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1. ¿De quién fue la culpa? » Papá Fred

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PAPÁ FRED

Fred ya no podía oír a su hijo. Frederick Christ Trump se había ido para siempre en junio de 1999. Mucho antes de su partida, allá por los años setenta, dejó «en préstamo» a su hijo (según versión interesada o real, nunca ha estado claro) un millón de dólares para que se pusiera en marcha como empresario. Lo hizo, y superó de largo a su padre, porque supo convertir su apellido en una marca de éxito, como Chanel, Mercedes o Coca-Cola. Además, evitó competir con Fred, que trabajaba sobre todo en los distritos neoyorkinos de Brooklyn y Queens, mientras Donald se centró en Manhattan: «Me quedé Manhattan para mí». En cuestiones inmobiliarias, eso era como pasar de la mitad al doble. O al triple. O al cuádruple. Aunque no está claro si la decisión de hacer negocios en Manhattan fue del propio Donald o una inteligente sugerencia de su padre. En cualquier caso, el propio Fred llegó a reconocer que logró «algunos de mis mejores negocios por mi hijo, Donald. Cada cosa que toca se convierte en oro». Robert Trump, su hermano, asegura que «Donald ha conseguido lo que tiene por sí mismo, aunque sí supo aprovechar la condición de hijo de Fred», por las puertas que eso le abría y los consejos que le daba. Fred era un hombre fiel en todo. Murió sin haber cambiado de secretaria durante cincuenta y nueve años. Se llamaba Amy Luerssen. Su esposa lo fue durante sesenta y un años, y ambos vivieron hasta su muerte en una casa de Queens construida en 1951.

El hijo de ambos, Donald Trump, el valladar antiinmigración de la campaña presidencial de 2016, era, en toda la extensión del término, un inmigrante de segunda generación por parte de madre, y de tercera generación por parte de padre.

Algo especial debe de tener la región alemana del Palatinado. Y algo muy especial debe de tener un pueblecito de poco más de mil habitantes llamado Kallstadt, no muy lejos de la frontera con Francia y Luxemburgo, y a una hora de coche de Frankfurt. Allí, en ese pueblo de iglesia con campanario y viñas en el campo, tienen sus raíces dos familias que hicieron fortuna en Estados Unidos: los Trump y los Heinz (propietarios de la famosa marca de tomate Ketchup).

Los Trump ya residían en Kallstadt en los primeros años del siglo XVII. Se tienen datos de la presencia allí de Hanns Drumpf, que al parecer se dedicaba a asuntos de leyes. El apellido de la familia derivó en Trumpf con el paso de las generaciones. Así aparece en el registro de inmigrantes llegados a Estados Unidos. La F final desapareció poco después.

Fue el abuelo Friedrich, nacido en 1869, quien puso sus pies en Estados Unidos. Con solo dieciséis años se fue de casa, y en el norte de Alemania embarcó con destino al nuevo mundo. Buscaba fortuna, como otros tantos emigrantes. Los biógrafos de la familia cuentan que Friedrich hizo de casi todo para ganarse la vida: desde buscar oro hasta cortar el pelo.

Lo hizo con buen ojo de negociante, porque vio llegar la avalancha de aventureros en busca del oro aparecido en Canadá y Alaska, y se dedicó a poner en marcha hoteles y restaurantes en las zonas cercanas a aquellas en las que se había desatado la fiebre por encontrar el vil (y muy valioso) metal. Aquellos locales no eran, precisamente, conocidos por su elevada defensa de la moral pública. Pero daban dinero. Los nietos de Friedrich niegan la versión de que los hoteles fueran, parcialmente, burdeles. Pero la historia ha tenido éxito, y se considera la más ajustada a la realidad.

En 1889 Friedrich se unió a un grupo de buscadores de oro y navegó con ellos por el río Yukón, en busca de nuevos yacimientos. Pero la travesía terminó con el barco encallado en una zona del Golfo de Alaska. Allí quedaron atrapados durante un mes, hasta el punto de temer por sus vidas, porque los víveres que llevaban a bordo no les permitían alimentarse durante mucho más tiempo. Si Friedrich y sus compañeros no hubieran sido encontrados por otro barco, la dinastía de los Trump hubiera terminado allí.

Friedrich comenzó entonces a hacerse llamar Frederick, para mezclarse mejor con el paisaje. Pero cuando el oro empezó a escasear y los buscadores decidieron buscar fortuna en otros lugares, el emigrante alemán decidió volver a casa. En Kallstadt estuvo el tiempo suficiente para casarse y volver a embarcar hacia Nueva York, donde se estableció durante otra temporada. No mucho. Su mujer estaba embarazada y quería regresar a su país. De nuevo, lo hicieron. Y si hubieran podido quedarse en Alemania, como deseaban, quizá Donald Trump no habría nacido, porque su padre, Fred, habría venido al mundo en Europa y nunca hubiera conocido a su esposa escocesa en Nueva York.

Pero la estancia en Alemania de nuevo duró poco tiempo, aunque esta vez no fue corta por voluntad propia. Las autoridades alemanas no reconocieron por más tiempo la nacionalidad alemana de Friedrich-Frederick. Le acusaban de haber huido del país para no hacer el servicio militar y la pena por ese delito era perder la ciudadanía. De manera que fue expulsado del país. Aun así intentaron volver a Alemania alguna vez más, sin éxito. Los Trump se establecieron en Estados Unidos de forma definitiva.

Y allí nació Frederick Christ Trump, el padre de Donald, el 11 de octubre de 1905. Se crio, con sus dos hermanos, en un barrio de clase media llamado Woodhaven, en el distrito neoyorkino de Queens, donde vivían otros emigrantes alemanes. La añoranza de su país seguía viva.

Eran tiempos de novedades tecnológicas que cambiarían el mundo. Justo en aquel año de 1905, la llegada de la electricidad hizo que se pusieran en marcha los primeros tranvías sin caballos en el barrio donde vivían.

Con solo trece años de edad, Fred vio morir a su padre cuando paseaba con él junto a varias tiendas regentadas por alemanes en la Avenida de Jamaica, no muy lejos de donde hoy está el aeropuerto JFK. Y con catorce años empezó a trabajar cuando salía de la escuela. Fue su primer contacto directo con el negocio inmobiliario: ayudar en el transporte de madera con caballos para las obras de construcción.

En 1920, con quince años, Fred Trump empezó su carrera como empresario. Lo hizo de la mano de su madre, Elisabeth. Ambos eran los responsables de la compañía Elisabeth Trump & Son, dedicada al desarrollo de proyectos inmobiliarios. Era ella, la madre, quien podía firmar legalmente todas las decisiones, porque Fred era menor de edad. Pero el joven Fred había nacido con una evidente capacidad de iniciativa, y con dieciocho años ya había construido su primera casa. A partir de ese momento, el negocio prosperó y se expandió: construyó más casas y mercados en Queens, y viviendas militares en Pennsylvania y en Virginia.

Mientras construía, Fred tuvo tiempo también para verse involucrado en un extraño suceso ocurrido en 1927, cuando se enfrentaron partidarios del dictador fascista italiano Benito Mussolini y miembros del racista Ku Klux Klan. El choque de estos dos grupos, a cual más peligroso para la humanidad, terminó con la detención de varias personas, una de las cuales se llamaba Fred Trump. Según testimonios de la época, vestía el atuendo típico del Klan. Trump lo negó siempre, explicando que aquel era el tradicional Memorial Day, en el que se celebran desfiles por la ciudad, y él participaba en uno de ellos. Nada que ver, aseguró, con la pelea entre fascistas y racistas. Casi noventa años después, Donald Trump sigue defendiendo a su padre cuando se le pregunta por aquel episodio.

Llegaron los años treinta del siglo XX, periodo de entreguerras. Y luego empezó la Segunda Guerra Mundial. De repente, ser de ascendencia alemana se había convertido en algo incómodo si se pretendía vivir en Estados Unidos. Por entonces, la compañía de los Trump construía casas en el barrio de Brooklyn, donde hay una importante comunidad judía, y en ese periodo podía resultar difícil para un alemán vender cualquier cosa a un judío. Fred intentó resolver ese problema reescribiendo la historia de su familia. Desde entonces dejó de ser hijo de emigrantes alemanes para convertirse en hijo de emigrantes suecos.

Buscó un buen mapa de Suecia hasta encontrar una ciudad con un nombre muy parecido a aquella alemana en la que nacieron sus padres: la alemana es Kallstadt, y la sueca se llama Karlstad, en un frío lugar a la orilla del lago Vänern. Y, a pesar del frío, es conocida por ser una de las zonas más soleadas de Suecia.

Con la nueva y falsa identidad sueca, Fred Trump amplió su negocio inmobiliario consiguiendo contratos con la Administración que, debido a unas discrepancias por los costes de las obras, terminaron por llevarle en los años cincuenta a ser investigado por un comité especial del Congreso. Se le acusaba de poner precios por encima del coste real de la obra y quedarse con el dinero que sobraba.

Para entonces, hacía ya dos décadas que Fred se había casado con Mary Ann Macleod, una bella joven siete años menor que él y nacida en una inhóspita isla llamada Lewis y Harris. Está situada en el extremo norte de Escocia y mirando hacia Islandia en la distancia. De hecho, está más cerca de Reikiavik que de Londres. Es uno de esos lugares en los que cuando no llueve es porque está diluviando. Alguno de sus habitantes de más edad recuerda haber visto el sol, pero no consigue poner fecha al evento. Los meteorólogos discrepan de esta mala fama, y aseguran que en el mes de mayo el cielo es soleado y limpio, mucho más que en Glasgow o Edimburgo… donde también organizan festejos cuando un día amanece menos nublado.

Mary Ann sería la madre de Donald, y era hija, nieta, bisnieta, y así hacia atrás hasta la Edad Media, de los miembros del famoso clan familiar de los Macleod, de gran tradición en Escocia. Aún hoy persiste una asociación que reúne a todos aquellos que directa o indirectamente están relacionados con este clan, vivan en el Reino Unido o en cualquiera de los países hacia los que emigraron algunos miembros de esta extensa familia: Alemania, Canadá, Australia, Sudáfrica, Francia, Nueva Zelanda o Estados Unidos. Periódicamente se reúnen todos los miembros del clan en alguno de los castillos escoceses relacionados con la familia Macleod.

Pero Mary Ann no estaba en aquella época en condiciones de presumir de su árbol genealógico. El día en el que salió de la isla de Lewis y Harris lo hizo con apenas diecisiete años y sumida en una dura situación muy cercana a la pobreza absoluta. Se trasladó a Glasgow y desde allí emprendió la primera gran aventura de su vida: emigrar a Estados Unidos. Era el año 1930. Cuando llegó al puerto de Nueva York acababa de cumplir dieciocho años. Se presentó allí como aspirante a residir de forma permanente en el país, y se puso a servir como empleada de hogar. Doce años después, Mary Ann Macleod conseguía la nacionalidad americana. Por entonces, ya llevaba seis años casada con Fred Trump, su nivel de vida había mejorado muy sustancialmente y habían nacido tres de los cinco hijos que llegaría a tener: Maryanne, Fred Jr. y Elisabeth.

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