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PRIMARIAS REPUBLICANAS CON DIECISIETE CANDIDATOS

El Partido Republicano se encontraba en tan aparente mala situación, sin un liderazgo claro, que se presentaron hasta diecisiete candidatos a la nominación. Era tan absurdo que, cuando Fox News quiso organizar el primer debate entre los aspirantes republicanos, no cabían en el escenario. Los responsables de la cadena tuvieron que establecer que fueran solo diez, dejando relegados a los siete que peores resultados ofrecían hasta ese momento en los sondeos. Y eso que faltaba mucho para las primarias: el debate fue en agosto de 2015, y las elecciones primarias empezaban en febrero de 2016. Curiosidad: el debate se celebró en Ohio, estado clave en todas las elecciones presidenciales (también lo fue en las de 2016). El 8 de noviembre, Trump ganó en Ohio. En las primarias perdió.

Los diez aspirantes subieron al estrado en fila de a uno. Donald Trump era el sexto. Iba detrás de Jeb Bush. Eran diez hombres bien trajeados. Todos con el botón de la chaqueta abrochado. Todos, salvo Trump, al que será difícil encontrarle una imagen en la que no esté con la americana abierta y el pico de la corbata bien por debajo de la altura de su cinturón. Aquel día, cualquier apostador sensato hubiera invertido su dinero en Jeb Bush. Quien lo hiciera, lo perdió. Nadie (o casi) apostaba por Trump. Quien lo hiciera entonces hoy será rico.

Donald Trump parecía tenso aquella noche de su primer debate electoral. Miraba al enorme auditorio (el pabellón en el que juega el equipo de baloncesto de la NBA Cleveland Cavaliers) como quien pretende entender algo que no le cabe bien en la cabeza. Él no necesitó nunca de espectáculos como aquel para conseguir lo que se proponía. Sencillamente, si quería algo lo cogía, o convencía a algún banco para que le diera el dinero que necesitaba para cogerlo. Pero la política tiene algunos matices más.

Aun así, en la política de los precandidatos republicanos faltaba un matiz que Donald Trump controla como nadie: el marketing. El objetivo era que se hablara de él. Mucho. Si se hablaba bien o mal era un asunto casi despreciable. La cuestión es que su nombre sonara más que el de ningún otro aspirante. Y lo consiguió desde el primer momento, siendo como es él: políticamente incorrecto.

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