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MONICA EN LA CASA BLANCA Y HILLARY… EN IRLANDA

El domingo 31 de marzo Hillary Clinton estaba en Irlanda. Clinton llamó a Monica. Ella acudió al Despacho Oval. Le regaló una corbata de Hugo Boss. Se besaron. Según Monica, él se mostró muy activo. Fue ese día cuando se produjo otro episodio muy celebrado meses después en las tertulias: cuando el presidente utilizó un puro habano durante su encuentro sexual. El informe oficial se recrea en ese pasaje en el que se mezclan los humos del tabaco y los fluidos corporales.

A esas alturas de la aventura empezó a circular entre el personal de la Casa Blanca el rumor de que Monica pasaba poco tiempo en su lugar de trabajo y demasiado tiempo en las cercanías del Despacho Oval. El Servicio Secreto trasladó esa sensación a la responsable de personal del jefe de Gabinete, Evelyn Lieberman, conocida por su carácter estricto. Lieberman declaró que Monica tenía una especial tendencia a «estar siempre donde no debe estar». Según Lewinsky, los asesores del presidente querían defenderle a él acusándola a ella. Lieberman aseguró desconocer que circularan historias sobre una posible relación entre Clinton y Lewinsky, pero sí reconoció que «el presidente es vulnerable a este tipo de rumores». Esa fue la razón por la que Monica Lewinsky fue trasladada de la Casa Blanca al Pentágono, la sede de la Secretaría de Defensa.

El 5 de abril era viernes. Los viernes suelen ser los días utilizados por las empresas que quieren despedir a alguien porque empieza el fin de semana y eso aplaca las preocupaciones de los demás empleados por su propio puesto de trabajo. Timothy Keating, el director de Asuntos Legislativos de la Casa Blanca, le dijo a Monica que no la estaban despidiendo, sino dándole «una oportunidad diferente» en el Pentágono. Incluso podía decirle a la gente que era un ascenso. Monica empezó a llorar, mientras pedía que le dieran la posibilidad de quedarse en la Casa Blanca incluso sin cobrar. «No», respondió Keating, añadiendo la clave principal del movimiento laboral: «Eres demasiado sexy para trabajar en el Ala Oeste». Monica pensó que con aquel traslado terminaba su relación con el presidente.

Pero dos días después, el 7 de abril, el presidente llamó a Monica otra vez. Hablaron por teléfono. Ella, entre lágrimas, le contó lo sucedido. Él parecía sorprendido y triste. «¿Por qué te apartan de mí?», preguntó retóricamente el comandante en jefe de la mayor maquinaria de guerra del mundo, que, paradójicamente, no tenía poder para mantener a una becaria a su lado. Ella le dijo que quería verle. Él aceptó. Se encontraron de nuevo en el despacho privado del presidente. Bill se mostró quejoso por el traslado al Pentágono. Temía que alguien estuviera ya sospechando que algo ocurría entre ambos. «Te prometo que si gano las elecciones en noviembre (Clinton se presentaba a la reelección ese año) te traeré de vuelta», y para que trabajara en lo que ella quisiera. «¿Puedo ser la asistente del presidente para sexo oral?», soltó con descaro la muchacha. «Eso me gusta», se sinceró Bill.

Cuando el gran jurado preguntó a Clinton si era cierto que había prometido un puesto a Monica, el presidente dio una larga e incomprensible respuesta laberíntica para reconocer que sí, pero sin decirlo. Tras aquella conversación, Bill y Monica compartieron pasiones otra vez. El informe oficial cree necesario destacar que ese día sí, Bill finalizó con la becaria todas las labores sexuales propias de un momento como ese. Durante el intercambio amatorio, y sin interrumpirlo, el presidente recibió la llamada de Dick Morris, uno de sus asesores políticos en aquel momento. Poco después, una voz masculina llamó al presidente. Clinton salió del despacho privado. Cuando volvió, Monica se había ido a la carrera. Temía que los descubrieran.

Esa misma tarde, Clinton llamó a la responsable del despido de Lewinsky. La señora Lieberman no perdió el tiempo con eufemismos y demostró una notable capacidad de síntesis. Le explicó que «Monica estaba prestando demasiada atención al presidente y que el presidente estaba prestando demasiada atención a Monica». Y remató la explicación con un argumento puramente político: «No me preocupa lo que pase después de las elecciones, pero alguien tiene que preocuparse de lo que ocurre antes de las elecciones». Este último análisis fue claramente comprendido por Clinton, animal político de manual, que llamó a Monica para decirle que hiciera una prueba en el Pentágono, a ver qué tal le iba. Si no le gustaba, siempre podía pedir un trabajo en el equipo de la campaña electoral.

Bill y Monica no volvieron a tener encuentros sexuales durante el resto del año 1996. Sí practicaron «sexo telefónico», en expresión del redactor del informe oficial, que especifica los días en que esas excitantes llamadas se produjeron, y desde dónde, tanto en Estados Unidos como desde la República Checa, Hungría y volando hacia Bolivia. Solo se vieron personalmente en algún acto público, rodeados de gente. Bill Clinton estuvo en campaña durante buena parte del tiempo. Hablaban tres o cuatro veces al mes. Una de esas apasionadas conversaciones telefónicas finalizó de forma abrupta cuando Monica escuchó que el presidente estaba roncando al otro lado de la línea. En otra ocasión, Monica pidió al presidente que la dejara ir a verle. Él le dijo que no, por las consecuencias que pudiera tener. Bill le preguntó a Monica si quería que dejara de llamarla. Ella respondió que no.

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