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6. ¿Por qué? » Y los Clinton se unieron a la teoría conspirativa

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Y LOS CLINTON SE UNIERON A LA TEORÍA CONSPIRATIVA

Pero, cierto o no, la puesta en marcha de esa exigencia de recuento movilizó otra vez a tus enemigos, Donald. Se volvieron a poner en pie veinte días después de tu victoria. La presión fue, de nuevo, insoportable. Los medios, los malditos medios, concedieron tiempo y espacio a esas ¿patrañas? Sobre los hackers rusos. Y hasta doblegaron la aparente (solo aparente) inicial resistencia de los Clinton, que, con mucha dificultad, habían admitido (y, con aún más dificultad, asumido) su derrota. De repente, un tal Marc Eric Elias, otro de esos abogados progresistas a los que tanto detestas y que resultaba ser el consejero general de la difunta campaña presidencial de Hillary, publicó un texto en una web, de esas posmodernas, llamada medium.com. Y cuando leíste aquello te zambulliste en un intenso episodio de ira incontenible.

Elias aseguraba que «la campaña de Clinton había recibido cientos de mensajes, emails y llamadas pidiéndonos encarecidamente que hagamos algo, cualquier cosa, para investigar la acusación de que el resultado de las elecciones fue hackeado y alterado para perjudicar a la secretaria Clinton. La preocupación es mayor, en particular, con respecto a Michigan, Wisconsin y Pennsylvania, tres estados que juntos fueron decisivos en la elección presidencial, y donde la diferencia para la victoria de Donald Trump fue, en total, de 107 000 votos». Para añadir algo de precisión, Trump ganó oficialmente en Wisconsin con una ventaja de 22 748 votos sobre Clinton; en Michigan, por 10 704; y en Pennsylvania, por 44 292. Pero, en total, los americanos concedieron a Hillary Clinton 65 788 567 votos, y a Trump 62 955 343. La diferencia a favor de Hillary en el voto popular fue de 2,8 millones. Nunca un presidente había perdido por una distancia como esa. Nunca el perdedor (la perdedora) había conseguido tantos votos.

Elias recordaba, también, el alto grado de interferencia exterior que se había producido durante la campaña, con el hackeo de emails de miembros del Comité Nacional Demócrata, y la cantidad de noticias falsas que el gobierno de Rusia había hecho circular en los días previos a la votación.

Y entonces es cuando Elias nos desveló un secreto hasta entonces muy bien guardado. Al contrario de lo que se suponía, «desde el día siguiente a las elecciones hemos tenido abogados y especialistas en análisis de datos revisando los resultados para detectar anomalías que pudieran sugerir un posible hackeo». Sí, Donald: los Clinton no se habían rendido en la noche electoral. Esta vez tampoco. Y entonces llegaste a la irritante sensación de que Hillary estaba siendo injusta y hasta vil contigo. Volvía la nasty woman a la que insultaste en aquel debate.

Elias reconocía en su escrito que buena parte de esas reuniones de trabajo a la búsqueda de evidencias de fraude «se han realizado en privado, hasta que desafortunadamente se filtró al menos una de ellas». Y entonces, Donald, creíste que estaban conspirando contra ti en las sombras, porque la reunión que se filtró fue una en la que estaba nada menos que el jefe de la campaña de Hillary, John Podesta, con varios expertos informáticos como Alex Halderman, especialista en sistemas electorales. Aunque el propio Halderman, a pesar de estar convencido de que quizá sí hubo irregularidades, también aseguró en público que eso no cambiaría el resultado final. No cambiaría tu victoria.

Pero algún motivo tenía Hillary para no rendirse, porque como señala Elias, «Clinton lidera el voto popular por más de dos millones», (finalmente fueron en torno a tres millones), y eso sin que aún hubiera terminado el recuento completo. Para algunos, para muchos, resultaba imposible de creer que una diferencia de esa envergadura diera como resultado final la elección del perdedor. Ni siquiera el infernal sistema del Colegio Electoral podía llegar a tener una consecuencia como esa.

Los Clinton eligieron que Elias fuese el portavoz de aquella tímida ofensiva por su condición de abogado y por ser un elemento de segundo o tercer nivel político en su campaña, además de poco mediático. De esa manera, si llegaba el día en el que hubiera que dar marcha atrás en las insinuaciones-acusaciones sería más fácil hacerlo, que si se mojaba el jefe de campaña Podesta o, aún peor, la propia Hillary. Y, además, los Clinton se ponían al rebufo de la líder del Partido Verde, Jill Stein, dejando que la iniciativa fuera suya, para mancharse lo menos posible ante una posible, y muy previsible, derrota final en el recuento o en los tribunales. Si hay riesgo de hacer el ridículo, que sea lo menos posible.

Pero, sí Donald, te lo tomaste como el reinicio de la guerra. Habían vuelto las hostilidades. Con lo amable que habías sido cuando hablaste bien de Hillary en la noche electoral. Y lo aún más amable que fuiste días después cuando renunciaste a una de tus promesas electorales más altisonantes: la de nombrar un fiscal especial que investigara si Hillary Clinton debía ir a prisión por el escándalo de sus emails, o por cualquier otra cosa, o por todas esas cosas a la vez. Y ahora, los malditos Clinton te devolvían así el favor: dando crédito a las teorías de la conspiración sobre un hackeo ruso de los resultados electorales… De repente, eso de lo que tanto te beneficiaste durante la campaña electoral, los rumores, las medias verdades y las obvias falsedades, se volvía en tu contra, porque sí: resultaban creíbles.

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