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EL MUNDO DE LOS QUE ODIAN

Aplicada esta estrategia a la política, la situación no es muy distinta. Consiste en aprovecharse de los llamados haters, los «odiadores», aquellos que han encontrado en Internet la fórmula para desahogar sus frustraciones y han convertido las redes sociales en el estercolero de su rencor. Odian y lo pueden poner por escrito en la red, sin que nadie sepa su nombre. Y los odiadores no suelen ser personas muy sofisticadas. Entran con facilidad al trapo colocado por quienes fabrican noticias falsas para hacerse ricos y/o por motivaciones políticas. El odio es bastante tonto. Y muy generoso.

Paul Horner es otro experto en la materia. Los bulos son su especialidad. Ha creado varias webs para mentir en ellas y dar luego repercusión a lo publicado a través de las redes sociales, para ganar dinero. Algunas de sus mentiras fueron retuiteadas por ti, Donald, y hasta comentadas como si fueran ciertas en programas de televisión.

Y, una vez más, apareció Rusia. El diario The Washington Post puso en marcha una investigación según la cual el gobierno ruso había implementado durante la campaña americana una maquinaria de difusión de las noticias falsas sobre Hillary Clinton, para que tuvieran mayor repercusión en las redes sociales. Desde Moscú también se lanzaban bulos sobre la salud de Hillary, que de inmediato eran asumidos como ciertos por las webs de la extrema derecha americana y debatidos en radio y televisión. Dice el Post que los rusos se colaron en los ordenadores de funcionarios electorales en varios estados y hackearon sus cuentas de correo para publicar después su contenido. El informe señala que unas doscientas webs rusas creadas al efecto tuvieron impacto en quince millones de ciudadanos americanos, y que algunas de las historias inventadas fueron vistas más de doscientos millones de veces en las redes sociales.

Es una demostración más, Donald, de que las mentiras tienen éxito cuando el bulo coincide con el interés particular del receptor. Si la mentira confirma la tesis de quien la lee, entonces no es mentira. Como dijo Nixon autoabsolviéndose después de cometer las ilegalidades que le obligaron a dimitir: «Si lo hace el presidente, entonces no puede ser ilegal». Haga lo que haga.

Pero nada de esto se detuvo con tu victoria, Donald. ¿Te suena el nombre de Eric Tucker? Sí que le conoces. Intenta recordar: es uno de los tuyos, tiene treinta y cinco años y vive en Austin, la capital de Texas. Es un tipo normal, de eso que os gusta llamar la clase media trabajadora blanca. ¿A que todavía no has olvidado las manifestaciones contra ti justo después de las elecciones? Claro que no. Te enfadaste mucho con esos americanos que no te quieren. Y entonces apareció Eric. En una calle del centro de Austin vio una larga fila de autobuses aparcados. Era extraño, porque no recordaba haber visto algo así en ese lugar. Hizo algunas fotos. Luego vio en televisión que varios cientos de personas se habían manifestado contra Trump muy cerca de allí. Entonces, el instinto se desató dentro de Eric. Consideró una evidencia indiscutible que alguien con mucho dinero había pagado los autobuses para trasladar a Austin a esos manifestantes. Lo que, a su vez, significaba que aquellas protestas no eran improvisadas, sino que alguien las preparaba y las financiaba. Era de una lógica incuestionable, ¿verdad Donald?

Eric hizo eso tan simple de escribir algo menos de 140 caracteres en su cuenta de Twitter y colgar la foto de los autobuses: «Los manifestantes anti-Trump de Austin no son tan inocentes como parecen. Estos son los autobuses en los que han venido». Y luego colocaba los hashtags pertinentes: #falsosmanifestantes #trump2016 #austin.

Un solitario tuit lanzado por un tuitero de Austin encontró rápido traslado a cientos de miles de personas cuando las redes entraron en juego, se multiplicaron los retuits, y el mensaje se convirtió en un titular en los medios, con apariencia de veracidad: «Última hora: ¡encuentran los autobuses! Decenas de ellos, aparcados a pocas manzanas de la manifestación de Austin». Y con un añadido tan campanudo como igualmente falso: «Los ha pagado George Soros». Al autor del dato inventado se le escapaban los efluvios conspiradores por la emoción.

A partir de ese momento, el titular empezó su imparable circulación por Twitter, Facebook y los blogs conservadores. Tú mismo, Donald, quizá llevado por la pasión, tuiteaste que los «manifestantes profesionales, incitados por los medios, están protestando».

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