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4. Bill, Hillary, Monica y la conspiración » Cuando Bill y Monica intimaron

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CUANDO BILL Y MONICA INTIMARON

Ese mismo día, a las 22.00 horas, Monica estaba sola en la oficia del jefe de Gabinete. Clinton se le apareció de repente y la invitó de nuevo a pasar al despacho de Stephanopoulos. Durante la investigación el muy perspicaz fiscal preguntó a Monica si sabía el motivo de la invitación del presidente, y ella respondió con picardía que «tenía una idea». Aún con más lirismo, si cabe, el redactor del informe relata que ambos llegaron de nuevo hasta la oficina privada del presidente y «esta vez las luces estaban apagadas».

Se besaron de nuevo. Ella se desabrochó la chaqueta. La ropa interior de Monica dejó de hacer el trabajo para el que fue diseñada, circunstancia que el presidente aprovechó para recorrer aquellas partes del cuerpo de la becaria que solían estar bajo la protección de tales prendas. Clinton hizo los tocamientos que pueden imaginarse con facilidad y que fueron descritos con un considerable ejercicio de memoria fotográfica y una notable precisión técnica por Monica cuando se le interrogó al respecto: «El presidente estimuló mi zona genital». Una vez convenientemente estimulada, el fiscal recoge en su informe que la becaria procedió a satisfacer al presidente mediante la práctica del sexo oral, mientras oralmente el presidente respondía a un par de llamadas telefónicas de congresistas. Un presidente no tiene tiempo que perder. Dos miembros de la Cámara de Representantes serán recordados no por sus buenas actuaciones parlamentarias, sino por ser aquellos que hablaban con Bill Clinton mientras el presidente disfrutaba con los pantalones en el suelo de la pericia de Monica Lewinsky: los demócratas John Tanner y Jim Chapman. Cada cual entra en la historia como puede.

Aquel primer encuentro sexual tuvo un final inesperado. Después de colgar el teléfono, Bill le dijo a Monica que parara. «Quiero terminar con esto», contestó ella. «Necesito esperar hasta que confíe más en ti», le dijo Bill según el testimonio de Lewinsky. «Hace tiempo que no tengo algo así», bromeó (o no) el presidente.

El informe del fiscal señala después que Clinton se había dado cuenta de que Monica tenía colgada al cuello su tarjeta de becaria de la Casa Blanca, y eso (el hecho de ser una becaria) podía convertirse en un problema. Las normas de la residencia presidencial prohíben que un becario esté en el Ala Oeste sin un acompañante (se supone que distinto del presidente). Además, el informe insinúa un amago de arrepentimiento de Clinton, ante la evidencia de que estaba cometiendo un acto «inapropiado».

Inapropiado o no, dos días después, el viernes 17 de noviembre de 1995, todavía en medio del parón presupuestario, la chaqueta de Monica se manchó con pizza en la oficina del jefe de Gabinete. Fue al baño a limpiarse. Al salir, el presidente estaba esperándola. «Ven conmigo», le dijo. Presidente y becaria recorrieron otra vez el camino hacia el despacho privado. Se besaron. Monica le dijo que tenía que volver a su oficina. Bill contestó que la esperaba, si podía llevarle un poco de pizza. Esa excusa permitió a Monica justificarse ante sus compañeros de trabajo: «El presidente me ha pedido que le lleve un trozo de pizza». Cuando llegó al Despacho Oval, la secretaria del presidente (la señorita Currie) abrió la puerta: «Señor, la chica está aquí con la pizza».

Un rato después, con Monica dentro del despacho, la señorita Currie se arrimó a la puerta para confirmar que el presidente hablaba por teléfono con un congresista (otro que ha pasado a la historia: el representante de Alabama Sonny Callaham). Mientras estaba al teléfono, según la versión oficial, Clinton se desabrochó el pantalón y «se expuso». Monica volvió a practicar sexo oral y Bill, una vez más, interrumpió la labor «antes de eyacular». Apréciese el hecho no menor de que la no eyaculación del presidente de los Estados Unidos de América y comandante de las fuerzas armadas más poderosas del mundo aparezca en un documento oficial firmado por un fiscal especial y enviado al Congreso.

Preguntado Bill Clinton por aquel segundo encuentro con Monica Lewinsky, el presidente se limitó a decir que «una noche me trajo un poco de pizza. Estuvimos charlando».

El tercer acercamiento sexual tuvo lugar en esa misma oficina privada a mediodía del 31 de diciembre de 1995. Había pasado mes y medio desde el anterior. Monica tuvo la impresión de que Bill había olvidado su nombre, porque la había llamado «Kiddo». Volvieron a su nido de amor del despacho privado. Se besaron. Hubo sexo oral con el mismo límite impuesto por el presidente en las dos ocasiones anteriores. Y ese límite tenía un motivo. En algún lugar profundo del cerebro del jurista Bill Clinton se encendió la luz roja de aviso sobre lo que ocurría. La relación entre un presidente y una becaria es asunto que, eventualmente, podía complicarse mucho ante un tribunal. Y Clinton debió llegar a la conclusión técnico-jurídica de que si los encuentros con Monica no terminaban como suelen terminar ese tipo de encuentros, entonces es como si no se hubieran producido. En sentido estricto, no había habido acto sexual.

Este fue el argumento que trató de utilizar cuando fue interrogado por un gran jurado (institución judicial americana equivalente al interrogatorio del juez durante la instrucción de un caso). Clinton negó cualquier contacto sexual con Monica Lewinsky en el año 1995. Sí reconoció «conductas equivocadas» y «contactos íntimos inapropiados» en 1996 y 1997.

El 7 de enero de 1996 Bill Clinton llamó por primera vez al teléfono de Monica Lewinsky. Le dijo que iba a estar en la oficina. «¿Quieres que te haga compañía?», preguntó ella. «Sería estupendo», respondió él. Y establecieron la estrategia a seguir para saltar por encima de todos los obstáculos que rodean al Despacho Oval: ella se acercaría con algunos papeles y entretendría al oficial del Servicio Secreto con alguna charla sin importancia. Entonces el presidente aparecería como por casualidad y la invitaría a entrar. Tal cual lo hicieron. Clinton le dijo al agente que dejara pasar a Monica y que estarían allí dentro durante un rato. Hablaron unos minutos en el Despacho Oval y entraron en el despacho privado. Más besos, sexo oral y demás detalles similares a los de encuentros anteriores. Pero también hubo novedades. Esta vez Clinton quiso asumir un papel sexual más activo, algo que ella impidió al informarle de que aquel no era el mejor momento del mes para lo que él pretendía.

El 21 de enero de 1996 se volvieron a ver. Llegados a aquel momento de su relación, Monica empezaba ya a pensar en algo más que el sexo, y le preguntó a Bill por qué no se interesaba por saber más cosas sobre ella, en conocerla mejor como persona. Clinton sonrió y regateó la pregunta con una respuesta propia de un político avezado, diciendo que «valoraba mucho el tiempo que pasaba con ella». A Monica le resultó un argumento frío e insuficiente para sus altas expectativas. En medio de la charla volvieron los besos y todo lo demás.

Estaban en la sala cuando escucharon que se abría la puerta del Despacho Oval. Monica contó después que el presidente se abrochó a toda prisa los pantalones y entró en su despacho «visiblemente excitado». Recibía la visita de un amigo de Arkansas.

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