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AMISTADES ECONÓMICAS PELIGROSAS

Las andanzas económicas del matrimonio Clinton han generado mucha literatura política en Estados Unidos. Se han escrito varios libros y cientos de artículos con supuestas investigaciones periodísticas sobre el origen de sus ingresos, y sobre sus amistades económicas peligrosas. Y no todo lo que se ha escrito es falso.

La mañana del 8 de noviembre de 2016 los ciudadanos de Estados Unidos, cuando iban a votar, no sabían si ganaría Hillary o ganaría Donald, pero sí sabían que ganara quien ganara ese día se iniciaba el mandato de un presidente o presidenta sobre cuya honorabilidad económica recaerían dudas más que razonables. Y con una circunstancia muy importante: en Estados Unidos ninguna ley fue elaborada nunca en la prevención de que un presidente tuviera tantísimos intereses económicos como los que tienen Trump y Clinton. De hecho no existe un control específico ni sobre el presidente ni sobre el vicepresidente. Están, por supuesto, sometidos a las normas lógicas para evitar sobornos que establece la Ley de Ética en el Gobierno, aprobada por el Congreso en 1978 como consecuencia del caso Watergate. Pero poco más. Se supone que los americanos deben confiar en que su presidente hará lo correcto.

Y si el presidente tiene empresas, ¿puede ocuparse de su gestión durante el mandato presidencial? Y si no lo hace personalmente, ¿quién lo hará? ¿Sus hijos? Eso dijeron Trump y Clinton. Pero si la gestión recae en otra persona, ¿por qué hay que suponer que el presidente se comportará ante su empresa como si se tratara de cualquier otra?

El nombre de Trump aparece, solo o acompañado, entre los responsables de unas quinientas empresas con intereses en medio mundo, no solo en Estados Unidos. La Fundación Clinton, la obra pospresidencial de Bill, es ya una entidad que maneja 2000 millones de dólares, que, ¿de dónde han salido? En buena medida de donaciones, más o menos confesables, procedentes de grandes corporaciones y de gobiernos extranjeros de comportamiento no siempre ejemplar, como Rusia, China o Arabia Saudí. ¿Qué se ofrece a cambio de las donaciones? El dinero de la Clinton Foundation («la empresa más corrupta del país», según Trump), aunque se dedique a obras de caridad o investigaciones científicas, se convirtió durante la campaña en una herramienta muy útil para Donald Trump en sus ataques a Hillary, igual que lo fue el escándalo de los emails de la exsecretaria de Estado.

¿Era lógico que la Clinton Foundation siguiera recibiendo donaciones de otros países incluso cuando Hillary ya estaba lanzando su campaña a la presidencia? ¿Era cierto, como se publicó, que Hillary Clinton aprobó, siendo secretaria de Estado, un aumento en la venta de armas a países que habían hecho donaciones a su fundación? ¿Es cierto que la secretaria de Estado Clinton favoreció la venta a Rusia de una empresa dedicada al uranio, cuyo máximo responsable había donado dos millones dólares a la fundación? ¿Es cierto, como publicó la agencia Associated Press, que más de la mitad de las personas (no miembros del gobierno) que Hillary Clinton recibió en su despacho del Departamento de Estado eran donantes que habían aportado a la fundación un total de 156 millones de dólares?

Nadie puede probar que el dinero que recibía la fundación fuera «devuelto» por los Clinton con favores, y los seguidores del matrimonio mostraban su indignación con las acusaciones al recordar que gracias a la fundación hay once millones de personas en el mundo que reciben tratamiento médico contra el sida, o que gracias a la fundación se investigan remedios contra la malaria. Quizá no hubiera pruebas, pero las sospechas son libres. La campaña de Hillary Clinton entró, a dos meses de las elecciones, en una seria crisis porque las acusaciones pusieron a la candidata a la defensiva. Y no hay nada peor que estar a la defensiva cuando quieres ganar unas elecciones.

Trump supo sacar partido de la situación: «Los rusos, los saudíes y los chinos dieron dinero a Bill y Hillary y a cambio recibieron un tratamiento favorable». «No se sabe dónde acababa la secretaría de Estado y dónde empezaba la Fundación Clinton», remató el candidato republicano. La andanada de Trump hubiera sido más creíble si él, a su vez, no llevara años haciendo negocios con saudíes o rusos. ¿Negocios limpios? Algunos. El Despacho Oval no es gratis. Hay que ganárselo. Y cuesta.

Las dudas sobre la honestidad de los candidatos fueron un factor que circuló en ambas direcciones durante la campaña. Un sondeo realizado antes de las convenciones por la cadena CBS reflejaba que el 55 por ciento de los americanos no se fiaba de Trump y el 52 por ciento no se fiaba de Clinton. Y una encuesta de la NBC señalaba que el 65 por ciento tenía mala imagen de Trump y el 56 por ciento, de Clinton. Es curioso: los americanos desconfiaban de los dos candidatos a los que ellos mismos iban a elegir en elecciones primarias… No había problema. Los Clinton no habían cerrado su fundación, ni Trump sus empresas. Los Clinton eran ricos, y Trump aún más, aunque quizá no tanto como él decía.

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