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¿SALVADA POR LA CAMPANA?

A esas alturas de la campaña, muy cerca ya de la convención, Hillary creía haberse salvado por la campana. El FBI y el Departamento de Justicia iban a aparcar la parte judicial del caso de los emails y eso relajaría la presión política. Pero aquel escándalo supuestamente muerto estaba muy vivo, porque Hillary Clinton no había conseguido dar una versión verosímil.

Siete años antes, en junio de 2009, la exsecretaria de Estado Madeleine Albright invitó a cenar a su casa de Washington a dos de sus sucesores en el cargo: Colin Powell y Hillary Clinton. Según la versión de Clinton, en aquella cena Powell le recomendó utilizar una cuenta de email particular, además de la que tenía en el Departamento de Estado. Es lo que Hillary declaró ante el FBI. Cuando esta declaración se filtró a la prensa, Powell entró en cólera, aunque se contuvo en las declaraciones ante los medios: «Hillary Clinton ya utilizaba su email particular un año antes de que yo le enviara un informe (sobre el sistema de comunicaciones del Departamento de Estado)». Las palabras de Powell ponían de nuevo en cuestión la honestidad de Hillary Clinton, mientras el escándalo resucitaba en medio de la campaña. A pesar del encontronazo, Colin Powell apoyó la candidatura de Clinton.

El servidor de correo estaba en el sótano, lugar relativamente seguro si se tiene en consideración que se trata de la casa de un expresidente de los Estados Unidos y de la secretaria de Estado. Cuando fue elegida para el cargo, Hillary Clinton debió advertir a las autoridades de la existencia de ese servidor de correo, pero no lo hizo. Clinton se empeñó en seguir utilizando su teléfono BlackBerry, a pesar de las advertencias de los responsables de seguridad. Pero el problema llegó cuatro años después.

En mayo de 2013, Marcel Lazar Lehel se aburría mucho en un pueblo de Rumanía llamado Sambateni. Marcel era taxista, pero estaba en paro, y ocupaba sus largas horas de inactividad laboral buceando por Internet. Según su propio testimonio, aprendió a moverse por servidores ajenos y de acceso prohibido, de celebridades, políticos e instituciones. Y se vanagloriaba de sus éxitos bajo el apodo de Guccifer. Llegó a entrar en cuentas de la familia Bush, de Colin Powell y de algunos congresistas americanos. También hackeó la cuenta de correo de Sidney Blumenthal, escritor, periodista, exasesor de Bill Clinton y amigo íntimo del matrimonio. Entre los emails que encontró había varios de Hillary dirigidos a Blumenthal. Y entre esos correos de Hillary había algunos sobre un asunto especialmente delicado: el ataque contra el consulado de Estados Unidos en la ciudad de Benghasi.

El 11 de septiembre de 2012, un grupo de terroristas islamistas trató de asaltar la sede diplomática. Mataron al embajador y a otro diplomático. Después, a poca distancia de ese lugar, asesinaron a otros dos ciudadanos americanos. Hillary Clinton fue acusada de no haber atendido la petición de que se elevara el nivel de seguridad en las sedes diplomáticas en Libia. En junio de 2016, después de dos años de investigaciones y de un gasto de 7 millones de dólares, una comisión del Congreso hizo públicas sus conclusiones en un informe de 800 páginas y 75 000 documentos. ¿Qué ocurrió en Benghasi?

Los terroristas quemaron el edificio con varias personas dentro, entre ellas el embajador Chris Stevens, que, de alguna manera no conocida, logró salir del lugar. Acabó en un hospital, donde los médicos certificaron su muerte por inhalación de humo. En ese momento, con el ataque todavía en marcha, en Washington se desarrollaba una reunión del gabinete de crisis. Según el informe de la comisión, el presidente Obama y el secretario de Defensa Leon Panetta dieron orden de enviar efectivos militares a Benghasi. El objetivo parecía ser salvar a los agentes de la CIA y a otros ciudadanos americanos que estaban en un lugar cercano al consulado, y que también sufrían el ataque. Nunca llegaron, porque nunca despegaron de la base militar de Rota, en España. Al parecer no se enviaron a Rota órdenes claras y concluyentes de cuál era el objetivo de la operación: si ir a Benghasi o ir a Trípoli. En la base, un equipo de seguridad antiterrorista estuvo tres horas sentado a bordo de un avión. Esperando y esperando. Se pusieron y se quitaron el uniforme cuatro veces, según les iban dando órdenes contradictorias.

Si estas circunstancias no eran suficientemente embarazosas, el informe señalaba la humillación final. Los ciudadanos americanos que se refugiaban en un edificio cercano al consulado fueron finalmente rescatados. Pero no por el ejército de Estados Unidos. Tampoco por las fuerzas libias apoyadas por Washington. El rescate lo realizaron milicianos leales al anterior líder Muamar El Gadafi, el gran enemigo de Estados Unidos, y al que Estados Unidos había ayudado a derribar del poder unos meses antes. Gadafi fue linchado hasta la muerte por una turba en octubre de 2011. Esos milicianos pro Gadafi condujeron a los americanos sanos y salvos hasta el aeropuerto de Benghasi.

La comisión se desarrolló en un intenso ambiente partidista: los republicanos, contra el gobierno; los demócratas, tratando de salvar al gobierno y evitar que las conclusiones destrozaran las esperanzas presidenciales de Hillary Clinton en plena campaña electoral. Hillary fue «absuelta». No se establecieron responsabilidades por su actuación o por su falta de actuación. Pero de esa comisión sí salió algo inesperado: fue en el transcurso de la investigación cuando se supo que Hillary Clinton había utilizado un servidor privado de correo.

En octubre de 2015, una sala del Capitolio se llenó para asistir al testimonio de Hillary. La sesión duró once largas horas. Una hora tras otra. Una pregunta tras otra. Una respuesta tras otra. Clinton eligió un traje de chaqueta oscuro. No es día de colores vivos, cuando se va a hablar del asesinato de cuatro compatriotas. A un lado de la sala, un estrado corrido que ocupaba toda la pared en forma semicircular, elevado un metro sobre el suelo. Allí se sentarían los legisladores miembros de la comisión, como sobrevolando el lugar. Enfrente, y a la altura del suelo, una mesa con una silla para el ponente. Siempre es así en Estados Unidos: los miembros del Congreso dominan el campo de juego. Examinan al compareciente desde arriba, para reflejar de una manera icónica que aquel es su territorio y no el del gobierno. Justo lo contrario que en el Parlamento español, donde los comparecientes ocupan el lugar de predominio, mientras diputados o senadores se sientan en la platea, como si estuvieran en el cine, mirando hacia arriba. Apenas se habló de los emails en aquella sesión. Ese escándalo serviría a los republicanos para dar otras batallas políticas.

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