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4. Bill, Hillary, Monica y la conspiración » «Becaria guapa, tetuda y coqueta»

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«BECARIA GUAPA, TETUDA Y COQUETA»

La cabeza de George bullía mientras iba en un taxi en dirección a la emisora filial de ABC en Birmingham. Y un recuerdo asaltó su mente. Sí, conocía a Monica. La había visto en ocasiones en las salas o en los pasillos de la Casa Blanca, «la becaria guapa, tetuda, coqueta», según relata textualmente en su libro. Un domingo por la mañana, a finales de 1996, George salió de su apartamento camino de un Starbucks cercano. Se cruzó con ella. Monica le saludó y le lanzó una intrigante pregunta: «¿El presidente dice la verdad?». «Me pareció una pregunta peculiar, pero en aquellos tiempos la gente me paraba en la calle muchas veces para decirme cosas raras. Después de mascullar alguna respuesta como “hace lo que puede”, compré mi café y no volví a pensar en ello. Hasta ahora», escribió Stephanopoulos.

Aunque George no podía ni imaginar que un presidente de los Estados Unidos asumiera esos riesgos, en su interior sabía que lo fundamental de la noticia era cierto. «Por mucho que quisiera creer a Clinton, no podía. ¿Cómo ha sido tan estúpido?». Minutos después tenía que intervenir como analista político en el programa matinal de ABC News Good Morning America. No quería ni acusar ni defender, sino analizar: «Estas son probablemente las acusaciones más serias que se han hecho contra el presidente. Si son ciertas, no solo provocarán daños políticos sino que pueden derivar en un impeachment. Pero aún hay muchas dudas y por eso creo que todos debemos respirar profundo antes de ir demasiado lejos». En su primera declaración pública sobre el escándalo ya había pronunciado la palabra maldita, la I word, con I de impeachment.

Sidney Blumenthal cuenta en su libro Las guerras de los Clinton que aquellas palabras de Stephanopoulos provocaron la ira de muchos de sus antiguos compañeros en la Casa Blanca. Consideraban que era demasiado pronto para ir tan lejos augurando desastres para la presidencia. Pero todos recordaban también que George siempre había sido el pesimista del grupo y que si Clinton hubiera hecho caso de su consejo se habría retirado de las elecciones primarias. Es lo que Stephanopoulos le recomendó al principio de su carrera por la nominación demócrata en 1992, al primer traspié. George reconocía tener más habilidad para la táctica que para la estrategia; para gestionar una batalla política concreta en el corto plazo que para elaborar con intuición de visionario un plan a largo plazo; para el titular de mañana en los periódicos que para el legado en los libros de historia. Pero el propio Blumenthal se sincera en el libro: «El problema no era Stephanopoulos».

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