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1. ¿De quién fue la culpa? » Marla y el guardaespaldas

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MARLA Y EL GUARDAESPALDAS

Una mañana de abril de 1996, los tabloides lanzaron a los quioscos una historia que cambiaría el relato de las vidas de Donald y Marla. Eran las cuatro de la madrugada en una playa de Florida, a pocos kilómetros de la mansión de Mar-a-Lago (de Marla Lago). Un policía vio a dos personas y se acercó, extrañado por ver a alguien en ese lugar a deshoras. Estaban «retozando», según se filtró. Eran Marla y su guardaespaldas. El policía asegura que Marla intentó convencerle (sobornarle) para que no dijera nada o, en su caso, para que no diera su nombre. Luego negó que estuviera retozando con aquel joven. Pero para entonces, Donald ya había cogido su avión privado para viajar a Florida y hacerse cargo del caso. El hecho de que la historia hubiese sido contada por el National Inquirer podía restar verosimilitud al relato. De hecho, la supuesta noticia aparecía junto con otras que hacían referencia a hechos tan creíbles como avistamientos de Elvis Presley vivo, y al encuentro de varios marcianos en alguna esquina de Estados Unidos. Pero las mentiras (si es que la peripecia de la playa en plena madrugada era mentira) se expanden rápido, como bien supo aprovechar Trump años después, para ganar la Casa Blanca.

En medio de este proceso, en junio de 1999 murió Fred Trump, el padre de Donald. Tenía noventa y tres años. El negocio de los Trump, que de hecho ya estaba en manos de Donald, pasó a ser suyo de pleno derecho. Fred había sufrido la enfermedad de Alzheimer durante varios años, aunque su muerte se produjo por una neumonía. Su nombre seguía figurando como presidente de la compañía. Marla dice que Donald vivía obsesionado con un objetivo: «Llegar más lejos de lo que había llegado su padre, para que su padre se sintiera orgulloso de él». Un año después, en agosto de 2000, murió Mary Ann Macleod, su madre. Tenía 88 años.

Donald y Marla se divorciaron en mayo de 1999. Marla se trasladó a vivir a California con su hija Tiffany. Por el camino habían quedado algunos desencuentros matrimoniales que desgastaron la relación al cabo de los años, como cuando Marla se burlaba en público del sobrepeso del marido, y de sus supuestamente escasas capacidades sexuales. Pero tras el divorcio, y siguiendo fielmente el acuerdo de guardar silencio por contrato, Marla habló bien de su ex, asegurando que siempre le querría. Eso duró un tiempo. No mucho.

Porque en el año 2000, Donald Trump hizo un primer amago de lanzarse a la carrera por la presidencia de los Estados Unidos. Quiso presentarse por el llamado Partido de la Reforma, una formación política menor, en comparación con las dos grandes: el Partido Republicano y el Demócrata. Cuando arreciaron los rumores, Marla se dejó querer por los medios, se puso enfática y le dio un ataque repentino de patriotismo: «Creo que es mi obligación para con el pueblo americano decir cómo es Donald de verdad. Porque no puedo imaginar que le vayan a elegir. Su droga es que le presten atención. Todo lo que hace es por su propio ego». Trump lanzó entonces una advertencia a su ex a través de su cadena amiga, Fox News: «Lo mejor para Tiffany es que su madre no hable. ¿Por qué voy a seguir pagando a alguien que viola los acuerdos?». Eso fue lo mismo que dijo después ante un juez, asegurando que estaba dispuesto a dejar de abonar el millón y medio de dólares que le correspondía por pensión alimenticia. El juez le prohibió dejar de pagar.

Episodios similares se repitieron en años posteriores. Trump puso en marcha su programa de televisión El aprendiz, casi al mismo tiempo que Marla empezaba a protagonizar otro show televisivo titulado El club de la exesposas. Consistía este programa, de nombre tan sugerente, en que mujeres famosas por haber tenido maridos famosos contaran cómo rehicieron su vida después de divorciarse. Trump consideró que aquello suponía una nueva ruptura del acuerdo de confidencialidad firmado cuando se divorciaron, y así se lo dijo al periodista de la CNN Larry King, junto con una amenaza velada a su ex: «Marla no tiene la autorización para estar en ese programa porque en su día firmamos un acuerdo. No puede hablar sobre mí. De manera que si lo hace, espero que sea para decir que soy una persona magnífica».

En 2016, con Donald Trump metido de lleno en su campaña por la presidencia, Marla supo sacar partido de su condición de ex, la única que le había permitido mantener un alto nivel de vida. Aceptó la tentadora oferta de recibir veinte millones de dólares (eso se publicó, aunque cueste creerlo) por participar en el programa Dancing With the Stars, el equivalente al español Mira quién baila. Fue eliminada del concurso en abril, «lo que me rompió el corazón», aseguró. Por entonces seguía diciendo que amaba a Trump, aunque Donald apenas se había ocupado de cuidar a la hija de ambos. Fue Marla quien la crio en California, casi en solitario. Después, en 2013, se mudó a Nueva York, y vendió su casa por más de dos millones de dólares, obteniendo un beneficio de 850 000. Marla no desperdició la ocasión de hacerse presente en la Convención Republicana que nominó a Trump como candidato en julio de 2016. Su hija Tiffany iba a hablar ante el mundo. Cualquier aparición en los medios suele tener efectos crematísticos inmediatos.

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