Trump

Trump


6. ¿Por qué? » ¿A quién le importa la verdad?

Página 154 de 157

¿A QUIÉN LE IMPORTA LA VERDAD?

Cuando la historia de los autobuses de Austin había sido compartida centenares de miles de veces, una televisión local tuvo la iniciativa periodística de llamar a la compañía de autobuses para informarse. Allí le dijeron que los vehículos habían sido contratados para trasladar a los participantes en un inocente y apolítico congreso de una empresa informática. Esa era la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Pero ¿a quién le importa la verdad, pudiendo disponer de una mentira que va a favor de esos intereses políticos particulares? ¿Y a qué receptor cegado por la pasión y por el odio van a ser capaces de convencer de que aquello que le han dicho, y que tanto le gusta oír, no es cierto?

Es lo que pasó aquella mañana de principios de diciembre de 2016, un mes después de las elecciones, cuando Edgar amaneció muy enfadado en su casa de Salisbury, en el estado de Carolina del Norte. Llevaba días leyendo historias terribles en Internet. Los malditos Clinton ya eran personajes despreciables para este muchacho de veintiocho años desde mucho antes, pero después de conocer el alcance del Pizzagate Edgar consideraba que debía hacer algo para terminar con la depravación de Bill y Hillary. Y lo haría él.

Edgar Maddison Welch metió en su coche un rifle de asalto AR-15, un revólver Colt del calibre 38 y una escopeta. Condujo durante más de cinco horas en dirección norte, hasta llegar a su destino: el restaurante de pizza Comet Ping Pong, situado en el acomodado barrio de Chevy Chase, al noroeste de Washington. Edgar aparcó su Toyota, salió del coche con el rifle de asalto, entró en el local y disparó hasta dejar vacío el cargador de su arma. Nadie resultó herido. O Edgar es muy mal tirador, o evitó deliberadamente apuntar a las personas que estaban allí. ¿Por qué Edgar hizo tal cosa?

Desde hacía tiempo se había difundido por Internet una más de las miles de historias entretenidas y falsas que desde hace unos años se han convertido en el alimento espiritual de millones de individuos en el mundo. Muchos de ellos, en Estados Unidos. En este caso, la historia era el Pizzagate. Se extendió por las redes sociales la especie de que Hillary Clinton y su jefe de campaña John Podesta eran los responsables de una trama pedófila, que tenía su centro de actuaciones en alguna sala escondida, dentro del local que ocupa el restaurante Comet Ping Pong. Que el propietario del restaurante, James Alefantis, sea un conocido partidario de los demócratas parecía ser la prueba definitiva de la veracidad de esta delirante historia, según la cual en el Comet se abusaba de niños, mientras Hillary y Podesta se enriquecían a su costa. La historia surgió después de que se publicaran en WikiLeaks unos emails entre Podesta y el dueño del restaurante, que fueron esparcidos por el mundo a través de Facebook y Twitter. Las redes sociales fueron el sueño que Joseph Goebbels nunca pudo cumplir para llevar hasta el extremo su máxima de que una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad.

El grado de sensatez de algunos ilustres seguidores y colaboradores de Donald Trump queda de manifiesto al comprobar cómo Michael G. Flynn, hijo del general retirado Michael T. Flynn, tuiteaba que «hasta que no se demuestre que #Pizzagate es falso, seguirá siendo noticia. La izquierda parece olvidar los emails de Podesta y las muchas coincidencias que le ligan a esto». Este tuit le costó el puesto. Pero a su padre no pareció costarle caro que antes de las elecciones también pusiera en circulación a través de Twitter rumores sobre lavado de dinero y crímenes sexuales contra niños, sugiriendo que Hillary era responsable de todo ello. Tras las elecciones, Trump nombró al autor de este tuit como Asesor de Seguridad Nacional.

La policía detuvo a Edgar, que fue ingresado en prisión sin fianza, dejando a dos hijos atrás. El dueño del restaurante, James Alefantis, siguió recibiendo amenazas de muerte. Y el Pizzagate no dejó de circular por Internet, con un añadido interesante: ya no solo era cierto que Hillary dirigía una trama de prostitución infantil, sino que además la policía había puesto en marcha un montaje protagonizado por el tal Edgar para extender una cortina de humo, y que Clinton pudiera librarse de la cárcel por pedófila.

Entre quienes expandieron este segundo capítulo del Pizzagate está James Fetzer, profesor de filosofía, convencido de que el gobierno de Estados Unidos provocó el 11-S, y de que el Holocausto no existió, sino que fue una invención del Mossad isarelí. Fetzer asegura que todo es parte de una conspiración para «embarrar a la prensa alternativa, que está sacando muchas verdades que los medios de comunicación masiva ocultan».

Cuando terminó la campaña y ganaste las elecciones, Google, Facebook y Twitter decidieron que quizá había llegado la hora de poner algún límite a la libre circulación de bulos a través de sus respectivas redes. Quizá. Pero ahora, ¿qué más da? ¿Qué más te da? Ya eres presidente.

Ahora lo que importa, Donald, es atar en corto a los medios tradicionales. Y no perdiste el tiempo. Dos semanas después de tu victoria ya empezaste a hacer eso que tanto gusta a los tuyos: darle duro a esos engreídos miembros de la canallesca. ¿Qué se habrán creído? ¿Pensaban que te ibas a arrugar durante la campaña? Les ganaste, Donald. Por encima de todo, ganaste a los jactanciosos periodistas y a los envidiosos dueños de los grandes medios de comunicación. Son ricos como tú, pero nunca te tragaron. Nunca quisieron concederte la categoría de ser uno de los suyos. ¡Malditos bastardos! Tarantino debería hacer otra película con ese mismo título, pero no sobre los nazis, sino sobre esa patulea de petulantes y vanidosos presentadores de televisión, analistas políticos y directores de periódicos que se creen el ombligo del mundo; que dan y quitan patentes de honradez; que quieren poner presidentes; y que se rieron de ti durante la campaña… Y ahora se vuelven locos por reunirse contigo… ¡Qué cosas, Donald!

Fuiste hábil, como siempre. Llamaste a tu vera a esos que salen cada noche por la televisión para dar doctrina, y a sus directivos. Y allí fueron a verte a la Trump Tower, a rendir pleitesía al presidente electo al que no habían conseguido derribar durante los meses previos a las elecciones. Y los abroncaste. ¡Qué grande! Parecían achicarse, esos de los que dijiste durante la campaña que conformaban «la prensa deshonesta». Allí estaban, en el hall del rascacielos, esperando nerviosos a que el ascensor les llevara ante tu presencia: Wolf Blitzer de la CNN, Lester Holt de la NBC, David Muir y George Stephanopoulos de la ABC, Charlie Rose de la CBS… Era una reunión de esas que llaman off the record, para no contar lo que allí se dice. Pero en estos tiempos, las cosas ya no funcionan como antes. Decía The New York Times que no eres solo el comandante en jefe, sino el «crítico de la prensa en jefe»… No tienen aguante, estos chicos de las noticias. Mucho criticar, pero luego no soportan las críticas.

«Os equivocasteis», les dijiste. Sin reparos, con franqueza. Ahora eres el presidente, y si el presidente no puede decir lo que quiera, quién lo va a decir… Se tuvieron que poner en posición de firmes, y en primer tiempo de saludo, hasta de forma individualizada, porque te atreviste a confrontar con algunos de ellos citando su nombre, en presencia de los demás, que no eran pocos: había casi veinticinco periodistas delante de ti. Lo hiciste con Jeffrey Zucker, ese chulito presidente de la CNN. «Hemos apretado el botón de resetear», soltó después Kellyanne Conway, una de tus principales asesoras. Gran fichaje Kellyanne. Desparpajo, ante todo.

Resetear… ¡Qué ironía! A ti, Donald, lo último que te interesa es resetear a la prensa. Lo que te conviene es que sigan igual, dándote mandobles, porque cuanto peor te tratan, más votos consigues. Y durante la campaña te regalaron miles de horas de televisión y millones de centímetros de espacio en los diarios. Te hicieron más grande de lo que ya eras, y sin necesidad de pedírselo. Lo hicieron por propia iniciativa, porque generabas audiencia y eso es dinero. Mucho dinero. Era una joint venture muy exitosa, un negocio en el que ganabais las dos partes.

Ir a la siguiente página

Report Page