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3. Ruta hacia la Casa Blanca » ¡Son los blancos, estúpido!

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¡SON LOS BLANCOS, ESTÚPIDO!

En definitiva: pidamos el voto de los negros, pero con un mensaje que alivie a los blancos con remordimientos de raza. Porque, al final, ¡son los blancos, estúpido! El blanco de Trump eran los votantes blancos, una parte de América. La suya. Eran ellos quienes tenían la sensación, justificada o no, de que el trato de las administraciones hacia las minorías raciales y los inmigrantes les había situado lejos del disfrute de las prestaciones sociales y cerca de perder sus precarios empleos en la industria o los servicios. Eran ellos, los trabajadores blancos, quienes por primera vez en la historia de Estados Unidos no estaban en condiciones de decir lo que sí habían dicho generaciones anteriores: que sus hijos vivirían mejor que ellos. De hecho, ellos pensaban que su vida era peor que la de sus padres Y para romper esa inercia había llegado a la política alguien que odia la política, y que ha dedicado su vida a hacer dinero, gracias al dinero de los demás.

Y es megamillonario, aunque lo sea menos de lo que le gusta decir. Insistía en ese tiempo en haber reunido una fortuna de más de 10 000 millones de dólares, aunque alguna vez ha coqueteado con la idea de que sean casi 20 000 millones. Pero se sabe que ha tenido deudas enormes que dejó de pagar a los bancos que se le habían prestado el dinero. Es mucho más de lo que otras fuentes aseguran. El diario The New York Times publicó en plena campaña un trabajo de investigación sobre las cuentas de Trump, en el que se decía que «el laberinto financiero de los bienes inmuebles de Trump en Estados Unidos tiene una deuda de al menos 650 millones de dólares», mucho más de lo que el magnate reconocía. Y casi más importante que eso: buena parte de los que le habían prestado cantidades ingentes de dinero eran entidades a las que Trump había criticado durante su campaña.

Un edificio de oficias de la Avenida de las Américas de Nueva York, del que Trump posee una parte, tenía una hipoteca de 950 millones de dólares. Uno de los prestamistas resultaba ser el Banco de China, al que Trump había acusado de ser un enemigo de Estados Unidos. Otra entidad que había aportado parte del préstamo es Goldman Sachs, de la que Trump dijo que se dedicaba a financiar a Hillary Clinton, al haberle pagado 675 000 dólares por varias conferencias.

«Soy el rey de las deudas. Me encantan las deudas», dijo una vez en declaraciones a la CNN, cuando se le requirió información sobre su situación económica. Era otra de sus fanfarronadas, aunque no fuera incierto: se había acostumbrado a sufrir la ruina hasta en cuatro ocasiones, que se sepa. Porque saberse, no se sabe. Él se ha ocupado de impedir que sus cuentas salgan a la luz. Y Hillary Clinton intentó sacar partido de ello nada más celebrarse la Convención Demócrata: hizo pública su declaración de impuestos de 2015. La responsable de comunicación de su campaña, Jennifer Palmieri, se vanaglorió de mantener la transparencia de los Clinton, tal y como «han hecho desde los años setenta», cuando Bill entró en política. Comentario pretencioso. Quizá no falso en su totalidad, pero sin duda no completamente cierto.

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