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MONICA Y LA EDUCACIÓN

El presidente agradeció la presencia de todos. Se mordió el labio inferior, en un gesto muy suyo. Era un acto dedicado a las medidas del gobierno sobre educación. Ironías de la política: hablar de educación en medio de un escándalo sexual con una becaria. Dio las gracias a la primera dama por involucrarse en esas tareas, igual que al vicepresidente Gore y a su esposa. Se mordió otra vez el labio inferior. A nadie le importaba el labio inferior del presidente, ni tampoco las políticas educativas. No, al menos, en ese momento.

Clinton habló durante casi siete minutos. Incluso le aplaudieron. Pero el gesto del presidente se endurecía conforme avanzaba en su discurso, porque llegaba el momento de hablar de Monica Lewinsky. El momento en el que iba a mentir a todos: a sus votantes, a sus compatriotas, a su familia, a sus amigos y a miles de millones de espectadores alrededor del planeta. Se mordió el labio inferior una vez más, levantó la cabeza de los papeles, buscó en su repertorio de gestos el más parecido al de un inocente y lanzó la frase que había preparado durante horas con sus asesores, letra a letra: «Quiero decir al pueblo americano; quiero que me escuchen; voy a decirlo otra vez: (levantando el dedo índice derecho y golpeando el atril) no he tenido relaciones sexuales con esa mujer, la señorita Lewinsky; nunca he pedido a nadie que mienta; ni una sola vez; nunca. Esas acusaciones son falsas y necesito volver a trabajar por el pueblo americano. Gracias». Aplausos en la sala. Clinton inicia la salida hacia su izquierda, donde le espera Al Gore, que apenas levanta la mirada del suelo.

La fotografía más publicada de aquella sombría comparecencia muestra a Bill Clinton junto al micrófono mirando de soslayo, con la boca entreabierta en plena declamación, con la mano izquierda aferrada con tensión al atril y el dedo índice de la mano derecha apuntando al auditorio. A su derecha, Hillary le observa con atención, sin quedar muy claro si confía en él o si le odia. Se ignora si la Gioconda sonríe en el inmortal cuadro de Leonardo. Se ignora si aquella gélida mirada de Hillary es una muestra de amor o un deseo de venganza. Solo veinticuatro horas después, a Clinton le esperaban los miembros del Congreso, en sesión conjunta de Senado y Cámara de Representantes, para escuchar el discurso anual sobre el estado de la Unión.

Estados Unidos es un país presidencialista, en el que están estrictamente delimitados los poderes ejecutivo y legislativo. El presidente no se somete al control de las cámaras, porque tiene su propia legitimidad política derivada de las urnas y no de una decisión de los parlamentarios, como ocurre con los primeros ministros en la mayor parte de los países europeos. Solo en Francia el presidente de la República tiene un poder con características similares a las del presidente de los Estados Unidos. Pero, por ejemplo, el presidente del Gobierno español lo es por decisión del Congreso de los Diputados, y no directamente de los electores. En sentido estricto, su legitimidad no es directa, sino representativa.

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