Trump

Trump


5. La campaña » El debate, con ocho años de retraso

Página 132 de 157

EL DEBATE, CON OCHO AÑOS DE RETRASO

Tres semanas antes de la repentina resurrección de los emails había llegado el momento que Bill estaba esperando desde hacía mucho tiempo. De hecho, había llegado con ocho años de retraso. Hillary debería haber pisado el escenario de un debate presidencial en 2008 y no en 2016. Los dioses no habían sido justos con su esposa (ni con él, especialmente con él). Pero nunca se rindió. Nunca se rindieron. Siempre luchó. Siempre lucharon. El pack seguía intacto, a pesar de todo. Y, finalmente, lo había conseguido. Lo habían conseguido.

El expresidente y aspirante a esposo de presidenta hizo de maestro de ceremonias. Al pie del escenario del debate esperó con gentileza la llegada de Melania Trump, aspirante a primera dama. Él, traje azul, camisa blanca tirando a beige, corbata tonos pastel, pelo plateado por los años y los disgustos. Ella, hermoso vestido negro ajustado con enorme fidelidad a su anatomía de gimnasio, con cremallera a la espalda, hombros al viento y una esculpida melena rubia. La familia Clinton, Chelsea incluida, se sentó en los asientos de la izquierda, mirando hacia el escenario. La de Trump, a la derecha.

Delante, un plató de televisión enmoquetado en azul, con pantallas azules mostrando pasajes constitucionales, y fondo azul con el lema «La Unión y la Constitución para siempre» sobre una bandera americana y el águila del escudo nacional. Todo muy azul. En España no se hubiera permitido que el color representativo de un partido concreto predominara en el escenario. El azul es el color del Partido Demócrata. En Estados Unidos nadie pone pegas. Se considera que un detalle como ese no mueve un solo voto. En España estaríamos discutiendo sobre ese asunto durante días.

A la izquierda, el atril de Donald Trump. A la derecha, con menos altura, el de Hillary Clinton. Delante de los atriles, una mesa semicircular para el moderador, Lester Holt, presentador del informativo de la noche de la cadena NBC. Holt apareció sobre el escenario minutos antes de que se iniciara el debate. Saludó a los presentes en la sala, en especial a la esposa de Trump y al marido de Hillary, y comentó que se esperaba una audiencia de unos cien millones de espectadores. Pero se consoló recordando que allí, en la sala, solo estaban unos cuantos. No hay nada peor para un presentador de televisión que obsesionarse con los miles, cientos de miles o millones de personas que le pueden estar viendo. Y, de hecho, si los tuviera delante, a la vista, tendría muchas más dificultades para articular palabra. Siempre es mejor hablar a la cámara, o al operador de la cámara, como si fuera el único interlocutor. La tensión, el miedo escénico, es más soportable de esa manera.

Lester Holt es un periodista con muchos años de recorrido. Su salto a la Champions de la televisión americana se produjo por un hecho inesperado. Su antecesor como presentador de las noticias de la noche de la NBC, Brian Williams, fabuló a principios de 2015 sobre el riesgo que supuestamente había corrido tiempo atrás durante una cobertura informativa en Irak. Dijo que el helicóptero en el que iba había sido atacado. Aquel episodio bélico nunca se produjo. El helicóptero atacado fue otro. Cuando se descubrió la «exageración», Williams fue suspendido por la NBC durante seis meses. Le sustituyó provisionalmente Lester Holt. Pero al cabo de los seis meses, la NBC decidió mantener a Holt en el puesto. Veinte meses después estaba moderando el primer debate presidencial. Y con polémica.

Días antes del debate, un diario publicó la noticia de que Holt figuraba registrado como votante republicano (en Estados Unidos es necesario registrarse para tener derecho a votar). Y ese dato se conocía después de que Donald Trump hubiera descalificado al presentador de la NBC acusándole de ser demócrata. Quizá Trump se guio por la tradición americana de considerar que todos los periodistas son liberals (progresistas). Y, de hecho, alguna vez se han hecho investigaciones sobre en qué partidos están registrados como votantes periodistas de las redacciones más importantes, y cuesta encontrar a algún republicano. Pero Lester Holt, sí.

Es una situación muy habitual esta de que aquellos que tienen una ideología muy determinada acusen a los demás de tener la contraria solo porque no muestren la suficiente pasión por la otra. Y también es muy habitual que quienes son incapaces de tener una visión honesta y crítica de las cosas acusen a los demás de no ser ni honestos ni críticos, solo por no entregarse al hooliganismo político que nos rodea. Días antes del debate, Donald Trump había acusado a Holt de ser seguidor de los demócratas.

Haciendo abstracción de estas y otras polémicas de medio pelo, Lester Holt acudió a la cita con una carpeta llena de preguntas para los dos candidatos, pero dejando claro que aquel momento político-televisivo era de los dos aspirantes a la presidencia, y no del moderador. «Como pueden imaginar, este no es un trabajo fácil, de manera que les pido su ayuda: eviten los aplausos, los abucheos o cualquier tipo de reacción, para que mi labor sea más sencilla», dijo Holt. Pero, en cualquiera caso, reconoció su felicidad por haber sido el elegido para moderar aquel debate.

Después, tomó asiento y esperó la llegada de los dos aspirantes. Un técnico de sonido se acercó a su mesa y le explicó dónde estaba el volumen del auricular en el que recibía los mensajes del realizador. Holt agradeció las instrucciones y abrió su carpeta sobre la mesa. Sacó una libreta tamaño folio, con hojas amarillas con rayas y la colocó cerca de su mano derecha, para tomar notas si lo necesitaba. Bebió agua y dejó el vaso en una mesita baja situada a su izquierda, a resguardo de las cámaras. Hizo algunas pruebas de sonido con su micrófono y se preparó para el principal reto profesional de su vida.

Ir a la siguiente página

Report Page