preguntas. Una mujer con un tatuaje en el bíceps y un pañuelo rojo alrededor de su cuello tomó la palabra:

—Mis orgasmos no son muy intensos. Ahora tengo diferentes tipos de orgasmos: no experimento convulsiones, sino orgasmos de todo el cuerpo, como oleadas de latidos, no son los típicos.

La mujer levantó la mano y se la apretó haciendo un puño, como para demostrar “lo típico”. Caroline Muir respondió:

—Son olas de energía orgásmica. A los 20 años, los orgasmos son ardientes y rápidos. Al hacernos mayores se suavizan y ganan en intensidad. Las conexiones entre los genitales y el cerebro han tenido más años para despertarse. Al haber más vías, se siente algo diferente a los orgasmos rápidos y concentrados clitorianos.

—Para mí es una pérdida —dijo la mujer tatuada— porque yo quiero tener los dos tipos de orgasmos.

—Eso es muy normal —dijo Caroline—. Y las mujeres a los 20 años, si no tienen hijos, simplemente no dedican toda su energía a los niños.

Una mujer de piel bronceada y con pantalones caros, que lucía una larga y elegante trenza dijo:

—Tengo 34 años. Poco antes de cumplir los 30 dejé de tener orgasmos intensos. Mi pareja era un adicto al sexo… Durante años usé vibradores constantemente, todos los días. ¿Me perjudiqué a mí misma? Fueron muchos años. No puedo recuperarlos.

La mujer comenzó a llorar. Me sobresalté porque había empezado a recibir correos electrónicos de informantes que sabían que estaba escribiendo sobre el tema de la desensibilización debido a la pornografía y los vibradores. Caroline Muir respondió con calma:

—Cada vez que nos acostumbramos a la velocidad del vibrador y luego probamos con los dedos, necesitamos un ajuste —una mujer alta y rubia acarició el brazo de la mujer que estaba llorando—. El vibrador es la energía joven, ardorosa y rápida. A los yonis no les gusta.

—¿Cree que me hice daño a mí misma? —preguntó la mujer, todavía con lágrimas en los ojos.

—No —dijo Caroline.

—Tengo 55 años —dijo otra mujer de aspecto maternal que llevaba el pelo corto y un luminoso top estampado con flores.

Todos mis estereotipos se derrumbaban: esta mujer, que tenía un acento sureño, encajaba perfectamente en un picnic organizado por la iglesia baptista.

—No me siento capaz de volver a utilizar un vibrador nunca más —dijo—. Cada vez que lo intento, es como ir a McDonalds. No me apetece nada comer allí.

Había probado los masajes del lugar sagrado y comenzado la práctica del tantra.

—La calidad y la diferencia en mis orgasmos es como: «¿Pero esto qué es?». Ni siquiera lo reconocía… estos orgasmos no tienen nada que ver con los orgasmos a los que estaba acostumbrada. Cuando era más joven tenía la libido mucho más apagada, ahora en cambio va en aumento. Tuve que practicar mucho sola. Tengo las manos pequeñas, pero uso esto: funciona.

De su organizado bolso negro, la mujer sacó un vibrador de más de 30 centímetros, o, mejor dicho, un aparato masturbatorio. Estaba claro que era de Lucite, no electrónico, tenía forma de ese y un botón en el extremo. Todas las mujeres empezaron a hacer preguntas sobre el aparato y su propietaria lo pasó para que lo vieran.

Una mujer del tipo mujer florero —vestía chaqueta de punto y lucía perlas y un corte de pelo estilo paje— le preguntó a Caroline Muir si ella personalmente hacía masajes yoni.

—Sí, hago masajes yoni a mujeres. El masaje dura dos horas y cuesta 250 dólares la hora. No soy bisexual. La excitación llega, pero no es ese mi objetivo. Se producen lloros y emociones: «Oh Dios mío, ¡qué ternura!». Ternura es lo que nos falta.

Caroline Muir continuó:

—El masaje despierta una gran cantidad de recuerdos. Cuando me lo hice por primera vez, pude oler el éter de la histerectomía que me hicieron cuando tenía 26 años; recordé transgresiones de la infancia… un dedo metido dentro. El masaje del lugar sagrado despierta recuerdos.

(Dicho sea de paso, Caroline Muir señaló que “el lugar sagrado” de los hombres está en el ano, al otro lado de la próstata, lo cual, si es cierta la conexión entre la anatomía del lugar sagrado y las defensas, la vulnerabilidad emocional y la liberación, plantea preguntas muy interesantes sobre por qué a los hombres heterosexuales les suele repugnar la idea de la homosexualidad. ¿Por qué a menudo ven la homosexualidad receptiva como feminización?, ¿y por qué el lenguaje masculino para referirse a ser penetrado analmente es sinónimo de pérdida de dominio? ¿Quizás la idea de la penetración, de la liberación del “lugar sagrado” masculino, amenaza a los hombres heterosexuales con una pérdida potencial de dominio emocional?).

—El despertar del inconsciente y de la liberación de las energías a través del masaje del lugar sagrado abre un espacio para una nueva vida de placer y amor. Hace 25 años que damos este taller y el éxito que tiene no se debe a un “mejor sexo” sino a la sanación sexual.

Levanté la mano y le planteé a Caroline Muir el tema de la relación entre los bloqueos de la vagina, o la liberación de la vagina, y la creatividad femenina.

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