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1. ¿De quién fue la culpa? » Y apareció Melania

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Y APARECIÓ MELANIA

Cuando Donald rompió con Marla, y mientras se sucedían las negociaciones para el divorcio, Trump empezó a frecuentar a una bella joven noruega llamada Celina Midelfart, heredera de una empresa familiar de cosméticos. Un día de septiembre de 1998, Trump acudió con Celina a una fiesta en el Kit Kat Club de Nueva York, organizada por Paolo Zampolli, propietario de una agencia de modelos. Trump, que nunca tuvo como característica principal la timidez, se acercó sin recato a Melania Knauss, una hermosa modelo eslovena que trabajaba para Zampolli, y le pidió su teléfono. Melania no se lo dio, al ver que Trump estaba allí con otra mujer. Donald insistió después, y algún éxito debió de tener, a la vista de lo que ocurrió con el paso de los meses.

Melania nació en la localidad eslovena de Novo Mesto en 1970, cuando ese territorio era todavía parte de la Yugoslavia comunista de Tito. ¿Quién hubiera apostado a que llegaría a ser primera dama de los Estados Unidos una mujer nacida en un país comunista? Como tal, Melania tuvo una educación marxista, aunque eso no le impidió empezar su carrera como modelo a los dieciséis años. Poco después consiguió su primer contrato internacional en Milán y después en París, lo que le permitió salir a menudo de su país hacia Occidente, y le impidió continuar sus estudios en la Universidad de Ljubliana, aunque salió de allí hablando cuatro idiomas, además de su lengua natal: inglés, francés, alemán e italiano. Años después, ya en Estados Unidos, se supo que tenía un hermanastro. Su padre había tenido un hijo antes de casarse con su madre. Ella lo negó al principio. Después lo reconoció. El hermanastro vive en Eslovenia.

En 1996, el agente Paolo Zampolli se la llevó a Nueva York. Melania tuvo que negociar durante meses varios tipos de visados para entrar, permanecer y trabajar en Estados Unidos. Sufrió los duros requisitos que se exigen a los extranjeros, y que su marido prometió en campaña endurecer aún más. Pero le fue muy bien. Apareció en la portada de muchas revistas, incluida la tan deseada de Sports Illustrated dedicada a los bikinis.

También posó desnuda. Lo hizo en varias ocasiones y para diversas publicaciones. Al menos una vez apareció, incluso, en actitud muy cariñosa con otra modelo. Ambas, sin ropa. El New York Post las recuperó en su portada años después, bajo el título «Menage a Trump». En otra sesión, Melania se desvistió para la cámara a bordo del avión de Trump. «Estoy muy orgulloso de esas fotografías, porque son una celebración de la belleza de Melania», dijo Trump cuando le preguntaron por las imágenes.

Melania tuvo incluso que luchar en los tribunales. Lo hizo contra un bloguero del periódico británico Daily Mail llamado Webster Griffin Tarpley, que publicó la supuesta noticia de que la esposa de Trump se había dedicado durante un tiempo a la prostitución de lujo, en los años noventa. El diario retiró el artículo de su web y publicó después una nota en la que aseguraba que no era su intención decir que todo lo que se contaba en el texto fuera cierto, ni tampoco dar por seguro que la señora Trump se hubiera dedicado «al negocio del sexo». Hay escritos de disculpa que son más dañinos que aquel que provocó la disculpa.

En 2001, Melania consiguió la tarjeta verde (green card), el documento que le permitía por fin residir legalmente en Estados Unidos. Y en 2006 se nacionalizó. Para no desmentir a su marido, Melania explicó años después en una entrevista en Harper’s Bazaar que «ella nunca estuvo en Estados Unidos sin papeles, porque hay que cumplir las leyes».

La relación de Donald con Melania tuvo los mismos altibajos que las anteriores relaciones de Trump. Un ir y venir. Sí y no. Te veo y te dejo de ver. Te llamo y te dejo de llamar. En 2004, durante una gala de moda, Trump propuso a Melania que se fuera a vivir con él a la Trump Tower, y Melania aceptó, dejando atrás un apartamento que ocupaba en Unión Square. Para entonces, Trump ya había explicado en un programa de radio algunos detalles que le gustaban de Melania: «Tenemos un sexo increíble, y ella no tiene celulitis». La ausencia de celulitis no se aprende. Lo demás —las prácticas a las que se refería Donald— quizá lo aprendió con Trump, porque no se han publicado demasiados datos sobre relaciones previas de Melania con otros hombres.

Melania, sin rastro de la temida celulitis, contrajo matrimonio con Donald Trump el sábado 22 de enero de 2005. Fue justo ese año cuando un micrófono abierto grabó sus famosas palabras diciendo que podía hacer lo que quisiera con las mujeres…

La novia tenía treinta y cuatro años. El novio, cincuenta y ocho. Ivanka, de veinticuatro años, hija mayor de Donald, participó activamente en la ceremonia religiosa celebrada en la iglesia episcopal de Palm Beach, en Florida. La fiesta posterior tuvo como escenario Mar-a-Lago. La revista People dio cuenta del vestido de la novia, diseñado por John Galiano y valorado en unos 200 000 dólares. Hubo que «coser a mano más de 1500 cristales de diamantes de imitación». «Creo que este matrimonio será un éxito», declaró Trump días antes de casarse por tercera vez. Y se mostró dispuesto a tener más hijos (ya por entonces era padre de cuatro, fruto de dos matrimonios). Los hijos nunca fueron un problema para él, más allá del coste económico de mantenerlos. Como ya había explicado alguna vez en público, «yo no hago nada por ocuparme de mis hijos. Yo pongo el dinero y mi mujer se ocupa de ellos. Yo no voy con los niños a pasear por Central Park».

La lista de invitados a la boda (unos cuatrocientos cincuenta en total) era epatante. Había estrellas de la televisión como Barbara Walters, Matt Lauer o Katie Kuric. Había modelos como Heidi Klum. Había políticos, como Rudolph Giuliani, exalcalde de Nueva York y estrecho colaborador de Trump años después en su campaña presidencial y en su gobierno. Los músicos Billy Joel, Tony Bennett y Paul Anka amenizaron la velada. Y, sí: allí estaban los Clinton. Para precisar, Hillary asistió a la boda completa: estuvo en primera fila en la iglesia y después en el banquete. Bill solo asistió al banquete.

Las dos parejas se fotografiaron sonrientes, en un retrato que entonces parecía inocente, pero que hoy es historia de los Estados Unidos y del mundo. Melania lucía una larga melena moderadamente castaña y recogida, como si fuera un ornamento rococó, por encima de la nuca. Su traje de novia, estilo «palabra de honor», se había diseñado de tal forma que permitiera el lucimiento sin rebaja de su escote, y de un hermoso y (posiblemente) carísimo collar a juego con las pulseras que irradiaban luz desde sus dos muñecas. El rostro de Donald mostraba una amabilidad difícil de encontrar en 2016, cuando ya se había convertido en una máquina trituradora. A su izquierda tenía a Hillary (¿quién se lo iba a decir a ellos entonces? Y a nosotros…), vestido pistacho, con una sonrisa que abarcaba toda su cara, mientras le miraba con arrobo. El colosal brazo de Donald agarraba por la espalda a su amiga Hillary, que, a su vez, se sujetaba por la derecha a Trump y por la izquierda a su marido Bill, que reía la gracia de Donald al lado de Melania. Juntos, unidos, felices, friends for life or just business.

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