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2. Trump y los Clinton » Nadie pensó que Trump llegaría tan lejos

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NADIE PENSÓ QUE TRUMP LLEGARÍA TAN LEJOS

Nadie, empezando por los propios medios de comunicación, creyó entonces que Trump tuviera alguna posibilidad de ganar a sus rivales republicanos, y mucho menos las elecciones a la presidencia. Pero trituró sin piedad a los demás precandidatos de su partido, hasta ser tomado en serio por quienes le habían ninguneado. Su estrategia de decir cosas que pocas veces coinciden con la realidad le resultó muy exitosa. Como cuenta Mark Singer en su libro, el observatorio Politifact.com, que se dedica a mortificar a los políticos verificando los datos que dan, decidió que la mentira del año 2015 era una de Donald Trump.

Aseguraba el magnate haber visto después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 a «miles y miles de personas» celebrar en Jersey, cerca de Nueva York, la caída de las Torres Gemelas. Trump lo decía porque en esa zona vive una numerosa comunidad musulmana de origen árabe. Varios medios buscaron pruebas de aquellas celebraciones sin encontrar ni una sola pista. Pero a Trump no le importó. Cuando un día le preguntaron por ello, él insistió en que lo había visto por televisión. Sus seguidores le creyeron (y si no le creyeron, no les importó el embuste). De hecho, hay muchos americanos que siguen creyendo que el Sol da vueltas alrededor de la Tierra (muchos no americanos comparten esa corriente de pensamiento), y los hay que quieren ilegalizar la teoría de la evolución, porque consideran que supone cuestionar la existencia del Creador. La verdad y Trump suelen llevar caminos divergentes. Pero no le ha ido tan mal con ese estilo, ni aunque el presidente Obama se empeñara en convertirle en el bufón de la cena de corresponsales de 2011. Para nada porque, en realidad, el efecto de aquella afrenta a Trump duró en la memoria de los americanos poco más de veinticuatro horas.

Mientras en Washington periodistas, famosos, políticos y Donald Trump trataban a la vez de masticar la cena y de reírse de los chistes, en una base americana en Afganistán ya se había puesto en marcha la Operación Lanza de Neptuno para capturar o, más concretamente, matar a Osama Bin Laden. De hecho, a esa misma hora, Barack Obama reía a carcajadas por un chiste del humorista Seth Meyers sobre Bin Laden. Y Obama ya sabía en ese momento que la caída del jefe de Al Qaeda podía ser cuestión de pocas horas. Pero lo disimuló bien.

La operación fue realizada, bajo la supervisión de la CIA, por un amplio grupo de soldados entrenados en misiones especiales: los famosos Navy SEAL. Ellos, y un perro llamado Cairo, adiestrado para encontrar habitaciones ocultas y para escuchar antes que los humanos la llegada de individuos que pudieran resultar un peligro. Se utilizaron helicópteros militares Black Hawk y Chinook, que despegaron desde la base afgana de Jalalabad, a noventa minutos de vuelo del objetivo: la casa en la que se ocultaba Bin Laden, en la ciudad pakistaní de Abbottabad.

En el sótano del Ala Oeste de la Casa Blanca hay una sala de conferencias que lleva el nombre de John F. Kennedy, aunque se la conoce como la Situation Room. Literalmente, sería la sala de situación. En realidad es el bunker en el que se reúne el presidente en situaciones de crisis militar que afecten a la seguridad del país. Solo suelen entrar en esa sala el presidente, algunos de sus secretarios (ministros, en terminología europea), su asesor de seguridad nacional, su asesor de seguridad interior y el jefe del Gabinete de la Casa Blanca (que pasa por ser el segundo hombre con más poder real del país, aunque no todo el mundo sepa siquiera cómo se llama).

La Situation Room dispone de los mejores equipos de comunicaciones secretas, y en la actualidad tiene varias salas aledañas más pequeñas. Fue construida en tiempos de Kennedy, cuando se comprobó que el presidente no disponía de información en tiempo real de lo que había ocurrido en la fallida invasión de Bahía de Cochinos, en Cuba, en 1961. Siempre hay alguien trabajando en esa sala para poder informar de inmediato al presidente de cualquier novedad importante.

El 1 de mayo de 2011 a las 04.06 horas de la tarde, hora de Washington, el fotógrafo oficial de la Casa Blanca, Pete Souza, inmortalizó para la historia un momento clave para la presidencia de Barack Obama, para el mandato de Hillary Clinton como secretaria de Estado, para Estados Unidos y para el mundo. En una de las pequeñas salas que componen la Situation Room se habían reunido al menos catorce personas. Al final de la mesa, y ocupando la silla central, estaba el general Brad Webb, de la Fuerza Aérea, vestido de uniforme. Era el encargado de controlar en la distancia el vuelo de las aeronaves hacia la casa de Bin Laden. A su derecha, y unos centímetros más atrás, aparece en la foto el presidente Obama, sin apoyarse en el respaldo, y con gesto de extrema preocupación, mientras mira fijamente a las pantallas que tiene delante. No lleva corbata. En lugar de chaqueta tiene puesta una cazadora. Se ha comentado mucho el hecho de que Obama optara por no sentarse en la silla principal, sino en una lateral más pequeña, ocupando un espacio secundario y discreto. Delante de él, a la izquierda de la imagen, en mangas de camisa, está el vicepresidente Joe Biden. Detrás de todos ellos y de pie está Mike Mullen, el almirante jefe del Estado Mayor. Va vestido de civil: camisa y corbata. A su lado, Thomas Donilon, asesor en Seguridad Nacional. A su izquierda, William Daley, jefe del Gabinete de la Casa Blanca. Sentado delante de él está Denis McDonough, viceasesor de Seguridad Nacional. Detrás, con dificultades para aparecer en la foto, se ve a Tony Blinken, viceasesor de Seguridad Nacional del vicepresidente, y a Audrey Tomason, directora de la Sección Contraterrorista del Consejo de Seguridad Nacional, hasta ese día una perfecta desconocida. A la derecha de la imagen se apelotonan John Brennan, asesor del presidente para Seguridad Interior, y James Clapper, el director de Inteligencia Nacional. Estos últimos están de pie. Sentados, se ve a Robert Gates, secretario de Defensa (que Obama heredó de Bush, por decisión propia), y a Hillary Clinton, la secretaria de Estado.

El secreto mejor guardado es la identidad del decimocuarto asistente a la reunión. En la foto solo se ve de él un brazo dentro de la manga de una chaqueta oscura y su corbata de color claro. Se ha dicho que es el analista de la CIA que se atrevió un año antes a poner por escrito que tenían una pista creíble para encontrar a Bin Laden. A esa decimocuarta persona se le ha dado en llamar John.

La fotografía de Pete Souza ya es parte de la historia. Lo es por el momento en el que se hizo y por el gesto de cada uno de sus protagonistas. El más comentado fue el de Hillary Clinton, que se tapa la boca con una mano, en una expresión que aparenta terror ante lo que estaban viendo. Aquella reunión para seguir el desarrollo de la operación duró unos cuarenta minutos. Souza asegura haber hecho unas cien fotografías. ¿Por qué solo se publicó aquella en la que Clinton parece estar aterrorizada? Según dijo después el presidente Obama, esa foto concreta debió de ser tomada justo cuando se supo que uno de los helicópteros utilizados por los Navy Seals se había estrellado al aterrizar junto a la casa de Bin Laden, y aún no se sabía qué suerte habían corrido los soldados que iban dentro. «Fueron los treinta y ocho minutos más intensos de mi vida», aseguró la secretaria de Estado; la misma mujer que había vivido años atrás, y en esa misma residencia oficial, la intensa dureza emocional de los meses que duró el escándalo Lewinsky. Otros asistentes dicen que aquellos minutos se hicieron muy largos, porque la tensión era enorme. Pero Hillary aseguró que su mano estaba en la boca no por el miedo que pudiera estar pasando, sino por una alergia primaveral que le provocaba tos, y que ella ni siquiera se enteró de que les estaban haciendo fotos.

Pero ¿qué estaban viendo? Nunca quedó del todo claro. Según algunas versiones, disponían de la señal de vídeo que emitía un dron que sobrevolaba la casa de Bin Laden, con lo que habrían visto la operación desde el exterior, y no lo que ocurría dentro de la casa. Otras versiones aseguran que la imagen disponible en la Casa Blanca era la de una cámara que alguno de los soldados llevaba en su casco, y que sí pudieron ver en directo el momento en el que dispararon y mataron a Bin Laden. Hillary Clinton desmintió esa teoría, diciendo que no pudieron ver ni oír nada una vez que los soldados entraron en la casa, y que la espera se hizo muy larga hasta saber lo que había pasado dentro.

La fotografía se convirtió, con el tiempo, en un icono del poder en Estados Unidos. Por primera vez, un hombre negro (Obama) y dos mujeres (Clinton y la casi desconocida Tomason) aparecían en una imagen que reflejaba quién mandaba de verdad en el país. Y allí estaba Hillary, con su mano en la boca. Ella, en realidad, hubiera querido ocupar el asiento (de segundo nivel) que ocupaba Obama. Ella quería haber sido la presidenta en lugar de él. Pero aquel hombre de Hawái, trasplantado al estado de Illinois, había terminado con sus esperanzas en la durísima campaña de las primarias demócratas de 2008.

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