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4. Bill, Hillary, Monica y la conspiración » La mancha en el vestido azul

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LA MANCHA EN EL VESTIDO AZUL

Aquel día, Monica llevaba puesto un vestido azul, inspirado en la Navy, comprado en la tienda GAP. Es el vestido más famoso de finales del siglo XX: el vestido que recogió en una mancha las interioridades genéticas de todo un presidente de los Estados Unidos, según quedó bien especificado por un análisis minucioso realizado por especialistas del FBI (que no parece que tuvieran nada más importante que hacer).

Clinton describió lo ocurrido aquel día: «Creo que estuvimos solos durante quince o veinte minutos. Creo que ocurrieron cosas inapropiadas. Aquello no debió empezar nunca y, desde luego, no debió empezar de nuevo después de decidir que había terminado en 1996». Pero el encuentro de febrero de 1997 no fue el último. Hubo uno más.

Ocurrió el 29 de marzo de 1997. El presidente había llamado a Monica. Quería decirle algo importante y debía ir a la Casa Blanca. La señora Currie volvió a ocuparse de la logística semiclandestina. Clinton caminaba con muletas porque se había lesionado la rodilla en un viaje a Florida dos semanas atrás. Ocurrió lo que otras veces, que cuando Monica iba a decir algo él la besaba. «Me silenciaba», dijo Monica. Siguieron adelante con el intercambio sexual. Pero lo importante de aquel día llegó después. El presidente se puso serio: sospechaba que una embajada extranjera (que no especificó) estaba grabando sus conversaciones telefónicas. Pidió a Monica que si alguna vez le preguntaban dijera que solo eran amigos.

Clinton negó después que este encuentro se produjera. Solo reconoció haber estado a solas con Monica Lewinsky varias veces en 1996 y una sola vez en 1997, el día del mensaje semanal de radio. En esos meses, Monica pidió con insistencia a Bill que hiciera algo por encontrarle un puesto en la Casa Blanca. Él le dijo que lo estaba intentando.

En abril de 1997 la preocupación del presidente iba en aumento. Temía que su relación con Monica se hiciera pública, y le preguntó si se lo había contado a su madre. «Por supuesto que no», respondió ella. Mintió. Sí se lo había contado. Clinton tenía motivos para la sospecha. Su amiga Marsha Scott, una de sus asesoras, había recibido una confidencia sobre lo que ocurría de Walter Kaye, el donante de la campaña de Bill Clinton y amigo de la madre de Monica que la había ayudado a conseguir una beca en la Casa Blanca. ¿Quién se lo había contado a Kaye? Solo podía ser la madre de Monica. Kaye culpaba a Monica por comportarse con «agresividad» en persecución del presidente. Pero la familia de Monica culpaba a Clinton de ser el «verdadero agresor». Para entonces, a los oídos de Kaye habían llegado los rumores que circulaban entre los responsables del Partido Demócrata, pero no quería creerlos.

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