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UN GOLPE DE MANO CONTRA TRUMP

Casi nunca. Porque en la Convención Republicana de 2016, algunos dirigentes del partido llegaron a fantasear con dar un golpe de mano e impedir la entronización de Donald Trump justo antes de que el magnate les fuera impuesto para la posteridad. Si Trump no conseguía llegar a la convención con el 50 por ciento de los delegados, una conjunción planetaria de todos los demás podría tumbar a este outsider excéntrico, que finalmente asumió el liderazgo del partido en contra del partido.

Algo similar se intentó sin éxito en 1976. Llegados al final de las elecciones primarias, el presidente Gerald Ford tenía veinticinco delegados menos de los necesarios, frente a su arrojado competidor, Ronald Reagan, al que le faltaban cien. Kansas City, en Misuri, acogió aquella convención, que ha sido la última en la que pudo ocurrir un imprevisto. No ocurrió. Se impuso la ortodoxia: ganó el incumbent, el presidente en ejercicio, pese a que durante horas el sector oficialista temió la derrota, en medio de una sucesión de situaciones pintorescas.

Una delegada de Gerald Ford se rompió una pierna en una avalancha caótica y se negaban a hospitalizarla ante el temor de que su voto fuera crucial para no perder. Henry Kissinger trataba de gestionar las borracheras de algunos delegados, para impedir su ausencia en la votación. Los candidatos desayunaban, comían y cenaban varias veces al día para invitar y seducir a todos los delegados posibles. Ford había abusado, incluso, de regalar a delegados estancias en las dependencias de la Casa Blanca para torcer la voluntad de los menos convencidos. La tensión alcanzó niveles de paranoia cuando se amenazó con someter a varios delegados a la máquina de la verdad, para confirmar que votaban lo que habían prometido votar.

Gerald Ford alcanzó la nominación frente a Reagan, aunque después perdió las elecciones frente a Jimmy Carter, que a su vez perdió cuatro años después frente a Reagan, tras un solo mandato en el poder. Se cerraba otro círculo. Ford fue vicepresidente por la dimisión del vicepresidente que le precedió, Spiro Agnew. Y fue presidente por la única dimisión de un presidente en la historia: la de Richard Nixon por el caso Watergate. Ford es nota a pie de página.

Hillary Clinton sufrió una nominación más dura de lo que ella deseaba frente a Bernie Sanders, aunque no tanto como la de John Davis en la convención de 1924, cuando se necesitaron ciento tres votaciones durante dieciséis días para elegir a un candidato que terminaría perdiendo las elecciones. Allí hubo hasta un aspirante apoyado por el Ku Klux Klan.

Desde entonces, apenas ha habido convenciones abiertas, como aquellas que empezaban sin que nadie supiera quién iba a salir nominado cuando terminaran. Pero sí han marcado el futuro político de grandes figuras. Barack Obama se dio a conocer con un discurso brillante y talentoso en la convención de 2004. Cuatro años después era presidente. Y Bill Clinton estuvo a punto de echar a perder su carrera política por un discurso tan largo como infame en la convención de 1988. Cuatro años después era presidente. Ni Bill, ni Barack son una nota a pie de página. Hillary, tampoco. Donald Trump estaba empeñado en no serlo. ¿Y Bernie?

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