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LOS EMAILS DE HILLARY, EN MONCLOA

Horas antes, en el Palacio de La Moncloa, Mariano Rajoy recibía a Obama en una salita funcional, decorada en tonos claros pastel, sofás blancos y las banderas de Estados Unidos, España y la Unión Europea. Nunca antes se había ofrecido una rueda de prensa con esa escenografía: los dos presidentes, sentados delante de una mesita baja, con micrófonos encima rompiendo el equilibrio estético, en vez de hacerlo en la sala de prensa, en el Salón de Tapices o en las escalinatas. Se impuso la costumbre, propia de la Casa Blanca, de que el presidente reciba a un mandatario extranjero en los sillones junto a la chimenea del Despacho Oval, y que los periodistas entren como manada de ganado vacuno para plantear un par de preguntas a vuelapluma. Y a vuelapluma, la primera pregunta que le hizo un periodista americano a Barack Obama fue sobre… No: ni los asuntos bilaterales, ni el polémico tratado de libre inversión y comercio transatlántico, ni la cooperación militar. Los emails de Hillary.

La pregunta no fue breve. De hecho, la perorata periodística duró largo rato, en el que Obama trataba de ordenar sus ideas para ofrecer una respuesta incomprensible, y Rajoy miraba hacia todos los lados posibles de la sala, confiando en que aquello acabara pronto, sin que las preguntas le resultaran traumáticas.

«Usted dijo en abril (de 2016) que seguía creyendo que Hillary Clinton no había puesto en riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos. Pero esta semana, el director del FBI James Comey ha dicho que es posible que “actores” hostiles pudieran tener acceso a los emails de Hillary Clinton y que hay evidencias de que fue extremadamente negligente en el manejo de esa información sensible y altamente clasificada. ¿Acepta usted esa conclusión? Y cuando usted se refirió ayer al asunto de la “sobreclasificación”, ¿estaba sugiriendo que algunos de esos asuntos que fueron considerados como clasificados pudieran ser ejemplo de esa “sobreclasificación”?». Esta fue la pregunta. Ahora, vaya usted y responda.

Obama se puso a la tarea con cierta desgana e indolencia, pero rebuscando en su interior cada palabra, para no cometer errores que pusieran en cuestión ni al FBI ni a Hillary Clinton ni a sí mismo. Ardua tarea. «Bien, Mike. Ha habido una investigación penal. El director del FBI dio el paso de explicar de un modo metódico cómo llegaron a su conclusión. La fiscal general aceptó las recomendaciones de los investigadores. Y, como consecuencia, creo que es inapropiado que yo haga un comentario extenso sobre la conclusión a la que han llegado». Obama vio venir el balón y al delantero y optó por un despeje contundente, con pocas contemplaciones, aunque la pelota terminara depositada en la grada más alejada. Pero siguió regateando con su vaga respuesta: «Cuando hablé sobre el hecho de que hay preocupaciones legítimas en torno a cómo viaja la información en el Departamento de Estado (…), tiene que ver con los volúmenes de información que ahora se transmiten, con quién tiene acceso a ellos, con la preocupación por los ataques cibernéticos y la seguridad cibernética; preocupaciones acerca de asegurarse de que estamos transmitiendo la información en tiempo real, de manera que podamos tomar buenas decisiones. Pero (esa información) no está siendo usada de manera incorrecta en el proceso, o (el proceso no está) haciéndonos más vulnerables». Llegados a esas alturas de la respuesta, la sufrida intérprete de Obama navegaba ya por mares recónditos en su intento por ofrecer una traducción comprensible. Pero Obama no quería que se entendiera nada de lo que decía, y había conseguido el objetivo de que su intérprete, en efecto, no entendiera una sola palabra. La traducción era dadaísta, repleta de frases inconexas y términos incompatibles con el siguiente y con el anterior.

Pero Obama no desfallecía en su intento de añadir confusión: «Sin entrar a comentar lo que dijo el director del FBI, sí puedo decir que el secretario (de Estado) John Kerry se ha preocupado por este asunto y ha puesto en marcha iniciativas para tratar de mejorar los flujos de información, y a mí también me preocupa cómo circula en todo el gobierno, en general. Esto solo tiene relevancia especial cuando nos referimos a cables diplomáticos y asuntos relacionados con la seguridad nacional. Y no creo que lo tengamos perfectamente resuelto. Creo que vamos a tener que hacerlo mejor y aprender de los errores. Y en buena medida tendrá que ver con cambios de sistemas, y con cómo entrenamos al personal desde el nivel más alto (por ejemplo, cómo yo mismo utilizo mi Smartphone o la BlackBerry), hasta la base de la Administración». Aún necesitó otro minuto de perorata para terminar su explicación, dando una lección práctica de que nada hay mejor para no responder a una pregunta que hablar sobre el asunto durante un largo rato lleno de nada.

Rajoy tiene su propio estilo cuando se trata de no dar respuesta a preguntas de los periodistas. También sabe deambular por caminos inescrutables, combinando palabras incongruentes, con arte magistral. Ese estilo le ha llevado a atravesar la Administración desde la base de un ayuntamiento hasta la cúpula de gobierno, pasando por todas las instancias intermedias. No contestar suele ser rentable en política. No actuar, también. Diez meses de gobierno en funciones, desde diciembre de 2015 hasta octubre de 2016, terminaron con Rajoy investido y el PSOE hundido.

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