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UN SISTEMA DE ALARMA EN EL DESPACHO OVAL

La erótica Casa Blanca de JFK no lo fue menos con su sucesor LBJ. De hecho, Johnson mostraba cierto desencanto ante el hecho de que la fama de su antecesor en materia de éxitos sexuales superaba con mucho la que él había conseguido alcanzar. De ahí que, siempre que tenía ocasión y al interlocutor adecuado, solía informarle con minuciosidad de las que consideraba sus destacables capacidades amatorias: «He estado con más mujeres por puro accidente que las que Kennedy consiguió después de empeñarse mucho en tenerlas» en su lecho.

A los pocos meses de jurar su cargo, Lady Bird Johnson, la esposa del presidente, se presentó inadvertidamente en el Despacho Oval. Su marido, sin apenas ropa, estaba tumbado en el sofá con una de sus secretarias. No estaban resolviendo ningún asunto de la agenda del presidente. LBJ se quejó ante los jefes del Servicio Secreto por no haberle avisado, y por no impedir a su esposa entrar en el despacho. El presidente ordenó entonces instalar un sistema de alarma algo más sofisticado que el de Kennedy. Si los agentes veían aproximarse a Lady Bird apretaban un botón que daba el aviso al interior del Despacho Oval. La electrónica había llegado a la Casa Blanca en los años sesenta.

Mucho antes, en los años treinta y cuarenta, el presidente Franklin Roosevelt recibía periódicamente en la Casa Blanca a la señorita Lucy Rutherford. Habían sido amantes desde tiempo atrás, cuando Lucy trabajaba como secretaria de Eleanor Roosevelt, la esposa del presidente. Eleanor descubrió la relación, que estuvo a punto de provocar su divorcio. Pero los intereses políticos se impusieron a los deseos humanos. Claro que Eleanor no estaba sola. Durante años compartió intensos momentos de amor con la periodista Lorena Hickok. Salían juntas, cenaban juntas y llegaron a vivir casi juntas, habitación con habitación.

Las historias de infidelidad en los matrimonios presidenciales empezaron, casi en todos los casos, tiempo antes de que esos matrimonios se instalaran en la Casa Blanca. Por ejemplo, en plena campaña para las elecciones victoriosas de 1992, Hillary Clinton se enteró viendo la televisión de que una tal Gennifer Flowers aseguraba haber tenido una relación con Bill. Sin mover un músculo de la cara, Hillary descolgó el teléfono, llamó a Bill y habló con él relajadamente sobre cómo enfrentarse políticamente a este asunto para que la campaña no sufriera ningún perjuicio. «Desde que empezamos sabíamos que esta iba a ser una lucha contra los republicanos y contra la prensa», decía Hillary negándose a aceptar que aquellos asuntos pudieran desviar a los Clinton del camino hacia la Casa Blanca.

Sangre fría con el corazón ardiendo. Su padre le enseñó que mostrar las emociones es un ejemplo de debilidad. Y, según cuenta Gail Sheehy, una de sus biógrafas, Hillary aprendió a separar las cosas: un corazón de convicciones progresistas y una mente de ejecución conservadora. «Tiene una enorme necesidad de sentir que las cosas están controladas».

Sheehy escribió La elección de Hillary a finales de los años noventa, con los Clinton aún en la Casa Blanca. Asegura la autora que la primera decisión importante que tomó fue aparcar sus ambiciones políticas porque en los años setenta no pensaba que pudiera llegar a ser una figura importante por el hecho de ser mujer.

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