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LA VICTORIA DE LOS OLVIDADOS

No, Hillary, Bannon no es tonto. Y quien le ha nombrado, tu examigo Donald, tampoco lo es. Cuando la revista The Hollywood Reporter le entrevistó, Bannon se definió con pocas ambigüedades: «No soy un nacionalista blanco. Soy nacionalista. Nacionalista económico», y dibujó su plan para conformar una coalición de votantes en torno a Trump, que incluyera no solo a los blancos, sino también a un sector de negros e hispanos, atraídos por el mensaje populista. «Estas elecciones las han ganado los hombres y mujeres olvidados de este país (…). Los medios y las élites no entendieron el profundo deseo de esa gente por retomar el control de sus propias vidas. Esta victoria es su victoria». Eso dice Bannon, Hillary. Eso dice.

Es lo mismo que piensan otros ideólogos menores de ese mismo espacio sociopolítico, Hillary. Como Richard Spencer, un joven de Montana, que pasa por ser uno de los líderes del alt-right, y que alguna vez se atrevió a proponer, en contra de todas las normas de corrección política y hasta legales, un método «pacífico de limpieza étnica» cuando se trata de la inmigración. Porque «la victoria de Trump ha sido una revuelta de americanos blancos de todas las clases sociales contra la corrección política». Eso dice Spencer, Hillary. Eso dice, Donald.

Y entonces, Spencer reunió a los suyos en Washington. Querían salir del armario; dejar de ser un grupo casi clandestino para convertirse en un lobby público. Eran más de doscientos, jóvenes en su mayoría, que consideran a Estados Unidos un país propiedad de los blancos. Tanta pasión desplegó Spencer en su discurso (incluso utilizando expresiones en alemán) que cuando terminó, algunos brazos se levantaron con la mano estirada para componer el saludo nazi, mientras en la sala se gritaba: «Hail the people! Heil victory!».

Y esos mensajes, apenas controlados, se traducen en un descontrol de otros que no quieren controlarse tanto. Como los que piden, escucha bien Hillary, que «el odio de los blancos hacia sí mismos es una enfermedad y hay que declararse abiertamente partidarios de los blancos y contrarios a la diversidad y a las fronteras abiertas. Tiene que terminar el genocidio blanco». O los que, parafraseando el lema de Trump make America great again (hagamos a América grande otra vez) dicen ahora make America white again (hagamos a América blanca otra vez). No tienen medida, Hillary. No la tienen. Pero han ganado.

Si las cosas son así, Hillary; si hay tantos americanos enfadados, hastiados, irritados; si ellos piensan que la culpa es de los que son como tú, de aquellos a los que tú representas; si los blancos se sienten acosados por la corrección política; si los hispanos con larga trayectoria en Estados Unidos se creen tan inseguros como los blancos frente a la inmigración latina; si los negros no están suficientemente comprometidos como para defender sus derechos con un voto masivo; si las mujeres no eligen a una mujer cuando tienen la oportunidad de hacerlo, y sí a un hombre con actitudes machistas; si los jóvenes no se entusiasman y se niegan a votar por el menor de los males; si los trabajadores de clase media y baja no se creen defendidos por ti, sino por él; si el campo te odia y las ciudades no se movilizan lo suficiente como para contraponer sus votos a ese odio… quizá, Hillary, es que no podías ganar. No podía ser.

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