Trump

Trump


4. Bill, Hillary, Monica y la conspiración » El pelotón de fusilamiento

Página 108 de 157

EL PELOTÓN DE FUSILAMIENTO

Por una vez, McCurry no perdió el tiempo. Era inútil. Lo habitual es que los portavoces se sitúen delante de los periodistas con una lista de asuntos de los que el gobierno quiere hacer propaganda: una obra allí, un proyecto allá, una inauguración no se sabe bien dónde, una partida presupuestaria para ayudar a alguien… Los periodistas se toman ese rato como un impuesto que hay que pagar, a la espera de hacer la primera pregunta sobre temas que, por lo común, nada tienen que ver con lo que acaba de comentar el portavoz. Así son las reglas de este juego.

Pero ese era un día especial.

McCurry se puso delante del micrófono: «Hola, damas y caballeros. Tenemos estas cosas sobre las que podemos hablar (señalando unos cuantos folios que tenía en su mano), pero probablemente no es de lo que ustedes están interesados en comentar, de manera que hablemos de lo que ustedes quieran». Era una forma de descubrir el pecho ante el pelotón de fusilamiento. Si hay que sufrir, que sea cuanto antes para que termine pronto.

Michael McCurry recibió ciento trece preguntas sobre el caso Lewinsky en los treinta y seis minutos que duró la conferencia de prensa. Las contó, una a una, Marvin Kalb, periodista especializado en analizar el trabajo de sus compañeros de profesión y de los medios. Lo relató en su libro Una historia escandalosa. Fueron ciento trece disparos en un fusilamiento al que, sin embargo, McCurry sobrevivió. Mejor o peor, pero sobrevivió. De hecho, a pesar de lo ocurrido aquel aciago día y los siguientes, se ha podido ganar la vida holgadamente desde entonces y ha visto crecer sanos y felices a sus tres hijos.

Después de varias decenas de preguntas, una de ellas fue al centro de la cuestión. El periodista quería saber si el presidente de los Estados Unidos consideraría «inapropiado tener relaciones sexuales con esa mujer (Lewinsky)». O, lo que es lo mismo, ¿consideraba Bill Clinton apropiado tener sexo de cualquier tipo con una becaria, y en la propia Casa Blanca? En definitiva, era una forma de establecer el baremo ético personal del presidente de los Estados Unidos. Lo lógico, incluso lo políticamente correcto, hubiera sido una respuesta afirmativa, pero no la hubo. McCurry huyó de esta pregunta como de casi todas. Ya había entregado el texto de la declaración del presidente y «no voy a ir más allá; ustedes pueden permanecer aquí y hacer muchas preguntas una y otra vez sobre este asunto, pero tendrán la misma respuesta». Así fue. Pregunta: «¿Estaría usted aquí hoy si no estuviera absolutamente convencido de que las acusaciones no son ciertas?». Respuesta: «Mis pensamientos personales no importan; estoy aquí para representar el pensamiento, las acciones y las decisiones del presidente; es por lo que me pagan». Pregunta: «Parte de su sueldo es para que los americanos estén correctamente informados de lo que la Casa Blanca trata de decir». Respuesta: «Lo hago lo mejor que puedo hasta el momento». Pregunta: «Por eso le pregunto si está usted intentando dejarnos con la impresión de que el presidente puede tener una relación sexual apropiada con esa mujer» (obsérvese la habilidad del periodista y su capacidad para llegar al detalle: que una relación sexual de un presidente con una becaria pueda llegar a considerarse apropiada). Respuesta: «Por supuesto que no». Pregunta: «Pero el presidente no utiliza la palabra “sexual” en su declaración escrita; solo habla de “relación inapropiada”». Respuesta: «Yo no he redactado el texto».

En una jornada posterior, antes de salir de la sala de ruedas de prensa de la Casa Blanca y, quizá, darse una ducha reparadora, Mike McCurry dejó dos frases para la historia del caso Lewinsky y de los portavoces presidenciales. Una de ellas: «Ya me he referido a lo que dije ayer que, a su vez, era una referencia a lo que dije antes de ayer». Otra: «He dicho justo lo que he dicho, y se lo puedo repetir si no lo ha entendido». Maestría.

Ir a la siguiente página

Report Page