Trump

Trump


4. Bill, Hillary, Monica y la conspiración » Uno de los hombres del presidente

Página 107 de 157

UNO DE LOS HOMBRES DEL PRESIDENTE

Las palabras de Stephanopoulos suponían un duro golpe para Clinton, porque ante los ojos de los americanos, George seguía siendo uno de los hombres del presidente. Si ni siquiera él le creía, nadie le creería. Varios asesores recomendaron a Clinton que saliera en público a decir la verdad, pero no lo hizo. Se dejó guiar por algo que adoraba: los sondeos.

La mañana del 21 de enero, al ver el titular del Post, Dick Morris llamó al presidente. Según testimonio (creíble o no es otra cuestión) del propio Morris, le gritó por el teléfono con palabras algo más que gruesas, teniendo en consideración quién era su interlocutor: «¡Hijo de puta! ¡Acabo de leer lo que has hecho!». Clinton, balbuceante y acongojado, apenas podía articular palabra: «¡Oh, Dios! ¡Esto es horrible! No hice lo que dicen que hice, pero sí hice alguna cosa… Quiero decir… Esa chica… No hice lo que dicen, pero sí hice… algo… E hice suficiente para no saber si podré probar mi inocencia… Desde las elecciones he intentado frenarme, frenar a mi cuerpo… sexualmente, quiero decir… Pero algunas veces no he podido evitarlo, como con esa chica».

Después de insultar al presidente, y de que el presidente se dejara insultar, Morris empezó a utilizar su mente de analista político con el colmillo más retorcido de Washington: «Hay mucha capacidad de perdón en este país», y sugirió hacer una encuesta sobre la predisposición del electorado a perdonar un adulterio reconocido por el adúltero. Clinton estuvo de acuerdo. Estaba dispuesto a probar cualquier flotador que alguien le arrojara, ahora que estaba a punto de ahogarse.

Pasaban algunos minutos de la una de la madrugada cuando Morris llamó de nuevo al presidente. Ya tenía los datos de una encuesta urgente y no parecía que los americanos estuviesen muy dispuestos a aceptar una confesión de este tipo. De manera que Morris recomendó al presidente aguantar: no debía salir en público a hacer una confesión o a dar una explicación. Y también le dijo que sería conveniente atacar a Monica, pero Clinton no creyó oportuno poner en más dificultades a su examante, ante el riesgo de que se volviera contra él y lo contara todo.

Otra versión de este episodio matiza el papel jugado por Dick Morris, que habría recomendado a Clinton que hiciera lo que no hizo Nixon cuando estalló el caso Watergate: reconocer en público aquellas cosas que había hecho mal para, de esa forma, intentar que el comprensivo pueblo americano le absolviera. Quienes cuentan la historia de aquel momento desde este prisma, dicen que Clinton consultó con otros asesores para saber si opinaban lo mismo que Morris. «Pero presidente, ¿has hecho algo malo?», le preguntaron. «No, no he hecho nada malo», respondió. «Entonces no tiene ningún sentido que digas en público que has hecho algo que no has hecho». Y no lo dijo. La realidad es que hizo lo contrario: negar todo aquello que sí había hecho.

Clinton solo podía admitir la verdad si lo hacía con su carta de dimisión en la mano, y ese era un regalo que no iba a hacer a sus enemigos. «Sabía que había cometido un gran error y estaba decidido a no agravarlo permitiendo que (el fiscal Kenneth) Starr me echara del cargo», escribe Clinton en su libro de memorias. Y, sobre todo, era una idea, la de renunciar, que ni siquiera podía plantearse. Bill Clinton no sería el segundo presidente de la historia en dimitir, después de Richard Nixon. Lucharía hasta el final.

Y tenía que empezar de inmediato, porque se acercaba el momento del año en el que los presidentes de los Estados Unidos se convierten en reyes por un día: el discurso sobre el estado de la Unión. Pero antes, para calentar el ambiente a su favor, había concertado tres entrevistas. ¿Debía cancelarlas? Eso sería como asumir la culpa. Y optó por seguir adelante con ellas. La primera, con el respetado periodista de la televisión pública (PBS) Jim Lehrer. Clinton negó las acusaciones: «Nunca he pedido a nadie que diga otra cosa que la verdad. No hay una relación inapropiada. Y he intentado cooperar con la investigación». Lehrer, perro viejo, pidió a Clinton que fuera más explícito y definiera qué entendía él por «relación inapropiada». «Bueno, creo que sabe lo que significa. Significa que no hay relación sexual, una relación sexual inapropiada, o cualquier otro tipo de relación inapropiada», dijo Clinton. Lehrer insistió: «¿No ha tenido usted una relación sexual con esa joven?». Clinton también insistió: «No hay una relación sexual. Eso es». De inmediato se vio la importancia que tenía el hecho de que Clinton no hablara en pasado, sino en presente: no dijo que no hubiera tenido una relación inapropiada, sino que no la tenía. En las siguientes entrevistas, Clinton cambió el tiempo del verbo presente por el pasado. El caso avanzaba.

Esa mañana, Mike McCurry sabía que habían llegado algunas de las peores horas de su vida. Su pelo rubio, peinado con raya a la izquierda y su sonrisa inteligente se habían convertido en familiares para los americanos, porque cada día ofrecía el tradicional briefing informativo de la Casa Blanca. Era el portavoz de Bill Clinton. En política hay muchos trabajos difíciles. El de portavoz de un presidente es de los más crueles, porque se espera de ti que te sometas a un fusilamiento de preguntas cada día y que des a todas ellas la respuesta correcta, sin posibilidad de que los mezquinos, sórdidos y miserables periodistas te puedan interpretar de una forma desfavorable para tu jefe, y, por supuesto, siendo siempre amable. Siempre. Es una labor imposible, que pocas veces acaba bien. McCurry se reunió con el presidente en el Despacho Oval y después recorrió los veinte o treinta pasos que le llevaban hasta la sala de prensa decorada con fondos morados y un cuadro ovalado con la imagen de la Casa Blanca. Había muchos periodistas. Parecían miles. El país entero. Detrás de los periodistas y de las cámaras estaban Estados Unidos y el mundo. Clinton seguía la rueda de prensa en directo por televisión desde su oficina, allí al lado.

Ir a la siguiente página

Report Page