V.

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12. En el que las cosas no resultan tan divertidas

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—Todos ustedes están detenidos —dijo. Dirigiéndose a Jones—: Llama al teniente, Steve.

—¿Bajo qué acusación? —comenzó a gritar la gente.

Ten Eyck medía bien. Aguardó un par de pulsaciones.

—Alteración de la paz pública, valdrá —dijo.

Quizás los únicos que no vieran su paz perturbada aquella noche fueran McClintic y Paola. El pequeño Triumph avanzaba Hudson arriba. El aire que entraba era fresco, llevándose lo que quiera que tuvieran de Nueva York pegado en la boca, las orejas, las ventanas de la nariz.

Paola le hablaba de un modo directo y McClintic se mantenía frío. Mientras le contaba quién era, o le hablaba de Stencil y de Fausto —incluida una charla nostálgica sobre Malta— se percató McClintic de algo que ya era hora que comprendiera: que la única vía libre para salir del flipflop frío/loco era evidentemente el trabajo duro, lento, frustrante. Ama manteniendo la boca cerrada, ayuda sin romperte la crisma y sin publicarlo: tómatelo con calma, pero con interés. Debería haberlo sabido, si hubiera usado el sentido común. No se produjo como una revelación, sino como algo que habría preferido no admitir.

—Pues claro —dijo más tarde, cuando se dirigían a los Berkshires—. Paola, ¿sabías que he estado haciendo el idiota todo este tiempo? He sido un auténtico Jaimito. He estado haciendo el vago y dando por sentado que alguna droga maravillosa curaría a esa ciudad y me curaría a mí. Pues no hay tal droga, ni nunca la habrá. Nadie va a bajar del cielo para arreglar los problemas de Roony con su mujer, o los de Alabama, o los de Sudáfrica, o los nuestros con Rusia. No hay palabras mágicas. Ni siquiera «te quiero» es lo bastante mágico. ¿Te imaginas a Eisenhower diciéndoselo a Malenkov o a Jruschev? ¡Jo, jo!

—Tómatelo con calma, pero con interés —dijo.

Alguien había atropellado hacía rato a una mofeta. El olor les perseguía desde kilómetros atrás.

—Si mi madre viviera le haría que me lo bordase.

—Ya sabes ¿verdad? —comenzó ella— que tengo que…

—¿Volver a casa? Pues claro. Pero aún no ha terminado la semana. Tranquila, chica.

—No puedo. ¿Crees que podría?

—No nos acercaremos a ningún músico —fue todo lo que él dijo.

¿Sabía él, acaso, qué estados de ánimo podía ella tener?

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