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LOS BULOS

La culpa bien pudo ser de un bulo que surgió hace más de un siglo. Si el rumor infundado no se hubiera difundido entre los periodistas de Washington en 1913 es posible que Donald Trump no hubiera ganado la presidencia en 2016. Ni siquiera lo hubiera intentado. Solo quizá. Pero no hay nadie más sensible a un bulo que un periodista. Y no hay periodista más fatuo que un miembro del cuerpo de corresponsales de la Casa Blanca. Es la élite de la élite. Y esa élite creyó en 1913 la especie que circulaba de boca en boca de que el presidente Woodrow Wilson iba a encargar a un comité del Congreso la tarea de decidir qué periodistas tendrían acceso a las conferencias de prensa de la Casa Blanca. Intolerable.

Quizá fue culpa de William Wallace Price. Si él no hubiera creído en aquel bulo, es posible que Trump no hubiera sido presidente. William pasa por ser el primer periodista ocupado a tiempo completo en cubrir la Casa Blanca. Trabajaba para The Washington Star, el gran periódico de la ciudad que acabó devorado por una bancarrota en 1981. En los primeros años del siglo XX, William era quien más exclusivas conseguía, utilizando una táctica tan periodística como ser el único que esperaba a las puertas de la Casa Blanca, hiciera frío o calor, para hablar con quienes se habían reunido con el presidente. Cuentan que Theodore Roosevelt se apiadó de Price un día que se lo encontró empapado como una sopa a las puertas de la residencia presidencial, porque llevaba horas haciendo guardia informativa bajo la lluvia. A partir de ese día se le asignó una pequeña oficina para que pudiera trabajar dentro. Fue la primera sala de prensa de la Casa Blanca.

Quizá la presidencia de Trump sea culpa del bulo creído por William y por la consecuencia que tuvo: Price se negó a que hubiera límites al acceso a las comparecencias, y reunió a otros periodistas para crear la WHCA, la White House Correspondents’ Association (Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca), con el objetivo de actuar como contrapoder y defender el derecho a la información.

Quizá Trump llegó a ser presidente por culpa de la WHCA, que en 1920 tomó la decisión de halagarse a sí misma por su grandilocuente labor profesional, creando las Cenas de los Corresponsales de la Casa Blanca.

Quizá que Trump se lanzara a la carrera presidencial se deba a que en 1924 Calvin Coolidge aceptó por primera vez asistir a esa cena y creó la tradición de que los presidentes se reunieran con los periodistas para contarse chismes una vez al año en una reunión distendida.

Aunque la culpa podría ser más bien de Paul Wooten, corresponsal en la Casa Blanca de The New Orleans Times-Picayune y presidente de la Asociación, hombre no muy bien encarado, y que creyó llegada la hora de abrir la cena a personalidades de otros ámbitos, más allá de la política y el periodismo: las estrellas de Hollywood, de la música y, posteriormente, también de la televisión o empresarios conocidos. En su egolatría, los corresponsales se quisieron rodear de celebridades (como nosotros, debieron pensar), y aquel año de 1944 asistieron al evento Bob Hope, Gracie Fields y Elsie Janis. En años posteriores, también fueron invitados Frank Sinatra, James Cagney, Peter Sellers, Barbra Streisand, Duke Ellington, Ray Charles, Jay Leno y… Donald Trump.

Quizá la culpa de que Trump alcanzara la presidencia de los Estados Unidos fue de David Jackson, periodista del USA Today y presidente de la WHCA. Fue él quien invitó a Trump a la cena de la Asociación de Corresponsales en 2011, protagonizada por el presidente Barack Obama. O quizá la culpa fue de Obama, por ponerse estupendo, redicho y ofensivo con Trump. Pero quién no se pone así de vez en cuando… La propia WHCA tuvo a bien dar su recibimiento al nuevo presidente electo el 16 de noviembre de 2016, solo ocho días después de su victoria, con un comunicado en el que criticaban a Trump y a su equipo por haber salido de cena por Nueva York sin organizar un pool de periodistas que le siguiera. Esa es la tradición: un presidente, aunque sea electo, deja de inmediato de ser un particular, y a partir de entonces carece de momentos privados. En el mejor de los casos, puede disfrutar de algún momento íntimo. Pero todo lo demás es público, y todo se debe contar al público. «Es inaceptable que el próximo presidente de los Estados Unidos se traslade sin un pool que recoja sus movimientos e informe sobre su paradero (…). Es imprescindible que se permita a los periodistas hacer su trabajo», aseguraba la nota de protesta firmada por Jeff Mason, presidente de la Asociación y corresponsal de la agencia Reuters.

Resumiendo: si en 1913 nadie hubiera lanzado el bulo de que la Casa Blanca iba a limitar el acceso a las comparecencias del presidente, en 1914 no se hubiera creado la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca y, como consecuencia, nadie hubiera lanzado en 1920 la idea de organizar cada año una cena de corresponsales y, por tanto, al presidente Calvin Coolidge no se le habría presentado en 1924 la ocasión de dejarse invitar, estableciendo así un precedente seguido por los demás presidentes, ni los corresponsales hubieran tenido la ocasión de imaginar en 1944 que quizá fuera buena idea invitar también a estrellas de Hollywood, de la música y empresarios famosos, con lo que Trump nunca habría sido invitado en 2011 a una cena de corresponsales, y Obama habría tenido que dedicar su discurso a otra cosa. Aunque no hubiera sido necesario porque, si nada de lo anterior se hubiera producido, quizá nunca habrían existido ni la Asociación de Corresponsales, ni sus cenas, y aquel último sábado de abril de 2011 el presidente habría cenado en la Casa Blanca con su familia, y Donald Trump lo hubiera hecho con la suya en su lujoso y espacioso apartamento de la Trump Tower neoyorkina. Obama no habría podido humillar a Trump como lo hizo, y quizá Trump nunca hubiera sentido la pulsión irreprimible de lanzarse a la carrera por la presidencia, a modo de venganza.

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