Trump

Trump


4. Bill, Hillary, Monica y la conspiración » El amigo Vince se suicida

Página 104 de 157

EL AMIGO VINCE SE SUICIDA

Vincent Walker Foster Jr. conocía a los Clinton desde los viejos tiempos de Arkansas. Foster nació en el mismo pueblo que Bill, en Hope. Y Hillary había sido su compañera en un despacho de abogados de la ciudad de Little Rock. Eran íntimos. Mucho. Cuando Bill ganó la presidencia se llevó a Vince a la Casa Blanca como asesor. Pero nunca supo adaptarse a la dureza de la política. Él era un tipo normal, no un killer.

Foster alquiló una casa en Georgetown, uno de los barrios más agradables de Washington, con restaurantes y comercios muy coquetos y un gran ambiente nocturno, especialmente los fines de semana. Es habitual que cualquier recién llegado a la ciudad busque su hogar en Georgetown, a pesar de los elevados precios de las casas.

Pero pasaba solo mucho tiempo. La esposa y los hijos de Foster no siempre estaban en Washington. El trabajo le agobiaba, y empezó a sufrir de forma desmedida ante las críticas ocasionales que recibía desde algunos medios de comunicación. En especial, de The Wall Street Journal. No estaba acostumbrado a eso. No lo asumía como algo normal en la actividad política. Su piel era demasiado fina para soportar las afiladas y dañinas agujas que se utilizan en la vida pública. Tuvo episodios de depresión y ansiedad. Empezó a medicarse.

El 20 de julio de 1993, el día en que Bill Clinton cumplía seis meses desde el juramento de su cargo como presidente, el cuerpo sin vida de Vince Foster apareció en un parque de Virginia. Tenía un disparo en la boca, realizado con un revólver Colt, propiedad de su padre. Después se encontró lo que parecían los restos de una carta de dimisión, en la que criticaba a la prensa de Washington y aseguraba que en la capital de los Estados Unidos «arruinar la vida de la gente se considera un deporte». Bienvenido a la política, querido y malogrado Vince.

Las autoridades pusieron en marcha hasta cinco investigaciones paralelas para averiguar lo que le había ocurrido a Foster. Las cinco dieron como conclusión que se había suicidado. Pero desde entonces se desataron también las teorías de la conspiración. Alguna de ellas llegaba a acusar a los Clinton de haber ordenado el asesinato de su amigo. Alimentó esas teorías el hecho de que personas cercanas a los Clinton vaciaran de documentos el despacho de Foster y se los entregaran, precisamente, al abogado de Bill. Allí había papeles sobre el viejo caso Whitewater, un negocio ruinoso en el que los Clinton metieron (y perdieron) dinero muchos años antes de llegar a la Casa Blanca. Otras teorías sugerían que Foster había sido amante de Hillary, aunque alguna voz desmintió esta tesis lanzando otra tan llamativa como la anterior: que Hillary es lesbiana.

La propia primera dama escribió en sus memorias que «los seis meses transcurrido desde el exuberante día del principio del mandato habían sido brutales. Mi padre y mi amigo, muertos; la mujer y los hijos de Vince, su familia y sus amistades, destrozados; mi suegra, enferma y muriéndose; los vacilantes errores de una nueva administración se convertían literalmente en casos (judiciales) federales. No sabía a dónde dirigirme, así que hice lo que suelo hacer cuando me enfrento a la adversidad: me lancé a una agenda de trabajo tan intensa que no me quedara tiempo para consumirme en mis pensamientos». Y así estuvo hasta que el nombre de Monica Lewinsky apareció en el titular de aquel periódico, el 21 de enero de 1998.

Esa mañana, el ambiente en la Casa Blanca era propio de un funeral. Y George se lo estaba perdiendo.

Uno de los hombres que más cerca había vivido de los Clinton la intensidad política de los últimos cinco años estaba en Birmingham, en el estado de Alabama. Hacía poco más de un año que George Stephanopoulos había dejado de trabajar en la Casa Blanca, primero como responsable de Comunicaciones y después como asesor del presidente. Joven, brillante, atrevido, a veces un poco ensoberbecido, dispuesto a la batalla con la prensa y con los rivales políticos, Stephanopoulos admiraba a Clinton por encima de todas las cosas, y sufrió con él las consecuencias de una presidencia que, en ocasiones, amenazaba con naufragar. Stephanopoulos sufrió depresiones, y tuvo que medicarse por ello hasta más allá de dejar sus cargos en la Casa Blanca. Dimitió poco después de que Clinton lograra la reelección en noviembre de 1996. Escribió entonces un libro sobre su experiencia política, titulado All Too Human (Todo demasiado humano). Empezó así su nueva vida como analista político, que derivó con el paso del tiempo en su contratación por la cadena ABC como director y presentador del programa This Week.

Aquel 21 de enero de 1998, Stephanopoulos leyó el titular del Post. Por deformación profesional buceó en la letra pequeña buscando datos exculpatorios o hechos que pudieran ser cuestionables y a los que pudiera agarrase el presidente para salir vivo del problema. A eso se dedicaba cuando trabajaba para Clinton, a encontrar cualquier fisura en una acusación para intentar echarla abajo. No encontró nada que pudiera salvar a quien todavía era para él su presidente. Llamó a sus excolegas de la Casa Blanca. Los encontró aterrorizados.

Ir a la siguiente página

Report Page