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1. ¿De quién fue la culpa? » Cuando Trump soñó con ser presidente

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CUANDO TRUMP SOÑÓ CON SER PRESIDENTE

Según testimonio del propio Trump, era habitual que muchos neoyorkinos con los que se encontraba le animaran a presentar su candidatura para ser alcalde de la ciudad o gobernador del estado. Pero nunca se tomó en serio esos cargos menores. Hay que pensar a lo grande. Si entramos en política, que sea por lo más alto.

En 1988, con sus empresas y su vida privada metidas en serios problemas, Trump pensó que una candidatura a la presidencia podía evitar su caída en el pozo. Hizo un amago de presentarse a las primarias por el Partido Republicano, pero se lo pensó una segunda vez y renunció.

Más seria fue su intentona para las elecciones del año 2000, que finalmente ganaría George Bush después de un mes de batalla judicial frente a Al Gore por el recuento de votos de Florida. Esta vez, Trump pensó que las primarias republicanas iban a ser un territorio espinoso, y miró hacia uno de esos fantasmagóricos terceros partidos: el Partido de la Reforma. Años antes, en 1992, el empresario Ross Perot había luchado por la presidencia desde el Reform Party. No ganó, pero consiguió un número de votos muy destacable que, además, condicionó el resultado de las elecciones: ganó Bill Clinton gracias, entre otras cosas, a que el voto del centro derecha se dividió entre Perot y George Bush padre.

El Reform Party había entrado desde entonces en un periodo de decadencia, salvo por un caso excepcional. En 1999, su candidato había ganado las elecciones a gobernador del estado de Minnesota. El puesto lo obtuvo Jesse Ventura, un veterano de Vietnam que se había convertido en una estrella de la lucha libre americana. Su popularidad le impulsó hasta el cargo. Luego cambió de partido. Pero en aquel 1999 trató de convencer a Trump para que se presentara a la presidencia. Lo hizo durante un espectáculo de lucha organizado en Atlantic City. Al mismo tiempo, también anunció su candidatura a la nominación un conocido republicano extremadamente conservador: Pat Buchanan. Durante su batalla en las primarias, Trump llegó a acusar a Buchanan de filonazi, algo que no estaba del todo lejos de la realidad.

Trump se quería convencer a sí mismo de que si Bill Clinton había sido presidente, él también podía serlo. Y lo explicó, junto con su filosofía política, en un libro titulado La América que merecemos. Buena parte del Donald Trump que se vio en la campaña de 2016 está en ese libro publicado en 2000.

En aquellos días, Trump ya criticaba al establishment político por no decir la verdad a la gente, temeroso de perder votos si lo hacía, y se comprometía a ser presidente durante un solo mandato de cuatro años (este compromiso no lo hizo en la campaña de 2016). Ya hablaba entonces de reformar el sistema educativo, bajar impuestos, frenar la inmigración ilegal…

Mostraba su admiración por algunos personajes que delimitan su pensamiento, como Rudolph Giuliani, Ronald Reagan o George Bush padre. Pero también por quien luego sería su rival en las primarias republicanas, Jeb Bush, y por quien sería su contrincante en las presidenciales, Hillary Clinton. Quería que su candidata a la vicepresidencia fuese una mujer de raza negra: la popular presentadora de televisión Oprah Winfrey. «Es muy especial —dijo de ella—. Es fantástica, popular, brillante: es una mujer maravillosa». Un portavoz de Oprah se limitó a decir que «en este momento, Oprah no está en ninguna carrera por la vicepresidencia».

Trump puso en marcha el llamado comité exploratorio, que es lo que hacen todos aquellos que tienen decidido competir por el cargo. Se movió por algunos estados apareciendo en actos públicos, y se dejó entrevistar para empezar a calentar su candidatura. Realmente, parecía que estaba explorando cuán lejos podían llegar sus opciones de ganar presentándose por un tercer partido, y siendo un outsider.

El 7 de octubre de 1999 Trump anunció su deseo de intentarlo. Se lo dijo a Larry King en la CNN. Se mostró convencido de que podía ganar, explicó algunos de sus conceptos políticos, se declaró muy conservador en algunas cosas y muy progresista en otras. Por ejemplo, dijo ser partidario de la sanidad pública universal. Anunció que si se presentaba se casaría con su entonces novia Melania, para que fuera la primera dama.

Aquel anuncio televisivo fue generalmente analizado como uno más de los procesos de propaganda que Trump hacía periódicamente. Eso mismo pensaron también en 2016. Buchanan le acusó veladamente de querer comprar la nominación con su dinero. «Quizá sea demasiado honesto para ser político», dijo Trump de sí mismo. Para entonces, el partido al que se acababa de afiliar Trump había entrado en proceso de cocción. Sus dirigentes se enfrentaban con acusaciones cruzadas. Y en febrero de 2000, Trump anunció que abandonaba su intento. La situación del partido no ayuda, explicó. Consideraba que allí había desde nazis hasta comunistas, y que así era imposible dirigir una campaña en condiciones de ganar.

Se fue, pero dejó algunas pinceladas de lo que sería su segundo intento serio años después. Aseguró que el país ya estaba preparado para que un hombre de negocios alejado del establishment fuera su presidente, y prometió ser directo al dar sus opiniones. En medio de aquel amago de candidatura, Trump había roto con Melania. Después del amago recuperó la relación. Nadie puede saber si iba en serio en sus intenciones políticas, o si se trataba de otra operación de marketing, o ambas cosas a la vez.

En 1988 se llegó a rumorear que el vicepresidente Bush (padre) podría presentarse a la presidencia con Trump como su candidato a vicepresidente. No ocurrió. Tampoco ocurrió que Trump se presentara a la presidencia en las elecciones de 2004, ni en las de 2012, como se rumoreó que pretendía hacer. Ni se presentó a las elecciones a gobernador del estado de Nueva York en 2006 ni en 2014, cuando se aseguró que estaba a punto de anunciarlo. Pudo hacer cualquier de esas cosas, pero no hizo ninguna.

El nombre de Trump siempre era tenido en cuenta cuando los institutos de opinión realizaban algún sondeo. Preguntaban por él a los votantes, y los votantes solían colocarle en una buena posición de salida, al menos virtualmente. No estaba en política, pero no perdía ocasión de hablar de política y de meterse con los políticos en activo, especialmente con el presidente Obama, a quien dijo que hubiera vencido de haberse presentado contra él en 2012.

En diciembre de 2016, el entonces presidente electo Donald Trump llamó por teléfono al presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy. Era uno más de los muchos contactos que en esos días estaba estableciendo con mandatarios internacionales, antes de su toma de posesión un mes después. Entre otras cosas, Trump le contó que había estado en España dos años antes. Fue en junio de 2014, para participar en un evento organizado por la compañía ACN, luego cuestionada en algunos ámbitos por ser una empresa que utilizaba, supuestamente, el famoso sistema piramidal, que tantos disgustos ha provocado a tanta gente. Trump estuvo treinta horas en Barcelona. Dio su charla y se llevó, dicen, unos 450 000 euros. Curiosamente, ACN emitió una nota tras la victoria electoral de Trump, en la que trataba de apartarse de su excolaborador: «Las opiniones personales o políticas del señor Trump no reflejan necesariamente aquellas de ACN o sus directivos». Allí, en Barcelona, ante varios miles de personas en el Palau Sant Jordi, Donald Trump dijo que iba a ser el presidente de los Estados Unidos y, medio en serio medio en broma, pidió el voto de los asistentes. Unos meses después, en febrero de 2015, se produjo el primer indicio de que el magnate más popular de América podía estar dándole vueltas a su cabeza. Esta vez, en serio. Decidió abandonar su programa de televisión El aprendiz, que venía presentando desde hacía más de una década.

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