Trump

Trump


Página 149 de 157

Sí, Hillary, ya sabemos que en toda la historia electoral americana, solo cinco veces en 58 elecciones a los largo de 240 años de democracia ha ocurrido que el voto popular haya sido contrario al resultado final de la elección. Pero cinco empiezan a ser multitud, ¿verdad? Especialmente, si dos de esos casos se han producido desde el año 2000 hasta hoy, y siempre han perdido los mismos.

Ya sabes, Hillary, mejor que cualquiera de nosotros, que a lo largo de dos siglos se han presentado en el Congreso más de setecientas peticiones de revisión del sistema electoral para la presidencia de los Estados Unidos. Y ni una sola de ellas ha prosperado. Ni siquiera te hicieron caso a ti, cuando ya advertiste del anacronismo del método porque Al salió derrotado a pesar de ganar. ¿Quién te iba a decir que dieciséis años después te pasaría lo mismo a ti? Incluso peor, porque tú conseguiste una diferencia bastante mayor con respecto a Donald en el voto popular.

Y, qué curioso, a Donald tampoco le gustaba el sistema del Colegio Electoral. Lo pudiste leer en sus tuits. Escribió uno con motivo de las elecciones de 2012 diciendo que «el Colegio Electoral es un desastre para la democracia». Y cuatro años después, cuando te ganó gracias al Colegio Electoral, dijo que «es genial, porque permite la participación de todos los estados en el juego, incluidos los más pequeños».

Pero todo tiene un porqué, Hillary. No hay efecto sin motivo. Los padres fundadores de la nación no creyeron que fuera buena cosa que el presidente saliera elegido de forma directa por el voto popular. Había, pensaban, que ponerle una pausa al método; una segunda lectura por parte de un grupo de personas, llamadas electores, que «estuvieran más capacitadas para analizar las cualidades y actuar bajo unas condiciones favorables de deliberación, con el fin de llegar a una decisión juiciosa» sobre si el presidente debía ser aquel que había sido más votado por la gente. Otra vez la gente. Así lo explicaba Alexander Hamilton, uno de los redactores de la Constitución. Sí, esa que empieza con las tres palabras más bellas jamás utilizadas para poner en marcha el motor de la democracia: «Nosotros, el pueblo». We the people.

Pero una parte de ese pueblo no aceptó tu victoria, Donald. Algunos se manifestaron en las calles porque no les gustó el resultado de las urnas. Protestaban contra aquellos conciudadanos que habían votado lo contrario… O protestaban contra los conciudadanos que habían votado lo contrario, cuando esos que ahora protestaban pudieron votar y no lo hicieron, y de repente se quejaban del resultado… O protestaban contra los conciudadanos que habían votado lo contrario, cuando pudieron votar por Hillary y prefirieron hacerlo por el Partido Verde, cuya única opción real era la de dividir el voto de los progresistas y entregar el poder a Trump… En el pecado llevan ahora la penitencia: el partido ecologista ayudó a que ganara quien quiere acabar con todas las medidas para frenar el calentamiento global. ¡Qué cosas!

Porque sí, Hillary, es cierto que si los votos de los Verdes hubieran sido para ti, quizá hubieras ganado algunos estados que perdiste, como Michigan o Wisconsin. Y sí, es lo que le pasó en 2000 a Gore: si quienes votaron a los Verdes en Florida hubieran votado por Al, George W. Bush nunca hubiera sido presidente, y quizá no hubiera habido guerra en Irak, y quién sabe qué cosas más hubieran dejado de pasar. Quién puede saberlo…

Y resulta, Donald, que otros varios millones de tus conciudadanos llegaron a firmar una petición en Change.org para que los componentes del Colegio Electoral rompieran su fidelidad de voto hacia el vencedor y se lo entregaran a Hillary, haciendo caso así de lo dictaminado por el voto popular. Pero esas cosas no pasan en los países normales, si es que queda de eso. Y Hillary nunca hubiera aceptado la presidencia en tales términos. ¿Verdad, Hillary? Dignidad, ante todo. Sentido de Estado. Responsabilidad histórica. Pero ¿y si fuera cierto que te habían robado la presidencia?

Pues resulta, Donald, que la líder del Partido Verde, Jill Stein (sí, la que dividió el voto de centro izquierda y facilitó tu victoria), se puso después a recaudar fondos para exigir un recuento de los votos en Michigan, Wisconsin y Pennsylvania, porque consideraba que algún malvado hacker ruso había manipulado los resultados. Y, quién sabe, quizá fuera cierto.

Ir a la siguiente página

Report Page